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Veamos en esta entrega el apasionante
mundo de la prensa diaria, eso que algunos llaman aún el cuarto poder y que hoy
solo sirve para proveer de tertulianos a decenas de programas de TV que
realizan sesudos análisis políticos tipo “Bárcenas es un ladrón” o “Montoro es
un inútil”, ver el tiempo que va a hacer en tu pueblo o leer las esquelas. Y es
que la crítica de cine de los periódicos carece de toda relevancia. Aunque no
siempre fue así, como veremos. En primer lugar, hay que distinguir entre el
pasquín de tirada nacional y el local o periódico de provincias. El crítico de
cine de este último suele ser un señor mayor que trabaja en algún negociado o
da clases en secundaria, es aficionado al cine desde chiquito y, dado que sabe
muy bien el tipo de garrulos que campan en su aldea, procura contemporizar.
Vamos, que no pondrá Iron Man III a
caer de un burro (aunque lo desee) ni recomendará apasionadamente que los
catetos acudan en masa a ver la última de Nobuhiro Suwa. Es la crítica más
inofensiva, intrascendente y honesta que hay.
Otro caso es el crítico del periódico
de tirada nacional. Este ente suele tener ínfulas de estrella. Y a fe que en
ocasiones demuestra su categoría. Como no se trata de analizar caso por caso
las luminarias que escriben en sitios tales como el ABC, La Razón, El Público y
demás periódicos de las derechas, nos fijaremos solo en otro pasquín de
derechas, EL PAÍS, ya que es el de mayor tirada y, según sus propias encuestas,
el de mayor influencia. Hasta donde alcanza la memoria, el primer crítico
estrella de tal periódico fue Diego Galán, quien durante años escribió penosas
críticas en las que aunaba la mala prosa, el desconocimiento y el mal gusto.
Pero, como suele suceder, toda estrella tiene sus secundarios, y en este caso
el secundario que vigilaba las espaldas de Galán era Augusto M. Torres. Tampoco
es que sus crónicas fueran una maravilla, pero toda persona relacionada con la
realización de Arrebato (incluso
Eusebio Poncela) cuenta con nuestra simpatía. Por ahí estaba también Jordi
Batlle Caminal: inolvidable fue su retrato de James Cagney a propósito del
inicio de Run for Cover: “De repente,
aquel tipo menudo se convirtió en ¡menudo tipo!”. Afortunadamente, el reparto
de prebendas favoreció a Galán, quien se fue de director al festival de San
Sebastián o de director general de cinematografía (no recordamos qué) tras
haber hecho una labor sublime en pro del cine español del PSOE de los ochenta,
caracterizado por películas como La
colmena, Los santos inocentes, Réquiem por un campesino español, Tiempo de silencio y cosas así. Aquel
tiempo añorado en el que se adaptaban novelas espantosas para hacer películas
inmundas donde aparecían invariablemente Imanol Arias, Paco Rabal, Imanol
Arias, Victoria Abril, Imanol Arias, Juan Echanove e Imanol Arias. Era como
hacer de nuevo las asignaturas de lengua y literatura del BUP y COU en pantalla
ancha. El sustituto de Galán fue Ángel Fernández-Santos, y hay que admitir que
se subió el listón, pese a que este era un crítico ponderado –no cargaba las
tintas denostando las muchas basuras que veía- y que se repetía incansablemente
(varias generaciones aún recuerdan aquello de “un guión escrito con
tiralíneas”). Como Fernández-Santos sabía de lo que hablaba, y además había
colaborado con Erice en los guiones de El
espíritu de la colmena y El sur y
había co-escrito las mejores de Regueiro, gozaba de gran prestigio entre
lectores y colegas. Lo que en ocasiones provocaba cómicas situaciones: así
cuando en los eventos festivaleros los otros enviados especiales rodeaban al
bueno de Ángel para que les diera su opinión sobre el estreno mundial de la
última de Ridley Scott. En ocasiones, esto desconcertaba a los plumillas, como
cuando Ángel puso a parir aquella mierda de Scorsese, El cabo del miedo, bodrio que había entusiasmado a sus colegas. Y
es que si ustedes piensan que los críticos poseen imaginación y opiniones
firmes, hemos de decirles que andan equivocados.
