Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963)
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Abordamos hoy un
subgénero que merece pasar con letras de oro a la historia del celuloide,
puesto que no ha dado siquiera una sola película medio decente. La peli de rock
(o con estrella de rock) es una estrambótica mezcolanza de cinta musical y film
de terror, y todavía no tenemos claro cuál de estos géneros nos da más repelús.
Y es que la combinación rock-cine siempre ha engendrado resultados risibles,
cuando no penosos, tal que la relación, pongamos, de un Alan Parker con el cine
mismo.
The Once and
Future King
Elvis fue la
primera Rock Star que se convirtió
asimismo en estrella de cine. El problema es que después de su tercera y mejor
película, King Creole (que no es una
maravilla, pero hay canciones buenas, transcurre en Nueva Orleans y sale Walter
Matthau haciendo de malo), sus films eran cada vez más penosos. El esquema del
film presleyano era siempre idéntico: Elvis tenía algún oficio bizarro
(socorrista en Acapulco, motorista suicida en una feria ambulante, piloto de
avioneta fumigadora, conductor de tanques, etc.) que combinaba con su afición
predilecta, esto es, la música, y además se debatía entre dos mujeres, una un
poco putón y la otra una virgen candorosa. Triunfaba el amor verdadero y Elvis
interpretaba un montón de baladas empalagosas, de esas que hacen que el público
prenda el mechero, la vela o la antorcha. Y lo bueno es que al Rey no le
faltaron oportunidades para haber hecho cosas diferentes: Kazan quiso contratarle
varias veces –con la disparatada idea de hacer de él un nuevo Brando–, Hawks le
quiso para Rio Bravo y Mitchum le
ofreció ser su co-protagonista en Thunder
Road. Pero el mánager de Presley vetó todas estas excentricidades, para
amargura del llorado rey.
El
tipo de peli que le obligaban a hacer a Elvis
Si no nos falla
la memoria, la única estrella del rock de los 50 que hizo algo bueno en el cine
fue Ricky Nelson, quien interpretó al joven pistolero en la mencionada Rio Bravo. Justo es reconocer que Ricky
brilla en una de las mejores escenas, aquella en la que él, Dean Martin y
Walter Brennan entonan My Rifle, my Pony
and me. Como también hay que reconocer que Hawks, al ver que Ricky era un
actor pésimo, redujo su presencia y su diálogo al mínimo. Recordarán ustedes
que Ricky, cada vez que aparece en escena, se palpa la napia con un dedo: un
truco habitual de Hawks para que no se note que uno de sus intérpretes no es
precisamente un actor prodigioso… Dado que era el mismo gesto que hacía el gran
Montgomery Clift en Río Rojo.
Más
populares que Jesucristo
Tal blasfemia no
es de nuestra cosecha: la profirió John Lennon ante la prensa en un momento de
despiste de Brian Epstein. Sin embargo, y pese a la posterior quema masiva de
discos de los Beatles en Alabama y Tennessee por haber soltado tamaña
barbaridad, lo cierto es que John tenía más razón que un santo. Pues la
beatlemanía fue tan ubicua en los años sesenta como Pablo Iglesias en La Sexta
en el momento que escribimos estas páginas. Por tanto, era inevitable que los
muchachos dieran el salto al cine. Tuvieron un éxito clamoroso con ¡Qué noche la de aquel día!, peli que
muchos críticos despistados asociaron al Free
Cinema, algo que cabreó notablemente a Lindsay Anderson y a Tony
Richardson, gente con poco sentido del humor. El director Richard Lester
repitió la jugada con Help!, y aunque
la crítica fue menos entusiasta, la peli ganó un pastón, que era de lo que se
trataba. Sin embargo, no todos en aquella época apreciaban a los Fab Four:
No hay duda de
que el coreano malo pega a Bond por semejante herejía, golpetazo que aplaudió a
rabiar el público en 1965. No obstante, los Beatles siguieron insistiendo en
esto del cine hasta llegar a su obra maestra, Magical Mistery Tour, un film que parece dirigido por un Béla Tarr
atiborrado de LSD, por lo extraño e incomprensible que resulta. La última, Let it Be, es un absoluto tostón pese a
la presencia de Yoko Ono y el odio indisimulado que le demuestran tres de los
cuatro miembros del grupo. En fin, que el único que sacó tajada de estas
aventuras fue nuestro Beatle preferido, Ringo Starr, quien inició una carrera
cinematográfica sumamente coherente que alcanzó su cumbre interpretativa con Cavernícola, aunque hay que admitir que
clavaba su papel de teddy boy en That’ll Be The Day.
