Por el señor Snoid
Comentábamos en la anterior entrega que, en
ocasiones, el doblaje nos proporciona agradables sorpresas, por aquello del
empleo de expresiones o palabras en franco desuso, casticismos varios y otros
hallazgos lingüísticos que mezclan lo acertado con lo jocoso. Véase este
ejemplo extraído de El Dorado (El Dorado, Howard Hawks, 1966):
“Patulea”, dice Wayne sin pestañear. En el
original es “bunch” (‘banda’), por lo que no podemos sino admirar la
imaginación del traductor (quien además añade dos nombres al sheriff: John
Paul; en la versión canónica se le llama J. P. a secas). Hasta nos imaginamos
que se podría haber traducido la película de Peckinpah, The Wild Bunch, no como Grupo
salvaje,
sino como La patulea salvaje...
No obstante, Hawks no siempre tuvo tanta fortuna
con los doblajes de sus films. Veamos una breve escena del anterior western del
director, Río Bravo (Rio Bravo, 1958):
Y ahora la versión castellana:
“Merlucín”, “merluzón”, por “borrachín” y
borrachón”... La verdad es que esta ingeniosidad resulta casi más irritante que
divertida, pese a que “merluza” sea un sinónimo, ya en declive, de “borrachera
monumental”. Y es que cuando se juntan el inglés y el castellano en los
diálogos de una misma escena, los adaptadores o bien se vuelven locos o bien
tiran por la calle de en medio y hacen de su capa un sayo... Y es que el
trabajo de traductor, aunque sea una excusa endeble, no suele estar muy bien
pagado.
Ejemplo señero de este problema es el otro plano secuencia de Sed
de mal
(Touch of Evil,
Orson Welles, 1958), pues es más largo que el inicial, se desarrolla en un
único decorado, aparecen diez personajes (seis de ellos con diálogo) y la
interpretación y el ritmo de los actores es fabuloso. Y además casi nunca se
habla de él, mientras que el del coche con la bomba es de visión obligada en
toda escuela de cine. Pero aquí lo que nos interesa es que ¡Charlton Heston
habla en español! No en vano interpreta a un poli mexicano:
Ya se pueden imaginar ustedes cómo es la versión
doblada. Por otro lado, no nos extraña nada que individuos tan dispares como
Welles y Laurence Olivier —que además se detestaban— estuvieran de acuerdo en
afirmar que Heston “es el mejor actor americano del siglo XX”. Hiperbólico, de
acuerdo. Pero es de suponer que algo sabrían del asunto ese par de megalómanos.
Un género que es particularmente apto
para las barrabasadas lingüísticas es el cine bélico. Durante décadas hemos
visto (y oído) a alemanes y japoneses expresarse en un correctísimo castellano
en la versión doblada y en un no menos correctísimo inglés en la versión
original. Por lo que siempre hemos sospechado que la oficialidad nipona y
germana era de un poliglotismo ejemplar; eso sí, los soldados de a pie
farfullaban o gritaban de fondo auténticas palabras y oraciones en alemán
(“Achtung!”, “Schnell, Schnell!”, “Bringen Sie Die Kartoffelsuppe”, “Das tut
mir Leid”, “Kriegsverbrechen? Zwar ist das lange her”), creando así un contraste
que no sabemos si calificar de chusco o clasista. En ocasiones, sin embargo, el
personaje alemán con diálogo poseía un marcado acento que básicamente se
limitaba a arrastrar las erres. Erre que erre, en toda película bélica de la II
guerra mundial aparece el típico oficial nazi bufonesco. Como este coronel que
sufre un interrogatorio demencial en Los violentos de Kelly (Kelly’s Heroes, Brian G. Hutton, 1969):
Sin embargo, nuestro ejemplo predilecto se halla
en Una tumba al amanecer (Counterpoint, Ralph Nelson, 1967). Aquí los hombres del
coronel de las SS Otto Skorzeny (que vivió en la piel de toro dirigiendo la red
Odessa y, naturalmente, murió en la cama) montan un follón monumental en las
Ardenas, desvían con muy mala fe un autobús de una orquesta sinfónica
norteamericana, y la orquesta de marras llega a un castillo poblado de alemanes
malos. Hete aquí que la oficialidad nazi no es sólo políglota, sino asimismo
melómana, y sienten un enorme respeto por el director de la orquesta, que no es
