Los
más jóvenes no se lo creerán, pero años ha –no demasiados- los premios de cine
importaban bien poco. Al común de la plebe, desde luego. A los galardonados
vaya sí les importaban (o lo parecía), pues con aquellas carreras por las
escaleras del Dorothy Chandler Pavillion o el Kodak Theater, aquellos
estallidos de júbilo, abrazos, besos y cucamonas tal parecía que se hubiera
encontrado la cura del cáncer. Por no hablar de los que entraban en liza y
habían sido derrotados: las expresiones de disgusto que afloraban en sus
rostros iban desde el “Me cambio de agente” a “Pero si ese hijo de puta tiene
dos” o “La muy zorra se debe haber tirado a media academia”. Indudablemente,
los tiempos han cambiado –ya no se nos permite apreciar las caras de los que se
van sin premio-, pues lo que antes se recibía entre indiferencia y bostezos,
como que le dieran el premio gordo en los óscars a Amadeus, el guión a Sylvester Stallone o el premio a la mejor actriz a
Jane Fonda hoy parece ser un asunto capital, trascendental, en el que
intervienen quinielas, porras, casas de apuestas y un monumental desafuero con
vistas a los del curso que viene, torbellino que comienza dos semanas después
de que se otorguen los premios y estos comiencen a enfriarse.
A Godard también le premiaron en
Cannes. La tarta era de nata
Esta
indiferencia por parte del aficionado no era casual. Si tenemos en cuenta que
casi todo el mundo era muy consciente de que en eso de los óscars lo que hacía
la industria gringa era premiarse a sí misma, que el asunto de una competición
artística era como bastante ridículo (ridículo que se ha extendido a todas
artes y partes: no es raro encontrar hoy un certamen tipo “Las cinco mejores
novelas escritas en El Bierzo, 2012”) y que la “ceremonia” la presentaban
individuos tan chispeantes como Bob Hope o Johnny Carson, pues el desinterés de
los que no estaban seleccionados era previsible. Hoy día, en cambio, no hay
cinéfilo que no conozca las selecciones en todas las categorías, que ignore la
existencia (y trascendencia) de los premios BAFTA, de los Globos de oro, de los
César, de los Goya e incluso de los de la revista nipona Kinema Junpo. Parece que fue ayer cuando el aficionado barruntaba
vagamente que existían cosas como la Palma de oro en Cannes, los óscars, los
Fotogramas de plata o los premios Sant Jordi…
“Qué hermosos son… Y cómo brillan… Y
tengo uno más que la zorra de mi hermana”
La
madre de todos los premios
El
premio que apasiona a todo cinéfilo es el óscar, naturalmente. Y conste que por
cinéfilo no nos referimos al vulgar
aficionado al cine (grupúsculo en el que nos incluimos), sino a ese ser que se
interesa por hechos tales como que Richard Burton y Elizabeth Taylor se casaran
siete veces consecutivas, que el matrimonio Paul Newman-Joanne Woodward durara
sesenta años, que Warren Beatty se tirara a 15.759 mujeres o a que Peter
O’Toole trasegara tres botellas de whisky al día en sus mejores momentos.
Lógico es, por tanto, que el cinéfilo se inquiete ante el dilema de si, pongamos,
un bodrio como Avatar se llevará el
premio a la mejor película o lo hará una basura como En tierra hostil.
