Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963)
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963)
Estábamos el otro día
tomando el postre con el parte de TVE1 de fondo cuando una noticia-anuncio hizo
que se nos helara el arroz con leche. Resulta que la empresa de usura COFIDIS
(esa que nos ayuda a pagar el recibo de la luz mediante generosos
microcréditos) había realizado una encuesta sobre “lo que más ilusiona a los
españoles”. Y se veía a la gente respondiendo en la calle a tan impertinente
pregunta. Las respuestas eran desoladoras: “Conservar mi puesto de trabajo, que
sólo trabajo 18 horas al día por 350 euros”, “Virgencita, que me quede como
estoy”, “Que Cataluña no se separe de España, que tengo una prima en Sabadell”.
Sin embargo, el resultado oficial de la encuesta, llamada pomposamente
BARÓMETRO COFIDIS DE LA ILUSIÓN, era que lo que más ilusiona a los españoles es
“hacer un viaje”. “Sólo de ida, claro”, fue el inevitable chiste fácil que
proferimos. Y suponemos que para realizar tal viaje habrá que pedir un crédito
a esa magnánima firma. Sin embargo, las respuestas nos dejaron bastante
perplejos. Uno ya no espera que a la pregunta de “¿Qué es lo que más le
ilusionaría a usted?” se responda “Conquistar Asia Central” o “Destruir a mis
enemigos y escuchar los lamentos de sus mujeres”, pues está claro que los
españoles hace tiempo que perdimos el aliento épico. Sin embargo, violentos
siempre lo hemos sido, y, por tanto, bien podría algún encuestado haber
propuesto algo así como “Que pongan una guillotina en la Plaza Mayor y que
vayan pasando Botín, Rajoy, Rubalcaba, Soraya, las Koplowitz, Rato, Florentino
Pérez y demás”. Pero nada: estamos totalmente adocenados. ¿Qué fue del espíritu
de Puerto Urraco? Y no me vengan con el chiste de “Anoche se me apareció el
espíritu de Ermua, y…”
Si en los informativos ya
meten anuncios de una forma tan salvaje y descarada, es obvio que la tan
cacareada Edad de Oro de la tele se referirá a la ficción que se hace para este
popular medio. Es un suponer. Porque también es cierto que hay programas que nos
proporcionan una diversión infinita. Por ejemplo, el presentador del parte de
13TV, Alfonso Merlos, ese hombre con una quijada descomunal (es igualito al
prota de American Dad) que tiene una
obsesión con la Universidad Complutense, sin duda porque le catearon varias
asignaturas de la muy compleja carrera de Periodismo. O, hasta hace no mucho, el moderador del
célebre Gato escaldado, ese individuo
que imita a José Antonio Primo de Rivera en el peinado y en la forma de hablar.
O los numerosos programas de deportes, como ese Jugones de La Sexta, donde el locutor muestra una pasión por
Cristiano Ronaldo que solo es comparable a la del calvo por Fernando Alonso o a
la de Tristán por Isolda (o Iseo). En fin, que el nivel de la tele actual es
difícilmente superable. Pero antes de ver eso de la ficción (es decir, las
series), vayamos por partes y aclaremos qué es eso de una edad de oro.
El concepto Edad de Oro es, por supuesto, un invento
griego. Ustedes saben que los griegos han inventado mogollón de cosas, desde la
dialéctica hasta el rescate bancario. Y los clásicos nos cuentan que eso de la
edad de oro se originó o se inspiró en Arcadia, una región del Peloponeso donde
sus habitantes eran, al parecer, menos brutos que los espartanos y menos
taimados que los atenienses. De hecho, los arcadios, pese a pertenecer a la
liga aquea, se escaqueaban bastante de las innumerables guerras que los griegos
montaban entre sí o contra otros pueblos. Si nos apuran, sólo recordamos una
mención a un arcádico capitán en la Anábasis
de Jenofonte, un capitán del que mucho se reían los otros oficiales, pues
escogía a sus tropas según su belleza física.
