Por el señor Snoid
Ustedes dirán:
pues claro que existe. En revistas, diarios, Internet, en la tele, hay crítica
de cine. Pues no. Lo que ustedes piensan que es crítica es un conglomerado de
cosas con fines mayormente publicitarios. La crítica como tal ya no se estila.
O al menos no como en tiempos pretéritos. Hace más de 25 años que el crítico de
EL PAÍS, Diego Galán, puso a caer de un burro Blade Runner, recién estrenada en nuestras pantallas. Con ese acto,
nada infrecuente entonces, Galán demostraba dos cosas: a) que de cine no sabía
ni sabe ni sabrá gran cosa, y b) que tenía huevos para poner a parir algo que
no le gustaba. Hoy una actitud tan hostil, en un mundo tan tolerante como el
nuestro, sería motivo de execración y despido. Sí, amiguitos: los tiempos
cambian. Y si no, piensen en las así llamadas revistas especializadas, esas que se dedican presuntamente al
asunto con seriedad y rigor. Podríamos hacer una breve tipología de estas
publicaciones. En concreto hay tres categorías para tres tipos de público: la
revista trivial, destinada al pajero
intrascendente, la revista semiseria,
dedicada al pajero hamletiano o dubitativo, y la revista seria, exclusiva del pajero con afán de trascendencia. Comencemos
con lo trivial, porque es lo mejor. La revista trivial consta de tres grandes
apartados: vida social, anuncios de rodajes y, como nexo de unión, el propósito
de acabar con el cine español. El primer bloque es el más interesante: se le
informa al lector de, por ejemplo, la última salida nocturna de Lindsay Lohan y
cómo a ésta se le olvidó ponerse bragas. O el último desmentido sobre el
supuesto rumor del homosexualismo de Leonardo Di Caprio y sus retozos con una top model profesional de tapadera. O la
visita de Brad y Angelina a una remota aldea de Mongolia donde el jefe de la
tribu les obsequia con un niño de otra etnia (inciso: ¿se han fijado en que las
celebridades siempre adoptan niños con aspecto saludable, sin signos de
malnutrición y sin aparentes taras físicas o psíquicas? ¿por qué lo hacen?). O
la doble mastectomía de la misma Angelina, portadora de amenazadores genes
cancerígenos (en verdad, esto salió en las páginas de la sección Internacional
de la mayoría de los periódicos). El Fotogramas
es la publicación reina en este apartado, por su gracia y buen gusto. Cinemanía, la respuesta del Imperio del
Mal al Foto, es un poco distinta:
como por exigencia editorial ha de tener el sello PRISA, que consiste en
progresía, buen rollo y compromiso con causas tales como el ecologismo y los
zapatos caros, la sección cotilleo tiene un tufo moralista que deviene emético.
Muy distinto es el enfoque de Imágenes de
Actualidad. Como la mitad de la revista la escribe un solo plumilla, la
cosa tiene cierta coherencia. Pero escasa gracia. Porque el menda ese asegura
residir en Los Ángeles (el ei, no Los Ángeles de San Rafael). Y nos da pruebas
de ello. Por ejemplo te cuenta cómo vio bajar la basura a su vecina Julia
Roberts en albornoz y pantuflas. Lo que no cuenta es si Julia separa el vidrio
del brik y el papel de lo orgánico, por lo que sospechamos que los artículos se
escriben en Torrelodones. Sin embargo, lo que distingue a ésta de las otras es
el furor economicista del pavo que escribe. Relata con pasión enfebrecida los
resultados financieros de cualquier peli en la que usted esté pensando: que si El atlas de las nubes costó 102 millones
de $ a los que hay que añadir otros 175 en publicidad: que se estrenó en 1005
salas a la vez y que los resultados del primer fin de semana fueron
decepcionantes (sólo 9,6 millones). Y así se tira diez o veinte páginas.
