Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963)
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A estas alturas, suponemos que ustedes saben que lo
que realmente importa de la TV son los anuncios, y no los programas que se
intercalan de vez en cuando entre ellos (aunque estos programas también abundan
en anuncios de todo tipo). Seguro que más de una vez, viendo una peli o alguna
de sus series favoritas, como Walker
Texas Ranger, han cortado en mitad de un diálogo con el rótulo de VOLVEMOS
EN 25 MINUTOS. Eso sí, jamás verán que cortan en mitad de un anuncio. Será
porque los anuncios nos fascinan, ya que nos muestran un mundo ancho y ajeno:
por ejemplo, ¿por qué, según la publicidad, solo las mujeres padecen
estreñimiento o “pequeñas pérdidas de orina”? ¿Por qué los yogures han de
llevar medicinas? ¿Por qué se fomenta el terror con tanto anuncio de seguros o
de empresas de seguridad, que impedirán que unos rumanos malos le torturen y
violen a usted y a todos los miembros de su familia como diversión mientras
desvalijan su casa?
Y les hablamos de la tele normal, no de la de pago.
Porque nosotros consideramos que pagar por ver tele es una aberración, ya que
se nos debería pagar a nosotros por verla. Igual que por reciclar la basura,
como en los viejos tiempos. Desde aquí nos ofrecemos a tragarnos cinco horas
seguidas de cualquier canal por el misérrimo salario mínimo de hoy, y sin
trampas, atados y con garfios en los párpados como el Alex de La naranja mecánica.
Belmondo siguiendo las
sesiones del Concilio Vaticano II. Se halla en medio de Ratzinger y de Hans
Küng
En teoría, la tele debería ser el medio ideal para la
crítica de cine. Recuerden que los gabachos llevan siglos con la serie Cineastas de nuestro tiempo, algo que
nosotros jamás hemos tenido salvo por aquellas entrevistas que Antonio Drove le
hizo a Douglas Sirk a propósito de un ciclo más o menos exhaustivo sobre el
cineasta. Entrevistas que luego Drove plasmó en libro, pero que en su versión
primigenia no encontramos ni a tres tiros. ¡Y esto no ocurrió en la prehistoria,
sino en los años ochenta! Hoy en día, el tratamiento que se le da al cine en
televisión es abominable. Y no digamos los programas sobre cine: o bien hay
programas publicitarios presentados por señoritas semiprofesionales, tipo Todo cine, o el arrinconado clásico de La2,
Días de cine, cada vez más banal y
dedicado a la “cartelera”. Nosotros pensamos que, ya que dos son los formatos
dominantes en la TV de hoy en día, el reportaje barato tipo Callejeros pajeros o Hurdanos en el mundo o bien la tertulia
del corazón, la tertulia política o nuestra preferida, la tertulia de fútbol
estilo Punto pelota o Tiki-taka, no costaría nada hacer un
programa de crítica de cine siguiendo este último modelo. Fácil y económico: se
pillan seis críticos chillones y desaforados y un moderador que no modere, sino
que azuce (Carlos Pumares sería la elección más lógica) y ya la tenemos
montada: “No me puedes decir, Jacinto, que Starship
Troopers es superior a Instinto
Básico”, “Mira, Juan Carlos, como sigas insistiendo en que Michael Bay es
mejor director que Tony Scott te voy a arrear una…”, “Prometheus es la mejor película de la década. Junto con Cars 2. Y punto”.
