por el señor Snoid
La taquillera era una auténtica belleza (¿se
podrá decir taquillera hoy en día?). Mientras esperábamos el turno en la cola me
hallaba en un estado de contemplación religiosa (“Taquillero soy y a Taquillera
adoro”) y pensaba que no era inadecuado adoptar una pose de anciano rijoso para
ver una de Clint con Clint. Así que cuando llegó el momento anhelado susurré
“Tres para la Mula”
con las canillas temblequeantes. Ella debía estar en un similar trance místico
(no por un servidor de ustedes, claro), pues la muy bruja me dio tres entradas
para Capitana Marvel, y uno, en medio de la conmoción, ni se enteró. Así que
entramos en la sala. Luces apagadas. Los sempiternos anuncios de Electrónica
Toribio
y Butique Chelsa.
Después, un extraño homenaje a Stan Lee que me hizo despertar brevemente de mis
cavilaciones sobre los Diálogos de Amor de León Hebreo. Más logo de Marvel. Un
trailer que no parece un trailer. Y salimos disparados de la sala, yo
disculpando la metedura de pata como pude (“Tranquilizarvos, que en las pelis
Malpaso todo lo que se rueda va al montaje final”). Advertidos quedan ustedes
de que los primeros diez segundos de Capitana Marvel no son nada
prometedores.
Hacía tiempo que no veíamos una de Clint. Lo
cierto es que las últimas daban un poco de miedo y preferíamos guardar el buen
recuerdo de tantos gratos momentos pasados. De hecho, en la anterior que vimos,
El francotirador,
estuvimos a punto de abandonar en el momento en que el protagonista ve por la
tele lo de las torres gemelas u 11-S. Zoom lento hacia el rostro del actor, que
pone cara de “Esto es importante... ¡Esto es muy importante!”. Como un plano de
Spielberg. No sabíamos que más adelante habría cosas aún peores.
En Mula, Clint está hecho una carraca, en
efecto. Pero pensándolo bien, otros miembros del reparto están más hechos polvo
que él. Los mucho más jóvenes Andy García y Laurence Fishbourne parecen a punto
de estallar de un momento a otro. Y no de júbilo. Dianne Wiest lleva una
rarísima máscara de plástico transparente en el rostro. ¡Y sólo tiene 70 tacos,
no casi 90 como Clint! Y la hija de Clint, Allison, parece también muy
machacada. Y como el resto del reparto lo integran narcotraficantes mexicanos
(malos y feos) y polis gringos o agentes de la DEA (malos y feos) más la actriz
que hacía de novicia en La monja, aquí nieta de Clint, pues todos los ojos se
dirigen al anciano ídolo. Y cuando aparece alguna trama paralela (la
investigación de la DEA: un tostón mal elaborado y peor escrito) estamos
deseando que pasen a otra cosa y que salga Clint.
La droga dignifica al hombre
El transporte, que no el consumo: no se pongan a
pensar mal. Como tantas veces, Clint interpreta a un personaje que no ha abordado bien lo de la conciliación
familiar y laboral (su hija y su ex-mujer le detestan). También, como tantas
otras veces, es un veterano de la guerra de Corea (conflicto bélico que Clint
evitó a toda costa: exactamente igual que como lo hubiéramos hecho ustedes y
yo). También, como tantas otras veces, Clint es un viejales gruñón con un corazón
de oro.
