¿Por qué Sam Fuller? (y III)
por Tag Gallagher
Un
tiroteo en 40 pistolas es fragmentado en partes aisladas del cuerpo, lo que Bresson
copiará en Lancelot du Lac (Lancelot du Lac, 1974), habiendo
modelado previamente su Pickpocket (Pickpocket, 1959) sobre Manos peligrosas, no sólo por su ratero
que opera en el metro empleando un periódico, sino por las fantasías, dignas de
Dostoievski, de un héroe imposible compulsivamente astuto y que no deja de
engañarse a sí mismo, donde el montaje fragmentado se alterna con una
claustrofobia en forma de planos largos que conforma una desesperación para
huir de la consciencia y de la luz y de los otros, o para abrazarlos.
Cada
película es una crisis de energía —caminando, corriendo, siguiendo un sendero—
que enfrenta a las personas con la muerte, o peor aún, con su propio destino.
Los cobardes culpan a las circunstancias, los valientes siguen adelante, y, sin
embargo, las odiseas inspiran escasas opciones morales. En 40 pistolas, Barbara Stanwyck hace
restallar su látigo, avasallando las praderas, follándose a sus cuarenta
pistoleros montados; ella deja las botas y las espuelas y el crimen y el poder
sencillamente porque es satisfactorio rendirse a un hombre fuerte. Cambia no
por un acto de voluntad, sino por una liberación de las emociones. “Algo
que me encanta de Freud. La idea de un hombre que experimenta, que juega con
las emociones de la mente. Con algo invisible”.
Fuller
lo hace visible. El “cáncer” en muchos héroes se muestra en sus ojos
desorbitados, sus cejas arqueadas, sus bocas tensas y puños apretados, cuando
afirman su voluntad, desafían la inseguridad y se yerguen contra el cielo. “La
mayoría de mis personajes son anarquistas. En su interior están en contra de
cualquier sistema”. Ninguno de ellos se rinde -excepto Thelma Ritter en Manos
peligrosas, quien ha vivido lo suficiente como para sentirse exhausta. “Le
pasé por encima”, exclama un sicario en Underworld U.S.A. (Underworld USA, 1960), al informar
sobre el asesinato de una chiquilla.
Sin
embargo los pocos que sobreviven descubren que no se trataba en absoluto de su
voluntad, sino de que algo más los empujaba. “Todo estaba en mi mente”, se
maravilla un detective. Están “enfermos”, dice Fuller. Pierden la cabeza por el
mero hecho de vivir. El periodista de Corredor sin retorno está menos infectado por
los locos del manicomio que por su propio orgullo: “Quería recordar que el
cerebro posee una cualidad irreversible: que no hay posible marcha atrás”.
Pero
si la identidad es ficción, ¿dónde se halla el carácter? Si las películas de
Fuller nos exhortan a escribir el final, ¿es porque la razón conduce a la
locura dentro de un círculo vicioso?
No
hay apenas existencia ordinaria en Fuller, sólo violencia en los aledaños de la
sociedad, excepto en Perro blanco (White Dog, 1982), donde aparecen personas que reconocemos.
Pero no se debe subestimar a un reportero. Perro blanco no es sobre “Perro
muerde a hombre”: es “Hombre muerde a perro” —tres personas que proyectan en un
perro sus pasiones más profundas, como científicos locos despreocupados por su
desmesura.
El abuelo rezuma amabilidad, orgulloso de haber programado a un perro
para que mate negros, a quienes él considera “enfermos”.
Keys,
por el contrario, es un antropólogo negro cuya cruzada es reprogramar. El
“enfermo” es tan obstinado que incluso protege al perro de la policía después
de haberle dejado escapar y de que matara a un hombre. Pero los primeros planos
de los ojos de Keys que muestra Fuller nos dicen que la motivación profunda de
Keys es el poder. “Si no consigo domarle, le mataré”, jura, y le doma, pero
entonces el perro ataca a un blanco que se parece al abuelo, y Keys le dispara, ya que no es la violencia lo que él quiere reprogramar, sino el racismo. Como
el abuelo, Keys no puede reconocer a Mr. Hyde dentro de Jekyll.
