Por el señor Snoid
Alguno de ustedes pensará
que hemos perdido el rumbo: “Pero, ¿cómo escriben un artículo sobre esto? ¿Qué
hay de Godard, Ozu, Ford, o Pudovkin? ¿Tanto se drogan estos majaderos?”. Hemos
de confesar que teníamos el firme propósito de reiniciar esta sección con la
crítica de una película española. Pero hace unos meses se organizó un dislate
tremendo a propósito de Ocho apellidos
vascos: uno esperó tanto a que disminuyeran las colas que la quitaron de
los cines cuando estaba psicológicamente preparado para verla; Gorostidi se
negó en redondo, alegando: “No soporto las películas que se burlan de los
andaluces: bastante tienen con lo suyo”, y el benemérito Francisco, el único
que la había visto, al ser interpelado para que escribiera una reseña, dio un
gruñido y salió de la redacción dando un portazo. Así que lo hemos dejado
correr (por el momento).
Además, tenemos motivos
sobrados para hablar de Kingsman. Uno
es que no despreciamos el cine comercial de acción y aventuras, sobre todo
aquel –raro hoy en día– que no considera al espectador un débil mental. Bien
comercial que fue en su momento, por ejemplo, Harry el sucio; y la crítica de entonces la puso a caer de un
burro, por violenta y fascistoide. Hoy muchos la consideran un clásico, y a
Harry un individualista incomprendido. Cuando se estrenó El hombre que mató a Liberty Valance, la crítica la tildó
generosamente de “otro western de John Wayne”. Y los plumillas británicos en
pleno masacraron Peeping Tom, al
igual que los franceses La regla del
juego. Y es que esto de la crítica en caliente es un deporte de riesgo.
Oxford sin picado
Kingsman se debate
entre la parodia y el homenaje al cine de espías de los años sesenta. Y aunque
tiene sus fallos, el film consigue salir airoso de semejante reto. No en vano
quien está detrás de la cámara es Matthew Vaughn, que ya había demostrado su
pericia en semejantes lides con Kick-Ass
(burla y homenaje al cine de superhéroes), una peli para críos hiperviolenta y
bastante salvaje. Como productor, repitió la jugada con la inevitable secuela Kick-Ass II, aún más bestia y gamberra
que la anterior. Su peli más floja, X-Men
Primera Generación, tenía al menos la virtud de demostrar que el bueno de
la función era realmente Magneto, y que el Doctor Xavier era como un miembro
destacado de las juventudes del Opus Dei que montaba un colegio mayor para
mutantes sectarios. Por no hablar de los modelos que lucía Kevin Bacon, ropajes
que dejaban a un Austin Powers en la categoría de un Beau Brummell.
Harry
Palmer, un precedente de los Kingsmen
con menos presupuesto para trajes
Kingsman cuenta lo
que contaban todas las pelis de espías de los sesenta: una organización de
agentes secretos ha de enfrentarse a un poderoso villano que tiene un maléfico
plan. Pero nuestro villano está adaptado a los tiempos y es un trasunto de esos
millonarios filántropos que todos admiramos: un Bill Gates, un Steve Jobs o un
Richard Branson. Preocupado además, como ellos, por la destrucción del ecosistema.
Nuestro magnate ecologista, Valentine (Samuel L. Jackson), ha hallado la
solución para que el planeta no se vaya al carajo. Su plan es digno de las
corporaciones informáticas o de telefonía móvil que tanto les acosan a ustedes:
repartir gratuitamente en masa tarjetas de acceso ilimitado a Internet y
llamadas gratuitas. Sólo que al activar la tarjeta, el usuario sufre unos
irrefrenables deseos de aplastar el cráneo de su prójimo, sea su bebé, su
esposa o cualquier desconocido con el que se tope. Y con esta drástica
reducción de la población mundial, el ecologismo, que no el mal, habrá
triunfado.
Por descontado, Valentine
ha de eliminar la oposición del agente de los Kingsmen Galahad (Colin Firth),
con quien tiene en común una afición desmesurada por las pelis de espías
sesenteras. De hecho, en la primera escena que comparten, ambos están de
acuerdo en que el cine de espías actual es “demasiado serio”, y Valentine
confiesa que de jovencito soñaba con ser uno de esos agentes que desbordaban
estilo y savoir faire internacional. A lo que Galahad replica: “Y yo con ser un
pintoresco megalómano”.
John
Steed tenía tanta clase como los Kingsmen
Galahad tiene un
protegido, Eggsy (Taron Eggerton), hijo de un antiguo compañero que murió por
su culpa. El joven es un típico representante de esa juventud británica que se
arroja desde la habitación del hotel de Magaluf a la piscina hasta que Galahad
y Merlín (Mark Strong) le desasnan mediante un brutal entrenamiento.
