lunes, 3 de octubre de 2022

ESTRENOS DE OCASIÓN: BLONDE (Andrew Dominik, 2022)

 


por el señor Snoid

 

El triunfo de Edison

Al final lo consiguió. Sabrán ustedes que Edison inventó un mogollón de cosas. O, mejor dicho, patentó las invenciones que hacían sus empleados. Una de ellas fue el Kinetoscopio. Su comercialización inicial se llevó a cabo mediante la venta y alquiler del aparato (una caja de madera de 123 cm. de altura, con un visor en su parte superior que permitía ver las imágenes en movimiento de un film en 35mm. y unos 750 fotogramas, imágenes que el cacharro proyectaba en bucle. El promedio de visión era de entre 30 y 40 imágenes por segundo). Poco después se comercializó para el público que no podía costearse el novísimo ingenio: uno insertaba unos centavos y veía una película de unos cuantos segundos de duración. De ahí surgieron los Penny Arcades, locales donde cada espectador, de manera individual, contemplaba una o varias películas en plan peep show. Pero lo que tuvo éxito fue el sistema de exhibición iniciado por los Lumière: locales improvisados donde se agolpaba un público más o menos numeroso. De ahí a los cines estables sólo había un paso que se dio rápidamente. En los Estados Unidos había ya cerca de ocho mil Nickleodeons en 1908.

Hoy han cambiado las tornas: la exhibición se ha vuelto individualizada, tal y como la soñó Edison. Netflix y demás plataformas digitales han encerrado al espectador en su hogar. El rasgo comunal del cine, la proyección en salas, se halla en vías de extinción, tal que la comunión eucarística: los que ansíen ver una película decente en un cine son como los primitivos cristianos en las catacumbas: un reducido grupo de nostálgicos que no ha perdido la fe y aguarda la llegada del Redentor. Por lo que parece, pueden esperar sentados (los aficionados al cine; los aficionados a la misa llevan esperando dos mil años).

Algo que los pioneros del cine también tuvieron muy en cuenta fue el aspecto necrófilo del nuevo medio. “Podrá usted ver en movimiento a sus seres queridos muertos mucho tiempo atrás”, rezaba una campaña publicitaria de la época. Una mejora respecto a las muy difundidas —y que hoy nos parecen terroríficas— “fotografías de familiares difuntos” que tan en boga estuvieron en el último tercio del siglo XIX.

Netflix tampoco se sustrae a esta pasión necrófila. Hace unos años resucitaron un cadáver, el de Orson Welles, para ofrecer una “versión completa” de una de sus cintas inacabadas, The Other Side of the Wind. El resultado fue tan nefasto como el ridículo montaje que hizo Jesús Franco del Don Quijote de Orson Welles (aunque no podemos, en rigor, criticar en detalle tal barrabasada: abandonamos la sala a los cuarenta minutos: pero sin remordimientos), un engendro estrenado en 1992, aprovechando que en aquellos años el PSOE se gastaba millonadas en estupideces con marchamo cultural: la Expo de Sevilla, las Olimpiadas de Barcelona, la mascota Cobi, el V Centenario del célebre “descubrimiento”...

Pero Netflix no ceja en sus siniestros empeños: la última víctima de la necrofilia que padecen los cinéfilos nostálgicos es todo un icono pop del siglo XX: Marilyn Monroe. 

 

Blonde on Blonde

Los responsables del film y la plataforma digital se han esforzado lo suyo para dejar bien clarito que Blonde es un biografía “ficticia” de la actriz. Visto el film, no podemos sino asentir. El problema es que hay gato encerrado. A casi nadie se le llama por su nombre (imaginamos que para evitar posibles demandas) pero todo el mundo sabe que el ex-deportista italoamericano es Joe DiMaggio, el autor teatral de prestigio es Arthur Miller y el Presidente de los EEUU es el priápico JFK. El señor Z, el que introduce a Marilyn en el mundo del cine, es Darryl F. Zanuck, patrón de la Fox, quien procede a sodomizarla en su despacho durante su primer encuentro. El sino de esta Marilyn ficticia es sufrir brutalmente a merced de hombres despiadados. El hombre (aparentemente) blandengue, Arthur Miller, también, por desdicha, le sale rana. Pero el relato carece de importancia (¿o sí la tiene?): lo que parece relevante es lo que la película pretende transmitir. Y eso es lo que no tenemos nada claro. ¿Qué es lo que nos quiere contar Blonde? ¿Cómo era la auténtica Marilyn? ¿Por qué llegó a convertirse en un ídolo venerado en su día y aún hoy inolvidable para tantos aficionados? ¿La verdad atroz que se esconde tras el velo de la embellecida nostalgia? Si es así, el film fracasa en todos los aspectos. 

Interpretaciones sobre cómo era la chica hay miles. Robert Mitchum, con quien rodó la mediocre Río sin retorno (y que la defendió del usualmente brutal Otto Preminger, como había hecho con Jean Simmons en Angel Face) explicaba que su conducta se debía a que la muchacha padecía unas reglas dolorosísimas que la dejaban postrada durante varios días. Por supuesto, la compasión de Mitchum no podía evitar sus burlas mordaces. Durante el rodaje concedió una entrevista y habló maravillas de su co-estrella, para finalizar con “Siempre está leyendo libros sesudos. De repente, aparta la mirada del libro, pone una expresión pensativa y me pregunta: “¿Qué quiere decir Sexo Anal?”