Interesante e instructivo. Y lo crean o no, ha hecho escuela. Hoy en día no es
raro escuchar conversaciones en el metro de este jaez: dos chavales con aspecto
de estudiar Comunicación Audiovisual: “Tío, ¿sabes que Iron Man III ha recaudado casi 400 millones?” “¿En todo el mundo?”
“Qué va, joder, sólo en USA. En todo el mundo van ya casi por los 800” “Es la
hostia” “No veas. Y con los dividís, la tele, el montaje para los chinos y
demás se van a forrar” “Pero, ¿no costó una pasta?” “200 millones el negativo
más 150 de marketing y publicidad”
“Cojones, sí que se van a forrar” “Ya te digo. Y una vez que supere los
500 de beneficios, el tío ese, el drogadicto que hace de Sherlock Holmes, se
lleva el 20% del bruto, ¿no es la hostia?” “Sí tío, es alucinante”. El daño que
se ha hecho con esta manía de hablar sólo de la pasta es incalculable.
Sospechamos que el mindundi responsable debió iniciar estudios de dirección de
empresas, pues la brasa que da sobre el tema es considerable. Y contagiosa como
la lepra. Pero prosigamos. La otra cosa que tienen en común estas publicaciones
es la destrucción sistemática del cine español. Vamos a explicarlo. Para ellos,
no hay peli española, por nefasta que sea, que no resulte ser casi una obra
maestra. Esto genera dudas, claro. Dudas al espectador que sale de ver Mortadelo y Filemón II pensando en que
jamás de los jamases le vuelven a pillar y luego lee en su publicación favorita
que acaba de ver algo semejante a Historias
de Tokio, La regla del juego o Las uvas de la ira. Es como para
pensárselo. Para pensárselo mucho, como el pirata del anuncio. La consigna es
clara: pongan bien a todo y a todos. Fijémonos en el cine “de autor”. Ustedes
saben quién es Pedro Almodóvar. Uno de los cineastas más grandes de todos los
tiempos. Los críticos han insistido con vehemencia en que Pedrín es el “Douglas
Sirk manchego”. Aun admitiendo que Sirk sea un gran director (que no lo
admitimos), hay ciertas diferencias entre, pongamos, ¡Átame! y Tiempo de amar,
tiempo de morir, o entre La flor de
mi secreto y Ángeles sin brillo.
En cierta ocasión, la señora Snoid y yo estábamos viendo por la tele Escrito sobre el viento, una de las
bizarras de Sirk. Sí, hombre, ésa en la que el nudo narrativo gira en torno a
que los espermatozoides de Robert Stack “son débiles”. En la peli hay un
momento en que Rock Hudson y Dorothy Malone están de merendola a la orilla de
un río. El río no es río, pues es una escena de estudio que canta cantidad. La
conversación es banal y los colores chillones, como cabe esperar. Sin embargo,
el director se las arregla para que con esta escena sepamos que A) Hudson no va
a traicionar a Stack. B) Malone no va a conseguir a Hudson, y C), que al final,
Hudson se va a ir con Bacall y Malone se quedará sola acariciando la sutilmente
fálica plataforma petrolífera a escala. La señora Snoid exclamó: “Esto es lo
que quiere hacer Almodóvar pero no le sale”. Y es que hay un crítico en todos y
cada uno de ustedes. Y les estoy hablando de una mujer que cuando quiere
referirse a Willem Dafoe le llama Bobby Perú o que confunde a Von Stroheim con
Von Sternberg. Lo malo del cine de Pedro no es que esté dirigido a amplios
sectores de la población (invertidos y mujeres necias). No: es que si hay que
buscar semejanzas en su cine es con las películas de Mariano Ozores, no con
Sirk, Stahl o Fassbinder. Otro gay que hace cine, más listo y joven que Pedro,
es Amenábar, Amenábar, moro de la morería. Otro al que estas revistas aclaman
sin cesar. Amenábar en realidad hace remakes.