En la prehistoria existía un solo canal, y más tarde,
en nuestra niñez, el UHF, luego TVE2, ahora La2. En aquellos tiempos los niños
éramos muy impresionables ante el hecho audiovisual: el horror nos sacudía ante
la visión de Gaby, Fofó y Miliki berreando aquello de “¿Cómo están ustedes?”,
Daniel Vindel al mando de aquel programa deportivo para críos y, sobre todo, el
crítico de cine Alfonso Sánchez. La figura de Sánchez era pavorosa: un señor
mayor, calvo, gangoso, ojos saltones, doble papada y el ducados perennemente
entre los dedos. Como si Jabba the Hutt te comentara la cartelera: nada que ver
con las suripantas de hoy en día. Estas cosas de la infancia marcan. Yo mismo,
lo reconozco, siento escalofríos cuando veo al cura melenudo de 13tv (exPopular
TV). En cierta ocasión aparecía el tal cura en el plató con un niño pequeño y
un perro, y no pude contenerme: “¡Socorro! ¡Saquen de ahí a ese niño y a ese
perro, por dios santo!”. La señora Snoid tuvo que darme un calmante. Volviendo
a Sánchez y haciendo un esfuerzo por olvidar su aspecto físico, hay que admitir
que el hombre tenía una retranca prodigiosa, pues sin pestañear soltaba cosas
como “A Coppola se le ha ido un poco la mano con la metafísica en la última
parte de Apocalypse Now!” (lo que
quería decir era: “la interpretación de Marlon Brando es de vergüenza ajena”) o
“Se dice que William Wyler no ha hecho ninguna película mala” (omitiendo “pero
tampoco ninguna realmente buena”). Sánchez hizo época, pues además de sus
propios programas, salía hasta en el parte. No en vano es el crítico favorito
de José Luis Garci.
Años después, el presentador original de Días de cine, Antonio Gasset, demostró
que el cronista cinematográfico con carisma ha de poseer dos de las
características que atesoraba Sánchez: ser excéntrico y ligeramente gangoso.
Lástima que el programa lo emitieran a las horas (tardías) y los días que a los
de TV2 les daba la gana, pues la personalidad (y las pintas) de Gasset
eclipsaban totalmente sus comentarios sobre cine: esas exhortaciones a los
espectadores para que follaran en vez de ver tele, o que leyeran, o que se
fueran directamente a la mierda… En fin, pueden ver infinidad de videos de este
monstruo en youtube.
Pelis emitidas en TVE,
octubre de 1985. Sí: como ahorita mismo
La etapa de esa transición nuestra que fue asombro y
espejo para el mundo, dado que se basó prácticamente en una cita cinéfila (“Todo
ha de cambiar para que todo siga igual”), no fue especialmente brillante en
cuanto a la relación TV y cine. Las películas de señoras amojamadas en pelotas
tuvieron un eco curioso en un programa de cine que presentaban las muy
desinhibidas María Salerno e Isabel Mestres. Sin embargo, no fue hasta la
segunda victoria arrolladora del PSOE en la lotería de las urnas cuando empezó
a cambiar la cosa. Y todo gracias a Pilar Miró, que estás en los cielos.
Pilar Miró era una directora de cine con un perenne rictus
de haber comido almendras amargas que tuvo, sin embargo, varios momentos
estelares como figura pública. Uno fue cuando la Guardia Civil secuestró El crimen de Cuenca, momento que hizo
que sintiéramos una gran simpatía por la Benemérita. Porque pensábamos que la
habían secuestrado por motivos estéticos; cuando nos enteramos que actuaron por
“graves ofensas hacia el Instituto Armado” nuestra simpatía quedó bajo mínimos.
Otro fue cuando en una recepción, Helmut Berger, totalmente intoxicado, le tocó
las tetas con alevosía (algunos testigos afirman que lo que pasó es que Berger
se caía y tuvo que agarrarse a lo primero que pilló; otros aseguran que
confundió a Pilarín con un mancebo). Pero el mejor, para nosotros, fue cuando
la nombraron en 1986 Directora General del Ente, es decir, de RTVE. Y ahí sí
que Pilarín echó el resto. No hacía falta salir los viernes ni los sábados,
pues la programación nocturna era algo que aún recordamos como si hubiera
ocurrido en una realidad paralela. Por ejemplo, un día te ponían Freaks en VOS, luego un combate de boxeo
(de los de verdad, no una pachanga amañada de Las Vegas) y después El viento. Al día siguiente, Gertrud (también en VOS), algún otro
evento deportivo bizarro y concluían con …Y
el mundo marcha. Pero poco nos iba a durar la felicidad. El malévolo
Alfonso Guerra, aprovechando que Pilarín se había comprado cuatro trapos en las
rebajas de El Corte Inglés y que los
había cargado en la cuenta de “gastos de representación”, montó una feroz
campaña de acoso y derribo contra la Miró, que tuvo que dimitir. O al menos así
lo contaron. Nosotros, que somos ingenuos, pensamos que, sin el beneplácito de
González, Guerra no hubiera movido un dedo. A esos dos interpretar los papeles
de poli bueno y poli malo les dio enormes réditos políticos y de todo tipo.