Hay
que admitir, sin embargo, que estos premios han tenido una historia curiosa. En
particular, a nosotros nos entusiasma la primera entrega, la única en la que se
dieron dos galardones a la mejor película: uno como “mejor producción” que se
llevó Alas (Wings, William A. Wellman, 1927) y otro como mejor película “unique
and artistic production” que fue para Amanecer
(Sunrise, F. W. Murnau, 1927). Es
decir, que los jerifaltes de la industria, en un alarde de sinceridad que no
volvería a repetirse, decidieron distinguir entre la película comercial digna
que iba a arrasar en taquilla (y Alas
ha aguantado muy bien el paso del tiempo) y el film que no iba precisamente a
tener gran éxito popular, pero que era, y es, una obra maestra. Y además el premio al mejor actor
recayó en Emil Jannings, por The Last
Command y The Way of All Flesh. Desgraciadamente, ahí terminó la breve pero triunfal carrera
de Jannings en el cine yanqui, pues entre que con la llegada del sonoro su
acento alemán resultaba bastante antipático para el público gringo y que Emil
tuvo que decidir entre trabajar para dos antagónicos tiranos carismáticos,
Josef von Sternberg (con quien volvió a coincidir en El ángel azul, renovando el odio mutuo que se profesaban actor y
director) y Adolf Hitler, Jannings optó por el Führer, quien le pareció mucho más humano, cariñoso y atento que
Von Sternberg.
Con
el curso de los años, las distintas categorías de los premios aumentaron
considerablemente, la ceremonia adoptó el suspense con la apertura del
sobrecito donde aparecía el ganador (en los primeros tiempos los premios se
anunciaban con meses de antelación a la entrega), y durante décadas se estableció
el número de cinco seleccionados por categoría. Algo que no cambió fue la
estupefacción de ganadores y perdedores ante la lotería de las estatuillas.
Así, el último día de rodaje de Ben-Hur,
William Wyler le confesó a Charlton Heston: “Menudo bodrio hemos hecho. Espero
poder ofrecerte un papel mejor en el futuro”. Meses después, ambos recogían sus
respectivos premios con la mejor de sus sonrisas. Y es que el óscar maldito ha
sido una obsesión para cinéfilos, directores y actores. Los cinéfilos se quejan
amargamente de que Hawks, Vidor, Walsh, Fuller, Hitchcock y tantos otros jamás
recibieran el premio. Y Spielberg tuvo que soportar el desprecio de la
industria hasta que rodó la película más cara sobre el holocausto y, ya en
racha, se lo volvieron a dar un año después por la infame Salvar al soldado Ryan. Por no hablar del pobre Martin Scorsese,
galardonado por un remake de una peli
coreana que cuenta más o menos lo mismo que la suya, pero en 85 minutos y sin
Jack Nicholson ni Matt Damon.
También la exmujer de John McEnroe
tiene el suyo
No
obstante, no todos los implicados se pirran por el premio. Así, George C. Scott
decidió rechazar su óscar por Patton,
ya que una competición entre actores le parecía una soberana majadería. Y al
año siguiente, Marlon Brando, ya de vuelta de todo, envió a una “nativa
americana” (apache, para más señas; aunque las malas lenguas aseguran que era
una mexicana llamada María Cruz) para rechazar el galardón y denunciar el
maltrato sufrido por los indios desde la llegada del Mayflower hasta aquel momento (1972).
“También los ingleses y los suecos sois
responsables del genocidio de mi pueblo”, les espeta Satcheen Littlefeather a
Roger Moore y Liv Ullmann
Premios
de consolación
Aquí
entrarían los que hacen mofa de los supuestamente serios, tarea que nos parece
complicada, pues ya es bastante cómico que se premie a Tom Hanks, a Dustin
Hoffman o a Cliff Robertson por interpretar a autistas o a discapacitados
psíquicos de distinto grado. El galardón más célebre de estas burlonas
recompensas es el Razzie, conocido
oficialmente como Golden Raspberry Award. Los galardonados habituales son los
que usted se puede imaginar: Bruce Willis, Sylvester Stallone o el antiguo
gobernador de California. Sin embargo, estos premios también han tenido sus
momentos estelares: Paul Verhoeven recogió con orgullo el de peor director por Showgirls y Halle Berry hizo lo propio
con el suyo a la peor actriz por Catwoman,
acusando públicamente a su representante
de proporcionarle “papeles de mierda”. Y no olvidemos que Adam Sandler ha
ganado tres veces consecutivas como peor actor.
