por el señor Snoid
Para Carmen Serrano
He llegado a la conclusión de que El Quijote no es un libro para viejos.
Flaubert
Se lo confesaré muy sinceramente: no estoy nada interesado en hacer películas sobre viejos.
Howard Hawks en 1973, a sus setenta y dos años
Shanghai Gesture
El arranque de Cerrar los ojos es sorprendente: en una mansión a las afueras de París asistimos a la reunión entre un anarquista que lo ha perdido todo y un adinerado judío que le encarga recuperar lo más preciado que ha perdido y desea recobrar antes de su muerte. La extrañeza proviene de que el actor José Coronado muestra un nerviosismo que en apariencia no casa con la situación y que el sirviente chino es muy obviamente un chino “de película”. Y frente a una película nos hallamos: una de las dos escenas completas que sobreviven del rodaje de un film titulado La mirada del adiós. Tras este intrigante y estupendo prólogo nos sumergimos en una película que nos habla sobre el recuerdo y el olvido, la magia y poesía del cine, el tiempo perdido y recuperado y la búsqueda de un personaje perdido largos años atrás, búsqueda que en realidad esconde el reencuentro de los demás protagonistas de la historia consigo mismos y con su pasado.
The Goodbye Look
Como el Lew Archer de Ross MacDonald, Miguel Garay (Manuel Soto) se embarca en una pesquisa de un extraño incidente que sucedió hace más de veinte años: la desaparición del actor Julio Arenas (Coronado) en mitad del rodaje de un film del que Garay era director. ¿Por qué desapareció Arenas? ¿Se suicidó sin dejar rastro? ¿Fue asesinado? El misterio ha permanecido latente a lo largo del tiempo. Gracias a su intervención en un programa de televisión, Casos sin resolver, el ex-director irá hallando pistas que le conducen a la resolución del enigma, un enigma que involucra a varios personajes y que nos sumerge en un mundo de recuerdos. ¿Consiste nuestra existencia en los recuerdos que atesoramos y que hemos olvidado y más tarde recuperado? Tal parece decirnos Erice. Los personajes se intercambian viejos objetos: cartas, fotografías, canciones... La apertura de un cofre que contiene restos de un lejano pasado nos ofrece una vuelta a la juventud e infancia perdidas —es inevitable aquí pensar en el Zulueta de Arrebato, aunque es cierto que Erice es un director sobrio y Zulueta era un cineasta excesivo o, si se prefiere, uno es apolíneo y el otro dionisíaco, pero, ¿qué produce la unión de lo apolíneo y lo dionisíaco? ¿La tragedia, como postulaba Nietzsche? Sin duda, la tragedia que subyace en Cerrar los ojos posee un desenlace catártico y, hasta cierto punto, gozoso. Y quizá la mayor tragedia es que uno de los más grandes cineastas sólo nos haya regalado cuatro largometrajes y unas cuantas piezas breves en más de cincuenta años de carrera. Sin embargo, ¿tiene esto importancia si consideramos que todas esas películas —con la posible excepción del mediometraje que formaba parte de Los desafíos— son regalos para los espectadores?
Cerrar los ojos es asimismo una pequeña antología de la obra anterior de Erice: reflejos de su malhadado proyecto El embrujo de Shanghai, una criatura que va a nacer y llevará el nombre de Estrella —pese a que su madre quiere que se llame Juana (y no dudamos que al final la decisión de la madre se impondrá)—, y Garay ha llegado finalmente al Sur, donde vive en una suerte de emboscadura, no muy distinta de la que se ha procurado, consciente o inconscientemente, su amigo Julio Arenas. Autocitas, sí, pero autocitas con clase. También se nos ofrecen muestras del amor de Erice por un cine que no regresará: son evidentes las menciones a Von Sternberg y a Nicholas Ray, la secuencia en que Garay interpreta, junto con uno de sus amigos/vecinos My Rifle, my pony and me (un momento aparentemente forzado, pero que poco a poco se revela conmovedor) o el hermoso momento en el que se rememora La llegada del tren de los Lumière —sin ningún tipo de alarde: recordemos la sutil y magnífica referencia a La sombra de una duda que aparecía fugazmente en El Sur, cuando Estrella también intentaba desentrañar el misterio que envolvía a su padre.
Pese a que quizá hay en la parte central del film un exceso de momentos explicativos (quizá es el film de Erice con mayor cantidad de diálogo) el director nos regala instantes preciosos: así, el movimiento de cámara que nos acerca, entre unas sabanas blancas agitadas por el viento, a Garay y Arenas encalando una pared. O cuando Ana (Ana Torrent) entra en el chamizo que habita su padre —y se escucha por primera y última vez una suave música: uno de los grandes aciertos del cine de Erice es el empleo sutil y afortunado de la música, que casi siempre proviene de lo que escuchan o interpretan sus personajes: ¿cómo olvidar la bellísima escena del baile entre padre e hija durante la primera comunión en El Sur? La interpretación es asimismo magnífica: destaca, sin lugar a dudas, en un reparto muy bien conjuntado, José Coronado, quien realiza una composición enormemente misteriosa y ambigua cuando interpreta a su personaje en La mirada del adiós o cuando se nos muestra como un Julio Arenas que ha abandonado el mundo del pasado.
Hay momentos llenos de magia en Cerrar los ojos: Ethan/Julio no reconoce a Debbie/Ana, pero, ¿será capaz Julio/Ethan de reconocerse a sí mismo y regresar al pasado, o seguirá felizmente enclaustrado en su apacible locura? El espléndido final del film deja abierto el desenlace. No podía ser de otro modo: Erice/Garay/ Cide Hamete Benengeli no habrían permitido esta vez que su protagonista “muriera cuerdo tras vivir loco”. Y cuando por fin apreciamos el gesto de Shanghai y acto seguido el rostro, angustiado pero colmado de fascinación, de Julio Arenas, la emoción inunda también al espectador. Una maravilla.
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