When I made Underworld I was not a gangster, nor did I know anything about gangsters. I knew nothing about China when I made Shanghai Express. These are not authentic. I do not value the fetish of authenticity. I have no regard for it. On the contrary, the illusion of reality is what I look for, not reality itself. There is nothing authentic about my pictures”.
Kevin Brownlow, The Parade's Gone By, Columbus, Londres, 1989, p. 202.
En Der Blaue Engel (1930) [Marlene Dietrich] pervertía a un profesor universitario entrado en años. En Morocco (1930), Dishonored (1931), Shanghai Express (1932), Blonde Venus (1932) y The Devil is a Woman (1935) repetía el papel de seductora-prostituta-cabaretera. Quizá sea una frase de Shanghai Express la que mejor resuma su personaje cinematográfico: “Hizo falta más de un hombre para poder colocarme el nombre de Shanghai Lili”.
Gregory D. Black, Hollywood censurado, Cambridge, Madrid, 1998, p. 254.
Resulta sorprendente que persista el equívoco sobre los personajes interpretados por Marlene Dietrich en los films que realizó bajo la dirección de Von Sternberg. La escueta descripción citada arriba (seductora-prostituta-cabaretera) es una reducción simplista que oculta la riqueza de los siete personajes femeninos que aparecen en las siete excelentes colaboraciones que forjaron actriz y director. Y quizá el ejemplo señero en cuanto a lo equivocado de esa percepción de Dietrich como femme fatale se halla en La Venus rubia.
Helen (Dietrich) ha abandonado el escenario tras casarse con Ned Faraday (Herbert Marshall). Tras el prólogo ambientado en Alemania donde ambos se conocen, vemos a Helen en el apartamento neoyorquino que comparte con su marido y su hijo Johnny (Dickie Moore) convertida en una dedicada ama de casa. Sin embargo, esta “felicidad familiar” se ve turbada por la enfermedad que contrae Ned, químico de profesión, y que sólo podrá ser tratada mediante un tratamiento experimental que cuesta 1.500 dólares. Helen sugiere que su vuelta a las tablas podría representar un alivio económico para la familia y costear en parte el tratamiento. Pero se encuentra con la oposición decidida de su esposo:
Y Helen entra en un humillante “mercado de carne”. Acude a un representante de artistas de cabaret que sólo está interesado en su físico. Es contratada. Y en seguida consigue el éxito. Sin embargo, el primer número en el que la vemos actuar no puede ser más paradójico:
Helen se deshace de su disfraz de gorila para convertirse en una “reina blanca de África”. El motivo del disfraz de gorila no es nada casual. Avanzada la película, otro número musical nos mostrará a Helen ataviada con un frac. Tanto el disfraz de “hombre sofisticado” como el de “bestia salvaje” corresponden a una misma realidad: los hombres, tal y como los muestra el film, son brutales, posesivos, avariciosos y ansían esclavizar a la mujer. Hasta cierto punto, es indiferente que su apariencia sea sofisticada o carente de refinamiento: todos actúan siguiendo sus instintos, indiferentes ante el mal que puedan causar.
“Quiero ser mala” canta Helen al término de su actuación. Pero su “maldad” tiene el único objetivo de lograr el dinero necesario para la curación de Ned. Ha encandilado a Nick Townsend (Cary Grant), a quien se nos presenta como “politician” (un eufemismo en el antiguo cine de Hollywood por “mafioso”), que se convierte en su amante y le da a Helen los anhelados 1.500 dólares. Von Sternberg se permite incluir un plano detalle del cheque firmado por Townsend, dinero que asimismo sirve para que la mujer quede a merced de su “benefactor”:
Pero Townsend no es tan diferente de Ned. Él también desea “retirar” a Helen de los escenarios, con la pueril excusa de que debe cuidar de su hijo, mencionando también la cuestión del dinero, aspecto que representa uno de los ejes de las relaciones de Helen con todos los hombres que aparecen en la película:
Antes que entregar a su hijo, Helen emprende una huida por todo el país, desde Nueva York hasta Galveston, Texas. La mujer se ve incapaz de ganarse la vida (es buscada por la policía) y madre e hijo viven en la pobreza. Para ahorrar sufrimientos al pequeño, Helen decide rendirse y entregar al pequeño a su padre. La secuencia en que Helen ve alejarse a su hijo expresa de manera maravillosa la desolación que sufre la mujer, sin sentimentalismo alguno pese a lo melodramático del momento, es uno de esos momentos mágicos que tanto abundan en el cine de Von Sternberg, rubricado por ese plano magnífico en el que Helen se coloca sobre las vías del ferrocarril:
Destrozada, vemos a Helen en un sórdido albergue “para mujeres”. Allí encuentra a una anciana pordiosera que le confiesa su intención de suicidarse porque “no tengo ni un centavo”. El dinero de nuevo. Helen le da los 1.500 dólares que le ha devuelto su marido y toma la decisión de imponerse, una vez más, en el mundo de los hombres.
Viaja a Europa. Regresa a los escenarios y triunfa de nuevo. Reanuda la relación con Townsend e incluso planea casarse con él. Pero lo que verdaderamente ansía es volver con su pequeño. Dado que los jueces han dictado que no puede acercarse al muchacho, es Townsend quien le propone a Ned que permita una visita de Helen al niño, a cambio, por supuesto, de dinero: