sábado, 3 de junio de 2023

EL CINE QUE TANTO AMAMOS - MAYO DE 2023: "La casa junto al mar" (2017), de Robert Guédiguian

por Francisco López Martín 

Querríamos empezar pidiéndoles disculpas por la pequeña demora con la que llega a sus pantallas esta entrega correspondiente al mes de mayo y por el cambio de planes en nuestro sujeto al que nos hemos visto obligados. Ustedes sin duda esperarían como maná, aunque sólo fuera para paliar frustraciones electorales, el prometido Eloy de la Iglesia III. Les aseguramos que no ha sido el miedo a que nos cierren el chiringuito lo que nos ha llevado a cambiar de tercio de manera inesperada. Al contrario: la amabilidad de uno de nuestros lectores hizo que a mediados de mes nos llegara un librito que desconocíamos sobre Gonzalo Goicoechea, guionista de muchas de las películas del director vasco e incluso productor de la más bizarra de su última etapa, Otra vuelta de tuerca (1985) —entre las de comienzos de los años 70, no sabríamos decirles cuál es más deliciosamente retorcida: hay abundancia entre la que elegir—. Y como no queríamos que nuestro Eloy III no se enriqueciera, aparte de con un nuevo visionado de sus obras magnas, con tal prometedora lectura, decidimos aplazar la loa de lo más granado de su cine quinqui —Navajeros (1980), Colegas (1982) y El pico (1983)— para una entrega posterior. 



Hubo otra circunstancia que se sumó a la ya citada. Y es que unos días antes de recibir el librito sobre Gonzalo, nos regalaron el volumen que recientemente ha publicado Aarón Rodríguez Serrano sobre Robert Guédiguian: La gente no sabe de su poder, con una encarecida recomendación a su lectura. Recomendación que les trasladamos, pues se trata de una reivindicación muy inteligente de la figura de un cineasta al que reconocemos no haber prestado la debida atención en los últimos años. De manera que centraremos nuestra entrega del mes de mayo en una notable película del realizador francés, La casa junto al mar (La villa, 2017), que, de momento, es la que más nos ha gustado de este nuevo viaje por su filmografía. 


En Filmaffinity encontramos esta sinopsis de la película: "En una pequeña cala cerca de Marsella, en pleno invierno, Angèle, Joseph y Armand vuelven a la casa de su anciano padre. Angèle es actriz y vive en París, y Joseph acaba de enamorarse de una chica mucho más joven. Armand es el único que se quedó en Marsella para llevar el pequeño restaurante que regentaba su padre. Es el momento de descubrir qué ha quedado de los ideales que les transmitió su progenitor, del mundo fraternal que construyó en este lugar mágico en torno a un restaurante para obreros. Pero la llegada de una patera a una cala vecina cambiará sus reflexiones...". Sinopsis que nos resulta un tanto forzada, porque ese esfuerzo de síntesis, que puede ser veraz en cuanto a ciertos aspectos de la historia, no lo es en absoluto por lo que respecta a la configuración del relato. 


Una de las grandes virtudes de la película estriba en desgranar de manera pausada las relaciones y los conflictos que unen a los diversos protagonistas, muy lejos de las rápidas evidencias y concatenaciones que plantea ese resumen. Comienza con una hermosa escena en la que el "anciano padre" se sienta una terraza y, mientras contempla el mar, sufre lo que parece un derrame cerebral, que lo dejará postrado en cama. Los hijos acuden a cuidarlo; las interpretaciones de los actores son reposadas, desde el principio se establece un tempo que está alejado a años luz del que caracteriza —en las ficciones cinematográficas imperantes y fuera de ellas— a esta fase del tardocapitalismo, y también un tono inequívocamente de izquierdas, de duelo por un mundo declinado, de sensibilidad con los perdedores o con los diferentes. La trama va desplegando una capa tras otra; parece claro que el colapso del padre sirve también como metáfora del derrumbamiento de sus ideales: "El dinero es lo que pasó", dice uno de los personajes; "Qué feos son esos materiales nuevos". Hay orgullo por la casa, construida en tiempos de modo colaborativo, y que quizá ahora se ponga en venta. Se plantean temas graves, como la cuestión de la herencia y el perdón al padre, pero el tratamiento está en las antípodas de lo melodramático, tal vez porque, como dice otro de los personajes: "Al borde del precipicio, sólo la risa nos impide saltar". 


Abundan los planos de los protagonistas enfrascados en pequeños trabajos manuales; también los de una naturaleza en cuyo marco más amplio se insertan esas trayectorias humanas: no somos los únicos habitantes del mundo. La película va basculando entre diversos puntos de conflicto dramático, a partir de las relaciones entre los diversos personajes, tejiendo un tapiz coral delicado, elocuente sin resultar enfático, que tal vez tiene uno de sus puntos culminantes en las escenas relativas al suicidio de una de las parejas de ancianos: "Lo hemos pasado bien juntos", le dice ella a él: "Si hubieras sido un poco más puta, no me habría importado", le dice a él a ella… Abundan los diálogos inteligentes y hermosos, acompañados por una puesta en escena de sencillez chaplinesca, pero con un control emocional que la aleja de cualquier exceso: en este sentido, resulta ejemplar, e impresionante, la escena del descubrimiento de la pareja de suicidas. La escena inmediatamente posterior, en la que vemos a tres de los personajes mucho más jóvenes (interpretados exactamente por los mismos actores en su juventud), pone de manifiesto que la película versa sobre el paso del tiempo, y trabaja lúcidamente con él ("Te llevaré a un rincón del mar donde se bañaban los dinosaurios"). Destaca también por una personalidad cromática muy acusada, de colores muy vivos (las imágenes que acompañan a este texto no le hacen justicia), y también estilística, con cierto estatismo en las composiciones y las interpretaciones que la dotan de un sabor muy personal. 



En el último tercio de la película se introduce con fuerza algo que hasta ese momento únicamente se había insinuado en un plano secundario: a la costa han llegado unas pateras. Los personajes descubrirán a unos niños ocultos en el bosque y los esconderán en la casa, esa casa construida en tiempos por ancianos que ahora están a punto de abandonar el mundo o que ya se han ido, cuyos ideales se han derrumbado, pero que todavía sirve para proteger de manera precaria, frente a las autoridades competentes y a esa Europa de los nuevos campos de concentración que no se dicen tales, a unos pequeños que al final de la película, en una escena hermosa y enigmática, gritarán un nombre incomprensible mientras los hijos del anciano gritan el suyo, como afirmación de una identidad que sólo con el respeto y la aceptación del otro puede construirse y proyectarse de una manera digna.

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