Pero ustedes ya saben, gracias a las pelis, que el poli bueno es en realidad
mucho peor que el malo.
Mientras tanto, surgieron las teles autonómicas y las
privadas como ejemplo de nuestro pluralismo democrático e informativo. Las privadas eran un poco como hoy –en cuanto
a lo nefasto de su programación– pero ligeramente más chocarreras si cabe, como
queriendo alejarse de la presunta seriedad de TVE. Así, Tele5 adornaba todos
sus programas con mujeres semidesnudas y con un Emilio Aragón ya emancipado. A3
optaba entonces por el radicalismo: solo permitía que señores muy bajitos y muy
fachas –el García, Pumares, Carrascal, ese eurodiputado del PP que fue
expulsado de Venezuela por Chávez– se adueñaran de sus programas. Eso sí, el cine
tuvo un tratamiento aún más inmundo en estas cadenas: por de pronto,
suprimieron enseguida cualquier emisión en blanco y negro. Hombre, ya que
ponían aquel programa de Jesús Gil (“Y tal, y tal, ¡Jesús Gil, superstar!”)
emitir clásicos en B/N hubiera sido un suicidio.
Y en esto llegó Aznar, ese líder de talla planetaria
que nos iba a encandilar con su bigote, su melena y su acento español tejano.
La cosa siguió más o menos igual en las teles –antes o después del advenimiento
del Josemari, TV2 emitió un interesante programa sobre el cine mudo español, Imágenes perdidas, programa que no hizo
sino mostrar que en este país no hubo nunca un Murnau, un Eisenstein o un
Chaplin. Pero como cosa arqueológica no carecía de interés. Sin embargo, el
consulado de Aznar tuvo un salvavidas en cuanto al cine emitido en la tele: ese
monstruo de la naturaleza, como dijo Cervantes de Lope de Vega, llamado José
Luis Garci.
A nosotros la carrera de Garci como auteur nos interesa tanto como la de
Pilar Miró. Podríamos decir que es el vate de la nostalgia del mal rollo. Pero
uno cometería un error si subestimara a Garci: es el único hombre que ha
logrado aunar a las dos facciones más enconadas del PP, la zarzuelera
(Esperanza Aguirre) y la operística, cada vez más de ópera bufa (Alberto
Ruiz-Gallardón). La Espe le produjo aquella cosa sobre el célebre
levantamiento, Sangre de Mayo, donde
unos españoles de bien, como del PP de entonces, se rebelaban contra el invasor
gabacho. Los afrancesados o los que optaron por quedarse en casa eran como
rojos antisistema. Y Albertín salía haciendo de su tío abuelo Isaac Albéniz en
el siguiente disparate de Garci, Holmes&Watson.
Madrid Days. Y no olviden que Garci tiene siempre un ojo puesto en la
taquilla, como los maestros americanos que tanto admira. Este es el proceso
mental que le llevó a hacer Sangre de
Mayo: “1805….¡Trafalgar! No, demasiado caro… 200 barcos… Los efectos
digitales van a costar un riñón. Y además rodar en el mar es mareante… ¿1808?
¡El 2 de mayo! Los mamelucos, Daoiz y Velarde, Goya como corresponsal de
guerra, el oportuno –que no oportunista– libro del Pérez Reverte… Le puedo
ofrecer a Espe el papel de Manolita Malasaña… No, mejor, no… Con ese apellido,
no… ¡Esto va a ser un bombazo!”. Sin embargo, el Garci que a nosotros nos
interesa es el divulgador, ese que lanzó una revista de descomunales
proporciones, Nickleodeon (era
necesario un facistol para leerla con comodidad), y tantos libros propios –Beber de cine, Morir de cine, Defecar de
cine– como de amigos –aunque hay que reconocer que el de Marías sobre Leo
McCarey no estaba mal. Ese Garci que presentó ¡Qué grande es el cine!, programa estrella para una generación de
cinéfilos. El formato era el del cine-club de toda la vida: presentación, peli
y tertulión. Eso sí, Garci escogió a sus compinches con mimo: el hoy Fiscal
General del Estado del Opus Dei, Eduardo Torres-Dulce (que asombraba con su
enciclopédica cultura: “Aunque en los créditos aparece Lee Garmes, esta la rodó
Stanley Cortez”), el célebre guionista de obras clave del cine español como Aunque la hormona se vista de seda o Los días de Cabirio, Juan Miguel Lamet
(siempre quejándose, siempre refunfuñando y ajustándose la dentadura postiza),
Antonio Giménez-Rico soltando pendejadas y Miguel Marías pipa en ristre, como el
Dick Powell de Cautivos del mal. A
estos se les sumarían más tarde el entonces suegro de Garci y otoñal chico
Almodóvar Fernando Guillén y Juan Manuel de Prada. En ocasiones, Garci llevaba guest stars, como cuando invitó a Javier
Marías para hablar de su peli favorita, The
Life and Death of Colonel Blimp. Como nosotros no veíamos jamás el debate
posterior a la peli, poco podemos decir. La única pega que podríamos poner, ya
que la selección de films no era mala, era que no emitiesen en VOS (total, el
programa lo veían cuatro gatos). La única vez, que recordemos, que no pusieron
una peli doblada fue L’Atalante,
posiblemente porque en ella se habla poco o no encontraron otra copia. Pero no
me negarán que ver Ordet doblada, con
ese doblaje chungo de TV, no deja de ser una putada.
