martes, 9 de mayo de 2023

ESTRENOS DE OCASIÓN: "IRATI" (Paul Urkijo Alijo, 2023)


por el señor Snoid

Irati es una simpática película vasco-navarra anticristiana. Pero... ¿anticristiana? ¿Y del país donde siempre han mandado las mujeres y los curas? Así es: tras el prólogo con la batalla de Roncesvalles, el niño Eneko/Íñigo Arista (o Ximenez) es enviado a aprender el trivium y el quadrivium (en vascuence) y los misterios de la “nueva religión” (el cristianismo, que llevaba instalado más de tres siglos en la península) y regresa a sus tierras en airoso corcel pero hecho un auténtico coñazo: parece un miembro de las juventudes del PNV recién graduado en la Universidad de Deusto más que el líder de un clan guerrero de Vasconia. El carácter impasible, aburrido y meapilas del joven (eficazmente respaldado por la inexpresiva interpretación de Eneko Sagardoy: pero el muchacho se entona según avanza la narración, tanto el actor como el personaje) contrasta con la vivaracha Irati (Edurne Azkarate), auténtica protagonista del film (aunque también hay que considerar que su expresión de perenne mala leche es un tanto reiterativa, pese a que la interpretación de la actriz es excelente).


El argumento tiene una base histórica que se halla en la Crónica Pinatense (escrita hacia 1342). Íñigo Arista (Eneko en la antiquísima lengua) fue hijo de Íñigo Ximenez y de Oneka (Nagore Aranburu), quien tras perder a su marido en Roncesvalles desposó a Musa Ibn Fortún, de la familia Banu Qasi, cuyos miembros y clientes ayudarían a Arista a hacerse con el poder tras desalojar a la familia Belasko (representada en la película por el muy villano y traicionero Kepa Arrasti, quien compite con Eneko en cuanto a beatería: en su caso, falsa) y sus aliados carolingios, que eran de verdad la potencia de la zona, porque estas familias vasconas, pese a sus títulos (conde de Bigorra, rey de Sobrarbe, etc.) no pasaban de ser unos aldeanos con pretensiones. En fin, un follón, como casi toda la historia medieval. Esto en cuanto a la historia “auténtica” (por cierto que Eneko tuvo también sus más y sus menos con otro potentado local: el mezquino conde Aznar I, indudable ancestro del amigo de George W. Bush, Josemari), pues Irati se vale de estos personajes para hilar una atractiva narración con elementos del folklore y la mitología vascos. Y lo hace con pasión y gracia.


El director Paul Urkijo Alijo maneja con habilidad sus magros recursos. No es que Irati pretenda ser una superproducción, pero Urkijo logra salir airoso en cuanto a la plasmación de un relato que hubiera exigido, en principio, muchos más medios. Así, la batalla de Roncesvalles se nos muestra principalmente en planos cortos con un montaje rápido (algo que recuerda un poco la escena de la batalla de Campanadas a medianocheChimes at Midnight, Orson Welles, 1965—, una manera astuta de filmar un combate multitudinario si tienes pocos extras y especialistas) y el director también saca un excelente partido a la hora de rodar los hermosos paisajes de la selva de Irati (otra cosa habría sido un crimen). Además, los encargados de los efectos especiales, del diseño y CGI han hecho un trabajo más que meritorio en las escenas del interior de la cueva donde habita Mari, deidad que se ha autoexiliado frente al inevitable empuje de los seguidores de la nueva religión (delicioso momento cuando, en la conclusión, el Pater Virilo —Ramón Agirre— pide una señal). Detalles como el del cíclope (Tartalo), la lamia o el eguzkilore (amuleto que protegía de los espíritus malignos la casa o al portador) contribuyen a dar un aroma añejo y mitológico: el paganismo de esta sociedad resulta muy convincente y es retratado con nostálgico cariño (a diferencia de lo que ocurría en otro buen film de aventuras medievales como El Señor de la guerra: The War Lord, Franklin J. Schaffner, 1965).


Algunos se han empeñado en comparar esta película con El señor de los anillos o con Juego de tronos. Hemos de disentir. En primer lugar, porque Irati dista de ser un culebrón (como es el caso de Juego de tronos) y no posee los medios —ni la ideología pancristiana— de las películas inspiradas en Tolkien. A nosotros Irati nos parece una película de aventuras de corte clásico con elementos fantásticos: si hay que compararla con otros films, lo haríamos con algunas obras de Ray Harryhausen, como Jasón y los argonautas, Simbad y la princesa o El viaje fantástico de Simbad; modestas producciones que destilaban un atractivo espíritu aventurero: no eran grandes obras, pero uno siempre tiende a recordarlas (y verlas de nuevo) con gran placer. Al igual que Irati poseían, pese a sus deficiencias, un gran encanto.

La convicción y un punto de ingenuidad con que Paul Urkijo ha creado Irati son contagiosos. Cuando el film termina, uno no puede evitar esbozar una sonrisa cómplice: sabe que no ha visto una gran película, pero ha disfrutado como el niño que fue cuando todavía existían aquellas sesiones matinales en los cines los sábados y domingos: ¿se puede pedir más?


 



 


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