Por Juan Gorostidi
Para Tag
Gallagher
Todo empezó con
una sencilla pregunta:
Cuando es posible, ¿le gusta hacer una
escena desde un solo ángulo, sin cortes, como en la escena del río con Stewart
y Widmark?
Bueno,
queda mejor si puedes hacerlo así, si puedes acercar la cámara de manera que el
público pueda ver bien los rostros. Algunos directores se inclinan por reglas
fijas –dicen que tienes que hacer un primer plano de cualquier cosa. (…) Si
puedo rodar una escena en un plano de dos, donde se puedan ver bien ambos
rostros, prefiero hacerlo de esta forma.
Esto respondía
John Ford a Peter Bogdanovich a propósito de una escena de Dos cabalgan juntos (Two Rode
Together, 1961)[1].
Varios
historiadores y críticos se han mostrado entusiastas respecto a esta secuencia[2].
Para otros, sin
embargo, la escena carece de valor redentor alguno en una película que juzgan
muy mediocre[3]
o, como mínimo, irregular dentro del corpus de Ford. Hay que recordar que Ford
declaró que hizo la película como un favor a Harry Cohn, el patrón de la
Columbia (Cohn murió en 1958; Dos
cabalgan juntos se rodó en 1961), que el guión le pareció horrible y que,
junto a su guionista habitual de aquel entonces, Frank S. Nugent, intentó
introducir el mayor número de elementos cómicos posibles (en mi opinión, lo
peor del film) dentro de una historia muy sombría y plagada de personajes
desagradables. No obstante, Dan Ford dejó claro que el director aceptó el
encargo tras nueve meses de inactividad –algo inédito hasta entonces en su carrera–
por la posibilidad de trabajar con James Stewart y por un generoso salario
(225.000 dólares y un 25% de los beneficios)[4].
Indudablemente, Ford pensó que podría moldear el material a su gusto. El
resultado final, sin embargo, a pesar de que el film cuenta con momentos
extraordinarios, está muy lejos de hallarse entre lo mejor del director.
El fragmento
consiste en una conversación, rodada sin cortes y con la cámara inmóvil, entre
el marshal Guthrie McCabe (James
Stewart) y el teniente de caballería Jim Gary (Richard Widmark). McCabe le
confiesa a Gary que el motivo de su decisión de acompañarle a Fort Grant es
huir de Belle Aragon, amante del marshal
y propietaria del saloon y burdel de
Tascosa. Guthrie confiesa que sus ingresos no se limitan a los 100$ de su
sueldo, sino que se lleva el 10% de todos los negocios de Tascosa. La reacción
de Gary es de sorpresa e indignación: McCabe no sabe aún que el propósito del
ejército es enviarle a territorio comanche –es un buen conocedor de los indios–
con el fin de obtener del jefe Quanah Parker (Harry Brandon) la liberación de
cautivos blancos –algunos de ellos han estado viviendo entre los comanches
desde hace muchos años. Pero, ante todo, veamos la secuencia:
Lo que nos
“explica” el plano, mediante el diálogo, es que McCabe está lejos de ser el
típico héroe fordiano: es un marshal
corrupto y carece de escrúpulos. Gary, en cambio, es la integridad
personificada (un papel de escasa enjundia para Widmark). A decir verdad, este
tipo de plano no es tan habitual en la obra de Ford: su montaje casi siempre es
ágil y dinámico[5],
y los momentos que exigen algún tipo de exposición verbal suelen ser vertidos
con gran rapidez, omitidos o bien poseen una maravillosa inventiva: quizá el
ejemplo más bello se halle en Caravana de
paz (Wagonmaster, 1950). Cuando
Sandy y Travis deciden ayudar a la caravana de los colonos mormones, lo harán mediante una canción; posiblemente uno
de los momentos más hermosos de la obra de Ford.
