miércoles, 18 de enero de 2023

EL SUPLENTE (Diego Lerman, 2022)

 

por el señor Snoid

El suplente pertenece a ese tipo de película que podría resumirse en “Docente idealista empeñado en enseñar a unos chavales (pibes) embrutecidos y asilvestrados” y, por tanto, su mayor defecto reside en su previsibilidad. Pocas veces vemos el fracaso en un relato fílmico con estos mimbres. Sin embargo, a diferencia de algunas de sus predecesoras, El suplente posee ciertas características que la hacen interesante. Su protagonista, Lucio (Juan Minujín), abandona por hartazgo su puesto universitario y porque “quiere ayudar y realizarse como profesor”: nada que ver con el Sidney Poitier de Rebelión en las aulas (To Sir with Love, James Clavell, 1967), quien procedía de un medio aún más miserable que sus alumnos del East End londinense o con la muy alabada y muy mediocre La clase (Entre les murs, Laurent Cantet, 2008).Y lo mejor es que nuestro profesor se nos muestra al principio de la narración como un boludo total: lee a sus alumnos poemas de Gelman o reflexiones de Borges sobre la poesía: por supuesto, ello no provoca un entusiasmo delirante en la chavalería (aunque, en contra de lo que cabría esperar, tampoco provoca una revuelta: los críos son mucho más pacientes y educados de lo que uno podría esperar a esa edad (16 añitos) en un instituto de barriada pobre bonaerense). No sólo en esto es Lucio un tanto cretino: no se entera —hasta que interroga a su hija— de que su ex sale con otra mujer, pese a que han coincidido juntos en una de esas espeluznantes (gracias a los padres) funciones escolares y a un almuerzo familiar; tampoco comprende bien a su hija (“hormonas en ebullición”) ni la labor de su padre, empeñado en montar un comedor social en la barriada (“¡No entendés nada!”, le dirá su viejo al principio del film). Es de agradecer que el director —Diego Lerman— y sus guionistas intenten huir a toda costa de los estereotipos: un buen ejemplo es el seco y verista retrato del mafioso que controla el barrio y pretende convertirse en el nuevo Intendente del municipio, elecciones mediante: no empleará la violencia a no ser que sea estrictamente necesario para sus intereses: con la amenaza suele bastar. Un par de pinceladas que nos retratan magistralmente a un auténtico hijo de puta.

 

Después de la lectura del Facundo. Civilización y barbarie.


Razones no le faltan a Lucio para estar atribulado: además de que choca con las duras realidades de la enseñanza en un instituto de chavales “desfavorecidos o al borde de la exclusión social” (es decir: pobres), tiene que atender a su padre enfermo, lidiar con su hija adolescente (a la que cruelmente da una chapa tremenda sobre las diferencias entre el modo subjuntivo y el indicativo) y afrontar el descubrimiento de que está en un territorio hostil y lleno de peligros. Sin embargo, poco a poco Lucio cambia: sus clases se adaptan mejor a las necesidades de sus alumnos y comienza a adoptar métodos menos ortodoxos: incluso se permite expulsar del aula al inspector del Ministerio de educación que tiene allí como incómodo observador; interfiere en la vida de sus alumnos y sale airoso de semejante atrevimiento. Es el padre de Lucio el que le da el consejo fundamental: “Tenés que quererlos”. Gran verdad: porque si uno no aprecia a sus alumnos —aunque, en ciertos casos, ello sea muy jodido— no les comprenderá; y si no se les comprende, jamás se les podrá enseñar. Vocación no le faltaba a Lucio: de lo que carecía era de herramientas.

El director Diego Lerman escoge un estilo documental con cámara al hombro que en ocasiones funciona magníficamente—por ejemplo en la reunión de los profesores o en las diversas escenas que transcurren en la clase de Lucio, o su visita a la infravivienda de la mamá yonqui de uno de sus alumnos, todas ellas espléndidas— y en otras no tan bien, pues las imágenes se ven punteadas por una machacona música que casa muy mal con las imágenes (siempre nos preguntaremos porqué han de meter tanta musiquilla en casi todas las películas). Pero, en general, el tono sucio y feísta que Lerman aplica a encuadres y movimientos de cámara resulta muy eficaz.

Algo que nos sorprendió sobremanera fue que la incautación de una pequeña cantidad de droga (unos lorazepanes, unos polvillos de keta y otros de coca) provoque la intervención de una compañía completa de la Gendarmería Nacional, que registra cada aula, requisa toda la droga, detiene a los chavalitos que se hallan en poder de alguna pepa sospechosa y, literalmente, toma por asalto el edificio durante días, creando tal alarma social que nos dejó estupefactos: hacen esto en los institutos españoles y la mitad de nuestros escolares estaría en el reformatorio. Claro que nos quedó la duda de que si los gendarmes habrían procedido con tal rigor y entusiasmo en un instituto ubicado en una barriada más pituca...

En conclusión, El suplente es una película honesta que reivindica la pasión por el esfuerzo y la enseñanza y que denuncia cómo el sistema se ensaña con la educación pública en aquellos lugares que preferimos olvidar que existen.


 

2 comentarios:

  1. ¿Es posible que los orígenes de este subgénero se remonten a "Semilla de maldad" (1963), de Richard Brooks? Por otro lado, me viene a la memoria una variación bastante atroz del asunto, "Curso 1984" (1982), de un tal Mark. L. Lester, que allá en los años 80 nos daba una impresión pésima del sistema educativo USA...

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    1. Pues sí: porque estas películas se evitaban como la peste porque daban mala imagen del sistema educativo. Claro que si te quieres remontar aún más al pasado tienes "Cero en conducta" de Vigo...que toma el punto de vista de los alumnos, no el del profesor, como el "If..." de Lindsay Anderson. Mark Lester fue un popular actor infantil inglés que de mayorcito dirigió unas cuantas películas espeluznantes... En ese plan, más graciosa es "El tutor" (desatado veterano de Vietnam como profesor sustituto en instituto salvaje: hay bazucas y todo).

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