por Francisco López Martín
Inauguramos
esta sección con la esperanza de que estas notas dispersas encontrarán en el
benévolo lector un destinatario que sepa disculpar sus faltas y acoja con
simpatía la voluntad de comunicar amor por el mejor cine, único propósito que
las guía. En cada entrada nos ceñiremos a unas pocas incitaciones, persuadidos
de que la brevedad es un valor en sí. Convencidos también de que en el ámbito
cultural no hay receptor omnipotente, con la misma sensibilidad para toda clase
de propuestas, intentaremos centrarnos en aquellas que nos encontraron en horas
propicias, y declararemos sin tapujos nuestros problemas de comprensión allá
donde se encuentren, absteniéndonos por lo general (enunciada la regla,
enseguida se darán las incongruencias de rigor) de la desagradable tendencia a
situar como falta del objeto lo que suelen ser deficiencias del sujeto (aunque
sólo sea debida a una dedicación de tiempo inadecuada para entender la obra en
cuestión).
1. El mes cinematográfico
empezó con la revisión de Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief¸ 1955). En los últimos meses,
el cine de Alfred Hitchcock se ha convertido en uno de los polos fundamentales
de nuestra obsesiva tendencia a estar en contacto con el gran cine. Nuestra admiración
se remonta a la primera adolescencia y, desde entonces, no ha hecho sino
acrecentarse. Evidentemente, nada descubrimos en cuanto a la categoría del
director británico, si bien tampoco ha de creerse que sea universalmente
aceptada: así, en este mismo Bulevar,
creemos que el señor Snoid matizaría mucho nuestras alabanzas, fundamentalmente
por encontrar sus propuestas demasiado dirigistas, en el polo opuesto, digamos –gigante
contra gigante– de un John Ford.
En
la ficha de la película que figura en Filmin,
encontramos la siguiente observación: "Su tono ligero fue malinterpretado
como una debilidad en su momento y hoy se reivindica como una gran película del
maestro del suspense". Creemos que esta confusión perdura también hasta
cierto punto en el aficionado actual. Y es que una cosa es la levedad de la
historia, innegable, y otra, muy distinta, —pero también, creemos, difícil de
objetar— el dominio de la forma que demuestra en la película el director
británico, más allá de celebrados hallazgos que han pasado a la historia, como el
de la escena del beso con los fuegos artificiales. La película se inserta,
dentro de la filmografía de Hitchcock, en un prodigioso ciclo de películas que
éste dirigió en las décadas de 1950 y 1960, y, más concretamente, justo antes
de que rodara las extraordinarias Vértigo
(Vertigo, 1958), Psicosis (Psycho, 1960) y Los pájaros
(The Birds, 1963). Atrapa a un ladrón queda tal vez un
escalón por debajo de ellas, pero no deja de ser una lección magistral de
construcción y dominio del relato.
2. ¡Peligro… línea 7000! (Red Line 7000, 1965), de Howard Hawks, que teníamos muy olvidada, nos pareció una película que ha envejecido muy mal, empezando por esas horribles concatenaciones de formatos entre carreras filmadas in situ y escenas con los actores rodadas en estudio y siguiendo por un guión abominable (y, no, en esta ocasión no creemos que repetidas visiones nos convencerían de lo contrario), y que, desde luego, bajo ningún concepto puede figurar entre lo mejor de uno de los directores más importantes del Hollywood clásico.
Mucho más placentera
resultó una nueva visión de El Dorado (1966), en la que Hawks demuestra una precisión narrativa
excepcional, con uno de esos guiones que parecía rodar una y otra vez (si hay
directores que, como Ozu o Rohmer, dan la impresión de estar realizando siempre
el mismo film —dicho con toda nuestra admiración por el genial realizador
japonés y por el muy apreciable director galo—, se antoja que Hawks tenía una
plantilla que aplicó en varias ocasiones a los diversos géneros que tocaba, en
general, por otro lado, con resultados muy felices).
3. Pacifiction (2021), de Albert Serra, nos pareció una de las grandes películas del año. La potencia de las imágenes —y de la banda sonora, deudora, como algunos de sus giros, del cine de David Lynch— despertó en nuestra memoria cinéfila desde el comienzo ecos hasta cierto punto irracionales —si bien resulta claro que el título de Serra se inserta en algunas de esas tradiciones— con diversos títulos del mejor cine de los años 70, entre los cuales sólo nos atreveremos a citar dos: El reportero (Professione: reporter, 1976), de Michelangelo Antonioni, y El asesinato de un corredor de apuestas chino (The Killing of a Chinese Bookie, 1976), de John Cassavettes. Tal vez por ese personaje masculino que sentimos abocado a una investigación de la que se adivina que no saldrá nada bueno… y sobre todo por esa sensación difícilmente expresable de que el cinematógrafo ha logrado atrapar algo más poderoso que la vida.
Menos gozosa resultó la nueva
vuelta a la primera película del director, Honor de cavalleria (2006),
realización que parece situarse más allá de toda categoría conceptual que nos
permita pensarla con rigor (sin duda, la limitación es nuestra) y que, quizá
más preocupante, sigue sin ejercer en nosotros el necesario atractivo que
invitaría a un análisis pausado, tal vez condición necesaria (la de entender su
engranaje) para su disfrute. No obstante, creemos que el cine de Albert Serra,
por lo que conocemos de él y pese a la distancia estética que nos separa de
algunas de sus propuestas, es una cita ineludible para los espectadores y
analistas más exigentes del cine contemporáneo. (El lector interesado puede
encontrar una estupenda visión panorámica realizada por un espectador sensible
a las bellezas de su filmografía: https://www.quaderndelesidees.press/albert-serra-idealismo-y-fanatismo/).