Los otros es un remake de The innocents,
o mejor aún, de La otra vuelta de tuerca
que rodara el también gay Eloy de la Iglesia. Uno ya no recuerda qué vino
primero, si Vanilla Sky o Abre los ojos (Open your eyes). Eso sí,
Noriega resulta aún más desagradable que Tom Cruise (un logro que parecía
inalcanzable). No haremos sangre con la repulsiva Mar Adentro, película que repugnó incluso a los parapléjicos. Ni
con Ágora, esa peli de sandalias que
quería ser el reverso oscuro de Quo Vadis
o Ben-Hur, es decir, demostrar lo
malo que es Rouco Varela (por si hacía falta) y que además El PAÍS le riera la
gracia. Gracia la que tenía el momento en el que la frígida protagonista le
ofrendaba una compresa sanguinolenta a su admirador Orestes, algo que hubiera
hecho vomitar hasta a Russ Meyer. Pero da igual. Todo es una maravilla, sea la
cagarruta industrial (Alatriste, El orfanato, Lo Imposible) o la
cagarruta autoral (La soledad,
Blancanieves AKA The Artist II),
empleando la terminología que ellos usan. Y si no, reflexionen ustedes sobre la
animación española. Si tienen ustedes niños o padecen alguna minusvalía
psíquica, seguro que han visto cosas como El
Cid, El ratoncito Pérez (I y II),
Donkey Xote o Las aventuras de Tadeo Jones. Películas que representan un ataque
contra la infancia como no se veía desde el caso del pedófilo belga aquel.
Películas que no consideran a las criaturas como lo que son (extraños seres con
diversos grados de demencia) sino como a retrasados mentales. Y para retrasado,
el tipo al que se le ocurrió el ingenioso título de Donkey Xote: no nos cabe duda de que se inspiró en su propia
condición de asno para pergeñar algo tan inventivo.
Mientras,
Víctor Erice se dedica a cartearse con Kiarostami. Si ya lo decía Garci: ¡Qué
grande es el cine español!
En efecto, es Agustín González. ¿O pensaban que
siempre fue calvo?
La revista por
excelencia del pajero dubitativo es el Dirigido…
(ex Dirigido por). El lector tipo de
este engendro es aquel que aborrece la banalidad (o lo que él entiende por
banalidad) de las antes citadas, pero que no quiere sumergirse en el piélago de
las isotopías de un Archivos, por
poner un ejemplo. El Dirigido nació
como consecuencia lógica de dos revistas que fueron la respuesta hispana a los
necios Cahiers gabachos, Film Ideal y Nuestro Cine. Y de ahí salieron también cineastas que fueron la
respuesta hispana a un Godard, un Rivette o un Rohmer. Piensen en el citado
Garci. El Dirigido lleva más de
treinta años insistiendo en que, por ejemplo, Anthony Mann es un genio. Y a
fuerza de machacar, casi estamos convencidos de que el ex de Sarita Montiel
(que, como otros ex de la diva, no sobrevivió) es un clásico. Este pasquín
surgió como una curiosa mezcolanza de análisis más historia, con una sección en
la que ponía a parir todo estreno (preferentemente gringo o nacional) que se
pusiera a tiro. Pero ya les dije que los tiempos cambian y hoy el Dirigido ha sabido adaptarse a la Era de la Tolerancia, siquiera a
regañadientes. Pero no todo es malo ahí. Nos quedan el Latorre, que cuando se
olvida de sus absurdas obsesiones –Fellini, Rota, Fisher y él mismo, no
necesariamente por este orden- sabe de lo que habla y lo dice bien, y el gran
Ramón Freixas, cuya prosa admiramos desde hace décadas. Esa escritura que nos
atreveríamos a tildar de surrealista-anfetamínica engrandece las pelis sobre
las que escribe, incluso las de Nacho Vidal. Pero cuando Ramón es realmente
grande es cuando despelleja algún producto nacional con pretensiones. Tanto Latorre
como Freixas (éste último anónimamente), colaboran en la hermana Imágenes. Latorre escribiendo sobre
libros (donde se muestra curiosamente benévolo y no es el Latorre malo que
nosotros amamos: sin duda la política editorial manda) y Ramón comenta lanzamientos
de dividís porno, cine italiano rancio y clásicos de medio pelo. Eso sí,
siempre con sinceridad y con su inigualable estilo.
