martes, 28 de enero de 2014

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID - ESTRENOS DE OCASIÓN: «INSIDE LLEWYN DAVIS» (2013)



Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963) 

Estas Navidades hemos tirado la casa por la ventana, como unos manirrotos cualesquiera que se gastan decenas de miles de euros chez Doña Manolita. Pues decidimos desplazarnos hasta la Filmoteca de Cantabria para disfrutar de buenas películas en un ambiente agradable. Y dispuestos íbamos a tragarnos tres pelis en una jornada, como en los viejos tiempos, pero como el día de los Inocentes ponían La gran familia española en dos sesiones consecutivas, nos dedicamos a recorrer la ciudad de Santander hasta que empezara la sesión nocturna. Asombrados quedamos de la cantidad de bares por metro cuadrado que hay en la capital cántabra –en nuestra ignorancia, considerábamos que, como en nuestro pueblo sólo hay un supermercado DÍA, un ultramarinos, un montón de casas tirando a feas y un bar por cada cinco habitantes, tendríamos la plusmarca mundial de garitos para dispépticos. Pues no. Hete aquí que Santander se halla tan despoblada de edificios hermosos como nuestro villorrio –nos contaron que lo más bello de la ciudad quedó arrasado por un incendio en 1941, un gran año para la cosecha cinematográfica y las fábricas de armamento–, pero Filmo sí que tienen. Y bien coqueta que es. Sala pequeña, espacios para exposiciones, cafetería, lugares habilitados para la investigación –como no queríamos molestar ni herir sensibilidades, nos abstuvimos de preguntar qué se investigaba allí–, biblioteca y videoteca, y un personal amabilísimo. Además, en la sesión en la que estuvimos había tan sólo un par de parejas de ancianos, un jovencito con gafas en representación del cinéfilo pajero desconocido y cuatro gatos más. No nos encontrábamos tan a gusto en un cine –antes de que empezara la película– desde que fuimos a ver Viento en las velas en los cines Doré. Lo que vimos, no obstante, puede que alguno de ustedes no lo considere un estreno stricto sensu:

The Enforcer (Raoul Walsh, Bretaigne Windust, 1950)

ya que parece que esta película se estrenó en las Españas en 1951 con el título Sin conciencia. Pero como por entonces nosotros no estábamos siquiera en la mente del supremo hacedor (no: no nos referimos a Borges) y recordábamos la muy grata impresión que nos causó en un antiquísimo pase televisivo, verla en pantalla grande, en VOS, en copia decente y sin plebe que hable o que coma durante la proyección es, para nosotros, un estreno en toda regla.

La peli en cuestión pertenece a la época de Bogart con pajarita; es decir, al Bogart post-corbata de filmes como En un lugar solitario, Deadline USA, Sabrina y tantas otras. Nos da que ni en La reina de África ni en El motín del Caine la llevaba, pero la verdad es que la de John Huston nunca nos ha parecido gran cosa y de la otra solo recordamos a José Ferrer y el tic facial que exhibía Bogart para demostrar que estaba algo trastornado, tic que luego copiaría con mejores resultados Herbert Lom en su papel de comisario Dreyfus frente al soberano idiota de Clouseau, interpretado por ese genio llamado Peter Sellers.