Julie,
el tercer personaje, es una actriz de veinte años. En apariencia un personaje
irrelevante en la película, casi un elemento decorativo, su erótica presencia
está en el centro del mundo de Fuller. Las mujeres son una fuente de violencia
en el cine Fulleriano centrado en los hombres, ya que las mujeres seducen y
rechazan. Por lo habitual son amazonas o sádicas, amoralmente enardecidas por
su propia fuerza, y en una docena de películas los hombres las maltratan con
dureza. La bella que inspira el asesinato de Jesse James no se siente
disgustada por el asesino, sino por el sentimiento de culpa de éste. La bella
de 40 pistolas (una parodia de la primera mujer de Fuller) también induce a un
amante a matar; luego, en palabras de Fuller, “Un día, ya no le necesita más. Y
se escucha el sonido de una pluma sobre el papel. Le está haciendo un cheque.
Se lo pasó bien con él en la cama y ahora lo ha olvidado. Él era sólo una
prostituta para ella. Y él se ahorca”. Las mujeres de Fuller son perros
blancos. Como la bella de Una luz en el hampa, cambian en un instante
de enfermera a asesina.
Sin
embargo Julie no posee una mentalidad criminal. Su amor lleva al desastre y a
la muerte simplemente porque es una mujer (como la mayoría de las mujeres de
Fuller). Vive sola en una colina, temerosa de relacionarse con los demás (como
la mayoría de los personajes de Fuller) y el perro se convierte en un sustituto
de su novio, fuerte y salvaje.
Sus
pechos erguidos, sus largas piernas desnudas y el montaje de Fuller la muestran
seduciendo simultáneamente al perro y al muchacho, inocentemente provocando y
negando el deseo (jugueteando con el perro con sus bragas) tanto para ella como
para sus machos rivales, hasta que casi es violada (por un extraño, sustituto
de todos los hombres).
En
adelante, aparece totalmente vestida, protegiendo a su perro asesino, negando
el deseo, hasta que al final, enterándose de que el perro ha sido curado,
libera finalmente su fuerza vital y se desata fatalmente esa energía en toda su
desnudez.
Pero
aparece el abuelo y Julie le tilda de “enfermo hijo de puta”. Como el abuelo y
Keys, Julie no puede distinguir al científico loco, el Hyde, en su interior.
¿Cómo podemos distinguir la razón del deseo?
Lo
único cuerdo, dice Fuller, es matar a los perros blancos. “Si hubiera estado a
solas con Calley (el teniente al mando de la masacre de My Lai) le hubiera
matado y habría ido a la cárcel. Ese hombre es un ejemplo de lo que yo llamo el
Mal, y la única manera de erradicar el mal es destruirlo. Sin juicios ni
exámenes psiquiátricos”.
Pero
después de matar a todos, ¿quién nos meterá en prisión? El mismo Fuller forma
parte de una compañía de perros blancos en Uno Rojo que matan como soldados
adiestrados en siete países, hasta que llegan a los campos de exterminio, donde
matan con furia. En Una luz en el hampa Constance Towers es otro perro blanco,
que va de la cárcel a un pedestal porque la víctima de su ira estaba “enfermo”.
Vivimos en fantasías: ¿cómo podemos escapar del círculo vicioso?
Las cuatro últimas películas de Fuller, todas
ellas producciones francesas, no buscan ya soluciones. Huyen hacia la
indulgencia y el escapismo. Sus películas norteamericanas se habían beneficiado
siempre de técnicas vanguardistas, pero destinadas a narrar una historia. Y si
sus proyectos comenzaban como tesis, terminaban, como en Corredor sin
retorno, centrados en
personajes individuales, como lo hacía el montaje abstracto del tiroteo en 40
pistolas. En los últimos
filmes, sin embargo, la experimentación es vacua, los personajes son maniquíes
y todo constituye una farsa pedantemente reflexiva. Quizá Fuller estaba
influenciado por Godard, quien le adoraba por sus trucos más pueriles, como
atisbar a través del cañón de un rifle.
Quizá
su mejor obra sea Yuma, una historia de nostalgia, ambientación épica y música
romántica. El deseo y la violencia están encarnados en algunos de los desnudos
masculinos más hermosos desde el Renacimiento —indios, salvajes, fuertes y
libres. Comienza el “9 de abril de 1865” con la rendición dela Confederación en Appomatox.
La Guerra Civil ha terminado. Lee saluda con su sombrero a Grant, quien
devuelve la cortesía, y el caballo de Lee retrocede ligeramente. Esto lo vemos
desde la distancia, en fragmentos dispersados a través del tiempo: demasiados
detalles, demasiados sentimientos que hay que asimilar. Es el momento decisivo
de la mitología americana, su solución de la posguerra. El gesto de los
asesinos echa a volar, proyectándose sobre un continente, en una larga
expansión.
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