Sin embargo, no
se puede negar que estos planos existen en algunas películas de Ford. Pero, por
lo habitual, cuando el director emplea este método de puesta en escena, lo hace
obligado por un guión verboso que no ha querido o podido “sublimar”. Los ejemplos,
además, abundan en sus películas más flojas o irregulares. Así, en Escala en Hawai (Mr. Roberts, Ford y Mervyn LeRoy, 1955) hay un largo plano
secuencia inicial en el que Henry Fonda le explica a William Powell sus motivos
para pedir el traslado del carguero en el que ambos sirven a un navío de
combate. La escena, rodada en realidad por LeRoy, es un calco en estudio de la
escena original rodada por Ford en los exteriores de Midway. En Misión de audaces (The Horse Soldiers) hallamos un plano muy similar: un personaje le
“explica” a otro, y de paso a nosotros, los espectadores, los motivos de su
conducta. En este caso, el coronel Marlowe (John Wayne) le cuenta a Hannah
Hunter (Constante Towers) las causas de su odio por los médicos –uno de los
débiles pilares dramáticos de la película es el continuo enfrentamiento entre
Marlowe y el médico que encarna William Holden. Y Marlowe detesta a los médicos
porque su mujer murió a causa de una operación practicada por unos galenos que
creían que tenía un tumor que debía ser extirpado. Veamos la secuencia:
No hay duda que
la interpretación de Wayne (y en menor medida, la de Towers, pues el arte
interpretativo también consiste en saber escuchar) salva en parte el momento,
bastante mediocre en lo que concierne al guión. Pero ello no impide que la
secuencia tenga un cierto sabor a artificiosidad, a una impostación extraña muy
alejada de la naturalidad usual en Ford. Piénsese en el propio Wayne
interpretando un personaje trágico esta vez, el de Tom Doniphon en El hombre que mató a Liberty Valance (The Man who Shot Liberty Valance, 1962):
la dignidad, la tristeza, el sentimiento de derrota… Toda una gama de emociones
está presente en una interpretación perfectamente fluida.
Paradójicamente,
aquello que Ford quizá intentaba soslayar –los excesos de unos guiones
mediocres, sobre todo en los momentos iniciales, “expositivos”– se convirtió en
algo enormemente llamativo y digno de atención para estudiosos y críticos: una
prueba más de su maestría a la hora de extraer de sus actores brillantes
interpretaciones. Nuestra opinión es que aquí se ha producido, irónicamente, un
equívoco: lo que el director pretendía “despachar” de una forma sencilla,
consciente de las debilidades de los guiones, fue acogido como una muestra de
gallardía artística. Quizá la razón se deba a que estos momentos –hay que
repetirlo– no son frecuentes en la obra de Ford, los espectadores tendemos a
fijarnos en lo “llamativo” (pocas cosas hay más llamativas que unos planos
secuencia de dos o tres minutos con la cámara inmóvil y los actores parloteando
sin cesar) y precisamente estos momentos se hallan en algunas de las películas
menos logradas del director. Quizá.
Lo cierto es que
habría resultado más sencillo –y más ilustrativo– recurrir a otra entrevista,
la que mantuvieron Howard Hawks y Joseph McBride:
¿Hay alguna cosa que crea que puede
hacer mejor que Ford?
Creo
que no podría hacer el tipo de comedia que él hacía (…). Él decía que si tenía
que rodar una escena que no le pareciera especialmente buena prefería hacerla
en una sola toma en vez de fragmentarla en varios planos. Si yo tengo que rodar
una escena de esa clase, intento hacerla de forma que resulte tan rápida como
me sea posible[6].
Volvamos a Dos cabalgan juntos. Ahora quisiera
fijarme en un par de secuencias asimismo, en parte, “explicativas”, pero que
ilustran perfectamente la maestría de la puesta en escena de Ford. La primera
es un diálogo entre Elena (Linda Cristal) y Guthrie McCabe, en el que ella relata
cómo fue capturada por los comanches, el asesinato de su padre y su marido y
los cinco años que ha estado viviendo con un jefe comanche, Stone Calf. Elena
cuenta su historia. Aparece Stone Calf y McCabe acaba con él y, al ver la
reacción de la muchacha, McCabe profiere un “¡Cállese!...Traiga los caballos”
que pone fin a la escena. Veámosla:
1 |
Elena
narra la historia de su cautiverio (1) ante la mirada y las preguntas de McCabe
(2). A la pregunta “¿Y su madre?”, la muchacha cuenta que “murió cuando yo era
muy niña” y se persigna a la vez que pronuncia estas palabras (3).
2 |
Ambos
oyen un ruido; Elena se muestra angustiada y McCabe le sugiere que se siente a
su lado, junto al fuego. Y le pregunta que si no le importa que la rodee con su
brazo (4).
4 |
Aparece Stone
Calf, que es abatido por McCabe (5-6). El plano de los disparos es el único
plano cercano de toda la escena. El que el indio se “deje matar” de una forma
tan aparentemente grotesca tiene una explicación. En un momento anterior, se
nos había informado de que el comanche pertenecía a una sociedad guerrera que
creía en una magia capaz de desviar las balas.
