miércoles, 15 de enero de 2014

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID - ¿POR QUÉ NO EXISTE LA CRÍTICA DE CINE? (SEGUNDA PARTE)

Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963)

Veamos en esta entrega el apasionante mundo de la prensa diaria, eso que algunos llaman aún el cuarto poder y que hoy solo sirve para proveer de tertulianos a decenas de programas de TV que realizan sesudos análisis políticos tipo “Bárcenas es un ladrón” o “Montoro es un inútil”, ver el tiempo que va a hacer en tu pueblo o leer las esquelas. Y es que la crítica de cine de los periódicos carece de toda relevancia. Aunque no siempre fue así, como veremos. En primer lugar, hay que distinguir entre el pasquín de tirada nacional y el local o periódico de provincias. El crítico de cine de este último suele ser un señor mayor que trabaja en algún negociado o da clases en secundaria, es aficionado al cine desde chiquito y, dado que sabe muy bien el tipo de garrulos que campan en su aldea, procura contemporizar. Vamos, que no pondrá Iron Man III a caer de un burro (aunque lo desee) ni recomendará apasionadamente que los catetos acudan en masa a ver la última de Nobuhiro Suwa. Es la crítica más inofensiva, intrascendente y honesta que hay.



Otro caso es el crítico del periódico de tirada nacional. Este ente suele tener ínfulas de estrella. Y a fe que en ocasiones demuestra su categoría. Como no se trata de analizar caso por caso las luminarias que escriben en sitios tales como el ABC, La Razón, El Público y demás periódicos de las derechas, nos fijaremos solo en otro pasquín de derechas, EL PAÍS, ya que es el de mayor tirada y, según sus propias encuestas, el de mayor influencia. Hasta donde alcanza la memoria, el primer crítico estrella de tal periódico fue Diego Galán, quien durante años escribió penosas críticas en las que aunaba la mala prosa, el desconocimiento y el mal gusto. Pero, como suele suceder, toda estrella tiene sus secundarios, y en este caso el secundario que vigilaba las espaldas de Galán era Augusto M. Torres. Tampoco es que sus crónicas fueran una maravilla, pero toda persona relacionada con la realización de Arrebato (incluso Eusebio Poncela) cuenta con nuestra simpatía. Por ahí estaba también Jordi Batlle Caminal: inolvidable fue su retrato de James Cagney a propósito del inicio de Run for Cover: “De repente, aquel tipo menudo se convirtió en ¡menudo tipo!”. Afortunadamente, el reparto de prebendas favoreció a Galán, quien se fue de director al festival de San Sebastián o de director general de cinematografía (no recordamos qué) tras haber hecho una labor sublime en pro del cine español del PSOE de los ochenta, caracterizado por películas como La colmena, Los santos inocentes, Réquiem por un campesino español, Tiempo de silencio y cosas así. Aquel tiempo añorado en el que se adaptaban novelas espantosas para hacer películas inmundas donde aparecían invariablemente Imanol Arias, Paco Rabal, Imanol Arias, Victoria Abril, Imanol Arias, Juan Echanove e Imanol Arias. Era como hacer de nuevo las asignaturas de lengua y literatura del BUP y COU en pantalla ancha. El sustituto de Galán fue Ángel Fernández-Santos, y hay que admitir que se subió el listón, pese a que este era un crítico ponderado –no cargaba las tintas denostando las muchas basuras que veía- y que se repetía incansablemente (varias generaciones aún recuerdan aquello de “un guión escrito con tiralíneas”). Como Fernández-Santos sabía de lo que hablaba, y además había colaborado con Erice en los guiones de El espíritu de la colmena y El sur y había co-escrito las mejores de Regueiro, gozaba de gran prestigio entre lectores y colegas. Lo que en ocasiones provocaba cómicas situaciones: así cuando en los eventos festivaleros los otros enviados especiales rodeaban al bueno de Ángel para que les diera su opinión sobre el estreno mundial de la última de Ridley Scott. En ocasiones, esto desconcertaba a los plumillas, como cuando Ángel puso a parir aquella mierda de Scorsese, El cabo del miedo, bodrio que había entusiasmado a sus colegas. Y es que si ustedes piensan que los críticos poseen imaginación y opiniones firmes, hemos de decirles que andan equivocados.



