martes, 28 de diciembre de 2021

EL CINE Y LA DROGA III: ESPAÑA SE PONE

 

por el señor Snoid

 


En efecto, las noticias de 1935 eran exactamente iguales a las de hoy día: nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad del estado se incautan de enormes alijos de droga, realizan detenciones de peligrosos narcos, el juez Garzón llega en helicóptero a supervisar la Operación Nécora (o Percebe: no lo recordamos bien), las Fundaciones de Ayuda contra la Drogadicción reciben generosas subvenciones... Pero, hay que admitir, con lágrimas en los ojos, que en casi cien años la cosa no ha cambiado demasiado —aumentan los miles de toneladas de droga decomisada y aumentan los cientos de miles de drogadictos empeñados en destruir su salud y su hacienda...

 

Durante la etapa muda el cine español no tocó el espinoso asunto de la drogadicción. Ni la II República, muy ocupada en hacer películas populacheras que reflejaban el más nauseabundo tipismo español. Lógicamente, tampoco la dictadura de Generalísimo Genocida iba a permitir que Alfredo Mayo, por ejemplo, se metiera unas rayas o fumara la pipa de Kif en ¡A mí la legión! Pero el “aperturismo” del régimen de los años sesenta junto con el abundante cine policíaco que se hacía en Madrid y, sobre todo, en Barcelona, permitió que la droga asomara tímidamente en estas producciones del noir hispano. La primera película que presentaba como pretexto argumental la captura de unos peligrosos traficantes de coca fue El salario del crimen. Aquí un honrado policía (un joven Arturo Fernández, no por joven menos odioso) cae en las redes de una femme fatale y se ve obligado, porque su sueldo de poli no da para que ella disfrute del tren de vida al que está acostumbrada, a hacerse con unos cuantos miles de pesetas procedentes del mercadeo de la droga:


La primera película española que abordó con valentía y sin tapujos el candente tema de la droga fue El último viaje (1974), dirigida con su habitual incompetencia por José Antonio de la Loma —quien pronto se haría el rey del cine quinqui-barcelonés: Perros Callejeros, Perros Callejeros II, Perras Callejeras). Este film está directamente inspirado en The French Connection (aunque el Popeye Doyle patrio no es Gene Hackman sino Simón Andreu, y en la persecución automovilística que se llevan el carrito del bebé por delante), más la adición de traficantes patrios, contrabando de diamantes, niñas pijas que se meten LSD y un Julián Mateos muy convincente en su papel de villano y asaltacamas de nenas de cole de monjas que quieren meterse unos picos o “flipar” (el LSD es la gran novedad del film). Cuando el jefe supremo de la mafia de Port Lligat le cuenta sus métodos mercantiles a su “contacto” francés, casi estamos por creer que la película retrata la realidad pura y dura:

 

A partir de nuestra modélica transición democrática surgieron dos géneros cinematográficos que llenaron los cines de toda la piel de toro: el cine de tías en bolas y el cine quinqui, a veces entremezclados. Del cine quinqui, que no carece de interés a poco que uno se sumerja en él y haya trasegado mucha basura, nos ocuparemos en la próxima entrega. Una apasionante variación sobre estas películas de pequeños maleantes y polis brutales se halla en las obras de un cineasta hoy casi olvidado: Eloy de la Iglesia.

Lo cierto es que uno se queda asombrado viendo las películas del director vasco que tanto desdeñó en su época. Y la conclusión más obvia es que en este país las libertades han decrecido de una forma espectacular. Porque El Pico no sólo presentaba un argumento sensacionalista y atractivo: las andanzas del hijo yonqui de un comandante pikoleto destinado en Bilbao en 1983 y su mejor amigo, hijo de dirigente abertzale, sino que mostraban corrupción policial, judicial, financiación de la guerra sucia contra ETA mediante el narcotráfico, polis que torturan con gran apasionamiento y placer y otros delicados asuntos que el cine español de hoy, colmado de madres paralelas, feminismo ramplón y tibias denuncias al capitalismo salvaje, cuando no dignos epígonos de las comedias de Mariano Ozores, es decir, las pelis de Santiago Segura o de Álex de la Iglesia, no se atreve a tocar ni de puntillas. Recordemos, además que El Pico fue durante un tiempo la película más taquillera de la historia del cine español. Y el paisaje laboral, estético y moral que retrataba el film justificaba, en cierto modo, que los jóvenes se drogaran como bestias:

 

El éxito de la película hizo que se realizara velozmente una continuación, El Pico II. El film sufre por un exceso de premura en la producción: hay un exceso de flashbacks extraídos del film precedente, Fernando Guillén sustituye al muy eficaz José Manuel Cervino en el papel de padre y el guión está mucho menos cuidado que la obra original. Sin embargo, hay momentos tan o más bestias que en el film precedente, como las escenas carcelarias, modelo de reinserción en nuestra joven democracia:


 


 



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