Por una vez no vamos (apenas) a criticar a nadie. Iniciamos
una nueva sección de elogios y alabanzas. Pero no sobre gentes como Ford, Ozu o
Rossellini, que para eso ya están Don Francisco y Don Juan con sus eruditos y
meditados artículos. No: nuestro trabajo es más complicado. Alguien tiene que
hacer el trabajo sucio, como dijo el antiguo ministro del interior José
Barrionuevo. Nuestro propósito es hacer unas semblanzas de aquellos que detrás
o delante de la cámara siempre nos han fascinado por su talento, carisma, buen
hacer y hasta (en ocasiones) belleza, pero que no consiguieron llegar a lo que
el común de los mortales entiende como éxito. Y es que la historia no solo deja
cadáveres a su paso. También deja grandes olvidos. Piensen ustedes en Sodoma y
Gomorra. No hay duda de la popularidad de Sodoma. De la bíblica ciudad arrasada
por la ira de Yahvé nos han quedado los simpáticos sustantivos sodomía y sodomita y el no menos trascendente verbo sodomizar, amén de otros derivados. Pero, ¿qué fue de Gomorra? ¿Por
qué Gomorra no triunfó en el imaginario colectivo? ¿Qué hace que no sea usted
un gomorrita (o gomorrense)? ¿Por qué, en un momento de pasión, no le suelta
usted a su pareja “Te voy a gomorrizar hasta que mi nabo te salga por la
garganta”? Pues seguramente por la eufonía. Esto quiere decir que Sodoma suena
mejor que Gomorra. Y este hecho intrascendente, pues se nos cuenta que en
Gomorra se tomaban la diversión tan en serio como en Sodoma, fue lo que inclinó
la balanza. Y esta digresión viene a cuento porque vamos a iniciar esta
andadura glosando las virtudes de uno de los actores más viriles de todos los
tiempos: Sam Elliott.
Imagine que tiene usted la siguiente fantasía sexual: anda
usted paseando por la pradera, con una brizna de paja en los labios, digamos
que por la parte de Montana cerca del río Powder, una cálida tarde de junio de
1870. Aparece un cowboy en el horizonte, se acerca, le tira el lazo, le
inmoviliza como un ternerillo, procede a atarle las manos a la espalda, le baja
los pantalones y le sodomiza (o gomorriza) violentamente mientras le clava las
espuelas en las pantorrillas. ¿A qué vaquero cinematográfico escogería usted?
¿A John Wayne? Demasiado feo. ¿A Robert Mitchum? Demasiado perezoso: se hubiera
cansado con solo tirar el lazo. ¿A William Boyd? ¿A Tom Mix? No, porque a estos
usted no les pone ni la cara. Usted escogería sin dudar a Sam Elliott. El
problema es que Sam no haría semejante cosa, pues por un lado es un caballero
(las mujeres quedan excluidas) y por otro no le gustan los hombres (excluidos
también los gomorritas). De hecho, ante el éxito de Brokeback Mountain, el elegante Sam comentaba que “Me encanta Ang
Lee. Pero no es mi tipo de película, lo siento. Sin embargo, es evidente que
los tiempos cambian”. A mí, que tampoco me van los tíos, no me importaría lo
más mínimo que la señora Snoid tuviera un affaire
con Sam. Es más, alabaría su buen gusto. Y sería un cornudo de lo más feliz. Ya
me imagino la escena con mis compañeros de partida de mus: “¿A que no sabéis
qué?” “¿Qué?” “¡Mi mujer se ha tirado a Sam Elliott!”. Breve momento de estupor
e incredulidad, y a continuación: “¡Jacinto, otra ronda para esta mesa! ¡Pero
ya!”.
Ustedes quizá descubrieron a Sam como el vaquero que narra
la historia en El gran Lebowski y que
tiene un par de escenas breves con Jeff Bridges. No vamos a decir que Sam se
robara la peli, pero dejaba bien claro que si a uno le llamaban dude (el notas en la versión doblada) en la parte del país de donde él
procedía, iba a haber problemas.
Sam en la
bolera, poniendo cara de picarón
Y esto ha sido una constante en la carrera de nuestro
Sam: o bien ha salido cinco minutos en películas decentes y medio decentes o
bien ha sido más o menos protagonista de unos bodrios de categoría épica. La
primera vez que vimos a Sam fue en una cosa llamada El legado, una mierda de terror (pero que era en realidad una
comedia) de la que solo recordamos dos momentos: la escena en la que Sam
enseñaba el culo (lo que provocó la euforia de las féminas del anfiteatro; los
gays se manifestaban poco por aquel entonces) y la traqueotomía que le hacen a
Roger Daltrey. Poco después, Sam nos hipnotizó en otra basura, esta vez
televisiva, titulada Asesinato en Texas.
