La
página del Señor Snoid
Los
olvidados: John Milius (y III)
Born to be Wild
El
Milius anticristiano
Crean
que nos ha costado. No habíamos vuelto a ver Conan el bárbaro desde que se estrenó. Y
nos temíamos lo peor. Desde luego, no está entre lo mejor de Milius —ni como
director ni como escritor— pero tampoco es una película totalmente desdeñable.
De hecho, si se la compara con las decenas de películas de “fantasía heroica”
que se han hecho en los últimos tiempos (films tipo Furia de titanes, John Carter, El príncipe de
Persia
y otras de ese pelaje) casi parece una obra maestra.
Conan crucificado.
Como el otro, él también resucitó al tercer día
Hace
siglos, después de asistir a una representación de La tempestad, nos hicimos pasar por
corresponsales de la ya entonces difunta revista Primer Acto con el fin de charlar
brevemente con Max von Sydow (quien interpretaba a un Próspero muy poco
convincente). Le preguntamos a Max cómo es que había aceptado trabajar en Conan y esta fue su
interesante respuesta: “Por el punto de vista. Carecía totalmente de
referencias al cristianismo. Es muy difícil hacer una película ambientada en la
antigüedad que ignore el cristianismo. Sin embargo, John Milius se las arregló
para conseguirlo”. No le comentamos a Max, claro, que llevaba años aceptando
cualquier papel infecto que le ofrecían (Emperador Ming en Flash Gordon, oficial nazi
enloquecido por el fútbol y por Pelé en Evasión o victoria, padre Merrin en El
Exorcista I
y II,
etc., etc.), ya que éramos muy conscientes de lo implacable que es la Agencia
Tributaria Sueca (como la española, en efecto), pero este comentario nos llamó
la atención. Sin embargo, hay que reconocer que Von Sydow no debió apreciar la
monumental blasfemia que muestra la película: Conan es crucificado (pero no
muerto ni sepultado), resucita al tercer día y, en vez de aparecerse a las
mujeres (primero) y a los apóstoles (después), le arranca el cuello a un buitre
a mordisco limpio. Sentimientos muy poco cristianos, en efecto; en alguna ocasión
Milius ha declarado que “No creo que el cristianismo haya sido muy beneficioso
para la humanidad”. Puro anarquismo zen. Por otro lado, la película combina
escenas muy bien rodadas con otras ligeramente chuscas, aparece el excepcional
intérprete James Earl Jones (el malvado Tulsa Doom), tiene un buen ritmo, salen
incluso Jorge Sanz (Conan niño), Nadiuska (la mamá de Conan) y William Smith
(el papá; con semejantes progenitores, ¿cómo no iba a ser Conan una fuerza de
la naturaleza?), y las secuencias violentas han resistido muy bien el paso del
tiempo. Sin embargo, hemos de reconocer que no es nuestro tipo de película:
estas cosas de tíos en calzoncillos con espadas y mazas, paganismo bizarro y
personajes de la complejidad de un Conan, por bien hechas que estén, siempre
nos parecen un tanto ridículas. Nos ocurre lo mismo con las películas de
Joselito o de Alain Robbe-Grillet.
“Así, así tienes que
coger la espada. ¡Si es que pareces una nenaza!”
Algo
que nos llama la atención es lo paupérrima que parece la producción, pese a que
costó unos 20 millones de 1982. Pero ya se sabe que las “superproducciones” de
Dino de Laurentiis (King Kong, Flash Gordon, Dune, Hannibal) acaban siempre
teniendo un aspecto de serie B: no sabemos si porque Dino hinchaba los presupuestos
o porque se lo gastaba todo en publicidad. Desde luego, labia no le faltaba.
Todo zalamero, le dijo una vez a Ridley Scott: “Me recuerdas a Fellini. Como
él, tú pintas con la cámara”. Solo un productor italiano es capaz de ser tan
adulador y burlón a un tiempo...
Dada
su querencia a hacer caso omiso a los productores y realizar sus películas como
a él le viene en gana, Milius no tuvo, por fortuna, la oportunidad de hacer la
secuela de Conan.
De Laurentiis contrató a un director más dócil, Richard Fleischer, ya en el
ocaso de su carrera y muy lejos de los tiempos de El estrangulador de Boston, y el dúo nos regaló Conan
el destructor,
hoy día solo recordada por la presencia de la viril cantante Grace Jones. No
obstante, hasta hace poco Milius aún acariciaba la posibilidad de rodar una
tercera parte, con Arnold/Conan entronizado...
Milius
y las mujeres
Algo
que se le suele reprochar a Milius es el escaso valor que poseen las mujeres en
sus films. Películas de machos para machos. Como siempre, disentimos. La
presencia femenina podrá ser breve en sus películas (a excepción de la señora
Pedecaris de El viento y el león, donde Candice Bergen hace una estupenda
imitación de Katharine Hepburn y casi le roba el protagonismo a Sean Connery),
pero por episódica que sea, esa presencia es siempre fundamental; recuerda un
poco a las películas de Raoul Walsh, donde las mujeres aportan sentido común a
un mundo masculino donde los hombres se dedican a juguetear como adolescentes
gamberros, sea masacrando indios, comprando Alaska o destruyendo la flota
napoleónica. El personaje predilecto de Milius, el belicoso presidente Teddy
Roosevelt, solo se sincera con las dos mujeres de su vida; su hija en El
viento y el león:
Y
con su esposa Edith en Rough Riders; la escena está escrita con gran brillantez por
Milius. Roosevelt teme que su mujer le reproche el disparate de encabezar las
tropas que invadirán Cuba; alega que ha sido “un buen esposo y un buen padre” y
que de ninguna manera se le puede tachar de “irresponsable”... Y la respuesta
de Edith —mientras le ajusta la corbata y después se sienta en el tocador— es
magnífica: le tranquiliza y le trata sutilmente, pero sin condescendencia
alguna, como el niño grande que es; niño grande al que será inútil quitar sus
juguetes y sus guerras...