Lennon intenta
esnifar una Pepsi en A Hard’s Day Night. Eran tiempos de tolerancia
Rock
y cine de “autor”
No sabemos por
qué, pero cuando recordamos algún plano de aquellas películas que encumbraron a
Antonioni, siempre pensamos que tales planos quedarían mejor con una canción de
Simon y Garfunkel de fondo. Uno de esos momentos en que Delon o Mastroianni o
Vitti ponen cara de tener pensamientos elevados ganaría mucho con alguna
cancioncilla que sonara tal que “Hello,
darkness, my old friend…” o “He was a
most peculiar man…”. Posiblemente porque en Blow-Up, aquella cosa tan moderna en 1966 y que hoy es tan camp como las fotos coloreadas de
nuestros bisabuelos, los Yardbirds tenían una aparición estelar. Recordarán
ustedes que David Hemmings aparece en un concierto donde el juvenil público
está zombificado hasta que Jeff Beck destroza su guitarra, Hemmings recoge los
restos del instrumento y entonces cunde el histerismo entre el populacho. La
cosa tiene su gracia, pues a quienes Antonioni quería contratar era a los Who,
no a los Yardbirds, dado que el que tenía justa fama por destrozar guitarras para animar
el cotarro era Pete Townshend, como si su gigantesca nariz no fuera suficiente.
Lo que ocurrió fue uno de esos frecuentes accidentes que suelen ocultarse: un
ayudante de producción recibió el encargo de contactar con los Who, se
confundió (había muchos grupos entonces: que si los Animals, los Small Faces,
el Spencer Davis Group, los Canarios...) y contrató a los Yardbirds por error.
Antonioni ni se enteró, por cierto.
Jeff
Beck y Keith Relf en Blow-Up, momentos antes de “¡Muere, maldita!”
Otro que se
subía al carro de la modernidad sin la menor indulgencia era Jean-Luc Godard.
De nuevo es el caso del guiri que llega a la Gran Bretaña y mete la pata.
Resulta que Jean-Luc había sido contratado para hacer una peli pro-abortista
(anécdota real), pero cuando se instaló en Londres el productor había perdido
el interés por el proyecto y le propuso hacer un “musical juvenil”. Godard
estuvo de acuerdo, siempre que los protas fueran los Beatles o los Rolling
Stones (o ambos). Como los de Liverpool dijeron que nones, dado que Brian
Epstein les prohibió relacionarse con un rojo antisistema (y encima francés),
los Stones aceptaron de mil amores. El resultado fue One plus One/Sympathy for
the Devil, bodrio que consiste en el ensayo y grabación de la mencionada
cancioncilla junto con unas generosas dosis de maoísmo, mayo del 68 y las
habituales reflexiones de Jean-Luc sobre Jean-Luc. La aventura tuvo, sin
embargo, un final feliz. Durante la presentación en el National Film Theatre,
Godard se dio cuenta de que el productor había insertado la canción completa por
aquello de dar a la película mayor “comercialidad”. Así que Jean-Luc se sintió
en la obligación de arrearle una hostia en plena jeta a su productor, el
gerente de la filmo quiso mediar, Jean-Luc pretendió golpearle también y el
hombre, antiguo miembro de las Special Air Forces (SAS), arrojó a Godard desde
el escenario al patio de butacas. El público estaba entusiasmado y daba palmas,
pensando que aquello era parte del happening.
No obstante, y pese a que el incidente casi provoca otra de las frecuentes
guerras entre Inglaterra y Francia por la excusa de Calais o de quién es el
auténtico rey de Francia, la peli tuvo consecuencias inesperadas: Mick Jagger,
ebrio de notoriedad y de níveos polvos, acometió una ridícula carrera
cinematográfica en la que brillan títulos como Performance, Ned Kelly o Freejack. Y desde entonces, Godard ha
seguido fiel a los últimos cuartetos de Beethoven.
Godard
dirigiendo a Brian Jones, quien parece un tanto desorientado…
Aunque
reconocemos que, en el fondo, a nosotros nos gusta Godard (y alguna cosa de
Antonioni también), hemos de decir que el rock es un campo abonado para el
cineasta inepto. El caso más sobresaliente es el de Alan Parker, quien no
contento con regalarnos inmundicias de la calaña de El expreso de medianoche o Birdy,
ha metido varias veces sus sucias zarpas en el subgénero. Recordarán ustedes
cosas como Fama o Los Commitments, por no hablar de The Wall, una peli aún más horrorosa y
deprimente que el disco de Pink Floyd en que se basa: y es que Alan nunca hace
nada a medias.
La Ópera-Rock
Llegamos a la
cumbre del disparate dentro de un muy disparatado subgénero. Me dirán ustedes
que casi todos los libretos operísticos son para vomitar. No lo negamos. Pero
una cosa es el texto de El trovador y
otra escuchar la ópera: te olvidas por completo de que la historia y lo que se
dice es de una necedad increíble. Y no nos hablen de Wagner: sus muy alabados
libretos nos parecen asimismo infames, aunque sus bizarras óperas nos gusten.
