Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963)
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Es
posible que algunos de ustedes, si han visto la serie británica Llama a la comadrona (serie que no nos
avergonzamos de declarar que nos agrada), hayan reparado en la hermana Juliana,
la mujer que dirige el servicio de matronas auspiciado por esas simpáticas
monjas anglicanas en el pre-swinging
London. Pero lo más probable es que la hayan visto fugazmente en Los vengadores o en El capitán América como la anciana del Consejo Mundial de Seguridad
que sale tres o cuatro segundos. Pues bien, la mujer en cuestión es una de
nuestras actrices favoritas de todos los tiempos, Jenny Agutter, y lleva dando guerra desde finales de los sesenta,
cuando era una chiquilla.
El
que Jenny no sea una superestrella con pedrigrí y honores como una Judi Dench o
una Helen Mirren es uno de los grandes misterios de la historia del cine.
Similar a si la célebre entrevista entre Fritz Lang y Josef Goebbels se celebró
o no (nosotros estamos convencidos de que, como los directores siempre mienten,
Fritz se tiró el moco. Además, eso de que el banco hubiera cerrado y tuviera
que coger el primer tren a París huele a trola. Y no olvidemos que si Goebbels
era megalomaníaco, nuestro Fritz no fue nunca un prodigio de humildad).
Jenny reflexionando sobre los índices
de natalidad en el Londres de los 50
Y
eso que el comienzo de la carrera de Jenny fue espectacular: fue la
protagonista de la mejor película de Nicolas Roeg, Walkabout, film que sería una obra maestra si no tuviera un montaje
tan cretino. Y ahí Jenny tenía 17 añitos y una carrera espléndida por delante.
Sin embargo, sospechamos que quizá el agente de Jenny era su peor enemigo o la
chica no leía los guiones que le enviaban, pues la pobre apareció en un montón
de películas más o menos espantosas. Algunas de ellas tan espantosas que
incluso tuvieron éxito, como La fuga de
Logan (donde era la pareja de otro de nuestros actores británicos bizarros
favoritos, Michael York, del que jamás olvidaremos su papel como Michael York
en Fedora, así como la señora Snoid
le recuerda como un icono sexual infantil desde que vio de niña Zeppelín, donde Michael salía con
faldita escocesa hecho un pincel), Un
hombre lobo americano en Londres (que tiene sus fanáticos), Ha llegado el águila (donde en un reparto
en el que figuraban Michael Caine –que interpreta a un oficial paracaidista
alemán– y Robert Duvall –coronel del servicio de inteligencia nazi– lo único
que se salvaba era la relación entre Donald Sutherland –espía irlandés nazi con
más facultades que ese que amansa perros en la tele– y Jenny, que hacía de
chica inglesa y por tanto era la única persona del reparto que no resultaba
chocante. En cierto momento, Donald le espetaba a Jenny algo en lo que todos
estábamos de acuerdo: “Me gusta tu nariz respingona”), o China
9, Liberty 37 (AKA Clayton Drumm,
western rodado en España con Warren Oates, Sam Peckinpah y el siempre
impresentable Fabio Testi) y, ya en plan culto, Equus, una porquería que era casi tan infame como la obra teatral
en la que se inspiraba.
Jenny posee la OBE (Orden del Imperio
Británico) en calidad de Oficial. No se impresionen: incluso Roger Moore tiene
una
Así
que Jenny, después de rodar tantas pelis chungas, decidió abandonar
parcialmente el cine y dedicarse al teatro y a la tele. Precisamente en una
producción televisiva, Otelo, la
vimos en su mejor interpretación: una Desdémona sutil y elegante, no la
habitual cretina que está casada con un negro y no se entera de nada en tantas
adaptaciones de la obra de Will Shake-Scenes. La cosa dura cerca de 200 minutos
y, si tal hecho nos importara (y es que no nos importa) diríamos que es
excepcionalmente fiel al original. Que se respeta la totalidad del diálogo,
vamos, por lo que hoy no la entienden ni británicos ni gringos, quienes aborrecen
tanto a Shakespeare –aunque no lo reconozcan– como los adolescentes españoles a
los que se les obliga a leer un capítulo del Quijote odian a Cervantes.
Jenny en Walkabout antes de perderse en el desierto y volver
loco al aborigen
Sin
embargo, el misterio del relativo anonimato de Jenny resulta fascinante.
Nosotros hemos elaborado una teoría (en la que no creemos) que puede
explicarlo. A Jenny la hacían salir en pelotas en casi todas sus pelis (de
joven: no se imaginen que lo de las comadronas es una serie porno) y los
ingleses son extraordinariamente rancios para estas cuestiones. Creen que si
una de sus actrices se exhibe es como si se exhibiera su madre o algo así.
Recordamos aún con espanto una crítica en el Time Out de una peli en la que Greta Scacchi (británica también
pese a su apellido) enseñaba los pechos: “Dropping your clothes again, Greta?”.
Así se las gastan estos descendientes de Cromwell. Y no crean que los
británicos no son pajeros. Todo lo contrario. Y además tenemos pruebas. Porque
durante una temporada vivimos en una residencia estudiantil inglesa y las
señoras de la limpieza, peruanas que hablaban en la lengua que les impuso el
conquistador, se quejaban a voz en cuello de la suciedad de las sábanas un día
sí y otro también. Doble humillación, ya que un servidor de ustedes pasaba por
ser súbdito alemán: de haber sabido que la castellana lengua era mi idioma
nativo las peruanas se hubieran cortado (dado su origen, se habían adaptado
perfectamente al clasismo inglés). En efecto: un bochorno tremendo al que eran
ajenos 11 de los 12 residentes en aquella ala del edificio.
Esa
clase de enfermera que nunca le atenderá a usted (porque no es un hombre lobo)
Volviendo a lo nuestro,
también cabe dentro de lo posible que la propia Jenny se hartara de tanta
desnudez «por exigencias de guion», o que su decisión de no trasladarse a Los
Ángeles determinara su carrera. Poco importa: para nosotros es tan buena actriz
y tan atractiva como abuelita en Llama a la comadrona que como de
jovencita que enloquece al pobre David Gulpilil en Walkabout (el sino
cinematográfico de este hombre era pasarlas canutas: ¿le recuerdan en La
última ola?). Será que somos un poco degenerados…
Oh! ¿Es posible que los súbditos de Su Majestad fueran tan gazmoños? Por supuesto que sí. De alguna manera tienen que contrabalancear, que dicen ellos, la tórrida vida sexual interior. Un amigo mío, español, visitaba mucho los tribunales o apartamentos cercanos como "señorito de compañía", y me contaba que bajo las severas togas Sus Señorías solían llevar ligueros.
ResponderEliminarSupongo que esa locura les viene de la época de Ásterix, cuando tomaban la taza de agua caliente de las cinco.
Querido NáN,
ResponderEliminarHombre, la verdad es que un estudio pseudosociológico de esos que se hacen ahora igual desmiente nuestras afirmaciones, pero...
De cualquier forma, esto me recuerda lo que le contaba Hitchcock a Truffaut: "Puede que usted crea que una mujer británica es frígida; sin embargo, igual se sube a un taxi con esa mujer y ésta le baja la bragueta". Estamos por apostar que esto no le pasó nunca a Alfred, aunque no dudamos que lo deseara ardientemente... Sin embargo, semejante declaración es tan instructiva como el zoom con travelling de retroceso de Vértigo...Confesiones de dos cineastas calentorros...