otro que... ¡Charlton Heston! (en efecto: este hombre se apuntaba a todas),
quien interpreta a un director de orquesta de fama mundial, una especie de
Herbert Von Karajan gringo, pero no nazi sino republicano. Tanto el general
(Maximilian Schell: austriaco), como el capitán (Curt Lowens: alemán) y el
coronel (Anton Driffing: inglés que siempre hizo de nazi) hablan un inglés y un
castellano excelentes:
No obstante, en los últimos tiempos directores y
guionistas parecen haberse dado cuenta del ridículo que habían estado haciendo
durante años y cientos de películas y en buena parte han rectificado. Es el
caso de La caza de Octubre Rojo (The hunt for Red October, John McTiernan, 1990),
film protagonizado por rusos y norteamericanos; a los gringos los interpretan
actores gringos y a los rusos los encarnan actores de la Commonwealth
(ingleses, escoceses, australianos...); sin embargo, al comienzo de la peli los
rusos hablan en ruso, pero ya que el público norteamericano odia los subtítulos
tanto como el español, se produce un astuto cambio idiomático en una escena
entre Sean Connery y Peter Firth:
Mediante ese lento zoom a los labios de Firth
los rusos hablan en lo sucesivo en inglés (en escocés en el caso de Connery) o
en castellano. Sin duda, al director McTiernan (hoy caído en desgracia) le
preocupaban estos detalles, pues en otra de sus películas, El guerrero número
13 (The
13th Warrior,
1999) empleaba un truco similar. El árabe Antonio Banderas, embajador
extraordinario del Califa de Damasco en las tierras del norte, aprende de oído
el dano-noruego en unas pocas semanas merced a su extraordinario don de lenguas
y la escucha atenta de las interesantes conversaciones de una docena de vikingos.
Bien pensado, esto es inverosímil, pero en la película funciona.
De cualquier forma, el
doblaje es una aberración. Como bien argumentaba Jorge Luis Borges ya en 1945:
“Quienes defienden el doblaje, razonarán (tal vez) que las objeciones que
pueden oponérsele pueden oponerse, también, a cualquier otro ejemplo de
traducción. Este argumento desconoce o elude el defecto central: el arbitrario
injerto de otra voz y otro lenguaje. La voz de Hepburn o de Garbo no es
contingente: es para el mundo uno de los atributos que las definen. Cabe
asimismo recordar que la mímica del inglés no es la del español”.
Apunto un aspecto más relacionado con el doblaje: el sonrojo que produce (a mí, por lo menos) escuchar pronunciados a la española (o a la inglesa, si la peli es americana) nombres propios de otras latitudes. En los clips que has puesto hay un buen ejemplo: cómo pronuncia en "Una tumba al amanecer" el personaje interpretado por Maximilian Schell el topónimo "Buchenwald".
ResponderEliminarPues sí. A veces es un tanto bochornoso. Claro que tampoco les vamos a pedir a los esforzados actores de doblaje que dominen un porrón de lenguas. Además, lo tienen sencillo en la mayoría de los casos: las pelis americanas se ambientan abrumadoramente en L. A., Frisco o Nueva York: ¡échame un New Hampshire a ver cómo lo dicen! Respecto al alemán, de pronunciación mucho más sencilla (para nosotros) que el inglés, en efecto es llamativo. Aún se escucha Richard (cha, cha) y yo todavía recuerdo que en algún lugar se decía "Guagner"...
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ResponderEliminarBueno, bueno… Sr. Snoid, traducciones como la de patulea son las que me hacen dudar, traicionarme y preferir las versiones dobladas; patulea es perfecto, mucho mejor que bunch. Porque al ver la escena, sí, algo de bunch hay, ¡pero de patulea lo hay todo!
EliminarUn colombiano hubiera dicho, "Qué guacherna tan espantosa" o "Pura plebe, mi chinito"... que también me parecen unas soluciones muy bellas. Pero estos hallazgos tipo "patulea" son la excepción, querido Lux. Otra cuestión es que los traductores/adaptadores de las pelis siempre quedan en el anonimato; por contra, en los subtítulos suele aparecer el nombre de la empresa y a veces el responsable mismo...
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