Milius
y el cambio de tono
Una
interesante característica de John Milius es su capacidad, en sus mejores
películas, de cambiar de registro incluso dentro de una misma escena. De lo
dramático vamos a lo cómico e incluso a la burla más feroz. Y no duda tampoco
Milius en reírse de sí mismo o de sus ídolos. Sabida es la pasión que siente
por el mencionado Roosevelt. En El viento y el león, no obstante, el
retrato que de él hace Milius es completo: vehemente, impulsivo, generoso,
ridículo y hasta grotesco en ocasiones:
Esta
riqueza de matices se da también en la descripción de ambientes: no solo en los
personajes. En Rough Riders, Bucky O’Neill (Sam Elliott) arenga a su tropa
contándoles que “Los españoles son gente cruel: les gustan las corridas de
toros”. Y les pregunta cuál ha sido la hazaña militar más grande de la historia,
hazaña llevada a cabo por españoles (uno de los reclutas, al que suponemos que
no le fue bien en la asignatura de sociales en el cole, responde que “la
derrota de los texanos en El Álamo”); y O’Neill pasa a contarles la conquista de
México por Hernán Cortés: “¡Y lo hicieron con espadas! ¡Y después violaron a
las mujeres y se llevaron todo el oro!”. Pero a continuación el tono de la
secuencia se transforma drásticamente. O’Neill propone que la canción-enseña de
la tropa sea The Minstrel Boy, y de un momento extraordinariamente violento
nos sumergimos en un ambiente de camaradería y hermandad mientras los hombres
entonan la canción:
La
voluntad de Milius de crear personajes que no sean de una sola pieza afecta a
los detalles en apariencia más nimios. En El viento y el león, quizá el único
personaje realmente antipático (como no podía ser de otra manera) es el oficial
alemán. Y este, a pesar de tener toda la ventaja del mundo, acepta el reto de
Connery, quien finalmente se limita a dejarle una hermosa cicatriz en plan Schlager (Milius, en raras
ocasiones, no puede evitar ser algo pedante: como nosotros):
O el momento en que, tras la primera escaramuza con los españoles, el voluntario (pijo neoyorquino: Wadsworth) le confiesa al célebre Stephen Crane su miedo y su asco por la guerra, secuencia que no solo constata la brillantez del guionista Milius sino que contradice un tanto su fama de feroz belicista:
Milius
y sus amigos
“Steven
siempre me explota”, comentaba Milius. Y es que desde la famosa secuencia de Tiburón en la que Quint (Robert
Shaw) “tiene” que explicar su odio por los tiburones, secuencia escrita por
Milius en un santiamén y que tuvo que ser reducida por el actor (Shaw era un
novelista de éxito además de un estupendo intérprete), sus colaboraciones
anónimas en las películas de Spielberg y otros amigos han sido muy frecuentes.
Se lamentaba Milius de que poco pudo hacer para mejorar Salvar al soldado
Ryan,
ya que “el guión estaba acabado y era un disparate; la búsqueda de un tipo en
un territorio de 500 kilómetros cuadrados lleno de soldados norteamericanos,
británicos y alemanes; y cuando le encuentran y él se niega a acompañarlos, no
le pegan un tiro, sino que se quedan a liquidar a un regimiento pánzer en vez
de volar el puente. Lamentable”. Y es que John tiene una mentalidad analítica y
crítica para el drama de la que, con la excepción de Coppola, carece gran parte
de sus compañeros de generación.
Spielberg disfrazado de
trampero; Lucas, sin mucho que decir; John, farruco como siempre
Ello
no obsta para que paradójicamente, todos (salvo ciertos productores, claro
está) le adoren. Los directores del documental Milius (2013) se quedaron
asombrados cuando preparaban el film y descubrieron que no solo gentes como
Coppola o Spielberg aceptaron colaborar en el acto, sino que otros que no se
levantan de la cama si no hay perras de por medio, como Harrison Ford, o bien
directores que parecen estar en el extremo opuesto —políticamente hablando— de
las presuntas posturas ideológicas conservadoras de John, como Oliver Stone,
también se sumaron con entusiasmo al proyecto sin poner condición alguna.
Suponemos
nosotros, con toda humildad, que por algo será...
“Me encanta el olor
a napalm por las mañanas”
¿Qué fallos ve usted en Conan el Bárbaro? Yo sí la considero su mejor película.
ResponderEliminarHombre, fallos, fallos... Los que hemos apuntado, que son enormemente subjetivos. Si acaso, a ratos cierta pobreza de producción. Por ejemplo, esa serpiente gigante que aparece en el templo, ¿no olía un poco a plástico?
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