6 |
Lo más brillante
de la escena se produce a continuación. Al ver a su marido indio muerto, Elena
se arroja junto al cadáver y da comienzo a un canto fúnebre que es interrumpido
bruscamente por McCabe (7). Un momento que, superficialmente, podría parecer
tan grotesco como la muerte de Stone Calf. Sin embargo, lo que hace aquí Ford
es mostrarnos quién es Elena realmente: se persigna cuando recuerda a su madre
muerta; entona un canto fúnebre indio cuando ve a Stone Calf muerto. Más
convincente que toda su narración de la vida entre los indios, ello demuestra
que la muchacha, a causa de sus años de cautiverio, posee una personalidad
escindida. Por un lado es una mujer blanca, católica y mexicana (se persigna
ante el recuerdo de la muerte) y por otro es una comanche que realiza un ritual
indio ante su marido comanche. Sin embargo, McCabe desea devolverla al mundo de
los blancos (8).
7 |
8 |
La segunda
secuencia transcurre en una habitación y tiene los mismos protagonistas. En el
fuerte, Elena ha encontrado el rechazo o la curiosidad morbosa de los blancos y
se muestra desdichada, consciente de que ya no puede volver a ser la mujer que
era antes de su captura. McCabe la consuela y le insta a luchar. Le propone ir
esa misma noche a un baile que ofrecen los oficiales del fuerte.
1 |
La composición principal
de la escena se basa en un plano medio de los dos personajes, con una fuerte
presencia de la “cuarta pared”, de la que los espectadores somos plenamente
conscientes. No obstante, Ford cambia de plano estratégicamente y acerca la
cámara cuando siente que el drama de Elena lo exige. Así de la entrada inicial
de McCabe en la habitación (1) pasamos a un plano cercano en el que la muchacha
expresa su frustración ante las miradas de reprobación de las buenas gentes que
habitan el fuerte (2). “Se preguntarán: ‘¿Con cuántos salvajes habrá estado?
¿Cuántos mestizos habrá tenido?’”
2 |
Vuelta al plano
inicial (3). Ahora McCabe tomará la iniciativa y tratará de convencerla de que
tiene que luchar contra los prejuicios raciales de aquellos que saben que vivió
cinco años con los comanches. Para ello, aproxima una silla y se sienta frente
a Elena: “Nadie desea tener su pasado grabado en su frente” (4).
4 |
De nuevo al
plano medio inicial. McCabe ha persuadido a Elena de que debe cambiar de
actitud y afrontar el rechazo de los blancos. La convence para asistir a un
baile esa misma noche y se pregunta de dónde podrá sacar un traje para ella, y
añade: “Algo habrá que hacer con su pelo”. Aquí Ford se permite el único
momento cómico de la escena, al insertar un primer plano de Elena (5) mientras
McCabe intenta arreglar su cabello con resultados un tanto grotescos.
5 |
6 |
McCabe sale por
la puerta lateral. Durante unos segundos, Elena queda sola en la estancia, con
la mirada fija en la estela de su “salvador” (6). McCabe vuelve a entrar, y,
sin mediar palabra, se acerca a la muchacha y la besa (7). Y vuelve a salir sin
que haya un cruce de palabras entre ambos; Elena permanece en el lugar, sola de
nuevo (8). Un momento de extraordinaria belleza, de maravillosa efusión de
sentimientos, realzado por la decisión del director de mantener la cámara fija
en ese plano medio que determina el tono y la composición de la escena.
7 |
8 |
En conclusión,
¿qué tenemos aquí? Una secuencia que ha sido comentada y analizada en numerosas
ocasiones y que provocó un cierto malentendido sobre las características y
preferencias en cuanto a la puesta en escena de John Ford; una secuencia, que,
nos tememos, obtuvo su gloria meramente por ser un largo plano secuencia y por
la relajada interpretación de los actores, que, según se cuenta, improvisaron
buena parte del diálogo. Por el contrario, el verdadero arte de Ford, presente
incluso en una película menor dentro de su filmografía como Dos cabalgan juntos, es capaz de brillar
en otras dos escenas que comparten con la anterior algunas características:
tenemos sólo dos personajes en pantalla y el diálogo es abundante (y, sobre
todo, “explicativo”), pero aquí Ford recurre al montaje y a su inventiva visual
para dotar de vida y emoción a los personajes y a lo que les ocurre: se nos
dice que Elena ha vivido cautiva cinco años con los comanches, sí, pero también
se nos muestra ese hecho. El corrupto
McCabe termina por convertirse en un ser humano decente y es en Elena en quien
encuentra la salvación (irónicamente, ya que él es el “salvador” de los
cautivos blancos), algo que se manifiesta en ese mágico plano en el que sale de
la habitación, besa a Elena y vuelve a marcharse, convertido, como la propia
Elena, en una persona distinta. Pocas veces “la redención a través del amor” se
ha mostrado de forma tan bella.