La Arcadia dio mucho juego
literario. Como sus habitantes se dedicaban básicamente al pastoreo y la región
era bastante inaccesible, pronto los vates griegos crearon un género literario
llamado pastoril, en el que los protagonistas eran pastores y pastoras que se
dedicaban principalmente a sus asuntos amorosos, a tocar instrumentos, a cantar
y a que los rebaños murieran de inanición por el abandono. Y en esto consistía
la edad de oro arcádica: un lugar de holganza y amoríos constantes, donde
siempre, además, hacía un tiempo esplendoroso, como un Benidorm sin guiris y
sin esos edificios horrendos. El iniciador del asunto pastoril fue Teócrito con
sus Idilios, poemas donde también
existe el amor entre pastores del mismo sexo, pero nunca con las ovejas. De
cualquier forma, el lector más degenerado e interesado en el asunto –el asunto
de las amistades viriles en un contexto de antigüedad clásica– deberá dirigirse
al célebre cronista deportivo Píndaro, cuyos Epinicios –himnos en honor de los participantes en los Juegos
Olímpicos de antaño, no los televisados de hoy día– dejan en ridículo las loas
que puedan recibir un Nadal, un Messi o cualquier tuercebotas contemporáneo.
Ramón
Menéndez-Pidal y Charlton Heston debatiendo sobre el sentido de El Libro de
Buen Amor. Pidal sostenía que la obra era
fruto de un “clérigo apicarado”, Heston que “poseía una honda lección moral”.
La mayoría de los especialistas está hoy de acuerdo con Heston. (Foto cortesía
de la RAE)
La literatura pastoril
tuvo un éxito tremendo y naturalmente fue adoptada, como casi todo lo griego,
por los romanos. Con la diferencia de que Virgilio y sus compatriotas evitaron
cuidadosamente la temática gay. La cosa gozó de éxito de público y crítica
hasta el siglo XVIII, cuando el irracionalismo francés acabó con estas
fantasías y las sustituyó por las del Marqués de Sade. En fin, sólo decirles
que el tema pastoril de la edad de oro llega prácticamente hasta hoy. Les
pondremos un didáctico ejemplo: Shakespeare se inspiró para A Midsummer Night’s Dream en un episodio
de la novela pastoril del portugués renegado Jorge de Montemayor, Los siete libros de la Diana (libro que
vendió más en el XVI que los de Alatriste hoy), Ingmar Bergman se inspiró en
Shakespeare para su Sonrisas de una noche
de verano, y naturalmente, Woody Allen en Bergman para La comedia sexual de una noche de verano. Como ven, lo de la edad
de oro fue (y es) un filón inagotable.
Ya disculparán este
larguísimo exordio. Es que nos barruntamos que andan ustedes flojos en cultura
clásica. Pero no es culpa suya. La culpa es de los sucesivos gobiernos
socialistas, que han dejado la cultura patria hecha un erial. Por fortuna, una
de las acertadas decisiones de Aznar durante su primer consulado fue poner de
ministra de cultura a Esperanza Aguirre. Y ahora, con este primer equipo
ministerial de Rajoy, que parece salido de la escuela del Doctor Xavier (no
porque sean mutantes, sino por sus asombrosos poderes), tenemos a Wert, ese
ambicioso impulsor del bilingüismo en las aulas: esperamos que tenga más suerte
con el inglés que con el castellano. Y no olvidemos que también ansía
“españolizar a los niños catalanes”. Su próximo lema será: “Primero Cataluña,
después ¡El Mundo!”. Soraya, la niña de Rajoy, es como Tormenta, capaz de cambiar el tiempo atmosférico y económico en un
santiamén; Montoro, que parece un personaje de tebeo de Ibáñez, es igualito a Cíclope: imagínenselo con el traje de
mallas bien ceñido; Ana Mato es Mística,
camaleónica y torpe a más no poder, y el propio Wert es Lobezno/Logan, que en
cuanto le tocan un pelín los cojones saca las garras y corta y recorta que es
un gusto. No nos consta que le dé duro al trago como el personaje original, ni
que sufriera abominables experimentos genéticos en su juventud, aunque, visto
lo visto, todo es posible.
Sí: nos hemos excedido
tanto que apenas hemos hablado de esa ficción televisiva que encandila hoy a
espectadores y críticos, a esas series como Amar
en tiempos revueltos, Bones, Aída, Castle, El secreto de Puente
Viejo, Mentes criminales y otras
muchas más. Aunque lo que ustedes desean es que diseccionemos The Wire, Los Soprano, Breaking Bad e incluso Boardwalk Empire. Paciencia. Tengan en
cuenta que, según los gringos, la tele ha tenido tres edades de oro (vean qué
lujo: los griegos sólo contaron con una). La primera ustedes sólo la conocen de
oídas, pues transcurrió en los años cincuenta, cuando emitían dramáticos en
riguroso directo. De aquí salieron directores como Frankenheimer, Lumet, Martin
Ritt y varios más. Es la edad más celebrada, porque nadie la ha visto y casi
nadie de los que la vieron la recuerda. Hace poco, ese célebre actor
progresista que trata a sus novias “como un padre”, George Clooney, produjo,
dirigió e interpretó en emisión live
una versión de Fail Safe, aquel drama
nuclear en el que el presidente de los EEUU se pasaba dos horas hablando por el
teléfono rojo con el premier
soviético. El esfuerzo de Clooney fue fruto de la nostalgia, claro. De la
nostalgia de tener enemigos a los que se podía localizar, no como a los
escurridizos moros de hoy en día.