Tras aquella época feliz en la que en ese periódico se juntaron Joaquín Vidal para la crítica taurina (pocos olvidarán el título de la reseña de aquella corrida de Jesulín “for Women only”: Tres orejas y un sostén), Haro Tecglen en la de teatro (donde ponía a caldo todas las representaciones a las que asistía, casi siempre acertadamente) y Fernández-Santos, era inevitable que el paso del tiempo se los llevara a todos, pues aparte de que se cuidaban poco, estaban ya mayorcitos. Los jerifaltes de PRISA decidieron, después del óbito de Fernández-Santos, intercambiar cromos de nuevo con el presunto eterno rival, EL MUNDO. De hecho, Pedro J., ese periodista hispano que se cree Woodward o Bernstein y que es más bien J. J. Hunsecker, ya se había llevado a Forges (harto del servilismo pro-PSOE) y a Umbral (cinco minutos antes de que le echaran) a su redil. Por tanto, el recambio natural, según los herederos de Polanco, fue ni más ni menos que Carlos Boyero.


Boyero es un crítico que tiene una legión de fans. Y no es para menos. Porque habla de cine como un español cualquiera habla de fútbol en la barra del bar: con ignorancia, a gritos y con palabras malsonantes. Y esto es lo que gusta, que se digan las cosas claras y al pan, pan y al vino, vino. En verdad, las páginas de reseñas de pelis en esa cabecera cuentan con críticos mejores: por ahí andan de secundarios Javier Ocaña y Jordi Costa. El problema es que las películas que analiza Costa son para un público de entendidos (en cine coreano, afgano, malayo, indie gringo y demás subculturas) y Ocaña es un crítico razonable en una época en la que a nadie le interesa la crítica de cine. Por tanto, Boyero asumió su papel estelar con toda naturalidad y con la vehemencia que adoran sus admiradores.


Y todo transcurría más o menos felizmente hasta que un hecho histórico puso por fin a Boyero, tras una larga carrera repitiendo los mismos exabruptos, en el olimpo de la crítica, a la altura de un Bazin, un Burch o un Brownlow. Resulta que en una crónica de urgencia enviada desde Venecia, el bueno de Boyero masacró una de Abbas Kiarostami y encima admitió (algo que le honra) que se largó del cine antes de que acabara. No contento con ello, exhortaba a los distribuidores españoles para que bajo ningún concepto compraran semejante tostón, so pena de entrar en bancarrota.


Nosotros, que adoramos a Abbas (excepto por aquella parida de Copia certificada: ¿se han fijado que en ninguna peli de director de culto o moderno ha de faltar Juliette Binoche? De Haneke a Hsien Hou, de Carax a Kiarostami… Cualquier día de estos veremos una de Amenábar con la Binoche), consideramos que con esta crítica alcanzó el cenit de su carrera como cineasta. Porque que un crítico como Boyero advierta a los mercachifles patrios sobre el peligro que entraña adquirir una de sus pelis es algo así como el equivalente a los seis oscars de John Ford o al premio Nobel que le dieron a Kipling a sus 42 añitos. Ahí es nada.


Pero no acabó aquí la cosa, y tras su beatificación, Boyero consiguió inesperadamente una canonización exprés, como si de un sanjosemaríaescrivádebalaguer se tratase. Pues un nutrido grupo de cineastas firmaron una espectacular carta que enviaron al director de EL PAÍS. Por si no la recuerdan, se la reproducimos:



Una vez más, EL PAÍS da cuenta del desarrollo de uno de los principales festivales cinematográficos desdeñando casi todo lo que en ellos se ofrece de innovador o arriesgado, y propagando la idea de que la mayor parte del llamado "cine de autor" que hoy se hace en el mundo carece de interés. En el caso de la reciente Mostra de Venecia, el cronista de turno, Carlos Boyero, imitándose a sí mismo -tratando de tarados, cursis, snobs, plastas y otras lindezas a cuantos cineastas y críticos puedan discrepar de sus opiniones-, además de reiterarnos día tras día su inmenso hastío, no ha tenido reparo alguno en pregonar su abandono de la proyección de la última película de Abbas Kiarostami. Una anécdota que pone en evidencia que su protagonista no sólo ha renunciado a la crítica, sino que ha faltado a su deber como informador, demostrando su falta de respeto hacia los lectores.