Referencias:
Anderson, Lindsay, About John Ford,
Plexus, Londres, 1981 [trad. cast.: Sobre
John Ford. Escritos y
conversaciones, trad. de Francisco López Martín, Paidós, Barcelona,
2001].
Bogdanovich,
Peter, John Ford, University of
California Press, Berkeley/Los Angeles, 1992 (1ª ed., 1967) [trad. cast.: John Ford, trad. de Fernando Santos
Fontela, Fundamentos, Madrid, 1996].
Eyman, Scott, Print the Legend.
The Life and Times of John Ford, Simon&Schuster, Nueva York, 1999
[trad. cast.: Print the Legend. La vida y época de John Ford,
trad. de Mónica Rubio Fernández, T&B Editores, Madrid, 2001].
Ford, Dan, Pappy. The Life of John Ford, DaCapo, Nueva York, 1998.
Gallagher, Tag, John Ford. El hombre y su cine, trad. de
Francisco López Martín y Juan Gorostidi, Akal, Madrid, 2009 [ed. revisada y
ampliada de su John Ford. The Man and his
Films, University of California Press, Berkeley/Los
Angeles, 1986].
Godard,
Jean-Luc, Godard par Godard. Les annés
Karina (1960 à 1967), Flammarion, París, 1985.
Latorre, José
María, “John Ford o la modernidad de los clásicos”, Dirigido por, 64 (1979), pp. 6-17.
Magny, Joel,
“Two Rode Together”, en Rollet, Patrice y Saada, Nicolas (eds.), John Ford, Éditions de l’Étoile/Cahiers
du cinéma, París, 1990.
McBride, Joseph,
Hawks on Hawks, University of
California Press, Berkeley/Los Angeles, 1982 [trad. cast.: Hawks según Hawks, trad. de Montserrat Tiana Ferrer, Akal, Madrid,
1988].
---, Searching
for John Ford, St. Martin’s Griffin, Nueva York, 2003 [trad.
cast.: Tras la pista de John Ford,
trad. de Josep Escarré García, T&B Editores, Madrid, 2009].
Urkijo,
Francisco Javier, John Ford, Cátedra,
Madrid, 1996.
[1] Bogdanovich, 1992, pp.
98-99 (en lo sucesivo, las traducciones son mías).
[2] Sin ningún ánimo de
exhaustividad, citaremos algunas opiniones. Así, Urkijo, 1996, pp. 330-331: “Ya
antes, Ford había desarrollado su gusto por los planos fijos (cargados de valor
secuencial) para los momentos temáticamente climáticos: Fort Apache (1948), Horse
Soldiers [sic] (Misión de audaces,
1959). Con todo, el camino recorrido por el realizador con este título sirve
para encontrar el de su más grande realización de los 60”; Eyman, 1999, p. 483,
aun desdeñando la película, admite que “Dos
cabalgan juntos posee algunos placeres ocasionales. Hay una maravillosa y
divertida escena entre Stewart y Widmark a orillas de un río”; o este análisis
de José María Latorre, 1979, p. 10: “…el tan analizado y alabado plano
secuencia de Richard Widmark y James Stewart conversando junto a la orilla del
río, tuvo, de cara a los cinéfilos de la época, un indudable valor vanguardista
(incrustaba dentro de un film “de argumento” una forma de rodaje característica
del “cinéma-verité”, haciendo asomar al actor al mismo tiempo que al
personaje). Hoy sin embargo (y éste es un tributo que debe pagar el cine todo),
la secuencia no extraña a casi nadie, y el plano fijo se asume, sin demasiadas
estridencias, como una necesidad de ella. Desvanecido este esplendor
vanguardista (…) lo que más interesa de la secuencia es que ella contiene,
entero, tanto el significado del film como su colocación dentro de la obra de
John Ford: está la evidencia de que, en Dos
cabalgan juntos, Ford no se interesaba por las acciones-argumento, por la
aventura, sino por las acciones-manifiesto, por el actor; el encuadre se
mantiene fijo hasta exprimir el absurdo de argumento y situación”, o Magny,
1990, p. 140: “La realización, en apariencia perezosa, carente apenas de
escenas de acción (muy breves) y de esos vastos planos donde el grupo se
integra armoniosamente dentro de un paisaje majestuoso, acumula largas escenas
conversacionales y logra cierta desmitificación del mundo fordiano”. Por su
parte, Godard, 1985, p. 175, la escogió como la mejor película de 1961 en su
lista “Les dix meilleurs films de 1961”.
