martes, 26 de noviembre de 2013

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID - POR QUÉ NO EXISTE LA CRÍTICA DE CINE (PRIMERA PARTE)



Por el señor Snoid
 


Ustedes dirán: pues claro que existe. En revistas, diarios, Internet, en la tele, hay crítica de cine. Pues no. Lo que ustedes piensan que es crítica es un conglomerado de cosas con fines mayormente publicitarios. La crítica como tal ya no se estila. O al menos no como en tiempos pretéritos. Hace más de 25 años que el crítico de EL PAÍS, Diego Galán, puso a caer de un burro Blade Runner, recién estrenada en nuestras pantallas. Con ese acto, nada infrecuente entonces, Galán demostraba dos cosas: a) que de cine no sabía ni sabe ni sabrá gran cosa, y b) que tenía huevos para poner a parir algo que no le gustaba. Hoy una actitud tan hostil, en un mundo tan tolerante como el nuestro, sería motivo de execración y despido. Sí, amiguitos: los tiempos cambian. Y si no, piensen en las así llamadas revistas especializadas, esas que se dedican presuntamente al asunto con seriedad y rigor. Podríamos hacer una breve tipología de estas publicaciones. En concreto hay tres categorías para tres tipos de público: la revista trivial, destinada al pajero intrascendente, la revista semiseria, dedicada al pajero hamletiano o dubitativo, y la revista seria, exclusiva del pajero con afán de trascendencia. Comencemos con lo trivial, porque es lo mejor. La revista trivial consta de tres grandes apartados: vida social, anuncios de rodajes y, como nexo de unión, el propósito de acabar con el cine español. El primer bloque es el más interesante: se le informa al lector de, por ejemplo, la última salida nocturna de Lindsay Lohan y cómo a ésta se le olvidó ponerse bragas. O el último desmentido sobre el supuesto rumor del homosexualismo de Leonardo Di Caprio y sus retozos con una top model profesional de tapadera. O la visita de Brad y Angelina a una remota aldea de Mongolia donde el jefe de la tribu les obsequia con un niño de otra etnia (inciso: ¿se han fijado en que las celebridades siempre adoptan niños con aspecto saludable, sin signos de malnutrición y sin aparentes taras físicas o psíquicas? ¿por qué lo hacen?). O la doble mastectomía de la misma Angelina, portadora de amenazadores genes cancerígenos (en verdad, esto salió en las páginas de la sección Internacional de la mayoría de los periódicos). El Fotogramas es la publicación reina en este apartado, por su gracia y buen gusto. Cinemanía, la respuesta del Imperio del Mal al Foto, es un poco distinta: como por exigencia editorial ha de tener el sello PRISA, que consiste en progresía, buen rollo y compromiso con causas tales como el ecologismo y los zapatos caros, la sección cotilleo tiene un tufo moralista que deviene emético. Muy distinto es el enfoque de Imágenes de Actualidad. Como la mitad de la revista la escribe un solo plumilla, la cosa tiene cierta coherencia. Pero escasa gracia. Porque el menda ese asegura residir en Los Ángeles (el ei, no Los Ángeles de San Rafael). Y nos da pruebas de ello. Por ejemplo te cuenta cómo vio bajar la basura a su vecina Julia Roberts en albornoz y pantuflas. Lo que no cuenta es si Julia separa el vidrio del brik y el papel de lo orgánico, por lo que sospechamos que los artículos se escriben en Torrelodones. Sin embargo, lo que distingue a ésta de las otras es el furor economicista del pavo que escribe. Relata con pasión enfebrecida los resultados financieros de cualquier peli en la que usted esté pensando: que si El atlas de las nubes costó 102 millones de $ a los que hay que añadir otros 175 en publicidad: que se estrenó en 1005 salas a la vez y que los resultados del primer fin de semana fueron decepcionantes (sólo 9,6 millones). Y así se tira diez o veinte páginas. Interesante e instructivo. Y lo crean o no, ha hecho escuela. Hoy en día no es raro escuchar conversaciones en el metro de este jaez: dos chavales con aspecto de estudiar Comunicación Audiovisual: “Tío, ¿sabes que Iron Man III ha recaudado casi 400 millones?” “¿En todo el mundo?” “Qué va, joder, sólo en USA. En todo el mundo van ya casi por los 800” “Es la hostia” “No veas. Y con los dividís, la tele, el montaje para los chinos y demás se van a forrar” “Pero, ¿no costó una pasta?” “200 millones el negativo más 150 de marketing y publicidad”  “Cojones, sí que se van a forrar” “Ya te digo. Y una vez que supere los 500 de beneficios, el tío ese, el drogadicto que hace de Sherlock Holmes, se lleva el 20% del bruto, ¿no es