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Eloy: audacia temática y vigor narrativo |
jueves, 30 de marzo de 2023
EL CINE QUE TANTO AMAMOS (MARZO DE 2023): ELOY DE LA IGLESIA (1ª PARTE)
miércoles, 15 de marzo de 2023
ESTRENOS DE OCASIÓN: "EL TRIÁNGULO DE LA TRISTEZA" (Triangle of Sadness, Ruben Östlund, 2022)
por el señor Snoid
Gamberra comedia que
destila veneno, mala leche y una acertada visión del mundo de hoy
—por lo menos, en cuanto a eso que en tiempos se denominaba “el
primer mundo”. En El triángulo de la tristeza hay vitriolo
para tirios y troyanos: y Ruben Óstlund no duda en mezclar los
efectos cómicos chuscos y groseros con breves y acertados apuntes
sobre personajes y situaciones y chistes juguetones bastante sutiles.
Obviamente, la disparatada situación que muestra el film exigía
este dispar despliegue de elementos.
El prólogo del “mercado de la carne” o casting de modelos nos pone en situación: personajes deshumanizados o directamente gilipollas y ausencia total de lo políticamente correcto (el periodista le pregunta a un modelo:”¿Cómo puedes aspirar a un trabajo en el que las mujeres ganan tres veces más que los hombres y te ves continuamente asediado por homosexuales?” o las instrucciones del director del casting: “¡Venga esa sonrisa Balenciaga! ¡Venga esa expresión H&M!”). Acto seguido, Óstlund nos ofrece un prolongado segmento en el que presenta a dos de los protagonistas: los modelos Carl (Harris Dickinson) y Yaya (Charibi Dean), embarcados en una larguísima discusión sobre quién ha de pagar la cena, quién gana más dinero, quién saca la tarjeta de crédito y otras cretineces sin fin: el que Óstlund se detenga excesivamente en las muy estúpidas disputas de la pareja posee, sin embargo, su utilidad dramática: la de presentarnos en detalle a unos personajes bastante botarates y un tanto odiosos en cuanto a su increíble frivolidad y desenfreno consumista: el dinero es la religión en este relato.
Stultifera Navis
La parte central (y más brillante) de la película transcurre en un yate de lujo donde lo mismo puedes adquirir relojes Rolex y carísimos anillos de compromiso que degustar platos de alta cocina que no desdeñarían embaucadores de la calaña de un Ferran Adrià, o que un transporte deposite en el barco unas cajas de Nutella para regocijo y placer del pasaje. Aquí el esperpento alcanza cotas difícilmente superables: Carl lee el Ulysses de Joyce repantingado en su tumbona, un millonario ruso se jacta de haberse enriquecido gracias a “la mierda” (fertilizantes), una encantadora pareja de ancianos británicos se dedica a la fabricación y exportación de armamento “para preservar la paz y la democracia”... Y los juegos de poder resultan enormemente chirriantes: Carl siente celos por un tripulante descamisado, le comenta el hecho a la encargada del servicio y el hombre es despedido y obligado a abandonar la nave. Seamos hiperbólicos: la mirada de Óstlund no dista demasiado de satíricos de la escuela de Marcial o Jonathan Swift: escritores que tenían una muy escasa fe en el género humano pero que no desdeñaban llevar una vida muelle (cuanto más muelle mejor).
Mención especial merecen las desternillantes escenas entre el capitán del barco (Woody Harrelson), marxista norteamericano, y el potentado ruso (Zatklo Buric), obviamente anticomunista a ultranza, quienes se dedican a sembrar el terror entre los pasajeros mientras estos vomitan, defecan salvajemente y se revuelcan en la mierda (no exactamente fertilizante). Incluso se vislumbra cómo uno de ellos sostiene un volumen de Noam Chomsky. Una de las mejores piezas cómicas que hemos visto en años.
Escenas de lucha de clases en una isla (casi) desierta
La última parte del film transcurre en una isla donde han naufragado los escasos supervivientes del yate. Y aquí se produce la transvaloración de todos los valores o las expectativas del espectador más bienintencionado. Los dos modelos, la encargada del protocolo, uno de los piratas, la mujer con problemas de habla y dos de los ricachones carecen de habilidades para sobrevivir. Y es la criada filipina quien toma las riendas: hace fuego, pesca, distribuye los escasos víveres y se convierte en una especie de tirana que actúa de una forma tan despótica como los privilegiados del barco cuando estos dominaban la situación; incluso llega a convertir al zoquete de Carl en su juguete sexual. Por lo visto, a cierta crítica “de izquierdas” el que una pobre mujer demuestre ser tan miserable como los ricachos le ha resultado sumamente perturbador. Sin embargo, la situación es coherente con el relato que Östlund propone: en los juegos de poder no hay héroes ni villanos. O quizá todos seamos villanos: esperar que la mujer se mostrara como una sumisa criada plegada a sus anteriores amos eliminaría buena parte de la fuerza del relato.Y habría que señalar, como propugnaban a finales del siglo pasado los teólogos de la liberación, que “No estamos a favor de los pobres porque sean buenos, sino porque son pobres”. No veíamos una película comercial tan corrosiva desde la lejana Escenas de lucha de clases en Beverly Hills de Paul Bartel (aquí titulada Escenas de la lucha de sexos en Beverly Hills) de 1989.
