por el señor Snoid
El Rashomon de Koreeda
No deja de ser curioso, o irritante, o simplemente un signo de eurocentrismo, que “Occidente” descubriera el cine japonés merced al premio que en Venecia ganara en 1951 una de las películas más flojas de Akira Kurosawa. Así, nuestros abuelos y bisabuelos se habían perdido obras maestras como Mujer, sé como una rosa (Mikio Naruse, 1934), Historia del último crisantemo (Kenji Mizoguchi, 1939), El hijo único (Yasujiro Ozu, 1936) o Los niños de la colmena (Hiroshi Shimizu, 1948) e incluso El ángel ebrio (1948), del propio Kurosawa, entre decenas de excelentes películas japonesas. El film de Kurosawa llamó la atención por un cúmulo de razones ajenas a su buena factura, pero el factor definitivo fue el uso de una argucia narrativa ya muy vieja en literatura pero que parecía sorprendentemente novedosa en el cine: mostrar el mismo relato a través de cuatro puntos de vista diferentes (y, claro está, con notables divergencias entre sí).
Monstruo emplea un truco similar al de Rashomon, aunque con propósitos y resultados ligeramente distintos. La historia se centra en dos chiquillos, Minato y Yori (aunque será el primero el que tenga más presencia en la narración), pues todo hace indicar que Minato tiene graves problemas en el colegio. El film se divide en tres fragmentos: el primero corresponde a la madre de Minato, y Koreeda adopta su punto de vista de una forma tan férrea como Hitchcock hacía con el personaje de Janet Leigh en los primeros compases de Psicosis. De hecho, en ocasiones los acontecimientos adquieren un cariz tan irreal que el espectador puede llegar a pensar que la narradora está un tanto desequilibrada (profesores que actúan como zombis, Minato muestra un comportamiento muy desconcertante, todo parece conspirar contra la mujer y su hijo). Como ejercicio de estilo este segmento inicial es notable, pero a continuación se nos ofrece el punto de vista del profesor Hori, en el que abundan las explicaciones sobre lo que ocurre en realidad —y que desvelan el auténtico meollo del film, que se hace explícito en la última parte de la película, cuyo final es más luminoso y jovial que (casi) todo lo precedente, en especial las narraciones según las cuentan los adultos.
“¿Qué es la verdad?”
Le replicaba el cínico romano Poncio Pilatos a Jesucristo en uno de los momentos cumbres de esa otra narración famosa contada según cuatro puntos de vista distintos. Constante en la obra de Koreeda es la búsqueda estéril de una verdad que se nos escurre de entre las manos. Porque tal verdad no existe o sencillamente tenemos que afrontar varias verdades simultáneas y, desgraciadamente, nosotros anhelamos que sólo haya una.
En cierto modo, Monstruo recupera las virtudes del cine de Koreeda tras el batacazo artístico de La verdad y el relativo fracaso de Broker. El film se asemeja un tanto a El tercer asesinato, donde, por medio de la investigación de una intriga criminal, un abogado descubría los límites de la verdad y lograba que el espectador pensara que todos los implicados mentían o, quizá, que todos decían la verdad: su verdad. Lo que no consigue Monstruo, pese a ser un film interesante, es hacernos olvidar al Koreeda que realizaba obras verdaderamente arriesgadas y originales como Maboroshi, Después de la muerte o Still Walking. Es indudable que, en cuanto a la puesta en escena, sus películas se han deslizado hacia lo banal: como en sus anteriores films, hay una horrible música (cortesía del finado Ryuichi Sakamoto) en la que suena un pianillo cuando debemos sentir tristeza y las cuerdas cuando debemos experimentar patetismo; un final feliz que encubre lo que debería ser un final abierto y un excesivo sentido del decoro a la hora de mostrar el auténtico detonante del relato. Sinceramente: el hecho que se desvela como capital en Monstruo no exigía un tratamiento tan tímido —el público de Koreeda no tendría motivos para escandalizarse (y teniendo en cuenta que el director se ha convertido en el niño bonito del Festival de Cannes, su muy pudorosa forma de abordar el tema se nos antoja desacertada —porque, si no nos falla la memoria, cuando uno se enamora de jovencito, uno se enamora apasionadamente, sin límites). Cuestión distinta es que el público japonés acepte de buen grado la historia que nos presenta Koreeda. Es posible que el más occidental de los países asiáticos haya asumido últimamente lo falsa moral, la estrechez de miras y el rechazo feroz de eso que denominan ideología woke. Y lo cierto es que en el film hay detalles significativos: el profesor Hori se convierte en un apestado tanto por su (falso) maltrato a Minato como por ir a “bares de señoritas” (lo que también es falso). En román paladino: el profe va de putas. Y pensar que en cientos de películas japonesas hemos visto a hombres de todas las condiciones acudir a los prostíbulos a pasar el rato, a veces incluso con la aquiescencia y bendición de sus esposas... El que Koreeda arguya que el comportamiento de un profesor de primaria en una ciudad pequeña ha de ser ejemplar no nos parece demasiado convincente.
Así, Monstruo es un film interesante, bien realizado e interpretado, al que se le ven demasiado las costuras de un guión demasiado trabajado, pero que se queda a medio camino de la obra transgresora que pudo haber sido. Una lástima, pero confiemos en que Koreeda vuelva pronto por el camino del riesgo.
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