sábado, 15 de septiembre de 2018

Estrenos de ocasión: "La monja" y "Yucatán"



La monja (The Nun, Corin Hardy, 2018)

por el señor Snoid





Imagine que va usted deambulando de noche, en plan senderista, por un cementerio situado en un bosque por la zona de los Cárpatos; de improviso, avista la figura de una monja que finge que no le ve (posiblemente porque esté rezando el rosario); la monja se evapora: ¿qué haría usted? Pues sin duda renegar de todos sus prejuicios sobre la Guardia Civil, los Mossos d’Esquadra o el FBI: correr como un desaforado pidiendo auxilio hasta llegar a lugar seguro o (lo más probable) romperse el cráneo contra un árbol presa del terror. Sin embargo, no es esto lo que hace uno de los protagonistas de La monja: el muy insensato va en busca de esa mujercilla casada con Cristo o con el Anticristo hasta que ocurre lo que tiene que ocurrir. Este es uno de los mejores gags de una película que se nos vende como un film de terror pero que es una de las comedias más regocijantes que hemos visto en años.

El porqué nos atrevimos a ver esta cinta es largo de explicar. Los asiduos de este su blog saben de sobra que somos unos degenerados. Como tales, uno de nuestros subgéneros basura predilectos es el de “película de cárceles de mujeres”. Y un monasterio de monjas poseídas por Satán se aproxima mucho a ese tipo de films. Y si la película posee un mínimo de realismo, sin duda resultará más obscena y demencial que una narración ubicada en un centro penitenciario femenino en la URSS o en Brasil.

El comienzo de La monja es muy prometedor y hay que admitir que el film no pierde fuelle en ningún momento. Tras un prólogo en el que vemos cómo El Maligno se ha apoderado (y empoderado) de un gigantesco monasterio, el de Santa Carta en Rumanía, donde una monja anciana y una sor jovencita forman el último bastión de la resistencia, la monja vieja es literalmente tragada por el diablo y la monja joven se suicida de una forma grotesca, aparatosa y espectacular, como si lo hubiera planeado desde hacía meses. A continuación, el padre Burke, experto en exorcismos y fenómenos religioso-paranormales (perdonen la redundancia) es convocado al Vaticano. La secuencia en la que se le ordena investigar los misteriosos sucesos del monasterio de santa Carta es muy similar a todas las que aparecen al principio de las pelis de 007. Un cardenal con malas pulgas (M), acompañado de dos arzobispos (Tanner y Q) informan escuetamente a Burke (Bond, James Bond). Hay una cierta tensión entre el cardenal y Burke: sospechamos que el cardenal piensa que Burke es un tarambana poco de fiar (como M con Bond); Tanner se muestra más conciliador, y Q no le entrega un arsenal de gadgets, sino una ampolla de agua bendita en plan “Con esto vas más que aviao, macho. Y devuélveme la ampolla intacta, que perteneció a Julio II”.

El agente vaticano Burke recibe instrucciones para llevarse consigo una novicia con superpoderes para afrontar tan peligrosa misión. La muchacha se halla instruyendo a unos críos con un jueguecito de Parque Jurásico (la película se desarrolla en 1952); una de sus alumnas, la repipi de la clase, espeta, “Pues sor Lucía nos ha dicho que los dinosaurios no existieron: que en el paraíso de Adán y Eva no había dinosaurios”. A lo que la novicia replica: “¡Cuanto tiene que evolucionar nuestra iglesia!”. Ya sabemos que es una peligrosa sectaria de la Teología de la Liberación.

