por
el señor Snoid
La última película de Naomi Kawase posee un planteamiento
argumental fascinante. Una joven (Misako: Ayame Misaki) se dedica a escribir
textos narrativos y descriptivos para que los invidentes puedan ver películas.
El problema es que, pese a sus esfuerzos, Misako no cumple a satisfacción de su
exigente clientela ciega. En varias secuencias francamente hilarantes asistimos
a la reunión de un comité formado por la jefa de Misako, la joven escritora y
un selecto grupo de invidentes que ejercen de críticos implacables. De hecho,
hay un momento en que aquello parece una reunión de la antigua redacción de los
Cahiers poniendo
a caldo una peli de Henri Verneuil o de Claude Autant-Lara.
El más hosco y vehemente es Sano (Mantaro Koichi), fotógrafo
que está perdiendo visión a pasos agigantados. Y ello, el haber sido un hombre
que poseía mirada y sabía ver, le causa ira y frustración. Va a todas partes con su
cámara intentando, en vano, captar aquellas imágenes que solía tomar no
demasiado tiempo atrás.
Un sugestivo primer plano de mi futura esposa
Lo que muestra Kawase es que aquellos que tienen la
posibilidad de ver (en un sentido más trascendente y poético que el simple acto
de mirar) no saben hacerlo; mientras que aquellos que no pueden hacerlo o que
han perdido esa capacidad sienten un ansia conmovedora ante la posibilidad de
imaginar o recrear la visión. En este sentido, es ejemplar la escena, alejada
de toda cursilería, en donde vemos a un grupo de ciegos asistiendo a la
proyección de una película: unos no pueden evitar derramar lágrimas, otros
siguen la película con enorme interés, otros se inquietan por lo que “ocurre”
en la pantalla... Igualito que el público de los cines de estreno a los que
usted está acostumbrado.
Sano y su
creciente desesperación
Habrán ustedes adivinado que esta es también una película de
aprendizaje. El hosco Sano, el más crítico con el trabajo de Misako, será quien
enseñe a ver a la muchacha. Y a plasmar con las palabras adecuadas aquello que
haya que verse. Un aspecto muy brillante del guión es que este proceso será
lento y penoso: cuanto más se debilita la visión de Sano, hasta quedarse
totalmente ciego, más aprenderá Misako a ver como aquellos que son incapaces de
hacerlo. Ironía dolorosa que, sin embargo, es totalmente coherente con el
sentido del relato.
Desde que reseñamos Una pastelería en Tokio, hemos visto casi toda la
filmografía de Kawase. Y es notable la evolución estilística de la cineasta.
Sus primeras propuestas formales eran un tanto extremas (en ocasiones no
totalmente conseguidas; en ocasiones perturbadoras y estimulantes), pero en sus
últimos films parece haber encontrado un punto intermedio entre el “cine de
autor” más, digamos, pagado de sí mismo, y la narración convencional (con reservas).
Algo así como lo que era habitual a finales de los cincuenta y durante toda la
década de los sesenta en el cine europeo, japonés, gringo e incluso lapón: el
cine con un fuerte marchamo de autoría que pretendía llegar también al
espectador “no especializado”. Piensen en las películas de Godard antes de que
se uniera a Jean-Pierre Gorin o las primeras películas de Wenders, por poner un
par de ejemplos significativos. En conclusión: que la chica es verdaderamente
inteligente.
El título original del
film es Hikari (“luz”, en japonés). Es decir, el principio básico del cine y de
la visión. Y este es el asunto principal de la película, aunque Kawase no
descuide la progresión del relato ni la espléndida descripción de sus
personajes. De cualquier forma, una de las reflexiones de Kawase es ciertamente
amarga: si pudiésemos apreciar el cine como lo aprecian los ciegos...
No sé ustedes,
pero yo pienso jubilarme en Japón
Post Scriptum
Por poco no escribimos esta crítica. Pues al salir del cine,
no sólo realicé un panegírico de las bondades de la película, sino una larga
serie de odas que ensalzaban la belleza sin par de la actriz protagonista,
Ayame Misaki, exaltaciones de amor cortés que provocaron en la señora Snoid un
mosqueo considerable. Hasta el punto de dejarme tirado, coger el coche y
obligarme a regresar andando a nuestro palacete campestre. Por cierto que Ayame
Misaki tan sólo ha aparecido en tres o cuatro películas, pero actúa en decenas
de culebrones televisivos japoneses, magnas obras que me estoy descargando
ilegalmente como un poseído...
Sano emocionándose
en el cine
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