Bogart y su pajarita preguntándose qué están haciendo en Sabrina

Habrán observado que este film lleva la firma de dos directores. Sin embargo, en los créditos sólo figura Bretaigne Windust (con tal nombre y tal apellido, era inevitable que lograra pasar a la historia del cine), quien enfermó de gravedad a los pocos días de rodaje. Jack Warner, que sabía lo que se hacía, y Milton Sperling impusieron como director a Walsh, dado que Raoul había proporcionado magníficas películas –y sobre todo suculentos ingresos– a la Warner Bros. desde The Roaring Twenties hasta Al rojo vivo, rodada el año anterior. Lamentablemente, nos confesamos incapaces de distinguir qué rodó Windust y qué rodó Walsh, pues del primero sólo hemos visto un par de melodramas con Bette Davis que nos parecieron exactamente iguales a otros melodramas de Bette Davis (será “la política de los actores”, de la que hablan los franceses). La película, no obstante, avanza a toda pastilla, como otras de Walsh. En 87 minutos y con una curiosa estructura narrativa que alterna tiempo presente con flashbacks dentro de flashbacks. Vamos, una cantidad de peripecias y personajes tales que hoy daría para hacer una temporada entera de Juego de Tronos. La trama es simple: Bogart interpreta a un empecinado fiscal que solo posee un testigo (Rico: Ted de Corsia) para mandar a la silla eléctrica al cerebro de una organización de asesinos (Mendoza: Everett Sloane); cuando, la noche previa al juicio, el testigo es asesinado, nuestro fiscal sólo dispondrá de unas horas para que Mendoza sea condenado. Y ahí empieza la verdadera historia, intercalada por continuas vueltas al pasado, de la búsqueda de un nuevo testigo.

Bogart, Gloria Grahame y la pajarita en In a Lonely Place. Él está a punto de agarrar un mosqueo considerable.

La galería de personajes es abundante, entre sicarios (excelente Zero Mostel como el miembro más tarugo de la banda), víctimas y testigos que no quieren serlo. El film, además, cuenta con excelentes momentos. Destaquemos el asesinato de un pobre taxista que cree que va a ser afeitado y que será, naturalmente, degollado: un plano cercano nos permite ver que la mano del asesino sustituye a la del barbero mientras éste afilaba su navaja. No hay chorretones de sangre, por supuesto, que para algo estamos en 1950. Sin embargo, la elipsis es aquí, y en otros momentos de la película, más efectiva –y violenta– que la representación directa de la acción. Piénsese en la escena en la que unos polis sacan un coche de un pantano y describen el aspecto de la chica asesinada que en él se halla: no vemos el menor atisbo de la muchacha, tan solo un plano medio con el vehículo izado por una grúa y un par de policías que comentan –con cierta sordidez– el estado del cadáver. Tal sequedad y economía de medios eran características de Walsh, sin duda. Como también es una astuta idea por parte del guionista mostrar al villano principal ya mediado el metraje: al principio, Bogart conduce a Rico a la celda donde está encerrado Mendoza, pero no hay un solo plano del interior de la celda: lo que interesa es la reacción de pánico de Rico, quien exclama aterrorizado: “¡Se estaba riendo!”.

The Enforcer posee espléndidas escenas, soluciones visuales brillantes y un ritmo endiablado. Y sin embargo, la película no es del todo satisfactoria. O no llega a ser la obra maestra que pudo haber sido. El problema es que los personajes carecen de entidad: todo está subordinado a la mecánica del relato. Bogart es un fiscal empeñado en su misión y punto. Ted De Corsia es un asesino implacable –en los flashbacks– y un hombre dominado por el terror en el tiempo presente. Everett Sloane es simplemente malo, muy malo –aunque el actor consigue aportar cierta ironía a su papel durante los escasos minutos que aparece en pantalla- y el resto de personajes carece de toda relevancia. El culpable de esto es el guionista Martin Rackin, que si bien es el autor de esa intrincada estructura, bastante original para la época, también lo es de crear unos personajes excesivamente planos. No hay que extrañarse: Rackin no escribió nunca un guión decente –ni siquiera John Ford pudo sobreponerse al horrible libreto de Misión de audaces, y mucho menos Henry Hathaway al de Alaska, tierra del oro– y su carrera de productor tampoco brilló en demasía: fue el hombre al que se le ocurrió hacer un remake de La diligencia, titulado aquí Hacia los grandes horizontes: sólo con decirles que Bing Crosby hacía de Thomas Mitchell y Van Heflin de George Bancroft ya tendrán una idea de cómo resultó aquello.

