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Decíamos
ayer: el maridaje entre cine y rock, en la mayoría de los casos, suele producir
resultados horrorosos. Sobre todo en las películas con estrella de rock o en
las que la música se convierte en la atracción principal. No obstante, hay que
admitir que para algunos cineastas el rock, en ocasiones, es una fuente
provechosa de inspiración. Piensen en alguien como David Lynch. A nosotros nos
encanta casi todo lo que hace David: pensarán que estamos mal de la cabeza –y
acertarán–, ya que incluso Inland Empire
nos agrada. También apreciamos su marca de café, mucho más sabroso que el
aguachirle que pasa por tal brebaje en los países anglosajones. Cuando Lynch se
hizo famoso a raíz de El hombre elefante
(Eraserhead la vieron cuatro gatos en
su día), los periodistas le hacían esa pregunta que siempre hacen los
periodistas: “¿Y cuáles son sus principales influencias cinematográficas?”. Y
David confesaba que él nunca había sido muy cinéfilo –algo que no era una
extravagancia: creemos que era la pura verdad– y que, más que al cine, su
bagaje debía más al rock de los 50 o a la pintura de Edward Hopper. Así, Lynch
ha mostrado su devoción por la música de su infancia en varias de sus películas.
Aunque Nicolas Cage se marca un par de números de Elvis muy convincentes en Corazón salvaje, nuestro momento rock
preferido de la obra de Lynch se halla en Terciopelo
azul: esa curiosa secuencia que transcurre en uno de los burdeles más
cutres que jamás se han visto en la pantalla y donde Dean Stockwell hace una prodigiosa
interpretación –en riguroso playback–
de la canción de Roy Orbison In Dreams,
punteada por unos planos de Dennis Hopper en los que el actor pasa de
experimentar placer a mostrar una irritación tremenda plasmada en esas muecas
marca de la casa: esas expresiones faciales de disgusto que ponía ya en sus
habituales papeles juveniles de “hijo traumatizado de ranchero todopoderoso” (Gigante, Los cuatro hijos de Katie Elder, Del infierno a Texas y mil más) o en sus actuaciones de chiflado
maduro en Apocalypse Now o en
porquerías como Waterworld:
Por
desgracia, Lynch no se ha contentado con pintar, dirigir, escribir un libro
sobre la meditación trascendental y convertirse en maestro cafetero. También ha
grabado discos: producidos, compuestos, interpretados y cantados por nuestro
hombre en colaboración con Dean Hurley. Los dos que ha sacado por el momento
son difíciles de describir. Digamos que recuerdan un poco a las canciones de
Chris Isaak pero como si las interpretara el enano de Twin Peaks. Por si tienen curiosidad, he aquí una de las tonadas
más brillantes de su segundo CD, titulada These
are my friends:
Los detractores de David aseguran que
el título es un buen resumen del disco
Otro
de nuestros ídolos que también ha utilizado el rock es el español Albert Serra.
Por desgracia, sólo en su primera película, Crespià
(The Film, not the Village), una joya
que pasó totalmente desapercibida. Para entendernos, la peli muestra las
fiestas patronales de la localidad, sus muy bizarros y excéntricos personajes y
un sin fin de situaciones disparatadas. Aunque les parezca una herejía,
pensamos que es superior a Amanece que no
es poco: quizá porque la cosa no va de un forzadísimo “realismo mágico
hispano” como la peli de Cuerda, sino porque todo parece absolutamente real,
coherente y demencial, y tras verla, a uno le dan ganas de irse a vivir a ese
pueblo. Veamos una escena de uno de los
momentos cumbres de las fiestas del pueblo, donde Flannagan y The Slaves
realizan una espectacular versión del Man
in the Cornershop de los Jam ante un público no excesivamente entregado:
Country&Western
Y
si el rock no ha tenido excesiva fortuna en esto del cine, no se puede decir lo
mismo del country, género musical que recoge las mejores esencias gringas: es
decir, que es facha a morir. De hecho, sabemos de buena tinta que los cantantes
favoritos de Rajoy y del ministro de finanzas alemán (el tipo de la silla de
ruedas que tiene un extraordinario parecido con el Dr. Strangelove) son Dolly
Parton y Willie Nelson. Pero no crean que todo el country es así. Incluso hay un
country progre. De hecho el trío
femenino Dixie Chicks criticó abiertamente a George Bush (“Nos avergonzamos de que Bush sea de Texas”)
y sus guerras imperialistas, algo que les costó a las chicas el boicot de las
emisoras de radio country y una espectacular bajada de ventas y de asistencia a
sus conciertos.
