por el señor Snoid
Imaginen ustedes que, de la noche a la mañana, suprimen o limitan la lectura del Lazarillo de Tormes porque la novelita se burla de clérigos, cornudos y ciegos. O el Quijote, donde el autor —sobre todo en la primera parte— se burla despiadadamente de su personaje, un enfermo mental (los lectores de 1605, poco influidos por hispanistas británicos, alemanes o gringos, lo tomaron como un libro humorístico lleno de chistes de caca-pedo-culo-pis que tanto nos entusiasman a los españoles). O La Celestina, donde el tarugo de Calisto se pasa media obra fornicando con Melibea, menor de edad. Pero ella se lo pasa pipa, y cuando el cretino de su amante palma desnucándose —como si no hubiera acumulado experiencia saltando muros— la chiquilla entona un espectacular monólogo —una de las cumbres de la literatura en castellano, y no juramos en vano— que podría resumirse en “que me quiten lo bailao”. O Moby Dick, cuyo personaje central es un tullido (con perdón) que, merced a su malsana obsesión, conduce a la muerte a toda la tripulación del Pequod, salvo al narrador, pues alguien tenía que contar el cuento.
Y esto viene a propósito de que la empresa Disney no deja de sorprendernos. Su última hazaña para adaptarse a los tiempos que corren ha sido condenar el legado del tío Walt y poner la etiqueta de “sólo para adultos” a sus films más sobresalientes:
De críos a nosotros no nos entusiasmaban demasiado las pelis Disney. Nuestros padres nos llevaban a ver las cosas que a ellos les apetecían, y como además no tenían los pobrecillos demasiado criterio, pues un sábado podía caer James Bond contra Goldfinger y el domingo Aguirre, la cólera de dios, amén de alguna de terror de Jacinto Molina/Paul Naschy con profusión de tías en pelotas “por exigencias del guión”. Eran otros tiempos. Una ciudad pequeña tenía un montón de cines de variado pelaje: de estreno, de reestreno, de reposición y programa doble y hasta de “arte y ensayo”.
Por lo habitual, esas pelis que nos llevaban a ver (así hemos salido de degenerados) estaban calificadas como para “Mayores de 18 años y mayores de 14 acompañados de sus padres o tutores”. Pero al portero uniformado del cine poco parecía importarle que tuvieras seis añitos para ver El exorcista. Sólo una vez no salió bien la jugada y Snoid senior volvió a casa con un humor de perros: se nos negó la entrada al estreno de El Padrino. Algo raro, pues en la copia que se estrenó en España en 1972 estaba ausente el plano en el que se le ven las tetas a Apollonia, la esposa siciliana de Michael.
Sólo cuando tuvimos nuestros propios churumbeles entramos de lleno en el mundo Disney. Y hemos de decir que este es uno de los pocos aspectos negativos de tener descendencia. Se lo dice alguien que se ha visto obligado a ver una docena de veces un horror de la calaña de Tod y Toby. Sin embargo, las películas que supervisó el tío Walt nos depararon gratas sorpresas. Las sorpresas de descubrir lo que era capaz de hacer una mente perturbada con talento, pues no hay duda de que Walt Disney poseía alguna patología sumamente perversa, ya que ¿a quién se le ocurre eliminar a la mamá de Bambi a mitad de película? Y el padre había ya abandonado el hogar, para más inri. Y el Bambi adulto sigue los pasos de papi y deja tirada a Falina y a su prole al final de la película: ¿cabe presentar una familia más disfuncional?
¿Y qué me dicen de Dumbo? Crueldad, explotación, alcoholismo, clasismo, racismo... ¡Menos mal que se trata de una historia de superación personal! Nuestro momento favorito es la escena en que los currantes negros montan la carpa del circo mientras cantan una canción maravillosa sobre lo justo de su situación, ya que son unos pobres negros ignorantes que tienen lo que tienen “porque no quisimos estudiar”:
En un film de Spielberg que sus admiradores pretenden fingir que no existe, 1941, hay una descacharrante escena en que un viril general encarnado por Robert Stack llora como una Magdalena viendo Dumbo. ¡Y se sabe los diálogos de memoria! Y pese a la amenaza de invasión nipona, se resiste a abandonar la sala. Un poco como cuando Bush estaba escuchando el cuento de los cabritillos durante los ataques del 11-S, se quedó embobado y casi hubo que llevarle a rastras al Air Force One:
No es que 1941 sea una obra maestra, pero es mucho mejor de lo que piensan detractores y fanáticos de Spielberg. Y esto nos conduce a que, a lo que parece, la empresa Disney todavía no ha metido mano a las pelis de “acción real” de su catálogo. De momento. Porque recuerden que en 20.000 leguas de viaje submarino se cargaban a un calamar gigante: ¡pobre calamar! Y se criticaba al imperialismo británico, además. Por no hablar de la partenaire de Kirk Douglas, aquella simpática foca que rivalizaba con el ídolo en carantoñas y cucamonas, a la que estamos convencidos que Disney explotaba laboralmente. ¿Y Canción del Sur? Esto sí que es grave, porque ahí sale un negro, el tío Remus, que era más servil aún que el mayordomo de Leonardo DiCaprio en Django desencadenado. ¡Y era un hombre libre! (supuestamente)
Como ven, el mundo en que vivimos cada vez se parece más a Farenheit 451. Sólo quedan tres opciones: apalancarse en casa viendo la tele todo el santo día, hacerse bombero o convertirse en hombre-libro. Madre de dios al que le toque aprenderse de memoria Guerra y Paz. O Finnegans Wake. O 50 sombras de Grey (sublime traducción de 50 Shades of Grey). Yo ya estoy memorizando el cuento aquel de Monterroso sobre el dinosaurio...
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