Reveses económicos obligan a Clint a convertirse
en mula de un poderoso cartel mexicano. Y el tío lo hace tan bien que en pocos
portes se convierte en una estrella de la distribución interestatal. Unos
cuantos chascarrillos y la visión de un viejales que parece a punto de fenecer
evitan toda sospecha policial. Y las suculentas recompensas dinerarias que
recibe Clint van todas a buenas causas: la boda y estudios de su nieta, la
rehabilitación del centro de veteranos de su barrio, una hipoteca pendiente
sobre su desastrado negocio de floristería... Tal es el éxito de nuestro hombre
que, a partir del tercer o cuarto porte, los mexicanos malos y malencarados ya
sienten un cariño tremendo por el viejo, al que apodan Tata, le dan amistosas
palmadas en la espalda, le colman de epítetos heroicos (“¡Fiera, que eres un
fiera!”) e incluso le enseñan a enviar mensajes de texto con el móvil y a poner
emoticones. Su fama llega a las alturas de las multinacionales de la
drogadicción y el capo Latón (Andy García) da una fiesta en honor de Tata en su
lujoso y horrendo rancho. Y tras los bailes latinos, cuando Clint pensaba que
se iba a ir a la camita después de tomarse las pastillas para la tensión, su
anfitrión ha dispuesto que dos siliconadas señoritas le den la noche: “¡Tengo
que llamar a mi cardiólogo!”, exclama un alborozado Clint. Lo cierto es que la
secuencia es una chuscada digna de Mariano Ozores con Esteso y Pajares, pero a
Clint se le perdona todo, y cuenta más la angustia de pensar que le va a dar un
jamacuco que su gimnasia sexual en la cuarta edad.
No crean que todo es así. Por lo habitual, los
choques de Clint con un mundo desconocido para él (la carga, estiba y
transporte de grandes cantidades de droga) provoca momentos francamente
divertidos. Cosa distinta es cuando Clint, muy consciente de que a su edad se
puede ser políticamente incorrecto (como en Gran Torino), hace chistes necios
sobre los negros (mientras hace un porte, ayuda a un matrimonio negro a cambiar
la rueda del coche: “Es un placer ayudar a unos morenos”) o sobre homosexuales
(aquí, “lesbianas moteras”). Y también Clint se despacha a gusto dando consejos
de abuelete sabio al agente de la DEA que le persigue (ambos comparten desayuno
en un motel de carretera; el agente no sabe que tiene delante al hombre que
busca) sobre que “No hay que descuidar a la familia. Es lo más importante. Yo
descuidé a la mía y la perdí. Por eso, hijo...”. El agente pone cara triste y
asiente. O al subordinado del capo, a quien le aconseja que deje esa vida porque
“a esta gente no le importas nada”.
También hay momentos emotivos, como la despedida
de Clint de su agonizante ex-mujer. En muchas de sus películas, estos momentos
de “confesión y despedida” funcionan muy bien (recuérdese el final de Un
mundo perfecto
entre Costner y el crío, o el escalofriante momento en que Clint acaba con los
sufrimientos de Hillary Swank en Million Dollar Baby). A pesar de que Clint
no tiene medida: estas escenas siempre se alargan en exceso.
Mula no es una gran película, como tampoco lo era, a
nuestro juicio, la muy alabada Gran Torino. Al igual que esta, es un film irregular, un tanto deshilvanado, en
el que Clint se vuelca en las escenas que más le interesan y despacha
rápidamente lo más innecesario (aquí, todo el cambalache de la DEA; no habíamos
visto nunca lo fácil que era meter a un chivato en un cartel; tampoco unas
oficinas de polizontes tan desangeladas: aquello parecía un decorado a medio
construir). A Mula, como a Gran Torino, la perjudica el irregular guión de Nick Schenck.
Si recuerdan, el viejo cascarrabias racista de Gran Torino empezaba a ver al joven chino con buenos ojos
cuando este ayudaba con las bolsas de la compra a una anciana. Momento que nos deprimió. También carece de su dramatismo y tono
épico final: aquí todo es más relajado; incluso el desenlace carece de todo
énfasis, pese a la inevitable aparición de decenas de coches de policía,
helicópteros y demás parafernalia: se crea un momento irónico, tal es la
desproporción entre el despliegue de los polis y el frágil Clint. Más
importante es que Clint haya recuperado el cariño de su familia. Lo cierto es
que esta falta de dramatismo, o, más bien, cierta voluntad de no subrayar el
dramatismo, es de agradecer. En ningún momento el personaje de Clint se plantea
la moralidad o inmoralidad de sus actos; ni siquiera si lo que está haciendo es
ilegal (aunque lo sabe de sobra, dada su pericia para dar esquinazo a polis
bobos). Ello bien puede ser porque guionista y director no quieran meterse en
terrenos movedizos, bien porque ahondar en ese aspecto habría dado una película
muy distinta, bien porque aquí nada es realmente trascendente... excepto que
Clint recupere el afecto de su familia. Este planteamiento se mantiene a
rajatabla desde el principio del film: la situación económica de Clint no le
obliga necesariamente a trabajar como correo; y tampoco se hace ningún énfasis
moral en el estupendo plano que cierra la película. Mula es una digna despedida
del Clint-icono delante de las cámaras. Aunque no nos fiamos: este hombre
dentro de diez años es capaz de leer un guión sobre un geriátrico y
protagonizarlo y dirigirlo...