Después, Garci ensanchó su divulgativo imperio con ¡Qué grande es el cine español!, aunque
a muchos el título les dejara estupefactos. Algo que por otro lado había hecho
diez años antes (y mejor) Méndez-Leite con La
noche del cine español. Garci le endilgó después el programa a su novia de
entonces, Cayetana Guillén Cuervo, hoy llamado Versión Española y que sigue siendo presentado por la multioperada
estrella. Es posible que Cayetana sea la mujer más imbécil que haya presentado
un programa de TV. Y no lo decimos por el bautizo civil de su hijo, oficiado
por Pedro Zerolo –“Michael, ¿abominas del PP y de todas sus tentaciones?”–,
sino por las cretinas preguntas que lanza a directores, guionistas o actores.
Asombrados nos quedamos cuando tras el pase de El sol del membrillo, Erice y Antonio López contestaban con
inteligencia (y, aparentemente, sin reírse de ella) a las mentecatadas de
Cayetana. Otra antigua novia de Garci, Ana Rosa Quintana, es hoy una estrella
por méritos propios. Ya ven que el Garci tiene un gusto exquisito para casi
todo.
El advenimiento del timo de la TDT despertó oleadas de
esperanza entre los cinéfilos. Esperanzas que pronto se vieron defraudadas,
pese a que hay dos canales dedicados exclusivamente a los films: LaSexta3, que
entre pase y pase de Hasta que llegó su
hora y una de Van Damme o de Bronson pone unos interesantes reportajes
extraídos de los goofs (pifias) o trivia (anecdotario) de la IMDB. Se le
informa al espectador de que, por ejemplo, una cafetera que aparece en una peli
ambientada en 1935 no se comercializó hasta 1950, o que los romanos no montaban
a caballo con estribos o que el galeote que está tres filas detrás de Charlton
Heston en Ben-Hur lleva un reloj
Omega. En Paramount Channel, más de lo mismo: usted la enchufa y verá El padrino III o Desperado, y entremedias un aburridísimo reportaje sobre Al Pacino,
solo para fans del minúsculo ídolo. Con decirles que LaSexta3 emite Río Rojo coloreada…
Sobre Juan Manuel De Prada se han vertido últimamente
tantos insultos que nosotros nos negamos a hacer más leña del árbol caído. Solo
queremos advertirles que De Prada presentaba[1] un alucinante programa en Intereconomía,
Lágrimas en la lluvia (nada que ver
con Blade Runner. O quizá sí. Porque
a nosotros siempre nos mosqueó el personaje de Roy Batty como redentor de la
humanidad, clavo en la mano, ataviado con taparrabos y cogiendo a la paloma del
espíritu santo, como si Cristo se hubiera transmutado en un Nexus-6.