Pero hay más: ya puesto, el cronista advierte a los distribuidores españoles del mal que les acecha si se deciden a importar esta clase de películas, conminando a los exhibidores a no programarlas. Grave actitud, que se parece mucho a una censura previa, y que, de prosperar, privaría a los espectadores de ver y juzgar por sí mismos. Se trata de un asunto mayor, de estricta política cinematográfica, ante el cual lo esencial no es tanto el punto de vista del redactor como el del medio al cual representa.


En la difícil situación que en tantos aspectos atraviesa hoy el cine español -particularmente en el de la producción y difusión de las películas más interesantes que se vienen haciendo entre nosotros-, sería justo y necesario, para que sus lectores sepan a qué atenerse, conocer cuál es la verdadera actitud de EL PAÍS a este respecto. Aclarar si su postura coincide básicamente con la que se desprende de los textos de su cronista. Si el acuerdo de una u otra manera existiera, estaría algo más claro cuál es el sentido de su compromiso primero: apoyar de tarde en tarde, a modo de detalle redentor, algún asomo de diversidad para dedicarse sobre todo a sostener y publicitar la producción cinematográfica más acorde -salvo las excepciones de rigor- con el dictado mayoritario de los ejecutivos de televisión y los intereses de aquellos productores, distribuidores y exhibidores que determinan el destino de nuestro cine.



MIGUEL MARÍAS FRANCO, JOSÉ LUIS GUERÍN, VÍCTOR ERICE, ÁLVARO ARROBA MARTÍNEZ (y 100 firmas más pertenecientes al ámbito cinematográfico).



Esto es admirable. Piensen que en una época no tan lejana los artistas se reunían para publicar manifiestos en los que daban cuenta de sus ideas y propósitos (rara vez cumplidos) para regocijo del público. Porque si uno escribe cosas como “El espíritu del hombre que sueña queda plenamente satisfecho con lo que sueña” o “Un automóvil rugiente es más bello que la victoria de Samotracia” por lo general provoca unas risas merced a ese producto de su ingenio e intoxicación. Sin embargo, estos seres “pertenecientes al ámbito cinematográfico” no se reúnen para pergeñar un manifiesto artístico, sino que le piden cuentas y explicaciones a una empresa por poner mal la peli de un compañero (o las suyas propias) y casi para exigir el despido inmediato del crítico. Por lo demás, mucha pena nos causa que gentes como Erice, Guerín o Pedro Costa (si es que es el portugués y no el español que hacía cine negro manchego) hayan firmado algo tan patético. Solo faltan entre las firmas Straub, Serra, otro cineasta persa y algún oriental de moda. Fíjense que se habla de “política cinematográfica” y del “cine español”. Uno pensaba que Abbas era persa, como su película. Pero el fondo de la cuestión viene de lejos: hace tiempo que Boyero despotrica contra este tipo de cine, y estas gentes, humilladas y ofendidas, decidieron pasar a la acción. Penosamente, claro está. No siempre fue así, sin embargo. Y hay que considerar que Boyero, en su condición de exalcohólico, como a muchos el dejar el trago hizo que se le agriara (más) el carácter. Una vez incluso le dijo a Guerín (a la cara) que “lo mejor que ha dado Cataluña es el Vichy catalán y Los motivos de Berta”.  Un elogio supremo para el director y para el país de la botifarra. Guerín, que por su parte no había dejado aún la bebida, respondió con una mueca que quiso ser sonrisa. Por otra parte, la carta huele poderosamente a “¿qué hay de lo mío?” o, en otras palabras, a financiación. Algo sorprendente, pues casi todos los que firman son niños bien y ricos de nacimiento. Y es que los españoles no tenemos sentido histórico. Piensen ustedes en alguien como Luis Buñuel, también rico de nacimiento. Ningún ministerio de la Kultur le subvencionó una película. La primera, la del perro, se la pagó su madre (cierto es que Buñuel se gastó dos tercios de la pasta materna en putas, pero esa es otra historia); la segunda se la financiaron unos vizcondes chiflados a los que les gustaba lo épatant y la tercera un anarquista español al que le había tocado la lotería. Y si tenía que hacer mierdas como Gran Casino o El río y la muerte para pagar la luz, pues las hacía y sanseacabó.