Parte de la culpa ha de atribuirse también al productor Milton Sperling, pues la película fue realizada para su compañía United States Pictures (cuyos productos distribuía Warner Bros.), y el hombre tenía una fe ciega en guionistas tan temibles como Rackin o Niven Busch. De cualquier forma, The Enforcer no es un logro menor: sus resultados, brillantes en general, recuerdan un poco a los de Pursued, producida asimismo por Sperling, escrita por Busch y dirigida con brío por Walsh. Y si The Enforcer sufre por la falta de caracterización de sus personajes, Pursued lo hace por un exceso de psicoanálisis de baratillo –algo que hacía furor en los EEUU de 1947. Y es que las modas no son un invento moderno.

“Parece que huele al material con el que están hechos los sueños, hijo”, reflexiona Bogart en voz alta.


Inside Llewyn Davis (Joel&Ethan Coen, 2013)

 
Película que entusiasma a los críticos y que el público aborrece. Lo segundo lo entendemos, pues es tan divertida como ver despellejar a un gato (hay dos gatos con papeles estelares en la peli) o asistir a un funeral (el representante del prota es un anciano que se pasa la vida en funerales). Lo primero ya lo iremos descubriendo, porque aún no lo tenemos claro: los críticos son espectadores corrientes, como ustedes, pero caprichosos. A propósito de Llewyn Davis plantea, entre otras cosas, la espinosa cuestión de que la línea que separa el éxito del fracaso es muy tenue. Reflexionen. Ustedes seguro que alguna vez se han preguntado por qué los Beatles tuvieron un éxito tan escandaloso. Y se han contestado: porque eran buenos. Sin duda, como tantos otros. Porque estaban en el momento justo en el sitio apropiado (esta respuesta, propia de la astrología judiciaria, nos encanta; sí, como otros tantos). Porque componían sus propias canciones. Seguro. Pero, en sus comienzos, a Jagger y a Richards su manager tenía que encerrarles (literalmente) para que compusieran algo, Y ya ven, cincuenta años después siguen igual: de gira cuando necesitan reponer algún órgano vital o cambiarse la sangre, y Keith continúa cayéndose de los cocoteros.

Incluso sumando todas estas razones, algo se nos escapa. Nosotros pensamos que el AMOR es siempre un factor muy importante. No el amor a la música, ni siquiera a la pasta (que también). Fue el amor que sentía Brian Epstein por John Lennon lo que hizo que el resto de los ingredientes cuajara. Piénsenlo. Un Brian que tiene una tienda de discos, pero nula experiencia en el negocio musical, va ver a esos garrulos que tocan en The Cavern, se enamora del más bruto de ellos y les firma un contrato. Y no para. Les lleva a DECCA. Graban y la discográfica no quiere sacar el disco. Se los lleva a EMI. Graban un single. Brian compra copias suficientes (para su tienda) como para que Love me do llegue al Top 20. Y ya está. John deja preñada a Cynthia por eso de la habladurías –meses antes le había roto un par de costillas a un tipo que le preguntó por sus relaciones con Brian– y tras la muerte de Brian (en su yate, rodeado de efebos españoles que no sabían inglés y que no pudieron darle las pastillas de nitroglicerina) John encontró a Yoko, que era como Brian, pero en asiático y en mujer.

A propósito de Llewyn Davis narra la historia de un fracaso: el del protagonista como folksinger. Lo malo de Llewyn es que es un purista, y no sólo en lo musical. En parte, es su amor a la música –tal y como él la entiende– lo que hace que Llewyn Davis no haga sino tomar decisiones equivocadas: rechaza los royalties por Please Mr. Kennedy –que será un gran éxito, sin duda; rechaza la propuesta de Grossman de participar en un trío folk y desdeña altivamente a otros cantantes, como sus amigos Jim y Jean o al cateto de Troy Nelson, que según Grossman “sí que conecta con la gente”, e insulta, ligeramente borracho, a la anciana palurda que deseaba su momento de gloria en The Gaslight. Obviamente Llewyn no es un personaje encantador (y la interpretación de Oscar Isaac ayuda bastante a reducir el hipotético carisma que pudiera tener), pero los que le rodean son bastante peores: sus amigos (Jean, a la que ha dejado preñada, es extremadamente desagradable; el matrimonio de profesores universitarios in es odioso; el propietario de The Gaslight es un auténtico gilipollas), su familia (su hermana Joy viene a ser el equivalente burgués y con hijo de Jean), sus colegas (Troy, Jim y el resto de músicos que aparecen en el film) y todo aquel con el que se cruza (desde los empleados del sindicato portuario hasta el público al que desea encandilar) resultan aún más antipáticos y desagradables que él.