Posiblemente, De Prada ha entendido esto tan bien como nosotros). Programa que
también podría denominarse La clave
ultramontana, pues seguía punto por punto el esquema del programa de
Balbín, pero en católico-integrista:
primero, presentación de los invitados, un par de curas preconciliares
(del Concilio de Trento), un par de profesores de universidades privadas fachas
–perdón por las reiteraciones– de Madrid y algún cura rojo con aspecto de
sotasacristán al que De Prada cerraba la boca en cuanto soltaba alguna
impertinencia. Tras la presentación, una peli tipo Fugitivos del terror rojo, Embajadores
en el infierno, Marcelino pan y vino
o cualquier otra obra maestra de Ladislao Vadja. Lo bueno es que el tema del
debate tenía poco que ver con la película, pues De Prada y sus colaboradores
preferían vincular a Marcelino con la
crisis de fe en el mundo actual, o cualquier otra cosa con “El aborto, ¿crimen
de estado?” o ¿”Fue beneficiosa la Inquisición española?”. Un programa que nos
fascinó fue el monográfico sobre Shakespeare. La peli era Marco Antonio y Cleopatra,
y nosotros nos la tragamos entera por si veíamos la escena en que Charlton
Heston le toca una teta a Carmen Sevilla. Pero no apareció este mítico momento.
Sin embargo, el debate fue espectacular, pues se nos hizo saber que el bardo
era un criptocatólico de tomo y lomo en plena corte de la reina zanahoria.
Intervenían el Marqués de Tamarón –que, como hombre inteligente, apenas abrió
la boca–, un catedrático gallego y un extraño levantino con excelente
pronunciación inglesa que era el más brasas respecto al presunto catolicismo de
Will. Tanto es así que casi llegó a
sugerir que Shakespeare lideraba una red católica tipo ferrocarril subterráneo,
pero no para liberar esclavos negros, sino ingleses católicos que querían huir
de la pérfida Albión en busca de ese paraíso de libertades que era, y es,
España. Nosotros, que hemos leído al bardo de cabo a rabo, siempre nos habíamos
inclinado por el hecho de que fuera ateo. Sin embargo, y ante las pruebas
concluyentes que se mostraban en el programa, es posible que Shakespeare fuera
católico, aunque eso sí, poco evangélico, dado que fue alcahuete y amante de un
conde, putañero, practicaba la usura, acumulaba trigo con vistas a futuras
hambrunas y le ponía un pleito a cualquiera que le debiera cinco guineas. Vergonzosa
conducta que el programa ocultó debido a la fe de Will, que si hubiera sido
anglicano… Sin embargo, De Prada estaba entusiasmado, y un cura que por ahí
andaba estuvo en un tris de lanzarse por peteneras mientras que el señor
catedrático no podía ocultar su nerviosismo; Tamarón, impasible el ademán, que
por algo es marqués y diplomático. Al final de cada programa, la inenarrable
esposa de De Prada hacía una aparición anticlimática, pues aportaba una
sobredosis de mal rollo que casi superaba lo anterior. Lo que nos recuerda que
el orondo escritor tiene más de una cosa en común con Garci.
Y esto es lo que hay: seguro que nos hemos dejado en
el tintero grandes hitos del pasado como Mis
terrores favoritos de Ibáñez Serrador, el Cine-club que presentaba aquel anfetamínico muchacho o La edad de oro, que le financió a
Almodóvar una de sus mejores películas, Tráiler
para amantes de lo prohibido, y cien cosas más. Pero esto a ustedes les da
igual, pues son gente culta que como mucho, como mucho, ve algún que otro
documental de animalillos en La2, tipo “Ritos de apareamiento de la lechuza
común”, o alguna entrega de La Noche
Temática sobre “El Holocausto revisitado” o “El canibalismo en el siglo
XXI”. Por ello, para ilustrarles, dedicaremos la próxima entrega a este momento
histórico en que nos hallamos inmersos: La
edad de oro de la televisión.
¿Qué lleva en el bolso
Natalia Verbeke?
[1] De momento, Intereconomía ha dejado de existir. Nos cuentan que
pretende integrarse en una plataforma de pago, Imagenio o Canal+.
Verdaderamente, su calidad merece que se pague por verla. De todas formas, ha
sido un asunto turbio. Lo único que nos ha quedado claro es que el hijo del
propietario, un cacique navarro de nombre Ariza, gestor de la cadena, animaba
últimamente a sus empleados a que fueran a almorzar a los comedores de Caritas
Diocesana. Nada nos sorprende, ya que un negocio llevado mano a mano por un
carlista catolicón navarro –el tal Ariza– y un masón gallego –Mario Conde– no
podía salir bien. Tendrían que haber contratado a un judío. Un Abraham Señor,
por ejemplo.
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