Entrenamiento que obliga a los aspirantes a cargar con un perro a lo largo de
las pruebas que han de superar y que da pie a uno de los mejores chistes del
film. Cuando el jefe de los Kingsman, Arthur (Michael Caine), le pregunta a
Eggsy por el nombre de su can, éste responde “JB”. “¿Por James Bond?” inquiere
Arthur. “No”. “¿Por Jason Bourne?” “No: por Jack Bauer”.
Flint:
la respuesta americana –y burlesca– a 007. Y encima más cool que un martini con vodka
Kingsman abunda en
buenos momentos, como la escena en la iglesia de la Supremacía Blanca de un pueblo
de Kentucky, donde Valentine prueba su tarjetita SIM y se desata un pandemónium
que hace que los feligreses se trastornen y se enfrenten entre sí con una
violencia similar a la de esas tertulias políticas televisivas o futboleras que
tanto abundan hoy; o el momento en que los multimillonarios y dirigentes
(Barack Omaba incluido) a quienes Valentine ha convencido para secundar su plan
y que se han refugiado en su guarida sufren un repentino –y sangriento–
estallido cerebral a los sones de la Marcha nº 1 Pompa y circunstancia de Elgar; o las divertidas secuencias en la
base londinense de los Kingsmen –una sastrería de lujo en Saville Row; o la
descacharrante presentación que hace Valentine de su tarjeta, demencial sátira
de las molonas presentaciones mundiales de los productos Apple que hiciera el
finado Steve Jobs…
“The female of this species is deadlier than the
male”: ¿es machista el cine de espías?
No todo, sin embargo, es
positivo. Como en toda película de acción de los últimos tiempos, las
secuencias violentas se alargan en ocasiones desmesuradamente, pese a estar
rodadas con buen pulso y eficacia. Y si hay algo que podamos reprochar son,
sobre todo, las incontables referencias
que Vaughn salpica a lo largo del film: aquí lo mismo cabe el guiño al Superagente 86 que a El agente de CIPOL, pasando por Flint,
Bulldog Drummond, Matt Helm o cualquier espía de la década prodigiosa. Un
festín para los aficionados al género que a nosotros nos resulto un tanto
empalagoso. Pero es que quizá el mayor defecto de Vaughn sea el exceso. Incluso
se homenajea a Tarantino y la famosa secuencia del reloj de Pulp Fiction. No en vano Vaughn produjo
aquellas primeras películas de Guy Ritchie, ésas que imitaban a Quentin a la
inglesa y que eran como la visión que un pijo educado en Cambridge tiene del
hampa. Por lo menos, Quentin no engaña a nadie: él sí que es pura plebe. No
obstante, Kingsman es un divertimento
más que digno.
La
extraña pareja: Lotte Lenya y Robert Shaw en Desde Rusia con amor. Ella, como los Kingsmen y Jim West, tenía
un zapato-puñal.
Estimado Snoid:
ResponderEliminarEn el día en que conmemoramos el 70 aniversario de la victoria sobre el fascismo, y a cuya celebración en Moscú no ha acudido ningún líder occidental, quiero hacer una pequeña reflexión.
El cine de espías, agentes y superhéroes, sean parodias o no, tiene un claro mensaje de defensa del sistema y de lucha contra cualquier forma alternativa que se enfrente a él. Generalmente basado en el más simple maniqueísmo, cala en el subconsciente del espectador.
Podemos buscar segundas lecturas a las acciones de Harry Callahan, Jack Bauer, Spiderman o Kick-Ass. Pero cuando los agentes de la ley y el orden asesinen por la espalda o de una paliza a un ciudadano en Ferguson, Baltimore o donde sea, no nos extrañemos si en la panadería alguien comenta, ante el asentimiento de los presentes, “algo habrá hecho”.
Atentamente, R. Chipeska.
Como de costumbre, está usted en lo cierto: estas cosas de polis y agentes secretos son por lo habitual propaganda chunga. Hay excepciones, sin embargo. Piense en una peli como "El espía que surgió del frío" (Martin Ritt, 1965), donde todos los personajes son bastante odiosos -sobre todo los agentes británicos- y el único por el que podemos sentir simpatía es el dirigente comunista encarnado por Oskar Werner. O el "Topaz" de Hitchcock, donde franceses, americanos y rusos son todos detestables, traicioneros, marionetas del sistema... Y el único que demuestra tener sentimientos y creer verdaderamente en su causa es un cubano, Enrique Parra (John Vernon).
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