Estrenos
de ocasión: Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017)
Por el
señor Snoid
Recuerdos
(implantados) de un replicante
Blade Runner fue la primera película que la señora Snoid y un servidor
de ustedes vieron juntitos en una sala de cine. Y a fe que costó convencerla.
No por mi falta de juvenil apostura (entonces), sino porque la pobrecilla
pensaba que yo era un idiota (acertaba) que la estaba embarcando en la visión
de una peli tipo Star Wars —Episodio IV o Los siete magníficos del espacio. Cuando salimos del cine ella ya
pensaba que yo era un replicante, mientras que yo había pensado lo mismo de
ella antes de entrar. Cuando terminó Blade Runner 2049 temí que me espetara: “Muy bien. Ya
hemos cerrado el círculo. Ahora quiero el divorcio”. Pero no. El aguante de
esta mujer es impresionante. Se limitó a intentar estrangularme con los muslos
al modo Pris y ahí quedó todo.
Así
que pasen 35 años
A pesar de que los creadores de Blade
Runner 2049 han jurado con toda solemnidad que este film puede verse como una
película independiente y “distinta a la original”, hemos de confesar que todos
han mentido como bellacos o que varios de ellos ni se han dignado a revisar la
cinta de 1982, pues la cantidad de referencias (visuales, sonoras, argumentales,
citas del diálogo, personajes) que se hacen de la célebre ópera prima es tal
que merece la pena leerse La Biblia de Blade Runner antes de verla; eso y cotejar los diversos finales que la Warner y
Ridley Scott sacaron para hacer caja a lo largo de los años: supresión del
anuncio del abrigo de pieles en medio de los exteriores de El resplandor, unicornios extraídos de Legend
y la aberrante sugerencia de que Deckard era también, sin saberlo, un
replicante. Por lo menos en Blade Runner 2049 no aparece ni un solo ventilador, a diferencia de todas las películas
de Ridley Scott (vean con atención, si tienen valor, Robin Hood o Gladiator: también en
estas salen ventiladores). Esto nos demuestra que el director Denis Villeneuve
es un hombre con fuerte personalidad.
Esta apelación continua a la primera Blade Runner es uno de los grandes lastres de
este film. Superficialmente, tenemos lo mismo que nos ofrecía la anterior: un
poli que se dedica a “retirar” replicantes de vieja factura y que en el proceso
de una misión rutinaria irá desenmarañando una conspiración de proporciones
gigantescas. Igualito que lo que le solía pasar al detective Philip Marlowe en
las novelas de Raymond Chandler. Y recuerden que en Blade Runner Rick Deckard emparentaba con el
detective clásico, pues bebía como una bestia y recibía hasta en el carné de
identidad. Aquí el protagonista Joe K. (es decir, Josef K. —K de Kafka o de El
Kastillo) adolece
de una angustia existencial que deja al Josef K. original o a los protagonistas
de La náusea o El
extranjero como
unos seres vitales, extrovertidos y alegres. Hay, sin embargo, ciertas
variaciones: es el poli quien, acabada una misión, debe someterse a un remedo
del test de Voigt-Kamfp, pues ha de recitar como una cotorra unos versos de Pale
Fire de Nabokov (la
verdad: las pretensiones culturales de estos guionistas de Hollywood son para
vomitar). K. tiene además una compañera en forma de holograma que es la mujer
perfecta: aparece y desaparece a voluntad de su dueño, le da sabios consejos y
en ningún momento le increpa para que baje la basura, tienda la colada o vacíe
el lavavajillas. Hay que concluir que el futuro no es tan negro como nos lo
pintan.
Pero la diferencia
fundamental entre Blade Runner y Blade
Runner 2049 no está en el diseño
(excelente en ambos casos) ni en la dirección (nos atrevemos a afirmar que
Villeneuve sale bastante airoso del reto; no en vano es un director muy
superior a ese autor de pelis
porno como Black Hawk derribado) ni
en la morosa descripción de un mundo inhóspito y aterrador, tal que la España
de Rajoy. No: el problema está en que Blade Runner 2049 opta por un eje temático paterno-filial que carece por completo de
interés. Ya saben ustedes la enorme importancia que tienen las relaciones
padres-hijos en el cine gringo. Fiel reflejo de una sociedad que ansía
deshacerse de sus churumbeles en cuanto cumplen la mayoría de edad. En Blade
Runner había una riqueza temática singular:
replicantes que no querían morir, que ansiaban vivir más que sus cinco años
preceptivos; una replicante que descubría, en contra de lo que pensaba, que no
era un ser humano; un hombre que descubría su profunda inhumanidad y que se
daba cuenta de que aquellos seres eran “más humanos que los humanos”. Estos
mimbres proporcionaban emoción a raudales, y el espectador lograba
identificarse sin dificultad con las pasiones —feroces como en un buen
melodrama— que dominaban a los personajes. Poco queda de esto en Blade
Runner 2049.
¿Sueñan
los androides con hijas decoradoras de interiores?
Y lo curioso es que no nos hallamos ante una mala película.
De hecho, hay escenas bien planteadas y rodadas, como la extraña secuencia en
el auditorio del hotel con el holograma de Elvis, las escenas de K. con su
novia-holograma (buen momento cuando esta tiene que “encarnarse” en una
prostituta para que puedan hacer el amor) o el prometedor arranque del film en
una de esas granjas ecológicas que tanto molan a los que hacen suplementos
dominicales.
Sin embargo, Villeneuve no logra superar unos
escollos abrumadores: por una parte, un reparto espantoso encabezado por Ryan
Gosling, pésimo actor que logra dotar a su personaje de un aburrimiento
contagioso; un Jared Leto que pretende ser amenazador y sombrío pero que
resulta ser un payaso sin gracia (la escena en que “ejecuta” a una replicante
recién nacida, irritado porque ella no puede engendrar, y la acuchilla —reparen
en la sutileza— en el vientre, es de una necedad increíble); una villana que
parece sacada de la serie Los mercenarios;
por otra, un guión irregular y confuso; algunas escenas de acción en plan “las
así llamadas artes marciales” que no vienen mucho a cuento, y, sobre todo, las
referencias a la película original son a menudo obvias o desacertadas. Baste
decir que Sean Young era mucho más bella que la actriz que la “interpreta” en
una breve secuencia...
La síntesis de las diferencias entre ambas películas se
halla en sus respectivos finales: Roy Batty moría salvando a Deckard y
“sacrificándose por la humanidad” (esto nos pareció un poco excesivo: Cristo
como Nexus-6, en taparrabos y con clavo en la mano) y K. muere tras reunir a un
padre con su hija. Es decir, de lo universal a la TV movie familiar (inevitablemente pensamos
en la reunión entre Luke Skywalker y su hija al final de la última o penúltima
de Star Wars). Y
es una auténtica lástima. Blade Runner 2049 se cava su propia fosa insistiendo
en sus paralelismos con el original. Sin esta pesada carga, habría resultado un
film mucho más satisfactorio.
De vuelta a casa, la señora Snoid se negó en redondo a
hacerme el número de la serpiente. ¿Dónde estás, Joanna Cassidy?
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