la hostia?” “Sí tío, es alucinante”. El daño que se ha hecho con esta manía de hablar sólo de la pasta es incalculable. Sospechamos que el mindundi responsable debió iniciar estudios de dirección de empresas, pues la brasa que da sobre el tema es considerable. Y contagiosa como la lepra. Pero prosigamos. La otra cosa que tienen en común estas publicaciones es la destrucción sistemática del cine español. Vamos a explicarlo. Para ellos, no hay peli española, por nefasta que sea, que no resulte ser casi una obra maestra. Esto genera dudas, claro. Dudas al espectador que sale de ver Mortadelo y Filemón II pensando en que jamás de los jamases le vuelven a pillar y luego lee en su publicación favorita que acaba de ver algo semejante a Historias de Tokio, La regla del juego o Las uvas de la ira. Es como para pensárselo. Para pensárselo mucho, como el pirata del anuncio. La consigna es clara: pongan bien a todo y a todos. Fijémonos en el cine “de autor”. Ustedes saben quién es Pedro Almodóvar. Uno de los cineastas más grandes de todos los tiempos. Los críticos han insistido con vehemencia en que Pedrín es el “Douglas Sirk manchego”. Aun admitiendo que Sirk sea un gran director (que no lo admitimos), hay ciertas diferencias entre, pongamos, ¡Átame! y Tiempo de amar, tiempo de morir, o entre La flor de mi secreto y Ángeles sin brillo. En cierta ocasión, la señora Snoid y yo estábamos viendo por la tele Escrito sobre el viento, una de las bizarras de Sirk. Sí, hombre, ésa en la que el nudo narrativo gira en torno a que los espermatozoides de Robert Stack “son débiles”. En la peli hay un momento en que Rock Hudson y Dorothy Malone están de merendola a la orilla de un río. El río no es río, pues es una escena de estudio que canta cantidad. La conversación es banal y los colores chillones, como cabe esperar. Sin embargo, el director se las arregla para que con esta escena sepamos que A) Hudson no va a traicionar a Stack. B) Malone no va a conseguir a Hudson, y C), que al final, Hudson se va a ir con Bacall y Malone se quedará sola acariciando la sutilmente fálica plataforma petrolífera a escala. La señora Snoid exclamó: “Esto es lo que quiere hacer Almodóvar pero no le sale”. Y es que hay un crítico en todos y cada uno de ustedes. Y les estoy hablando de una mujer que cuando quiere referirse a Willem Dafoe le llama Bobby Perú o que confunde a Von Stroheim con Von Sternberg. Lo malo del cine de Pedro no es que esté dirigido a amplios sectores de la población (invertidos y mujeres necias). No: es que si hay que buscar semejanzas en su cine es con las películas de Mariano Ozores, no con Sirk, Stahl o Fassbinder. Otro gay que hace cine, más listo y joven que Pedro, es Amenábar, Amenábar, moro de la morería. Otro al que estas revistas aclaman sin cesar. Amenábar en realidad hace remakes. Los otros es un remake de The innocents, o mejor aún, de La otra vuelta de tuerca que rodara el también gay Eloy de la Iglesia. Uno ya no recuerda qué vino primero, si Vanilla Sky o Abre los ojos (Open your eyes). Eso sí, Noriega resulta aún más desagradable que Tom Cruise (un logro que parecía inalcanzable). No haremos sangre con la repulsiva Mar Adentro, película que repugnó incluso a los parapléjicos. Ni con Ágora, esa peli de sandalias que quería ser el reverso oscuro de Quo Vadis o Ben-Hur, es decir, demostrar lo malo que es Rouco Varela (por si hacía falta) y que además El PAÍS le riera la gracia. Gracia la que tenía el momento en el que la frígida protagonista le ofrendaba una compresa sanguinolenta a su admirador Orestes, algo que hubiera hecho vomitar hasta a Russ Meyer. Pero da igual. Todo es una maravilla, sea la cagarruta industrial (Alatriste, El orfanato, Lo Imposible) o la cagarruta autoral (La soledad, Blancanieves AKA The Artist II), empleando la terminología que ellos usan. Y si no, reflexionen ustedes sobre la animación española. Si tienen ustedes niños o padecen alguna minusvalía psíquica, seguro que han visto cosas como El Cid, El ratoncito Pérez (I y II), Donkey Xote o Las aventuras de Tadeo Jones. Películas que representan un ataque contra la infancia como no se veía desde el caso del pedófilo belga aquel. Películas que no consideran a las criaturas como lo que son (extraños seres con diversos grados de demencia) sino como a retrasados mentales. Y para retrasado, el tipo al que se le ocurrió el ingenioso título de Donkey Xote: no nos cabe duda de que se inspiró en su propia condición de asno para pergeñar algo tan inventivo.



