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Un perro suizo
¡Qué alegría comprobar que Jean-Luc
sigue teniendo la misma mala leche de antaño y continúa en plena forma! Porque,
si les somos sinceros, sus últimos productos nos habían decepcionado bastante
–sobre todo, Film socialisme y las
universalmente alabadas Histoire(s),
que a nosotros nos provocaron cierta sensación de vergüenza ajena. Pero en Adiós al lenguaje parece que Godard ha
recuperado la inspiración, y ello, combinado con su perenne manía de tocar los
tachines a tirios y a troyanos y con una violencia audiovisual esta vez
justificada, hace que su última película sea su film abiertamente político más
brillante desde, por lo menos, A Letter
to Jane (1973). Y sí, ya ha llovido desde entonces.
Une merde est une merde
En esencia, lo que nos cuenta Godard es
que esta sociedad occidental suya, esta sociedad occidental nuestra, es un
estercolero: vivimos en estados democráticos que son más bien regímenes
totalitarios encubiertos, o, como diría Paul Virilio, nos hallamos en el estado militar-industrial. Godard apoya
esta tesis con un feísmo visual descarnado –la primera media hora de la
película está repleta de planos torcidos, invertidos, de “malos” encuadres
escogidos aposta… Y de situaciones que provocan el desagrado del espectador más
curtido. Por ejemplo, hay un plano de los pies de uno de los protagonistas
–plano que Godard sostiene varios segundos– que nos muestra los pinrreles más
asquerosos que hemos visto en pantalla o en la vida real. Nosotros, que no nos
avergonzamos de confesar que somos podófilos, casi vomitamos el roscón de reyes
sobre la nuca del espectador que teníamos delante al contemplar aquello; hay un
plano en el interior de una cocina que nos muestra el que posiblemente sea el
bodegón más feo de todos los tiempos, bodegón al que se suma el vello púbico de
la prota y no precisamente para aportar belleza a la imagen… Esta fealdad tan
concentrada puede llegar a sorprender al espectador habituado al Godard de los
sesenta o al de films como Save qui peu
o Passion. Pero lo cierto es que
Jean-Luc siempre ha sido fiel a sí mismo: ya en Los carabineros (1963) se alternaba un plano de un bombardero en
picado con la imagen de una postal, y aquí son modernos helicópteros de combate
que arrasan todo lo que hay a su alrededor los que se combinan con hermosas
imágenes de paisajes. De hecho, Jean-Luc continúa poseyendo un innegable gusto
para la composición, como lo muestra un fragmento que bien podría titularse
“Cómo fotografiar un paisaje”. Un plano tomado desde el interior de una
habitación a oscuras donde al fondo vemos una ventana que muestra un exterior
bellísimo y luminoso. Cuando el espectador ya empieza a pensar que el plano es
como una cosa muy pompier, Godard le
da una bofetada creando un extraordinario juego de luces intermitente sobre las
baldosas de ese interior en penumbra.
3D
Esta reseña quedará inevitablemente
incompleta, pues al parecer Godard, haciendo gala de un sentido del humor
bastante sádico a la par que zumbón, rodó Adiós
al lenguaje en 3D. Por desgracia, en el cine donde vimos la peli no
proporcionaban las gafitas –tampoco es que las fuéramos a comprar, no se vayan
a creer–, así que nos conformamos con las tradicionales 2D, algo que provoca
una espantosa saturación del color en numerosos planos (recordamos con horror
uno del Tour de Francia, con todos esos drogadictos montados en bici ascendiendo
el Tourmalet), pero que encaja a la perfección con la buscada fealdad plástica
del film.
C’est
irritant
Hace algún tiempo, la señora Snoid,
atareada en la cocina y dándole duro a la Thermomix, escuchó que desde el salón
provenía el ruido de una máquina de escribir y la canción Palabras para Julia interpretada por Paco Ibáñez. Dejó lo que
estaba haciendo y se dirigió a la sala cuando la inequívoca voz de Jean-Luc
soltaba “Solitude de la mer… Mer de la solitude” o alguna pendejada similar. La
pobre exclamó: “¡Ése es Godard! ¡Siempre fastidiándome!”. Repliqué que sí, que
Godard deseaba fastidiarla, y que si lo dudaba se lo preguntara al propio
Jean-Luc. Ni corta ni perezosa, la señora Snoid escribió una carta a la sede de
Sonimage en Suiza para inquirir sobre el particular. A vuelta de correo, Godard
contestó que, en efecto, hacía sus films para irritarla, y que cuanto más
irritada estuviera más satisfecho se sentiría él…
Un mundo de citas (y de vainas)
Como de costumbre, el cúmulo de citas y
referencias es enorme: de Dostoievski a Otto Rank pasando por Solzhenitsyn; las
citas cinéfilas son bastante curiosas, pues incluyen mediocridades como el Dr. Jekyll de Mamoulian o Las nieves del Kilimanjaro de Henry
King. Hay un propósito claro en todo ello: las referencias remiten a historias
de amor trágicas –por ejemplo, los planos de Las nieves del Kilimanjaro contienen la presencia de Ava Gardner y
Gregory Peck, los de Jekyll a Fredric
March y Myriam Hopkins, la novela de Dostoievski que se atisba es Los endemoniados–, como trágica es la
historia de amor que muestra Adiós al lenguaje:
la de una pareja que vive en un perpetuo estado de incomunicación, que no
quiere “producir” hijos, sino adoptar un perro, perro que será, a la postre, el
auténtico protagonista de la función.