Sandra con su Golden Raspberry,
orgullosa como una reinona
De
festival por el mundo
Cuentan
los antiguos que en Cannes, Venecia, Berlín y otros lugares se premiaban
películas de excepcional calidad, a diferencia de los denostados premios de
Hollywood. No lo dudamos. Como tampoco dudamos que también por estos eventos
festivaleros ocurrían cosas rarísimas. El de Cannes, el certamen prestigioso
por excelencia, ha sido una fuente continua de despropósitos desde que La bataille du rail se llevó la primera
Palma de oro. Así, una película como Padre
padrone, por la que nadie daba un duro, consiguió triunfar en 1977. ¿Por
qué? Pues porque el presidente del jurado era Roberto Rossellini, quien nada
más ver el film de los Taviani pensó: “Estos son de los míos”. Y como Roberto
siempre tuvo un enorme poder de convicción y seducción, logró que los miembros
del jurado –a quienes Padre padrone
les pareció una birria– la votaran como mejor película, pese a las presiones de
la dirección del festival. Presiones que sí surtieron efecto un par de años
después, cuando Coppola ganó con Apocalypse
Now. Y no es que no se lo mereciera, pues se trata de una soberbia película
(el montaje original, no ese Redux
lanzado años después), pero el caso es que lo que se presentó a competición fue
una copia inacabada, con uno de los finales que se descartó en el montaje final
y la mezcla de sonido en mantillas. La United Artists, obviamente, estaba
desesperada por recuperar la cuantiosa inversión…
Estamos convencidos de que si Corazón salvaje ganó
en Cannes ello se debió al personaje de Bobby Perú
Y
esto nos recuerda una de las últimas películas seleccionadas para cientos de
premios que fuimos a ver al cine, The
Imitation Game. Ni la señora Snoid ni un servidor de ustedes sabían gran
cosa de la peli en cuestión. Pero en cuanto apareció el logo “The Weinstein
Company” comprendimos. Y cuando acabó la película, lo comprendimos mucho mejor.
Y es que los hermanos Weinstein tienen la pasmosa habilidad –o la capacidad de
sobornar a diestro y siniestro– de hacer que cualquier cagarruta parezca un
film “de prestigio”.
Sin
embargo, en ocasiones los festivales ofrecen sorpresas casi inimaginables.
Pondremos el glorioso ejemplo patrio del festival de San Sebastián. Ignoramos
si en ese momento el festival donostiarra estaba bajo el influjo de los Cahiers, pero en 1958 Vertigo se llevó la Concha de plata y
James Stewart el premio al mejor actor. Y un año después, Hitchcock repetiría
con North by Northwest. Mientras
tanto, Hollywood seguía negándole a Sir Alfred el pan y la sal…
El gafe de Jane Fonda: A Jon Voight le
costó décadas levantar cabeza. Cimino sigue en el fondo del sumidero
Orientales, discapacitadas y enanas también
tienen su óscar
La
marca España o Españoles en el mundo
Pensarán
ustedes que los españoles que mejor se han bandeado con esto de los premios
internacionales son gentes como Almodóvar y Amenábar. Quizá en el número o en
el grosor, pero no a la hora de recibirlos. Recuerden cuando Pedro recibió su
primer óscar y dio un discurso tan histérico e incomprensible que Billy Crystal
comentó: “A su lado, Roberto Benigni parece un profesor de inglés”. Con el
segundo, ya tenía la lección bien aprendida (y escrita) y encima se atrevió a
criticar (por lo bajinis) la política exterior de los EE.UU., apelando al
respeto a la “international law”. En fin, que estos dos no tienen gracia ni
cuando les colman de prebendas y parabienes.