Aquí Sam dejaba el caballo o la moto y se convertía en un cirujano que da el
braguetazo con una rica heredera tejana (Farrah Fawcett-Majors). Lo que pasa es
que nuestro buen doctor es malo como él solo, y pese a que su mujer le pone en
su mansión un “gabinete musical” (donde Sam se solaza interpretando al
clavicordio Las variaciones Goldberg
después de una dura jornada en el hospital), nuestro héroe se aburre de Farrah,
tan palurda, tan tejana y tan rubia, y se encapricha de Katharine Ross, morena
y mucho menos boba que su mujer. Así que en lugar de pedir el divorcio, Sam
decide eliminar a Farrah (operación fallida mediante, por supuesto) y quedarse
con la mansión, el clavicordio y la pasta. Y con Katharine Ross, claro está.
Pero el papá de Farrah (Andy Griffith), un tejano duro como el pedernal como
todos los tejanos que en el cine y en la tele han sido, sospecha de su yerno.
Lo que provoca una aburridísima intriga con detectives privados, vistas
previas, apelaciones y demás. Sorprendentemente la miniserie acaba, ¡y Sam sale
impune! Perdonen que me haya extendido con la trama: es para ilustrarles sobre
el tipo de producto que le ofrecían a Sam, que, pese a todo, estaba estupendo y
por una vez no lucía su espectacular bigotón. En conclusión, la peli planteaba
el siguiente dilema existencial. Pongamos que es usted un fanático de la
música: ¿con quién se queda, con Farrah o con Katharine?
Sam sin
bigote
Sam siempre tuvo fijación por el western, y quizá si
hubiera nacido 40 años antes habría sido una estrella como Wayne o Cooper, pero
ya me dirán qué westerns buenos se hicieron en los ochenta y noventa. Y no me
hablen de Bailando con lobos (un remake malo de aquella de Fuller, Run of the Arrow/Yuma) o de Sin perdón
(dos horas hablando y hablando de “lo duro que es matar a un hombre” hasta que
Clint se cabrea, se mama y despacha a Gene Hackman y a cinco o seis más en un
microsegundo: “¡Ése es mi Clint!”, aullaron los espectadores que seguían
despiertos). Así que Sam en ocasiones ha interpretado lo más parecido a un
vaquero: es decir, un motero. Y como tal salía en aquella de Bogdanovich que
era como un cruce entre Los ángeles del
infierno y El hombre elefante, Mask. Sam interpretaba a un ángel del
infierno que es el papá del joven protagonista, un Eric Stolz aquejado de
elefantiasis. Los del casting debían de ser unos cachondos, pues la madre fue
interpretada por Cher. Y no hay duda de que si uno tiene un hijo de Cher el
muchacho va a ser clavadito a John Merrick. Siguiendo con las macarradas, Sam
era el mentor de Patrick Swayze en una de las películas más bizarras jamás
rodadas, De profesión: duro (Roadhouse), posiblemente la única de la
historia del cine que ennoblece la honrosa profesión de matón de discoteca. Si
no la han visto, corran a descargarla: es una diversión sin límites e incluso
Ben Gazzara está gracioso (“Yo puse los fotomatones en este pueblo”). Erre que
erre, Sam siguió con la moto en aquella mierda llamada Ghost Rider, donde aparecía con mejor pinta y menos anciano que el
operado alopécico Nicolas Cage, veinte años más joven, un ¿actor? que no
conseguimos entender cómo llegó al estrellato. ¡Ah, sí! Una vez fue Sailor en Corazón salvaje.
Sam y Cher
tras haber engendrado al hombre elefante
Pero Sam no se rendía y si había una del oeste a la que
hincar el diente, allí andaba él. Así, era el Earp bueno (Virgil) en Tombstone, el que decide parar los pies
a los Clanton y aliados. No como Wyatt y Morgan, dedicados al proxenetismo y
encima jugadores de ventaja. Por lo demás, y pese a un reparto con cientos de
mostachos (sale incluso Harry Carey jr.), lo más destacable de la peli es la
presencia de Sam y el diálogo en latín (SÍ: en latín) entre Doc Holiday (Val
Kilmer) y Johnny Ringo (Michael Biehn). Tiempo atrás, Sam escribió y
protagonizó una del oeste muy digna para la tele, Conagher, peli que tenía cierta semejanza con Will Penny, aquel curioso (y a ratos brillante) western que
protagonizó Charlton Heston. Otra cuestión fue la serie La rosa amarilla de Texas, en la que Sam interpretaba a Chance
McKenzie, hijo bastardo de un poderoso ranchero. Arranca la cosa conque Sam
sale de la trena, vuelve a casa y descubre que papá ha muerto. No tarda en
consolar a la viuda de su viejo, Cybill Sheperd, e incluso se lleva bien con su
hermano, David Soul (Hutch de Starsky&Hutch).
Ya ven que esto era como un híbrido de western y serie tipo Falcon Crest. A destacar el episodio en
el que el malvado William Smith (Falconetti, el padre de Conan y esposo de
Nadiuska, etc.), antiguo compañero de penal de Sam, rapta a la sobrina de este.
Ambos protagonizan una espectacular pelea final a mamporro limpio.