Indudablemente, la veré, como también la anterior, "15:17. Tren a París". El año pasado me hice un buen recorrido por su filmografía y, curiosamente, "Un mundo perfecto" me dejó en esa ocasión un tanto frío. En cambio, "Sin perdón" esta vez -la primera de todas- me pareció magistral. En resumidas cuentas, al final voy llegando a la conclusión de que en esto de las valoraciones inciden muchos factores y a veces varían con el tiempo, pero yo, pese a todos los pesares, soy de Clint, así que, como digo, pendientes quedan las dos últimas que ha hecho de verlas con la debida tranquilidad. En todo caso, ha sido muy buena idea escribir una entrada sobre la peli.
ResponderEliminarEs lógico que discrepemos en los detalles. Y es que Clint es capaz de lo mejor y lo peor. El otro día vi de nuevo "Infierno de cobardes" (buen título hispano para High Plains Drifter) y me pareció horrorosa. Otras me parecen mejores cuando las vuelvo a ver (como "Banderas de nuestros padres", que me pareció muy irregular la primera vez, o "The Changeling", que pese al inverosímil planteamiento dramático y a que no te llegas a creer que Angelina Jolie sea una pobre mujercilla, está muy bien rodada). Testarudo que es uno, a mí "Sin perdón" nunca me ha cautivado: me quedo con "El fuera de la ley". Por cierto, en ese repaso que hiciste, ¿llegaste a ver su segunda peli como director, "Breezy" (Primavera en otoño)?
ResponderEliminarQué malo es publicar un comentario aquí y no darle a la casilla de "Avisarme" cuando le contestan a uno... No he visto aún "Breezy", aunque la tengo por aquí. ¿A ti que te parece? Las que he visto en las últimas semanas han sido "15:17. Tren a París" (flojita), "Cartas desde Iwo Jima" (la recordaba como una película de entidad y esta vez me pareció bien y punto), "Mula" ("¿Un 6? ¿o Un 6,5? ¿Un 7? Venga, un 7, que es de Clint...") y "Million Dollar Baby" (magistral, exactamente tal como la recordaba).
ResponderEliminarHace mucho que no veo "Breezy". No me disgustó hace siglos y recuerdo que William Holden y Kay Lenz estaban bastante bien... Tenía alguna cosa tremebunda, como esa clásica escena rodada con teleobjetivo de una pareja paseando por la playa con musiquilla de ascensor de fondo. Pero es que esto era obligado a principios de los 70. Recuerdo una de Aldrich ("Hustle") en la que Burt Reynolds (poli) y Catherine Deneuve (puta) van al cine a ver "Un hombre y una mujer". O igual me confundo con Gene Hackman y Susan Clark en "La noche se mueve". Da igual: en todas estas sale alguna escena así, directamente extraída de la birria esa de Lelouch. Por otro lado, con Clint me pasa que si cambio de opinión suele ser porque la cosa va a peor. Hará un mes vi en la tele de los jubilados (13TV) "Infierno de cobardes" y me pareció más chunga que nunca (y es que jamás me gustó). Aunque no siempre ocurre: la semana pasada vi "Deuda de sangre", y, aunque el guión es flojísimo, me pareció que estaba muy bien rodada (a pesar de las habituales tacañerías de Clint y de que todo —y no es coña— parece que se incorpora al montaje final).
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