Dylan a punto de entrar en las listas de hits con Like a Rolling Stone. Si no supiéramos que por entonces fumaba un porro después de otro, pensaríamos: “Qué gachó tan soberbio”.

Es un logro que los Coen ni siquiera intenten hacerle un poco más accesible de cara al espectador. Pero no. En este sentido, A propósito de Llewyn Davis se parece un poco a Barton Fink: narra la historia de un tipo con (relativo) talento al que todo le sale mal. Pero las desventuras del guionista nos parecen menos trágicas que las del cantante, pese a que en ambas está John Goodman animando la función. De hecho, si los Coen pensaron el viaje desde Nueva York a Chicago con el músico de jazz que interpreta Goodman como un interludio cómico, hay que decir que lo consiguieron (en mi caso: yo me reí mucho; la señora Snoid estaba hundida en la butaca, atenazada por la pesadumbre). Pero es un viaje breve –y en dirección a un nuevo fracaso.

Metáfora visual de la carrera de Phil Ochs.

Dos escenas resultan muy ilustrativas de cómo los Coen no han querido hacer una historia de “ascenso y caída” sino más bien de “caída sin fondo”: a la vuelta de Chicago, por la noche, Llewyn se fija en un borroso desvío en dirección a Akron. Minutos antes, nos habíamos enterado de que el médico que le practicó un aborto a la novia de Llewyn en realidad no lo hizo, y que ella vive en Ohio con sus padres…y su hijo. Llewyn está a punto de girar y… de improviso arrolla al gato (gata en esta ocasión) que le acompaña en gran parte de la peli y sigue después rumbo a Nueva York. La otra escena es la visita de Llewyn a la residencia de ancianos donde vive su padre, y a pesar de que luego él comente que “el viejo está estupendo, le dan de comer y ni siquiera tiene que moverse para hacer sus necesidades”, el momento es de una desesperanza brutal.

Hay humor en A propósito de Llewyn Davis, sí, pero es negro, negrísimo, y en general recalca el pavoroso itinerario del personaje. Y es que la tragedia de Llewyn es que él desea que cambien los demás, y no tener que cambiar él (sus opiniones, su estilo de música, su “independencia”, su “integridad” artística). El momento final, cuando Bob Dylan sube por primera vez al escenario tras la paliza que recibe Llewyn, es el certificado de defunción para Llewyn y para otros muchos como él. Pocas veces el retrato de un fracasado ha sido tan fascinante.

Nota para eruditos:

Aseguran los enterados que Llewyn está inspirado en un cantante de folk real, Dave Van Ronk, y aportan pruebas: ambos son neoyorquinos y la portada de sus discos es igualita. Pero nos da que no es así. Dave era un tipo de lo más jovial que, en el principio de los tiempos, apadrinó a paletos tan dispares como Dylan (Minnesota), Phil Ochs (Texas) o Joni Mitchell (Alberta, Canadá). Fue de los pocos puristas que apoyaron a Dylan cuando éste se “electrificó”, y el paso del tiempo no parece que cambiara su bonhomía: de hecho, colaboró –seguro que cobrando cuatro perras– en las dos deprimentes pelis que se han hecho sobre Ochs y en la hagiografía que presuntamente hizo Scorsese a mayor gloria de Dylan, No Direction Home. Por otro lado, la peli está llena de esos chistes privados y referencias que tanto gustan a los Coen. Existió un dúo folk llamado Jean&Jim, sí, pero ni él ni ella eran Justin Timberlake; como bien se dice en la peli, Llewyn es un nombre galés; y ustedes saben que Dylan se llama en realidad Robert Zimmermann (con ese nombre le hubiera sido imposible triunfar en la música pop) y que se cambió el nombre “en homenaje” a Dylan Thomas, poeta… galés, claro. El Bud Grossman que domina el cotarro en Chicago es un trasunto de Albert Grossman, el “coronel Parker de Dylan”, es decir, su manager entre 1962-1970; Bud le propone a Llewyn ser parte de un trío folk de dos tíos y tía –en plan Peter, Paul & Mary, trío de gran éxito que naturalmente lanzó… el auténtico Albert Grossman. El disco es idéntico, sí, pero no olvidemos que uno de los primeros LPs de Dylan fue Another Side of Bob Dylan: gente introspectiva con varias caras había mucha entonces. Y así mil. Pero no creemos que Llewyn esté basado en alguien en especial, sino que es una amalgama de personajes, como el productor de Barton Fink, que representaba lo mejor de Jack Warner, Harry Cohn, Zanuck, Louis B. Mayer y otros. O una sugerencia aún más atractiva, quizá la película está planteada como la respuesta a las siguientes preguntas: ¿qué habría sido de Dylan si no hubiera triunfado? o ¿qué habría hecho Garfunkel si Paul Simon se hubiera tirado del puente de Brooklyn (over troubled waters)?



Dave y el gato maldito.



Esa zarpa tapa al gato: ¿será casualidad?

3 comentarios:

  1. Lamentablemente, no pude ir a Cantabria ni a ninguna parte, porque me gasté 25.000 euros en Doña Manolita es inmediatamente rompí los décimos. Mi intención era fortalecer la Caja del Estado para que no tenga que hacer tantos recortes. ¡Ojalá le tocaran muchos décimos a Montoro!

    Lo que ibas contando de "Enforcer" me sonaba, hasta un momento, el del cambio de mano del barbero por la del asesino, que tenía grabado en la memoria. O sea, la magdalena de Proust transformada en navaja barbera.

    Con tu descripción, y a partir de ese agujerito en la memoria, la he podido reconstruir.

    Con respecto a la de los Coen, dices que la línea que separa el éxito del fracaso es tenue. Cierto, pero la que separa el fracaso del éxito es una muralla. Fíjate que no me apetecía ver esta película, pero me han entrado unas ganas tremendas: tanta caída a un pozo sin fondo tiene que gustarme. Al fin y al cabo, es lo que les está pasando a casi toda la gente que me rodea. A mí mismo, me han subido la pensión un 0,25%, lo que me obligaba moralmente a subir las propinas en los bares la misma cantidad, para lo que necesitaría una Supercalculadora. Pero el Estado me ha facilitado el problema: esos céntimos de subida me hacen cruzar una línea y me han subido un 7% el porcentaje de IRPF. Si me hacen eso 4 años, la pensión me saldrá a pagar yo.

    En fin, que toda esa mierda no me la pierdo.

    Agradecido por tus largos análisis.

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  2. Querido señor NáN,

    Encomiable su acto con los décimos de lotería. Mejor que quemarse a lo bonzo a la entrada de la sede del PP. A ver si la gente sigue su ejemplo y se decide a usar la violencia de una vez, que esto es un sindiós...

    Interesante lo de vincular a Llewyn Davis con la subida de las pensiones: tan deprimente es una cosa como la otra. Si aún no la ha visto, no vaya en un momento de depresión: además, la película transmite una sensación de frío tal que uno siente que se halla en medio de la provincia de Soria en enero armado sólo con un taparrabos.

    Por otro lado, le aviso que el camarada Francisco publicará mañana o pasado un bello artículo sobre ese Ozu de sus amores.

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    Respuestas
    1. ¡Bien por Francisco!

      No se preocupe por mí, que tengo los huesos hechos a las penas, y a las cavilaciones estas sienes. TENGO QUE VER ESA PELÍCULA.

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