Mientras, Víctor Erice se dedica a cartearse con Kiarostami. Si ya lo decía Garci: ¡Qué grande es el cine español!





En efecto, es Agustín González. ¿O pensaban que siempre fue calvo?



La revista por excelencia del pajero dubitativo es el Dirigido… (ex Dirigido por). El lector tipo de este engendro es aquel que aborrece la banalidad (o lo que él entiende por banalidad) de las antes citadas, pero que no quiere sumergirse en el piélago de las isotopías de un Archivos, por poner un ejemplo. El Dirigido nació como consecuencia lógica de dos revistas que fueron la respuesta hispana a los necios Cahiers gabachos, Film Ideal y Nuestro Cine. Y de ahí salieron también cineastas que fueron la respuesta hispana a un Godard, un Rivette o un Rohmer. Piensen en el citado Garci. El Dirigido lleva más de treinta años insistiendo en que, por ejemplo, Anthony Mann es un genio. Y a fuerza de machacar, casi estamos convencidos de que el ex de Sarita Montiel (que, como otros ex de la diva, no sobrevivió) es un clásico. Este pasquín surgió como una curiosa mezcolanza de análisis más historia, con una sección en la que ponía a parir todo estreno (preferentemente gringo o nacional) que se pusiera a tiro. Pero ya les dije que los tiempos cambian y hoy el Dirigido ha sabido adaptarse a la Era de la Tolerancia, siquiera a regañadientes. Pero no todo es malo ahí. Nos quedan el Latorre, que cuando se olvida de sus absurdas obsesiones –Fellini, Rota, Fisher y él mismo, no necesariamente por este orden- sabe de lo que habla y lo dice bien, y el gran Ramón Freixas, cuya prosa admiramos desde hace décadas. Esa escritura que nos atreveríamos a tildar de surrealista-anfetamínica engrandece las pelis sobre las que escribe, incluso las de Nacho Vidal. Pero cuando Ramón es realmente grande es cuando despelleja algún producto nacional con pretensiones. Tanto Latorre como Freixas (éste último anónimamente), colaboran en la hermana Imágenes. Latorre escribiendo sobre libros (donde se muestra curiosamente benévolo y no es el Latorre malo que nosotros amamos: sin duda la política editorial manda) y Ramón comenta lanzamientos de dividís porno, cine italiano rancio y clásicos de medio pelo. Eso sí, siempre con sinceridad y con su inigualable estilo.









El pajero trascendental aguarda la llegada de Archivos de la filmoteca o de Secuencias o del Cahiers du Cinema versión española (ya extinta y transformada en Caimán. Cuadernos de Cine, de próxima desaparición), L’Atalante o de cualquier otra empresa de paniaguados universitarios como el católico devoto el momento de la comunión. Y no es para menos, pues si este se hace un lío con el misterio, la transubstanciación, la epifanía y la duda razonable de estar participando en un ritual caníbal como de cultura primitiva, aquel sufre un éxtasis parecido ante conceptos tales como estilemas, focalizaciones o reflexiones metalingüísticas y autorreferenciales. Lo curioso del caso es que una vez salvado el escollo de que no están escritos en castellano, los artículos son tan simples como los de la revista de Ana Rosa Quintana. Y en ningún momento hacemos esta asociación pensando en plagios intelectuales u otro tipo de delitos. Examinemos la más exitosa de estas publicaciones, los Archivos. Esta fue una aberración elaborada por un grupo de individuos residentes en Valencia y que, no contentos con publicar ese tipo de cosas, confunden y trastornan a esa juventud que abarrota las aulas universitarias. Tuvo una larga andadura como publicación impresa merced a la munificencia de la Generalitat valenciana, esa mecenas de las artes y las ciencias (recuerden, la Fórmula 1, la visita del Papa Benedicto en loor de multitud y de plusvalía, los estudios de Ciudad de la Luz, las dos universidades públicas en la misma provincia porque al socarrado Zaplana le dio un calentón…) y ahora ha quedado reducida a pequeña publicación on-line, suponemos que por eso de la crisis. Algo hay en la atmósfera valenciana que produce estos productos culturales. Igual alguno de ustedes recuerda el Instituto Shakespeare de Valencia, que, como decía el nazi de la peli aquella, “Hace con Shakespeare lo que nosotros estamos haciendo con Polonia”. Será la humedad. O las Fallas. Quién sabe. El caso es que estos amigos han sufrido un empacho de Lacan, Metz, Deleuze y compañía y veneran el Figuras III como un seminarista del XIX el Kempis. Y este empacho no sólo les provoca aerofagia, sino una frenética compulsión por escribir y publicar. Por lo demás, tienen amigos por todo el mundo que hacen lo mismo que ellos –cautivar y cultivar a los jóvenes-, leen (mal, o mal traducidos) los mismos libros que ellos y, en definitiva, conforman una gran familia universitaria que, en comparación, hace que los Corleone de El Padrino se conviertan en la Polyanna interpretada por Haley Mills, ese icono sexual de Javier Marías. A veces hay artículos de historia que no están mal. Yo incluso recuerdo haber leído uno titulado “Cine, política y Star-System en la India”.



Y si han llegado hasta aquí, se harán la siguiente pregunta: ¿y por qué nos cuenta esto desde esta su atalaya cultural de blog pretencioso? Y se lo contesto: primero, porque soy un sinvergüenza; segundo, porque, aunque les hayan engañado, la seriedad no está reñida con el buen humor; tercero, porque este blog tiene como santo y seña aquello de Godard: “¿Que me contradigo? Pues me contradigo”. Y último y más importante, porque no me pagan por hacerlo.






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