Tras aquella época feliz en la que en
ese periódico se juntaron Joaquín Vidal para la crítica taurina (pocos
olvidarán el título de la reseña de aquella corrida de Jesulín “for Women
only”: Tres orejas y un sostén), Haro
Tecglen en la de teatro (donde ponía a caldo todas las representaciones a las
que asistía, casi siempre acertadamente) y Fernández-Santos, era inevitable que
el paso del tiempo se los llevara a todos, pues aparte de que se cuidaban poco,
estaban ya mayorcitos. Los jerifaltes de PRISA decidieron, después del óbito de
Fernández-Santos, intercambiar cromos de nuevo con el presunto eterno rival, EL
MUNDO. De hecho, Pedro J., ese periodista hispano que se cree Woodward o
Bernstein y que es más bien J. J. Hunsecker, ya se había llevado a Forges
(harto del servilismo pro-PSOE) y a Umbral (cinco minutos antes de que le
echaran) a su redil. Por tanto, el recambio natural, según los herederos de
Polanco, fue ni más ni menos que Carlos Boyero.
Boyero es un crítico que tiene una
legión de fans. Y no es para menos. Porque habla de cine como un español
cualquiera habla de fútbol en la barra del bar: con ignorancia, a gritos y con
palabras malsonantes. Y esto es lo que gusta, que se digan las cosas claras y
al pan, pan y al vino, vino. En verdad, las páginas de reseñas de pelis en esa
cabecera cuentan con críticos mejores: por ahí andan de secundarios Javier
Ocaña y Jordi Costa. El problema es que las películas que analiza Costa son
para un público de entendidos (en cine coreano, afgano, malayo, indie gringo y
demás subculturas) y Ocaña es un crítico razonable en una época en la que a
nadie le interesa la crítica de cine. Por tanto, Boyero asumió su papel estelar
con toda naturalidad y con la vehemencia que adoran sus admiradores.
Y todo transcurría más o menos
felizmente hasta que un hecho histórico puso por fin a Boyero, tras una larga
carrera repitiendo los mismos exabruptos, en el olimpo de la crítica, a la
altura de un Bazin, un Burch o un Brownlow. Resulta que en una crónica de
urgencia enviada desde Venecia, el bueno de Boyero masacró una de Abbas
Kiarostami y encima admitió (algo que le honra) que se largó del cine antes de
que acabara. No contento con ello, exhortaba a los distribuidores españoles
para que bajo ningún concepto compraran semejante tostón, so pena de entrar en
bancarrota.
Nosotros, que adoramos a Abbas (excepto
por aquella parida de Copia certificada:
¿se han fijado que en ninguna peli de director de culto o moderno ha de faltar
Juliette Binoche? De Haneke a Hsien Hou, de Carax a Kiarostami… Cualquier día de
estos veremos una de Amenábar con la Binoche), consideramos que con esta
crítica alcanzó el cenit de su carrera como cineasta. Porque que un crítico
como Boyero advierta a los mercachifles patrios sobre el peligro que entraña
adquirir una de sus pelis es algo así como el equivalente a los seis oscars de
John Ford o al premio Nobel que le dieron a Kipling a sus 42 añitos. Ahí es
nada.
Pero no acabó aquí la cosa, y tras su
beatificación, Boyero consiguió inesperadamente una canonización exprés, como
si de un sanjosemaríaescrivádebalaguer se tratase. Pues un nutrido grupo de
cineastas firmaron una espectacular carta que enviaron al director de EL PAÍS.
Por si no la recuerdan, se la reproducimos:
Una vez más, EL PAÍS da cuenta del desarrollo de uno de los
principales festivales cinematográficos desdeñando casi todo lo que en ellos se
ofrece de innovador o arriesgado, y propagando la idea de que la mayor parte
del llamado "cine de autor" que hoy se hace en el mundo carece de
interés. En el caso de la reciente Mostra de Venecia, el cronista de turno,
Carlos Boyero, imitándose a sí mismo -tratando de tarados, cursis, snobs,
plastas y otras lindezas a cuantos cineastas y críticos puedan discrepar de sus
opiniones-, además de reiterarnos día tras día su inmenso hastío, no ha tenido
reparo alguno en pregonar su abandono de la proyección de la última película de
Abbas Kiarostami. Una anécdota que pone en evidencia que su protagonista no
sólo ha renunciado a la crítica, sino que ha faltado a su deber como
informador, demostrando su falta de respeto hacia los lectores.