De
hecho, los compatriotas que mejor se han movido en las turbulentas aguas
festivaleras han sido un productor, Elías Querejeta, y un director, Luis
Buñuel. Elías controló durante años el festival de San Sebastián, que por algo
era donostiarra y exjugador de la Real Sociedad. Daba igual que la peli en
cuestión fuera una birria (Los desafíos)
o magnífica (El espíritu de la colmena),
Elías siempre conseguía algún premio. Y no sólo en Donosti: piensen en
cualquier festival –Berlín, Chicago, Mar del Plata– que la peli, fuera de Saura
o de Jordi Grau, se llevaba algo al saco. Y si no se llevaba premio, quedaba la
mención o selección –óscars, Globos de oro, Leones de oro, de plata…Y a decir
verdad, la carrera de Querejeta como productor en cuanto a calidad y cantidad
es impresionante (sin coñas), a excepción de la birria aquella de Wenders, La letra escarlata (donde sólo se salva
nuestra amada Senta Berger), los sermones parroquiales de Montxo Armendáriz y
las pelis de su hija Gracia (pero es que uno por una hija hace cualquier cosa).
A
diferencia de Elías, Buñuel no se afanaba demasiado en la obtención de
galardones. Eso sí, cuando le daban uno, siempre la montaba, queriendo o sin
querer. Ustedes ya conocerán el célebre caso de Viridiana, la Palma de oro en Cannes y el artículo de L’Osservatore romano. Y años después se
llevó el premio gordo en Venecia por Belle
de Jour, entre otras cosas porque Carlos Fuentes y Juan Goytisolo formaban
parte del jurado. Este premio provocó otro escándalo, claro. Dado que, a pesar
del desmadre sesentero, un film que presentaba a una señora que era puta y
masoca por vocación no gustó ni a los progres de la época. Lo mejor, sin
embargo, estaba por llegar: en 1973 le dieron el óscar a la mejor peli
extranjera por El discreto encanto de la
burguesía. Al día siguiente, Buñuel, que jamás asistía a las entregas de
premios, se sinceraba ante la prensa: “Los americanos son gente cabal. Les
ofrecí 100.000 dólares si me daban el óscar y han cumplido el trato”. El
revuelo que se armó ante tal humorada fue espectacular. Pero hay que tener en
cuenta que la prensa –sobre todo la mexicana– acostumbraba a publicar historias
muy bellas sobre Don Luis. Como cuando se aseguraba que introducía hostias
consagradas en una jaula de grillos y decía, “Canta, hostia, canta: que si no,
verás lo que te pasa”. Comparen ustedes con Almodóvar y el berrido de Pe:
¡PEEEDROOOOO!
“Hombre…
qué menos. Si llevo años denunciando los males de este mundo”, dice el
cineasta-protesta Michael Moore
Además de pasarlo muy bien y enterarme de algunas de esas historietas que conoce usted, pero yo ignoraba, y me resultan muy jugosas, acabo de crear un premio para este post: La Frase Que Más Me Ha Hecho Reír Y Buena Falta Me Hacía.
ResponderEliminarEl premio es un par de cañas a las que invito en Malasaña y las nominadas son tres:
“Las cinco mejores novelas escritas en El Bierzo, 2012”
Jannings optó por el Führer, quien le pareció mucho más humano, cariñoso y atento que Von Sternberg.
Recuerden cuando Pedro recibió su primer óscar y dio un discurso tan histérico e incomprensible que Billy Crystal comentó: “A su lado, Roberto Benigni parece un profesor de inglés”.
Como la tercera es en realidad de Billy Crystal, que no creo que quiera venir a recogerlo, el premio con seguridad es suyo. Ya veremos, con el paso de los días, si me decanto por la primera o por la segunda. Va a ser difícil... No, mire Usted, decido ya y premio ex aequo a las dos.
Muy honrado, querido NáN, muy honrado. De hecho, es el primer premio que recibo en mi vida, ya que el de la exposición canina se debió más al porte majestuoso del can que tenía yo por aquel entonces...
ResponderEliminarAvisaré a Billy por si quiere acompañarnos por Malasaña. En cuanto responda, concretamos.
No olvide vitaminizarse y mineralizarse. Suyo siempre,
Snoid