La segunda, según nos
cuentan, ocurrió cuando las grandes cadenas comenzaron a usar el sistema de las
subcontratas. Es decir, canales como la CBS o la NBC no producían series ni
pelis de ficción, sino que compraban productos realizados por productoras
“independientes”. Un hito de esta forma de hacer tele fue Canción triste de Hill Street o Hill
Street Blues, aquella serie que mostraba los entresijos de una comisaría (precinct, para los cultos) plagada de
policías “humanos”, como se ensalzó entonces. Es decir, que uno de los polis
del turno de noche no sólo tenía que afrontar la captura de un peligroso
camello del barrio, sino también el hecho de que su mujer le pusiera unos
hermosos cuernos con un viajante de comercio de Milwaukee. No sabemos si otras
series seguían esta senda, pues nuestra memoria es limitada. Pero nos da que
no. A no ser que consideremos que Corrupción
en Miami era también humana, demasiado humana. Pero de esta sólo recordamos
las espectaculares chaquetas con hombreras, las camisetas y los zapatos que
lucían los protagonistas, posiblemente los polis mejor vestidos de la historia
de la tele. Y es que el filón policial es inagotable para la ficción
televisiva. Las dos series que de alguna manera moldearon los esquemas de hoy, Twin Peaks y Expediente X, presentaban a unos agentes del FBI que desmentían eso
de que para entrar en la academia de Quantico (Virginia) tienes que poseer un
título universitario. Y es que los agentes federales siempre parecen un poco
faltos. Pues no hay que olvidar que el agente Cooper se tiraba varios años
clavado en el pueblo comiendo rosquillas mientras hacía como que buscaba al
asesino de Laura Palmer, y que Mulder era tan carismáticamente bobo que
arrastraba incluso a la racionalista –pero católica– Scully en su busca de
conspiraciones por doquier.
Pero de los hijos de estos
polis y de los villanos a los que perseguían les hablaremos en la próxima
entrega. Sin olvidarnos de Médico de
familia, claro está…
“Yo
también habito en Arcadia”
Pero ¡hombre de Dios! ¿No sabe que comer viendo un parte, y más todavía de la 1, daña la flora intestinal?
ResponderEliminarAgradezco la introducción arcádica, porque el colegio en los períodos preconstitucionales tampoco era una maravilla.
Y recuerdo el teatro en directo en la tele. Será por el paso del tiempo, pero me parecía estupendo.En cuanto a las series, de Miami Vice también me acuerdo de que uno de los dos era negro. Y que procuraba no perderme Hill Street. Y un programa que ahora no recuerdo cómo se llamaba pero ponían las canciones grabadas de moda en el mundo y las interpretaban actores españoles. Era la única posibilidad de escuchar esas canciones. Ignominioso, pero cierto.
Siga, siga avivando recuerdos. Y no me vea los partes, que además de mal hecho mienten un montón.
Querido NáN,
ResponderEliminarPues sí: no le niego que los telediarios sean nocivos para la salud, pero asimismo son una fuente de regocijo. Por ejemplo, no hay más que ver la justa indignación de periodistas y voceros ante la reciente expansión soviética por la parte de Crimea y Ucrania, mientras que no parece importar en exceso que los EEUU hayan devuelto a Irak a la Edad Media y que los "señores de la guerra" de Afganistán estén disfrutando como locos con tanto pillaje...
El negro de Miami Vice era más bien achocolatado, como el actual inquilino de la Casa Blanca. Y después hizo una serie con Bud Spencer, pero el pobre no tenía el carisma de Terence Hill.
El teatro en directo y los "Estudio 1" con aquellos inefables decorados de cartón piedra. Es lógico que el recuerdo sea bueno, porque, por lo habitual, a aquellos actores se les entendía -Manuel Galiana, José Bódalo o Jaime Blanch salían cada dos por tres- no como tantos acores de hoy en día, que parece que acuden al mismo logopeda que Sergio Ramos...
Agradecido una vez más por su comentario. Me da que la segunda parte de La Edad de oro de la tele, aunque sólo sea por los materiales gráficos o santos, le va a agradar...
Escala en HI-FI. He tardado medio verano en recordarlo...
ResponderEliminar