El pajero
trascendental aguarda la llegada de Archivos
de la filmoteca o de Secuencias o
del Cahiers du Cinema versión española
(ya extinta y transformada en Caimán.
Cuadernos de Cine, de próxima desaparición), L’Atalante o de cualquier otra empresa de paniaguados
universitarios como el católico devoto el momento de la comunión. Y no es para
menos, pues si este se hace un lío con el misterio, la transubstanciación, la
epifanía y la duda razonable de estar participando en un ritual caníbal como de
cultura primitiva, aquel sufre un éxtasis parecido ante conceptos tales como
estilemas, focalizaciones o reflexiones metalingüísticas y autorreferenciales.
Lo curioso del caso es que una vez salvado el escollo de que no están escritos
en castellano, los artículos son tan simples como los de la revista de Ana Rosa
Quintana. Y en ningún momento hacemos esta asociación pensando en plagios
intelectuales u otro tipo de delitos. Examinemos la más exitosa de estas
publicaciones, los Archivos. Esta fue
una aberración elaborada por un grupo de individuos residentes en Valencia y
que, no contentos con publicar ese tipo de cosas, confunden y trastornan a esa
juventud que abarrota las aulas universitarias. Tuvo una larga andadura como
publicación impresa merced a la munificencia de la Generalitat valenciana, esa
mecenas de las artes y las ciencias (recuerden, la Fórmula 1, la visita del Papa
Benedicto en loor de multitud y de plusvalía, los estudios de Ciudad de la Luz,
las dos universidades públicas en la misma provincia porque al socarrado
Zaplana le dio un calentón…) y ahora ha quedado reducida a pequeña publicación on-line, suponemos que por eso de la
crisis. Algo hay en la atmósfera valenciana que produce estos productos
culturales. Igual alguno de ustedes recuerda el Instituto Shakespeare de
Valencia, que, como decía el nazi de la peli aquella, “Hace con Shakespeare lo
que nosotros estamos haciendo con Polonia”. Será la humedad. O las Fallas.
Quién sabe. El caso es que estos amigos han sufrido un empacho de Lacan, Metz,
Deleuze y compañía y veneran el Figuras
III como un seminarista del XIX el Kempis.
Y este empacho no sólo les provoca aerofagia, sino una frenética compulsión por
escribir y publicar. Por lo demás, tienen amigos por todo el mundo que hacen lo
mismo que ellos –cautivar y cultivar a los jóvenes-, leen (mal, o mal
traducidos) los mismos libros que ellos y, en definitiva, conforman una gran
familia universitaria que, en comparación, hace que los Corleone de El Padrino se conviertan en la Polyanna
interpretada por Haley Mills, ese icono sexual de Javier Marías. A veces hay
artículos de historia que no están mal. Yo incluso recuerdo haber leído uno
titulado “Cine, política y Star-System
en la India”.
Y si han
llegado hasta aquí, se harán la siguiente pregunta: ¿y por qué nos cuenta esto
desde esta su atalaya cultural de blog pretencioso? Y se lo contesto: primero,
porque soy un sinvergüenza; segundo, porque, aunque les hayan engañado, la
seriedad no está reñida con el buen humor; tercero, porque este blog tiene como
santo y seña aquello de Godard: “¿Que me contradigo? Pues me contradigo”. Y
último y más importante, porque no me pagan
por hacerlo.
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