Pero hay más: ya puesto, el cronista advierte a los
distribuidores españoles del mal que les acecha si se deciden a importar esta
clase de películas, conminando a los exhibidores a no programarlas. Grave actitud,
que se parece mucho a una censura previa, y que, de prosperar, privaría a los
espectadores de ver y juzgar por sí mismos. Se trata de un asunto mayor, de
estricta política cinematográfica, ante el cual lo esencial no es tanto el
punto de vista del redactor como el del medio al cual representa.
En la difícil situación que en tantos aspectos atraviesa hoy
el cine español -particularmente en el de la producción y difusión de las
películas más interesantes que se vienen haciendo entre nosotros-, sería justo
y necesario, para que sus lectores sepan a qué atenerse, conocer cuál es la
verdadera actitud de EL PAÍS a este respecto. Aclarar si su postura coincide
básicamente con la que se desprende de los textos de su cronista. Si el acuerdo
de una u otra manera existiera, estaría algo más claro cuál es el sentido de su
compromiso primero: apoyar de tarde en tarde, a modo de detalle redentor, algún
asomo de diversidad para dedicarse sobre todo a sostener y publicitar la
producción cinematográfica más acorde -salvo las excepciones de rigor- con el
dictado mayoritario de los ejecutivos de televisión y los intereses de aquellos
productores, distribuidores y exhibidores que determinan el destino de nuestro
cine.
MIGUEL MARÍAS FRANCO, JOSÉ LUIS GUERÍN, VÍCTOR ERICE, ÁLVARO ARROBA MARTÍNEZ (y 100 firmas más pertenecientes al ámbito cinematográfico).
Esto es
admirable. Piensen que en una época no tan lejana los artistas se reunían para
publicar manifiestos en los que daban cuenta de sus ideas y propósitos (rara
vez cumplidos) para regocijo del público. Porque si uno escribe cosas como “El
espíritu del hombre que sueña queda plenamente satisfecho con lo que sueña” o
“Un automóvil rugiente es más bello que la victoria de Samotracia” por lo
general provoca unas risas merced a ese producto de su ingenio e intoxicación.
Sin embargo, estos seres “pertenecientes al ámbito cinematográfico” no se
reúnen para pergeñar un manifiesto artístico, sino que le piden cuentas y
explicaciones a una empresa por poner mal la peli de un compañero (o las suyas
propias) y casi para exigir el despido inmediato del crítico. Por lo demás,
mucha pena nos causa que gentes como Erice, Guerín o Pedro Costa (si es que es
el portugués y no el español que hacía cine negro manchego) hayan firmado algo tan
patético. Solo faltan entre las firmas Straub, Serra, otro cineasta persa y
algún oriental de moda. Fíjense que se habla de “política cinematográfica” y
del “cine español”. Uno pensaba que Abbas era persa, como su película. Pero el
fondo de la cuestión viene de lejos: hace tiempo que Boyero despotrica contra
este tipo de cine, y estas gentes, humilladas y ofendidas, decidieron pasar a
la acción. Penosamente, claro está. No siempre fue así, sin embargo. Y hay que
considerar que Boyero, en su condición de exalcohólico, como a muchos el dejar
el trago hizo que se le agriara (más) el carácter. Una vez incluso le dijo a
Guerín (a la cara) que “lo mejor que ha dado Cataluña es el Vichy catalán y Los motivos de Berta”. Un elogio supremo para el director y para el
país de la botifarra. Guerín, que por su parte no había dejado aún la bebida,
respondió con una mueca que quiso ser sonrisa. Por otra parte, la carta huele
poderosamente a “¿qué hay de lo mío?” o, en otras palabras, a financiación.
Algo sorprendente, pues casi todos los que firman son niños bien y ricos de
nacimiento. Y es que los españoles no tenemos sentido histórico. Piensen
ustedes en alguien como Luis Buñuel, también rico de nacimiento. Ningún
ministerio de la Kultur le
subvencionó una película. La primera, la del perro, se la pagó su madre (cierto
es que Buñuel se gastó dos tercios de la pasta materna en putas, pero esa es
otra historia); la segunda se la financiaron unos vizcondes chiflados a los que
les gustaba lo épatant y la tercera
un anarquista español al que le había tocado la lotería. Y si tenía que hacer
mierdas como Gran Casino o El río y la muerte para pagar la luz,
pues las hacía y sanseacabó.
Tampoco es
que el asunto de la pasta nos parezca tan importante (y eso que nuestra pobreza
es franciscana: la del de Asís, no la del Papa actual, que a la hora de
escribir estas líneas aún no ha sido asesinado), ya que las pelis de esta peña
no pretenden tener los presupuestos de Transformers
4 o Lo Imposible. En cierta
ocasión, saliendo de ver El sol del
membrillo, la señora Snoid inventó eso del crowdfunding, tan de moda hoy y con lo que han hecho ha poco esa
tomadura de pelo titulada El cosmonauta.