Roxy
Aunque a nosotros nos encantan los
perros –por motivos distintos a los de otras personas: por ejemplo, que no
soportan a sus semejantes– no estamos del todo de acuerdo con la tajante
afirmación godardiana de que “es el único animal que te quiere más a ti que a
sí mismo”. Roxy es el perro de la pareja arriba mencionada: dado que vivimos en
una sociedad cuyas funciones consisten en comprar (a cualquier precio), usar
(con desgana) y tirar (lo más rápidamente posible) para que la rueda gire una y
otra vez efímeramente, Roxy es abandonado por sus amos en una gasolinera con
nocturnidad y alevosía. Y Roxy se refugia en el bosque, convirtiéndose en una
suerte de Ernst Jünger perruno que ha hallado al fin su “emboscadura”. Y es que
la vida del canchoso con la parejita no podía ser más desdichada: Godard hace
hincapié en ello mostrando al perro en el interior de la casa mediante planos
muy cerrados, casi asfixiantes, y con un Roxy en un estado de apalanque total
–debajo de una mesa, encogido en un sofá–, mientras que los planos del chucho
en medio de la naturaleza son mucho más abiertos y el animal demuestra su
recién adquirida felicidad. Una duda, sin embargo, nos asalta: ¿es el nombre
del perro un homenaje a uno de los primeros palacios cinematográficos, aquel
cine neoyorquino con capacidad para 6.300 espectadores que fue derruido en
1960? Sería mejor no hilar tan fino o tan basto, pero es que con Jean-Luc nunca
se sabe…
Godard y Él
Que sepamos, no hay referencia alguna a
dios en la obra anterior de Godard. Aquí, sin embargo, se le menciona varias
veces. Nosotros, en nuestra inocencia, y dado que la mera idea de dios nos
parece tan estrambótica y ridícula como una peli de Cecil B. De Mille (el
director que mejor ha expresado esta disparatada noción), pensábamos que eso de
“el anciano creador descreído que llega a dios en su vejez” era tan falso como
que Martin Scorsese es un gran director. Y, sin embargo, la visión de Adiós al lenguaje nos ha hecho dudar. No
olvidemos que Jean-Luc siempre tuvo un fondo de calvinista suizo. Por fortuna,
nosotros, que fuimos “educados” en la fe católica, sabemos muy bien, como el
Tenorio (y tan cínicamente como él), que “un punto de contrición/basta para la
salvación”.
En cuanto al resto, apenas hay
novedades respecto a las obsesiones de Godard: el Holocausto judío, Hitler
(“alguien que hizo lo que dijo”), lo gilipollas que somos los hombres con las
mujeres (aquí Jean-Luc adopta una pose autobiográfica más o menos encubierta),
la pintura de Monet y cómo copiarla en cine, el uso imaginativo de la banda
sonora… Pero, sorprendentemente, en Adiós
al lenguaje no aparece una de las obsesiones capitales de Godard: él mismo.
Adiós a todo eso
“En el futuro, todos necesitaremos un
intérprete”, dice la protagonista. Para comunicarnos aunque hablemos el mismo
idioma, claro. Sabiamente, Godard ha entendido que en los últimos tiempos las
palabras han sufrido un “vaciado de significación” –algo que enlaza con la idea
del estado dictatorial disfrazado de democracia participativa–. Sólo que ahora
no nos limitamos a escuchar pasivamente, sino a repetir como cotorras lo que
nos impone el estado –por medio de la prensa, Internet, la publicidad… La idea,
desde luego, no es nada novedosa –se puede hallar en Orwell respecto a la
ficción literaria y en algunos lingüistas “de vanguardia” en cuanto a la teoría,
e incluso el propio Godard la ilustraba brillantemente en la escena de la
fiesta de Pierrot le fou (1965)–,
pero rara vez la hemos visto tan radicalmente expresada en cine. “Estoy harta
de las palabras”, exclamará el mismo personaje ante la pantalla de plasma que
ha sustituido a la pantalla de cine. Y es que lo que Godard nos viene a decir
no es que “las palabras ya no bastan”, sino que “las palabras son ya
absolutamente inútiles”.