Respecto
al cine, dejando de lado el subgénero de “singing cowboys” (Burl Yves, Gene
Autry, Sons of the Pioneers y demás), nos hallamos con alguna que otra
maravilla. Tal es el caso de El
aventurero de la medianoche (Honkytonk
Man, 1982), una de las mejores películas de Clint Eastwood. Sin duda,
ustedes sabrán que el musical “bueno” de Clint es Bird. Pues no. A pesar de que Eastwood es un fanático del jazz, su
incursión en el country es, a nuestro modesto entender, muy superior a la
biografía de Charlie Parker. El
aventurero de la medianoche narra las andanzas de un cantante country
alcohólico y tarambana, que desperdicia su enorme talento debido a su afición a
la mala vida (es decir, a pasarlo en grande), y que cuando al fin obtiene su
gran oportunidad, cantar en el Grand Ole Opry (programa radiofónico que es algo
así como la consagración de todo músico country, tipo La Voz u Operación
Triunfo), su puerta a la fama, fracasa por culpa de una inoportuna
tuberculosis. No es de extrañar que un film tan amargo decepcionara a los fans
de Clint, quien por cierto no portaba su Magnum 44 sino una guitarra acústica,
y además, horror de los horrores, su hijo Kyle (que interpreta a su sobrino en
la película) se colocaba con un porro en un local de negros…
También
el folk y el blues han tenido brillantes exponentes cinematográficos. Del
“padre moderno” de la música folk norteamericana del siglo XX, Woody Guthrie,
Hal Ashby realizó una excelente película, Bound
for Glory. El film narra los primeros años de Woody, cuando abandona su
Texas natal y se encamina, como hacían todos los catetos en la época de la Gran
Depresión, rumbo a la dorada California. El film es notable por su falta
absoluta de énfasis: Woody no aparece como el auténtico working class hero que realmente fue, apenas se interpretan sus
canciones más célebres (This Land is your
Land, Pretty Boy Floyd, Worried Man Blues), su agitada
existencia se narra sin el menor sensacionalismo… En fin, una película
admirable que, naturalmente, al evitar cuidadosamente episodios pintorescos o
espectaculares, fue un fracaso. Y es que la empresa nos parece irreal hoy en
día: una visión seca de la Norteamérica más castigada por la depresión y el
retrato de un folksinger
perteneciente a lo que hoy llaman “la extrema izquierda”.
Oklahoma Hills
La
adaptación que realizaron los hermanos Coen de la Odisea (en los créditos: “Based on The Odissey by Homer”), O Brother, where art thou?, transcurre también durante los años de la
depresión. Y nuestro moderno Ulises y sus compañeros evadidos de una de esas
entrañables penitenciarias sureñas alcanzan la libertad –y la fama– formando un
grupo de música tradicional –los Soggy Bottom Boys– en compañía de un
guitarrista negro. Guitarrista que es un trasunto de Robert Johnson, el bluesman que, como cuenta la leyenda,
hizo un pacto con el diablo en un cruce de caminos al vender su alma a cambio
de obtener una extraordinaria pericia con la guitarra. La película cuenta con
una espléndida banda sonora e incluso George Clooney está aceptable en su papel
(además, no canta).
Tampoco
tiene desperdicio el falso documental Un
poderoso viento (A Mighty Wind,
Christopher Guest, 2003). A raíz de la muerte de un anciano manager judío que
en su día lanzó a decenas de estrellas de la música folk, sus hijos y herederos
deciden reunir a todas las avejentadas glorias que apadrinó su progenitor. Y se mezclan entrevistas, imágenes de archivo
y los hilarantes preparativos del concierto homenaje. Algo similar a ese
mediocre y aburridísimo documental que tanto éxito tuvo hace tres temporadas, Searching for Sugar Man, pero totalmente
apócrifo y enormemente más divertido.
Leadbelly desencadenado
Para
terminar, volveremos a la relación cine-rock en su vertiente más bufa. En este
caso, se trata de una parodia extraída de esa obra de culto bizarro titulada Top Secret. La cosa va de un cantante de
rock norteamericano que recibe una invitación de las autoridades de la Alemania
comunista (la antigua República Democrática Alemana para los lectores que no
hayan aprobado la ESO, aunque nos tememos que en los actuales planes de estudio
la historia que se enseña se detiene cuando se culmina la “reconquista” o
cuando Hernán Cortés elimina a Moctezuma) para dar un concierto de “música
occidental degenerada”. A pesar de que presuntamente la cosa transcurre en los
años cincuenta, los alemanes orientales parecen nazis, interviene la
resistencia francesa, salen Omar Sharif, Michael Gough y Peter Cushing… No
obstante, la imitación que hacen Nick Rivers (Val Kilmer) y su trío vocal de
acompañamiento de Elvis y los Jornadaires es impagable. Desde luego, Kilmer
está aquí mucho mejor que en The Doors
(donde interpretaba a Jim Morrison), pero, claro está, aquella película fue
dirigida por Oliver Stone…
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