La mejor explicación, en nuestra opinión, pertenece a alguien de quien no podríamos ni imaginar: el director Henry Hathaway. “Un déspota insoportable en el plató y un perfecto caballero fuera de él”, según Orson Welles. Y esto le contaba Hathaway a John Kobal:

Nunca se veía a Bette Davis en ningún sitio, porque Bette Davis siempre llevaba las riendas: ella era el hombre. Pero nunca perteneció a ese círculo social porque ellos decían, “Que se joda y se quede en su casa”. Esa clase de mujeres que tenían cerca eran de la clase de mujeres que escuchan. ¡Dios! Si juntabas a Zanuck, Preminger o Gregory Ratoff … No querían a ninguna mujer con carácter. Era una pandilla de hombres, esta ciudad ha sido siempre una pandilla de hombres. Nunca ha habido una fraternidad de mujeres que diera una patada en el culo a esos tipos (…) Quería hacer Of Human Bondage con Marilyn y Jimmie Dean, porque después de hacer aquella película [Niágara] me parecía fabuloso trabajar con ella; era muy fácil de dirigir y maravillosa, enormemente ambiciosa por mejorar. Puede que no tuviera estudios, pero poseía un talento natural. Sin embargo, siempre fue pisoteada. ¡Esta mujercita fue pisoteada por gentuza! No creo que nadie la tratara nunca como merecía ser tratada. Para la mayoría de los hombres era, no diré una cualquiera, pero algo de lo que se sentían un poco avergonzados —incluso DiMaggio. El film nunca se hizo, claro. Zanuck me dijo, “¿Cómo se te puede ocurrir semejante cosa? ¿Como voy a decir que voy a poner a Marilyn Monroe en una obra de prestigio como si fuera Bette Davis?” (John Kobal, People Will Talk, Alfred Knopf, Nueva York, 1985, pp. 612-613)

Y lo cierto es que la chica era una actriz brillante: hizo de zorra malvada muy convincentemente en la citada Niágara, dejó en pañales al pobre Laurence Olivier en El príncipe y la corista y brilló en la sobrevalorada The Misfits (aunque hay que reconocer que tanto Clark Gable como Montgomery Clift estaban en las últimas). El resto, papeles de rubia boba o de rubia boba explosiva en películas horrendas, mediocres y alguna que otra sobresaliente.

El problema es que muchos actores se dejan engullir por los personajes que interpretan una vez que han sido encasillados. Así, John Wayne se sentía contentísimo de ser John Wayne. Pero Marilyn no soportaba ser Marilyn 24 horas al día. Y el otro problema es que, en su vida fuera del rodaje, la chica era una especie de mujer-trofeo: para DiMaggio, Miller y una pléyade de amantes. Y sin duda ella era muy consciente de ello. ¿Cómo no sentirse desdichada en una situación así?

Del plano cenital al plano genital

El responsable de que Blonde sea un bodrio de proporciones épicas es su director y guionista, Andrew Dominik, quien años atrás ya nos había regalado un soporífero western de (falso) arte y ensayo, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007). Dominik parece empeñado en imitar con fruición el estilo de Terrence Malick: “Si él puede poner un plano cursi tras otro y la crítica le jalea, yo también”, parece pensar Dominik. Pues cuando se trata de mostrar (fugazmente) en Blonde felicidad, como tras la boda con Arthur Miller, el director recurre a las estampitas que Malick ha patentado desde Días del cielo y que alcanzaron la cumbre del kitsch con El árbol de la vida. Pero Dominik ansía tener un estilo propio: por tanto, mezcla varios formatos y las secuencias en color alternan con otras en blanco y negro sin criterio alguno (y si es el criterio en el que estamos pensando, el de separar realidad y ficción, angustia y alivio, éste es aún más estúpido). 

Dominik: no abuses de Malick

Por lo habitual, cuando vemos el típico plano dentro de una nevera que se abre y el actor de turno saca del interior un pack de cervezas, una Pepsi o la ensalada del día anterior, ya sabemos que nos hallamos ante un director inepto. Dominik va un paso más allá y nos ofrece un plano desde el útero de Marilyn en el que podemos apreciar las paredes vaginales y en último término al ginecólogo que le está practicando un aborto. Profundidad de campo a lo Gregg Toland. Y todo así: un catálogo de decisiones erróneas o directamente ridículas en cuanto a la puesta en escena. Sensacionalista, eso sí. No vaya a ser que el simple reclamo de Marilyn no sea suficiente para Netflix y sus abonados. En conclusión, Dominik trata a Marilyn de una manera más abusiva y obscena que los productores y directores con los que ella trabajó en su momento.

Enésima visita al ginecólogo

Annie Get Your Gun

Si Blonde tiene un agarradero que hace que uno aguante sus dos horas y 47 minutos es la interpretación de Ana de Armas (junto con la pequeña contribución de la enorme nariz de Adrian Brody). La actriz es capaz —no siempre: sería tarea imposible— de sobreponerse a un guión espantoso. Como muestra, un botón: Kennedy se halla postrado en la cama, con faja y todo, habla por teléfono con un asesor que le está advirtiendo de que “estar follando doce horas al día puede comprometer gravemente la presidencia de la nación”, entra Marilyn y el señor Presidente le obliga con violencia a hacerle una felación mientras sigue con su cháchara telefónica. Si no fuera por la mezcla de miedo, repulsión, confusión y placer “por satisfacer al hombre más poderoso de la tierra” que exhibe la expresión de de Armas, la escena sería de una enorme comicidad. Pero resulta, gracias al buen hacer de la actriz, repulsiva y angustiosa. Lástima que su esfuerzo no salve Blonde del desastre total.

The Right Profile

 




1 comentario:

  1. Ay! Lo de que Dominik trata a Marilyn de forma abusiva y obscena, me ha recordado lo que El Nota le decía al jefe de policía de Malibu sobre Jackie Treehorn: "trata a los objetos como mujeres".
    Nacho

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