Se preguntaba la pobre por qué Víctor no hacía más películas y hubo que
informarle de sus, ejem, “divergencias con unos cuantos hijos de puta”, que
decía Clint en El sargento de hierro.
Y se le ocurrió que si unas 50.000 almas españolas ansiosas por ver pelis de
Erice le financiábamos una con nuestro modesto peculio, pues todo arreglado. Y
sin que los nombres de los donantes aparecieran en los créditos como
“productores”, a diferencia del cutre crowdfunding
de hoy. Porque, si eres productor y no puedes joder al director, meter mano al
guión, acostarte con las actrices/los actores o llevártelo muerto, ¿de qué
sirve?
Pero lo que
nos hace llorar desconsoladamente es el tono implorante de la misiva, como si
estos infelices se creyeran que PRISA es una ONG o Caritas Diocesana. Como si
no hubieran visto sus célebres suplementos, esos que incluyen complementos y gadgets de todo tipo al alcance de
cualquier obrero y que animan al despilfarro más progre-pijo y salvaje. De
hecho, nosotros tenemos amigos que han dejado de comprarse el ejemplar de los
sábados porque ahora incluye un suplemento de moda para potentados. Postura que
no comprendemos, a no ser que lo compraran para verificar que en Babelia ponían bien el último libro de
Alfaguara que habían leído. De hecho, ahora es cuando lo compramos nosotros,
pues juzgamos que el suplemento de trapos es mucho mejor que el de libros. Por
lo menos salen hombres y mujeres bellísimos. Las mujeres quizá algo
desnutridas, pero eso siempre puede engendrar una fantasía sexual tipo
“alimenta a una top model”: es decir, uno le da cucharaditas de potito Bledine
a una maniquí que parece recién salida de Mathausen.
Estos
“artistas” sufren sin duda el Síndrome de Belén Esteban (SBE), que es una
enfermedad falsa como el síndrome de déficit de atención y que consiste en
hacer grandes aspavientos sobre asuntos enormemente banales. Como aquella vez
que Javier Marías montó un cristo cuando vio la versión que los Querejeta
habían hecho de su novela Todas las almas.
Y no se cabreó porque la peli fuera una mierda, no: la ira de Marías estaba
motivada porque habían hecho de uno de sus personajes (presumiblemente ambiguo)
un bujarrón de tomo y lomo. Como si eso importara. Nosotros, en nuestra
ignorancia, pensábamos que lo mejor que un escritor podía hacer si se le
acercaba un productor con la aviesa intención de adaptar una de sus obras era lo
de “toma el dinero y corre”. Total, si la peli es una obra maestra o una mierda
el escritor gana siempre: los sospechosos habituales dirán “Es buena, sí, pero
es que han fusilado la novela” o “Floja, la novela es mucho mejor”. Así que no
entendemos el mosqueo de Marías, a quien apreciamos (posiblemente porque no
hemos leído ninguna de sus novelas). En fin, que se ponen histéricos por las
cuestiones más necias.
Lo que nos
parece intolerable es que los firmantes de la carta acusen a Boyero de escribir
sus crónicas drogado: “ya puesto, el
cronista advierte…”. ¡Como si Boyero no tuviera derecho a trabajar drogado,
como ellos (o como nosotros)! La moralina de PRISA se halla presente incluso en
las cartas al director…
Para
acabar, lo mejor de la crítica de cine en este periódico está en las breves
reseñas de las pelis de la tele, dado que las hace un programa de ordenador.
¿Que no me creen? Prueben a leerlas durante un par de semanas (sabemos que es
duro, pero…). Encontrarán los mismos sintagmas repetidos una y otra vez:
“sólido guión”, “ajustadas interpretaciones”, “excelente reparto”, “drama
intimista”, “sólida dirección”, “contó con el aplauso de público y crítica”
“buena labor interpretativa” y demás. Lo malo es cuando el programa se
descontrola y te encuentras con la siguiente crónica de, pongamos, Saw V: “Ajustadas interpretaciones para
esta nueva entrega de la famosa historia de terror que alcanzó el aplauso de
público y crítica. Buen trabajo del director X que contó esta vez con un
excelente reparto y un sólido guión. Recomendable”.
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