Estimado Señor Snoid:
ResponderEliminarSi tener mala leche es hacer tostones como Je vous salue Marie, entonces sí, Monsieur Godard va sobrado.
Suyo afectuoso, R. Chipeska
Pero mi querido Chipeska, ¡si la peli que menciona es de las más sosegadas de Jean-Luc! Además tiene el inconveniente de que en el cine -no sé cómo será la edición en DVD- ponían antes un corto de su mujer, "El libro de María", que era mucho mejor que lo que venía después... Y no me negará que "el ángel del señor", vagabundo borracho y violento no tenía cierta gracia...
ResponderEliminarQue no, que Godard es un pelmazo. Su cine está sobrevalorado, como la nouvelle cuisine o el mayo francés
EliminarInteresantes comparaciones: en lo de la nouvelle cuisine, de acuerdo; en lo de mayo del 68, también, aunque a mí me hace gracia la teoría que afirma que la CIA lo organizó como venganza hacia De Gaulle por salirse de la OTAN. En cuanto a Godard, lo amas, lo detestas y, en raras ocasiones, coges lo bueno que hay en él-y yo creo que es mucho- y lo malo -que es abundante- hace que te entren ganas de estrangularle. Muchas veces, es algo que ocurre en una sola película...
ResponderEliminarCoincido con el señor Snoid: tal vez el gran problema de Godard es que no tiene una película perfecta de principio a fin: lo bueno convive con lo malo, lo inteligente con lo bobo, lo bello con lo feo, etcétera.
ResponderEliminar¡Ay! Me consuelo pensando que si yo me explicara tan bien como tú, no tendría el éxito que tengo con las mujeres...
ResponderEliminarPierrot le fou; À bout de souffle; Alphaville y la mencionada en mi primer comentario, Je vous salue Marie, son las películas que he visto de Godard. Todas en salas de proyección y creo que por ese orden. Si ha habido alguna otra, el Doctor Alzheimer la ha borrado de mi maltrecho cerebro.
EliminarNo necesito escuchar toda la discografía de Abba, para saber que no son buenos y que nunca habrá en mi discoteca, salvo que alguien me lo regale, uno de sus discos.
Estimado Chipeska:
ResponderEliminarHa quedado claro. Detesta a Godard. No se inquiete: no tiene efectos secundarios y además a nosotros nos parece muy bien. Es más, le envidiamos. Porque Godard adora a los aficionados que, como usted o la señora Snoid, le aborrecen. En cambio, a los que le admiramos -con reservas- nos desprecia. Así es de miserable este pretencioso auteur...
No me he explicado bien. No detesto a Godard. La sensación que me provocaron sus películas no tenía que ver con la irritación, la incomodidad, ni nada parecido. Era más tedio, aburrimiento, sopor.
ResponderEliminarDesde luego Godard no me parece aborrecible como Francisco Marhuenda, Meryl Streep, Cristiano Ronaldo, Íñigo Errejón o la campaña Je suis Charlie.
Pierrot le fou; À bout de souffle; Alphaville. Pues yo, miren ustedes, con esas tres pelis quedé enganchado a su cine. Lo que son las cosas: de haberme conocido Jean-Luc, habría podido pasar de ser un detestado genérico a un detestable particularizado.
ResponderEliminarLuego, mi relación con él se fue enfriando, quizá porque algunas pelis me aburrieron, o porque me costaba más ir al cine (todavía vi unas cuantas).
No sabía de esta peli última-testamento. Y lo que he leído en esta Crítica de Ocasión me ha metido las ganas de verla en cuanto pueda.
No me queda muy claro lo que en esta crítica lo dice Godard y lo que lo dice el Sr. Snoid. En cualquier caso, mi acuerdo con las ideas es temerariamente alto.
La señora Snoid, capaz de salir de la cocina para afirmar que Godard ha hecho cine con la intención expresa de fastidiarla a ella, es un ángel. Me la saluda.
Querido NáN,
ResponderEliminarTodo lo que está entrecomillado aparece en la película: que sea o no de Godard es harina de otro costal, dada su afición por las citas. De hecho en los créditos finales aparecen todos los personajes saqueados: de Beckett a Marx, de Dostoievski a Antonin Artaud (quien fue presentado en un cabaré cubano como "Totonán Totó"). Las elucubraciones e interpretaciones, sin duda erróneas, son de este servidor suyo...
La primera que yo vi -en cine y en VO- fue Pierrot le fou y me dejó completamente fascinado. Lo que no impide que a veces también me irrite, sin llegar a los extremos de la señora Snoid...