Por Juan Gorostidi
Ignorada en su día,
convertida con el paso de los años en una obra de culto, hoy La noche del cazador ha alcanzado la
categoría de indiscutible obra maestra. Posiblemente la película de Laughton
sea una de las más insólitas, bellas e inventivas de la historia del cine
norteamericano. Serían necesarias muchas páginas para examinar esta obra con
cierta exhaustividad[1]; nuestro
propósito, sin embargo, consiste en analizar un breve fragmento que da cuenta
de la extraordinaria puesta en escena que caracteriza todo el film.
Nos centraremos en un
personaje episódico, el verdugo. Personaje que sólo aparece en la secuencia que
comentaremos y muy fugazmente al término de la narración (en el momento en que
Harry Powell, tras ser condenado, es escoltado hasta un coche por la policía.
Uno de los agentes se dirige al verdugo, quien se encuentra en la calle: “Aquí
tenemos uno para ti, Bart”. Y el hombre replica: “Esta vez será un placer”. La
respuesta entra de lleno en la lógica de la narración: tras haber ejecutado a
Ben Harper, el verdugo se encamina a su hogar acompañado por uno de los
guardias de la prisión (1). El tono
de la conversación y la apesadumbrada expresión del verdugo muestran a las
claras que ejecutar a Harper (“Dejó viuda y dos hijos”) ha sido una tarea
horrible.
1
Una vez en casa, Bart le
expresa a su mujer su deseo de abandonar su trabajo y regresar a su empleo de
minero (2). La réplica de su mujer
es enormemente clarificadora: “Siempre te sientes así cuando hay una ejecución.
No tienes que estar presente” (You’re always this way when there’s a hanging. You never have to be there). Resulta
obvio que ella ignora que su esposo es el verdugo de la prisión[2].
2
A continuación, Bart se
dirige a la pila, en el primer término del encuadre y se limpia las manos, como
si sintiera la necesidad de purificarse después de haber llevado a cabo esa
tarea que los miembros de su familia ignoran (3).
3
Acto seguido, se dirige a
la habitación de sus hijos ya dormidos, y les arropa cariñosamente (4). Dos hijos -niño y niña- como los
dos hijos de Ben Harper, el hombre al que acaba de ahorcar.
4
A continuación, un plano
cercano de Bart: levanta la vista en actitud reflexiva (5) y en la banda sonora comenzamos a escuchar la canción del
verdugo:
Hing, hang, hung... See
what the hangman’s done.
5
Y la canción provoca un
asombroso encadenado musical. La tonada, interpretada armoniosamente mientras
contemplamos el rostro de Bart, se convierte en una algarabía entonada por unos
chiquillos con el cambio de plano (6):
un grupo de críos les están cantando la siniestra canción a John y Pearl, los
hijos de Ben Harper
6
John y Pearl aguantan
estoicamente la crueldad de los otros niños (7) mientras los críos siguen entonando la canción.
7
Y para resaltar la
crueldad, Laughton inserta un plano de uno de los críos que dibuja con tiza la
silueta de un hombre ahorcado (8)
8
Detalle que aísla por
primera vez a John en la secuencia (9),
en un plano cercano que se asemeja un tanto al plano de Bart, el verdugo,
cuando comenzamos a oír la canción del verdugo.
9
Y la culminación de la
secuencia se produce mediante un corte brusco a un plano general (10), muy amplio (John y Pearl a la
izquierda del encuadre; a los otros niños se les vislumbra en el extremo
opuesto del plano, con el enorme espacio del camino en el centro: es hacia el
hombre que se halla de espaldas hacia donde se dirige nuestra mirada).
10
Pero, ¿cuáles son los
pensamientos del verdugo? Al realizar ese magnífico montaje sonoro, parece como
si Laughton quisiera dotar de entidad a un personaje absolutamente marginal en
el curso del relato: ¿piensa acaso que les cantarán esa canción a sus propios
hijos si todos supieran que él es realmente el verdugo? ¿O está pensando en el
sufrimiento que experimentarán los hijos de Ben Harper? Es imposible dar una
respuesta al propósito del director. No en vano, el misterio y la imaginación
infantiles constituyen buena parte de la grandeza de La noche del cazador.
[1] Por descontado, la bibliografía sobre La noche del cazador ha aumentado considerablemente en los últimos
tiempos. El volumen más sobresaliente sigue siendo la obra de Preston Neal
Jones, Heaven and Hell to Play With. The
Filming of The Night of the Hunter (Limelight, Nueva York, 2002), una
suerte de historia oral sobre la elaboración del film compuesta de numerosas
entrevistas con varios miembros del equipo de rodaje. También posee interés la monografía de Simon Callow, The Night of the Hunter (Trowbridge,
BFI, 2002). Y, naturalmente, es muy recomendable la
lectura de la novela en que se basa la película: Davis Grubb, The Night of the Hunter,
Harper&Brothers, Nueva Cork, 1953 (hay una excelente traducción castellana
de J. A. Molina Foix, Barcelona, Anagrama, 2000). Entre las aportaciones patrias
se hallan el volumen de Domènec Font, La
noche del cazador. Charles Laughton, Paidós, Barcelona, 1999, y Juan
Gorostidi, La noche del cazador de
Charles Laughton, EIUNSA, Madrid, 2006.
[2] Algo que el subtitulado castellano omite. Tanto en las copias
exhibidas a partir de 1986 como en las ediciones en DVD, el diálogo se traduce
simplemente como “Siempre te pones así cuando hay una ejecución”, lo que
desvirtúa por completo el sentido de la escena, y, en las proyecciones
cinematográficas desencadena una irritante hilaridad – irritante al menos para
quien esto escribe.
[3] Hing,
hang, hung… Mira lo que ha hecho el verdugo/Hung, hang, hing… Mira cómo se
balancea el ladrón. “To Hang” es, claro
está, “colgar” en inglés.
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