Por Francisco López Martín
(https://www.blogger.com/profile/16390775877354915759)
Si Ernst Lubitsch
(Berlín, 1892-Los Ángeles, 1947) es uno de los nombres indiscutibles de la
comedia americana, El bazar de las
sorpresas (The Shop Around the Corner,
1940) es una de sus películas más perfectas. El análisis de su primera
secuencia pone de relieve que la maestría del director no cede un ápice ante la
de otros grandes nombres del Hollywood de aquellos años: en apenas cuatro
minutos, el filme no sólo lograr retratar, con agilidad y sutileza encomiables, el microcosmos
de la tienda en la que se desarrollará la historia mediante un despliegue de soluciones formales que refuerzan la
finura del guión, la impecable caracterización de los personajes y la maestría
de los intérpretes, sino mostrar, en el comienzo mismo del relato, muchos de los motivos -e incluso algunas de las claves- esenciales de su desarrollo.
Tras el cartel
introductorio:
una panorámica de más
de 180°, que se inicia como un plano de seguimiento de una bicicleta:
y cuyo movimiento nos
presenta las calles y las gentes de Budapest , rápidamente sigue a otra
bicicleta, que se detiene ante la tienda «Matuschek És Cº»:
El corte con raccord de eje y la panorámica de la
cámara que sigue el movimiento del personaje al bajar de la bicicleta nos lleva
a un plano de dos:
Se trata de dos
empleados de la tienda (el señor Pirovitch y el joven Pepi) que empiezan a
charlar mientras esperan ante ella la llegada del dueño. El plano permanece
inmóvil durante unos quince segundos, antes de que un nuevo corte desplace la
cámara a la izquierda y disminuya todavía más la escala, mientras Pepi se queja
del trato que recibe por parte de la señora Matuschek:
El plano, de doce
segundos, da paso, por corte, a una nueva angulación: un tercer personaje se
acerca por la izquierda y la cámara, una vez más, traza una pequeña panorámica
de seguimiento, hasta que la señorita Katzek se integra, primero, en un plano
de tres:
que, a continuación,
mediante un pequeño travelling de
avance y el desplazamiento hacia la derecha de Pepi, se convierte en un breve
plano de dos:
Nuevo corte y nueva
angulación: la cámara vuelve a situarse a la izquierda, captando ahora,
mediante un leve movimiento de retroceso, a los tres personajes, mientras
recoge la entrada por la derecha de una cuarta empleada, Ilona:
Enseguida, Pepi avanza
hacia el grupo, hasta crear una especie de triángulo cuyo vórtice está dominado
por Ilona y las pieles que exhibe con orgullo ante sus colegas, puesto que todas
las miradas se dirigen hacia ella:
Sin embargo, en cuanto
Pepi empieza a hablar, él se convierte en el vórtice dominante:
pero por muy poco
tiempo, apenas un par de segundos: la cámara se desplaza ligeramente hacia la
izquierda en un movimiento que rima con la entrada desde el fondo derecha de un
quinto personaje, el señor Kralik, que domina doblemente –por su altura y por
ser el nuevo centro de las miradas– el plano:
Tal es su poder, que incluso
hace que uno de los personajes –Pepi, a quien encarga bicarbonato– salga del
plano, como más adelante hará el propietario de la tienda, el señor Matushek:
Mediante una serie de
panorámicas, travellings, planos de
diversas escalas y cortes con pequeños cambios de angulación –un hermoso
ejemplo de ese «arte de la variación» propio de los grandes maestros antiguos que hemos analizado en otras entradas del
blog [1]
y que seguirá desarrollándose durante toda la secuencia–, Lubitsch ha reunido a
cinco de los empleados de la tienda del señor Matuschek, dejando en último
lugar la entrada del señor Kralik, que será el protagonista de la historia.