La Ópera Rock
dio comienzo con el disco de los Who de 1968 Tommy. Argumento: un joven ciego y sordomudo supera sus discapacidades
al convertirse en una estrella del pinball
y se convierte en un mesías religioso hippie. Como ven, esto es, en principio,
similar a lo de Sigfrido, el oro del Rin y esas lesbianas voladoras llamadas
valquirias. Digámoslo a lo bestia: ¿quién podía tener huevos para adaptar
semejante argumento al cine? Pues Ken Russell, hombre. Russell ya había hecho
un par de musicales excéntricos, uno sobre la vida de Mahler –que merece la
pena verse por una escena en la que se parodia salvajemente Muerte en Venecia de Visconti– y otro biopic acerca de Chaikovski, que contó
con el mejor intérprete posible para encarnar al torturado compositor ruso:
Richard Chamberlain. Por tanto, era lógico que Russell llevara al cine Tommy en 1975, y con un reparto
espectacular: Oliver Reed, Ann-Margret, Jack Nicholson, Eric Clapton, Tina
Turner y decenas de estrellas más. No les decimos que el resultado es infumable
porque resulta obvio. Pero se nota que Jack Nicholson se lo pasó en grande el
único día que rodó.
The Unholy Three: Ann-Margret, Roger Daltrey y Oliver
Reed en Tommy
Los Who
volvieron a las andadas en 1973 con Quadrophenia,
otro doble disco que cuenta las angustias de un joven mod con tal despliegue de efectos sonoros –olas, graznidos de
gaviotas, sintetizadores, melotrones, el arpa de Harpo Marx– que resulta
difícil pasar de la Obertura. Y se
hizo peli, claro, aprovechando el mod
revival de principios de los 80. Una peli curiosa –que no buena–, pues su
protagonista encarna a un joven bastante odioso y tarugo y el retrato que se
hace de la Inglaterra de 1965 es muy desmitificador. Y además sale Sting
interpretando a un botones de día/bailón de noche, y el muy sinvergüenza
demuestra algo que se hizo evidente a lo largo de los 80: que es un actor
espantoso. Suponemos que por eso David Lynch le dio el papel de villano en Dune. O quizá fue Dino de Laurentiis.
El Biopic de la
estrella del rock
Nuestro
afroamericano airado favorito, Spike Lee, sentenció: “Siempre que se hace una
película sobre una estrella [negra] de la música, es para mostrar sus problemas
con las drogas, con la mafia o con la gente que la rodea”. Quizá. Pero Lee
olvida que en el caso de Lady Sings the
Blues, biografía descafeinada de Billie Holiday, quien cortaba el bacalao
era el negro productor Berry Gordy jr., el mismo que despidió al blanco
realizador Sydney J. Furie para ocupar él mismo la silla del director. Y
sospechamos que a Lee no le gustó Bird
porque Charlie Parker estaba casado con una blanca…
De cualquier
forma, la película biográfica no suele contentar a casi nadie. El televisivo Elvis de John Carpenter tuvo la única
virtud de juntar al director con Kurt Russell, pareja que después hizo cosas
más divertidas, como 1997: rescate en
Nueva York. Nosotros nos quedamos con The
Buddy Holly Story, una muy modesta película que no carece de aciertos: la
música es buena, Gary Busey no lo hace mal (pese a que su dentadura es mucho
más prominente que la que exhibía Buddy) y, en líneas generales, la peli es
bastante fiel con respecto a la corta vida del biografiado. Como anécdota,
recordemos que el batería de los Who, Keith Moon, falleció justo después de ver
el estreno del film en Londres (de verdad: no es tan mala). Otro que se
estrelló junto a Buddy Holly en la misma avioneta fue Richie Valens, el de La Bamba, que cuenta también con una
buena banda sonora (y poco más). De todas formas, no nos quejamos: ¿se imaginan
una biopic española de, digamos,
Miguel Ríos o Bruno Lomas? Eso sí que sería una maravilla…
El
cine español también ha abordado el subgénero con inolvidables películas. ¿Qué
se creían?
Me ha encantado reírme (lo necesitaba) y espero volver para decir lo que más me ha gustado. Lo que menos es que atacas mi escasa cinefilia al tratar mal Qué noche la de aquel día.
ResponderEliminarComo anécdota, hace unos meses recibí un sms de un amigote que me decía: "Tal día como hoy, hace 50 años", tuvimos un gran éxito en la cárcel de Alicante tocando el rock de la cárcel". La verdad es que no lo recordaba... pero mi memoria de esas actuaciones es escasa.
Es mucho más divertido y cruel lo de "hace 50 años". Como lo son las anécdotas que cuentas de esas pelis.
Volveré. Esto no ha hecho más que empezar.
De nuevo me acusa injustamente, querido NáN: no he puesto a caldo A Hard Day's Night. La única de los Beatles que he mencionado como horrorosa es Let it be... A decir verdad, de la primera de los Beatles sólo recuerdo a Ringo y al actor que hacía de abuelo de Paul...
ResponderEliminarMuy bueno lo del rock de la cárcel... en plena cárcel