El mal en estado puro


Se puede decir que esta es una película redonda. Hay un equilibrio total. El guión es tan espantoso que se diría escrito por un estudiante oligofrénico de primero de audiovisuales; los diálogos son de la calaña de “El Vaticano nunca hace nada a la ligera”, “¿Qué habrá tras esa puerta, padre? — Es un misterio, hija”; el montaje lo han hecho a hachazo limpio, no mediante el Final Cut Pro; el director pone la cámara siempre en el lugar más inadecuado y mueve la cámara cuando no hay que moverla (hay dos excepciones: como el tipo debe ser un fan de Brian de Palma, hay cantidad de planos cenitales. Uno es maravilloso. Nos muestra un montón de monjas rezando, todas ataviadas de negro menos la que está en el centro, la novicia maldita que va de blanco. De repente, El Maligno decide actuar y hace unas carambolas espectaculares con un bolo o un taco de billar invisibles para que las monjas cucarachas se estrellen contra el artesonado, las columnas y el altar mayor); los actores, casi sin excepción, están fatal.



    La novicia en un momento de extremo peligro


Y decimos “casi sin excepción” porque, según uno de los grandes escritores del siglo XVI, Cristóbal de Castillejo, en su obra Diálogo de mujeres (tratado que recomendamos a todas nuestras seguidoras feministas), las monjas se dividen en dos subgrupos: las que son putas o las que son bobas. Pues bien: la monja puta que monta todo el guirigay en el monasterio posee un asombroso parecido con una monja catequista de nuestro villorrio, monja que además se da aires cardenalicios. No es para menos, pues la Benemérita la detiene un día sí y otro también por conducir borracha... Esta monja (la de la peli, no la de nuestra aldea, que también) es tan puta que logra engañar al papanatas del padre Burke y a la visionaria novicia.


La monja de la aldea donde residimos

Otros motivos de gozo y diversión. En la Rumanía de 1952 el imperialismo anglosajón ya había penetrado tanto en un país del Telón de Acero que todos los rumanos de la peli hablan el inglés a la perfección; el único que desentona es un aliado de nuestros héroes, un franco-canadiense que lo habla con esas “erres” típicas que ustedes están pensando (y que anda por esos lares ¡porque fue a buscar oro en las montañas!). Incluso las inscripciones de las tumbas están en inglés. Hemos llegado a la conclusión de que Ceaucescu era un aperturista total y que maldito el caso que le hacía a papá Stalin.

El desenlace es asimismo majestuoso. La monja puta, a punto de ahogar a la novicia (Burke está inconsciente; en verdad, se pasa inconsciente el 80% del metraje debido a accidentes varios y a las asechanzas del demonio), recibe su justo merecido. Nuestra monjita buena se bebe una cápsula con sangre de Cristo que se guardaba en el monasterio y se lo escupe a esa hija de Satanás en plena cara. Y no queda cariacontecida, sino que vuela en mil pedazos. Sin embargo, no fue eso lo que nos sorprendió. Lo que nos llenó de espiritual gozo fue la constatación de que Cristo debía poseer centenares de litros de sangre; y no hablemos del tamaño de algunos de sus miembros, pues hay restos del pellejín del santo prepucio diseminados por cientos de iglesias de la Europa comunitaria y hasta extracomunitaria...

En fin, una comedia sin fisuras que además esconde un profundo mensaje, como tantas pelis gringas que tratan el fenómeno de las posesiones demoníacas: si existe ese ser  maligno todopoderoso, el Otro, es decir, Él, debe existir también, ¿o no? Teología y comedia de altos vuelos.



Yucatán (Daniel Monzón, 2018)

por la madre del señor Snoid


(Se reproducen verbatim los comentarios de la madre del señor Snoid. Reiteraciones y divagaciones que no vienen a cuento han sido eliminadas. Se recomienda que se lea como un monólogo exterior)




Es muy graciosa. Luis Tosar está muy calvo, pero le han puesto un peluquín de bisoñé que le sienta muy bien. Con entradas y todo. Me ha gustado. Al principio, hay un número musical como aquellos de la Metro. Se trata de unos timadores que van en un crucero y se encuentran con otra timadora que les da sopas con onda. Divertida. Muy bien hecha. Toni Acosta, una que estaba casada con un hijo de Raphael, tiene un papel menor. Es una comedia. Me he reído mucho. Los personajes me han recordado a los hermanos de un cuñado mío, que me daba la impresión que practicaban el timo del tocomocho en Valladolid.

Luis Tosar, incómodo con su peluquín