Sólo entonces hace entrar a su antagonista, el elemento que, con su felonía,
pondrá en peligro la continuidad del negocio y amenazará con la disolución del
grupo, el señor Vadas:
Si el circunspecto
Kralik entra en escena a paso lento y con la mirada baja, el atildado Vadas lo
hace con paso enérgico y la vista al frente. Igual de llamativo es el contraste
entre el mínimo movimiento que ha hecho la cámara para dar cabida a Kralik y el
aparatoso cambio de angulación con que recibe en travelling la entrada de Vadas, o el hecho de que, pese a ocupar
directamente el centro del grupo, ahora disgregado en dos –cuando Kralik, en
cambio, lo había aglutinado sin necesidad de ocupar esa posición central–,
todas las miradas lo rehúyan:
Un nuevo corte con una
pequeña panorámica de alejamiento aísla a los tres personajes masculinos:
pero sólo por un segundo,
porque la cámara sigue a Vadas hasta el grupo de las mujeres:
Un nuevo corte
prescinde de Vadas para centrarse en Pirovitch y Kralik, invitado la noche
anterior a cenar en casa de los Matuschek:
Corte al plano de las
mujeres, que dirigen su mirada, como el propio Vadas, nuevamente hacia Kralik:
y nueva panorámica de
la cámara hasta formar un grupo de cinco, cuya angulación, configuración y
sentido, no obstante, difieren notablemente de los que habíamos visto con
anterioridad, entre otras cosas porque Lubitsch ha hecho sentarse a Kralik,
situándolo de ese modo por debajo de Vadas:
Pero Vadas, que no deja
de revolotear a un lado y a otro, enseguida desaparece por la izquierda,
apartándose aparentemente de la conversación:
Así llegamos al momento
crucial de la escena. En un plano ocupado exclusivamente por Vadas –el
único personaje señalado así por la planificación: todos los demás aparecen
siempre acompañados por alguno de sus colegas–, éste, ante lo que quiere hacer
entender que le parecen cuchicheos sobre la mujer del jefe, declara: «La señora
Matuschek es encantadora»:
una observación que
atrae a las mujeres, mediante un barrido de la cámara, hacia él, en actitud
indignada:
Con ellas lo vuelve a
dejar Lubitsch, mientras los hombres siguen a lo suyo:
Hasta que Vadas, en su mariposeo
incesante, vuelve a entrar en plano:
poco antes de que Pepi
entre por la derecha para dar el bicarbonato a Kralik:
y salga enseguida por
la izquierda:
Vadas vuelve a hacer un
comentario que ahora despierta no ya la indignación de dos de las mujeres, sino
la del propio Kralik, y que da lugar a un nuevo plano de cinco:
en el que Kralik trata
de imponer su autoridad sobre Vadas, pero sin lograrlo, no sólo porque un sutil
movimiento de retroceso y elevación de la cámara ha conseguido, de nuevo,
igualar la altura del encorvado Kralik con la de su rival, sino porque que
ahora los personajes no dejan de cruzarse miradas y palabras:
un caos que únicamente
se interrumpirá con un nuevo corte y una nueva angulación de cámara que nos
presentan la llegada del coche que transporta al señor Matuschek, cuyo mero sonido
pone fin a la disputa:
y en el que diversos
movimientos (el vehículo que aparca, Pepi que entra raudo en el plano para
abrir la puerta, Matuschek que sale y se vuelve para dar una propina al
conductor) establecen un contrapunto con la estabilidad espacial que había
presidido la última parte del plano anterior:
Una pequeña panorámica
nos hace avanzar con el señor Matuschek hasta el centro del grupo, reordenado
por Lubitsch para sacarle el máximo rendimiento escenográfico en lo que queda
de secuencia; en su movimiento vuelve a arrastrar a Pepi, hace que los hombres
se lleven la mano al sombrero y concentra todas las miradas:
Un nuevo movimiento de
Matuschek arrastra a todos los personajes hacia él, y también a la cámara, pero
sólo dos se sitúan a su espalda, en
posición simétrica, tratando de adoptar su mismo punto de vista: Vadas, que
ocupa ya su lugar en el lecho conyugal, y Kralik, que se hará cargo del negocio
cuando Matuschek descubra que su mujer lo engaña e intente suicidarse:
Tras un corte de
acercamiento con raccord de eje:
Matuschek formula una
pregunta (¿«Quién ha puesto esa maleta ahí?») que provoca el movimiento de un
nuevo personaje –el señor Pirovitch, tapado por Matuschek y que, a su vez, tapa
a Ilona– y ofrece la ocasión para que el plano los recoja con claridad a todos,
en un pequeño tour de force
compositivo:
Rápidamente, corte de
alejamiento, con panorámica de retroceso, sin que Matuschek deje de ser el imán
de los movimientos de sus empleados ni Lubitsch deje de encontrar la ocasión
para encontrar nuevas composiciones:
Sin cambiar de plano,
la cámara sigue a Matuschek hasta la cancela de la tienda:
Mientras tanto, los
personajes van entrando en cuadro, empezando por Vadas, que, en ausencia de
Pepi –a quien también Matuschek envía a por bicarbonato–, acude raudo a
ayudarlo:
La subida de la cancela
coincide con un nuevo corte y un cambio de angulación. Se trata del último
plano de la secuencia, en el que vemos a los personajes entrar uno detrás de
otro en la tienda, y la obsequiosidad de Vadas para con su jefe contrasta con
la cansina forma en la que Kralik se mete las manos en los bolsillos al
observar el servilismo de su colega:
Aquí podemos ver la
secuencia completa:
[1] En Pudovkin (http://elbulevardeloscapuchinos.blogspot.com.es/2014/01/sobre-la-madre-de-vsevolod-pudovkin.html), Ozu (http://elbulevardeloscapuchinos.blogspot.com.es/2014/02/flores-de-equinoccio-de-yasujiro-ozu.html) y Von Sternberg (http://elbulevardeloscapuchinos.blogspot.com.es/2014/07/capricho-imperial-de-josef-von-sternberg.html).
Francisco, ya le anuncié a la Sra. Snoid que estaba prestando mucha atención a tu Curso Contundente sobre Lubitsch. Una aventura de mi brazo izquierdo ha retrasado la intención de decírtelo. Ni siquiera he leído los tres enlaces que propones al final.
ResponderEliminarPero ayer, viendo una peli en casa, me sorprendí a mí mismo prestando atención a cómo estaban construidas algunas escenas. Yo he sido más bien de ver cine embobado, desde los programas dobles de la infancia. Cuando empecé a fijarme en cómo estaba hecha la película, pensé: Esto es por la influencia boulevariana.
Y te lo digo ahora, porque Mr. Snoid se ha apresurado a pasar a otra lección.
Muchas gracias, Nán. Sinceramente, no creo que pueda haber captación del sentido –o, como mínimo, intento de construcción de uno– sin conciencia de la forma.
ResponderEliminar