[3] McBride, 2003,
621-623, está más interesado en la cuestión de por qué se filmó la secuencia de
esa forma y llega a la conclusión, con la ayuda de Harry Carey, de que lo que Ford
pretendía era que el equipo se calara hasta los huesos (Ford ordenó
colocar la cámara en medio del río), y sobre todo, dado que tanto Stewart como
Widmark llevaban tupé y padecían sordera, poder exclamar al término de la toma:
“Llevo cincuenta años en esta industria. ¿Y qué termino haciendo? ¡Dirigir a un
par de peluquines sordos!”. No obstante, McBride recoge también unas
reveladoras declaraciones del actor Richard Widmark: “En realidad, resultó ser
una escena muy interesante. El hecho de que no hubiera tomas por encima del
hombro, sino tan sólo este plano de dos, da la impresión de que estos dos
personajes sencillamente deciden sentarse y hablar de lo que ha ocurrido y de
lo que va a suceder. El que no hubiera cortes era muy útil a la hora de establecer
el tempo y la importancia de la
escena”. Anderson, 1981, p. 171, realiza un análisis más breve y
ajustado: “Esencialmente, Dos cabalgan
juntos necesitaba ser un relato más amargo, incluso trágico –algo en
absoluto adecuado al tipo de cine al que Ford había dedicado toda su vida”.
Gallagher, 2009, pp. 508-512, destaca los defectos y virtudes de la película:
“La amargura, el revisionismo, el carácter inconexo y experimental de este
período de transición alcanzan su punto culminante en esta película”.
[4] Ford, 1998,
pp.287-288.
[5] Y sin embargo, hay en
efecto una cierta leyenda acerca de la querencia del director por las tomas
largas. Como dato anecdótico, Henry Fonda recordaba –erróneamente– que la
escena de su despedida en Las uvas de la
ira (The Grapes of Wrath, 1940)
se había realizado en un solo plano:
“HF: ¿No era un único plano?
LA: No, y resulta interesante. La
última vez que la vi me di cuenta que hay un plano de dos y un par de planos de
cada personaje.
HF: ¡Como ves, no me acuerdo en
absoluto! ¡Esto demuestra lo mucho que me fijo cuando veo la película!”, en
Anderson, 1981, pp. 219-220.
Don Francisco trata de educarme cinematográficamente, como se puede ver en su respuesta a mi comentario en el post anterior, quitándome esa costumbre de ver cine como cuando tenía 9 años y aplaudía cuando los indios atacaban a los vaqueros (claro que luego volvía a aplaudir cuando aparecía el Séptimo de Caballería, la coherencia nunca ha sido lo mío). Y creo que algo está consiguiendo, porque me sorprendo viendo pelis grabadas y rebobinando un poco para ver cómo estaba hecha una escena.
ResponderEliminarPero en este post tuyo el modo de rodar trata un tema que me llueve sobre mojado. Es decir, que eso ya lo he pensado mil veces con los libros: esa necesidad de escribir un párrafo, o rodar una escena, para dar al espectador o al lector unas informaciones decisivas para entender la historia. El problema es cuando a mí eso “me saca” de la historia, me parece un andamiaje que ha quedado a la vista.
Pues bien, esos planos-secuencia no me han sacado de la historia. Por lo que cuentas, imagino que Ford se encontró con el engorro de un guión “pobre” en la manera de tratar lo que llamas los “expositivos” engorrosos, y encontró la solución de meterlos en una toma con pocos planos. ¡Pues a mí me ha parecido excelente! Lo he visto como una historia creíble y atractiva.
La próxima vez que vea un plano-secuencia, lo identificaré. Con vosotros me estoy dedicando a aprender “a brazo partido”. (Y, como sabes, no uso la frase hecha metafóricamente).
Hala, ya puedo pasar al cine y el rock.