En los últimos tiempos, Sam incluso aparece brevemente en
films de prestigio. Si hacen un esfuerzo, recordarán que es el piloto que le da
a Clooney su anhelada tarjeta platino en Up
In The Air, peli que nos agradó pese a lo poco que salía Sam.
Además de su magnética presencia, no les negaremos que Sam
es un tipo apuesto. E incluso está más bello con el paso de los años. Algo que
ocurre también con sus capacidades interpretativas. Si bien en sus comienzos Sam
no parecía muy apto para interpretar a Hamlet, nuestro hombre ha mejorado mucho
con el paso del tiempo y con la experiencia. Esto es más común de lo que
parece. Y si no, vean qué malos actores eran Gregory Peck en Days of Glory o Cary Grant en La Venus rubia. Es una pena, sin
embargo, que a Sam se le desaproveche tanto. Si han visto una peli titulada Off the Map (seguro que no) sabrán que
Sam incluso clava el papel de padre de familia con depresión espantosa.
Y es que en una época en que los actores adorados por las
mujeres son, digamos, raros, como
George Clooney o Richard Gere, o los ídolos de las niñas son del tipo Cristiano
Ronaldo o Leonardo Di Caprio, tipos que se deben pasar varias horas al día
maqueándose frente al espejo y cuya opción sexual es más bien dudosa, si no
alternativa, ver a alguien como Sam, un hombre de verdad, resulta un alivio en
estos tiempos que corren…
Sam en
plena campaña política: un vaquero con principios
He de reconocer que cuando le leo, Sr. Snoid, me siento avergonzado de decir que a veces voy al cine.
ResponderEliminarMe gusta mucho esta serie de olvidados (no es mi caso porque no los olvidé, sino que no los vi).
Y esa sonrisa con la cabeza ladeada, por lo que he visto aquí la ladeaba como nadie, en el anuncio anti Koch merece un Óscar o un algo.
A usted le gusta el cine japonés, y sólo con eso ya puede ir con la cabeza bien alta allá por doquiera...
ResponderEliminarLe agradezco los elogios. Tenga en cuenta que, aunque no lo parezca, a veces pensamos (mínimamente) lo que vamos a escribir. Y de ahí lo de "Los olvidados". Porque no íbamos a hacer unas glosas de, digamos, Angelina Jolie, dado que
A) La encontramos un tanto pedorra
B) Sale continuamente en todos los medios
C) Ha triunfado salvajemente dentro y fuera de la pantalla, y
D) Somos más fans de Jennifer Aniston
Un amable lector nos sugirió ayer que hiciéramos una glosa de J T Walsh, pero es que a este actor le consideramos prácticamente una estrella. Así que, con alguna excepción, nos dedicaremos a los "gloriosos fracasados". Fracasados para otra gente, claro...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEstimado señor Luxindex,
EliminarYa disculpará que haya tardado tanto en contestar: me he pasado un mes cavilando sobre Danson, Perlman y Sam Elliott... Y no les acabo de encontrar el parecido. Claro que a Danson no le tengo muy visto (no era yo muy asiduo de Cheers), a excepción de su secundario papel en Fuego en el cuerpo y su papel estelar en Tres hombres y un biberón I y II y alguna porquería más.
Respecto a Perlman, el asunto es más complejo. Para mí que está más guapo sin maquillaje que con. Sin quitar brillo al oscar de esa amiga suya, por supuesto. Pero es que tengo muy olvidada En busca del fuegp. Como buen degenerado, sólo recuerdo el momento en que la mulier sapiens le enseña al neandertal Perlman la postura del misionero. El monolito de 2001 andaría por ahí para registrar ese momento evolutivo de los homínidos, sin duda. Sí que le recuerdo en otra parida de Jean-Jacques Annaud, esa donde dos tipos juguetean en medio de Stalingrado y Ron hacía de maestro francotirador soviético hasta que Ed Harris le hace dar una voltereta espectacular. Las de Hellboy no las he visto, porque procuro evitar las películas-cómic, a excepción de las de Lobezno que me lleva a ver puntualmete la señora Snoid (CS para usted), sin duda por el viril Hugh Jackman, porque si no, no me lo explico...
Agradecido por su (borrado) comentario. Sea paciente: nosotros, como Ringo Starr, siempre contestamos, aunque sea años después...
He pensado repasar Los Olvidados para ir avanzando. ¿Y qué me encuentro? ¡Un comentario borrado de Mr. Luxindex! Este hombre siempre hace lo mismo, borra su rastro... para los mortales comunes. En fin.
ResponderEliminarMuy ilustrativa la introducción sobre los gomorrenses. Pensaría que no han triunfado porque en español suena a "gorrón" (mi experiencia en ese gomorrismo en los años mozos es de alta calidad).
Me ha gustado mucho, en esta segunda lectura, lo de "mi señora se ha tirado a...". Se nota que es usted un hombre avanzado que deja el origen de los actos en la voluntad de la mujer. Lo que en realidad es la realidad, por mucho que los machos presuman de que es una victoria de ellos.
En fin, que me ha alegrado este principio de domingo.