sábado, 11 de marzo de 2023
ESTRENOS DE OCASIÓN: "LOS FABELMAN" (The Fabelmans, Steven Spielberg, 2022)
por el señor Snoid
Posiblemente Steven Spielberg es el cineasta norteamericano más exitoso de la historia del cine, más aún que Cecil B. DeMille o John Ford, a quienes se cita explícitamente en Los Fabelman. DeMille estuvo en activo desde 1914 a 1956 y casi siempre obtuvo el favor del público, aunque justo es reconocer que apenas cambió su forma de hacer cine en tan prolongado lapso —alguien malévolo podría apuntar que posee esta característica en común con Spielberg—, mientras que Ford estuvo en activo, con altibajos, entre 1917 y 1965, pese a que su último gran éxito popular fue Centauros del desierto en 1956. Spielberg gozó de buenas críticas y una tibia acogida del público con su primer film, Loca evasión (The Sugarland Express, 1973), pero a partir de Tiburón (Jaws, 1975) se le apodó “el rey Midas de Hollywood”. Cierto es que el director ha realizado numerosas mediocridades —El color púrpura, Always, Hook, War Horse, Lincoln, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal— pero hay que admitir que dentro de su abultada filmografía no faltan films interesantes e incluso, en ocasiones, ciertamente brillantes.
Spielberg: infancia, juventud y primeras experiencias
Los Fabelman narra casi exclusivamente la pasión del joven Sammi (trasunto de Spielberg) por el cine. Y más que por el cine, por la pasión de hacer cine. Contaba John Milius que Spielberg le llamó por teléfono durante el rodaje de una escena de hazañas bélicas de Salvar al soldado Ryan, con explosiones y disparos de fondo, y que el director parecía estar disfrutando como un crío: esa pasión, desde luego, no se le puede negar. Pero el retrato que hace Los Fabelman de la primeriza obsesión del director hace que todos los demás elementos de la película queden en la sombra o se omitan en su totalidad. Así, no hay apenas referencia al “contexto”: poco se nos cuenta de los Estados Unidos de los años cincuenta y sesenta (a excepción de un breve apunte, como el rechazo de Sammi hacia su compañero de universidad porque es un votante de Goldwater). Cierto es que pocas veces Spielberg ha abordado temas abiertamente políticos (la muy apreciable Munich y la soporífera Los papeles del Pentágono serían las excepciones); sin embargo, el film parece tener la voluntad de dejar claro que el realizador era inmune al mundo que le rodeaba y que su único interés estribaba en rodar y convertirse en director. Esta opción dramatúrgica daña un tanto Los Fabelman: las hermanas de Sammi no pasan de la categoría de extras y el resto de personajes, que sobre el papel podrían tener cierto peso, se quedan en meros apuntes. Así, Sammi se nos presenta como el fruto de, por un lado, una artista fracasada, su madre (y sobre su valía artística el film hace un hincapié reiterativo, como si Spielberg deseara ofrecer una suerte de justificación) y de su padre, de quien heredará sus habilidades técnicas (y no sólo técnicas: en cierto momento, el padre comenta: “Ochenta dólares la moviola, veinte la cámara: ¡Cien dólares! ¿No es excesivo?”. Sin duda, el hecho de que Spielberg sea también un avispado y eficaz productor le viene de papaito).
En este relato iniciático, los traslados familiares de Nueva Jersey a Arizona y de Arizona a California poseen escasa enjundia a la hora de mostrar la evolución y desintegración de una familia: todo está supeditado a las ambiciones de Sammi. Sin embargo, es en California donde hallamos un elemento que había pasado de puntillas en el metraje previo: el joven Sammi descubre el antisemitismo en un colegio californiano de superpijos. Por desgracia, el hecho no va más alla de una simple anécdota: este segmento del relato, probablemente el más flojo, parece inspirado en aquellas viejas películas de adolescentes de los primeros sesenta tipo Como rellenar un bikini (How to Stuff a Wild Bikini, 1965) o Diversión en la playa (Beach Blanket Bingo, 1965), películas de estudiantes de instituto descerebrados en las que desdichadamente aparecía la patética figura del pobre Buster Keaton. Aún faltaban muchos años para que Spielberg realizara La lista de Schindler (que en realidad, no es una película sobre el Holocausto sino un film sobre judíos que se salvan y sobre un nazi arrepentido que se juega —un poco— el pellejo por ellos). El final “feliz” de esta película es paradigmático en cuanto al estilo e intenciones de Spielberg: por ejemplo, una película turbia, desesperanzada y angustiosa como Minority Report cambia de tercio en los últimos minutos: Cruise desenmascara al malvado Max von Sydow, los pre-cogs acaban viviendo felices en la casita de chocolate del bosque y Cruise se reconcilia con su esposa, quien se halla embarazada (¿con el fin de sustituir al hijo muerto que provocó su separación?). El Happy Ending a toda costa como marca de estilo: algo que nada tiene de reprochable, salvo que anula todo el sentido de la narración previa.
En Los Fabelman hay un momento verdaderamente brillante: aquel en el que Sammi descubre aquello que decía Godard: que “el cine es la verdad a 24 fotogramas por segundo” cuando revisa una grabación casera y descubre que su madre está mucho más interesada por el amigo de su padre que por su marido. Y es que Spielberg, sin duda, es un narrador hábil, un técnico excepcional y un director que muy a menudo se saca de la chistera brillantes e imaginativas soluciones en cuanto a la puesta en escena —y ahí quedan prodigios de inventiva en films como En busca del arca perdida, Atrápame si puedes o, por qué no, 1941. Lástima que en ocasiones se imponga su mal gusto y su deseo de complacer al público.
Los Fabelman es una biografía más o menos encubierta que sufre de un empacho de autocomplacencia. Nada que ver con Armageddon Time (James Gray, 2022) o Fue la mano de dios (È stata la mano de Dio, Paolo Sorrentino, 2021). Y John Ford no tenía en su despacho carteles de sus películas: fotos de Harry Carey, la silla de montar de Tom Mix y los óscars sí... Pero el hombre tenía cierto pudor (poco). El pudor del que carece Sammi en Los Fabelman.