Tampoco es que el asunto de la pasta nos parezca tan importante (y eso que nuestra pobreza es franciscana: la del de Asís, no la del Papa actual, que a la hora de escribir estas líneas aún no ha sido asesinado), ya que las pelis de esta peña no pretenden tener los presupuestos de Transformers 4 o Lo Imposible. En cierta ocasión, saliendo de ver El sol del membrillo, la señora Snoid inventó eso del crowdfunding, tan de moda hoy y con lo que han hecho ha poco esa tomadura de pelo titulada El cosmonauta. Se preguntaba la pobre por qué Víctor no hacía más películas y hubo que informarle de sus, ejem, “divergencias con unos cuantos hijos de puta”, que decía Clint en El sargento de hierro. Y se le ocurrió que si unas 50.000 almas españolas ansiosas por ver pelis de Erice le financiábamos una con nuestro modesto peculio, pues todo arreglado. Y sin que los nombres de los donantes aparecieran en los créditos como “productores”, a diferencia del cutre crowdfunding de hoy. Porque, si eres productor y no puedes joder al director, meter mano al guión, acostarte con las actrices/los actores o llevártelo muerto, ¿de qué sirve?


Pero lo que nos hace llorar desconsoladamente es el tono implorante de la misiva, como si estos infelices se creyeran que PRISA es una ONG o Caritas Diocesana. Como si no hubieran visto sus célebres suplementos, esos que incluyen complementos y gadgets de todo tipo al alcance de cualquier obrero y que animan al despilfarro más progre-pijo y salvaje. De hecho, nosotros tenemos amigos que han dejado de comprarse el ejemplar de los sábados porque ahora incluye un suplemento de moda para potentados. Postura que no comprendemos, a no ser que lo compraran para verificar que en Babelia ponían bien el último libro de Alfaguara que habían leído. De hecho, ahora es cuando lo compramos nosotros, pues juzgamos que el suplemento de trapos es mucho mejor que el de libros. Por lo menos salen hombres y mujeres bellísimos. Las mujeres quizá algo desnutridas, pero eso siempre puede engendrar una fantasía sexual tipo “alimenta a una top model”: es decir, uno le da cucharaditas de potito Bledine a una maniquí que parece recién salida de Mathausen.


Estos “artistas” sufren sin duda el Síndrome de Belén Esteban (SBE), que es una enfermedad falsa como el síndrome de déficit de atención y que consiste en hacer grandes aspavientos sobre asuntos enormemente banales. Como aquella vez que Javier Marías montó un cristo cuando vio la versión que los Querejeta habían hecho de su novela Todas las almas. Y no se cabreó porque la peli fuera una mierda, no: la ira de Marías estaba motivada porque habían hecho de uno de sus personajes (presumiblemente ambiguo) un bujarrón de tomo y lomo. Como si eso importara. Nosotros, en nuestra ignorancia, pensábamos que lo mejor que un escritor podía hacer si se le acercaba un productor con la aviesa intención de adaptar una de sus obras era lo de “toma el dinero y corre”. Total, si la peli es una obra maestra o una mierda el escritor gana siempre: los sospechosos habituales dirán “Es buena, sí, pero es que han fusilado la novela” o “Floja, la novela es mucho mejor”. Así que no entendemos el mosqueo de Marías, a quien apreciamos (posiblemente porque no hemos leído ninguna de sus novelas). En fin, que se ponen histéricos por las cuestiones más necias.


Lo que nos parece intolerable es que los firmantes de la carta acusen a Boyero de escribir sus crónicas drogado: “ya puesto, el cronista advierte…”. ¡Como si Boyero no tuviera derecho a trabajar drogado, como ellos (o como nosotros)! La moralina de PRISA se halla presente incluso en las cartas al director…


Para acabar, lo mejor de la crítica de cine en este periódico está en las breves reseñas de las pelis de la tele, dado que las hace un programa de ordenador. ¿Que no me creen? Prueben a leerlas durante un par de semanas (sabemos que es duro, pero…). Encontrarán los mismos sintagmas repetidos una y otra vez: “sólido guión”, “ajustadas interpretaciones”, “excelente reparto”, “drama intimista”, “sólida dirección”, “contó con el aplauso de público y crítica” “buena labor interpretativa” y demás. Lo malo es cuando el programa se descontrola y te encuentras con la siguiente crónica de, pongamos, Saw V: “Ajustadas interpretaciones para esta nueva entrega de la famosa historia de terror que alcanzó el aplauso de público y crítica. Buen trabajo del director X que contó esta vez con un excelente reparto y un sólido guión. Recomendable”.

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