martes, 17 de abril de 2018

EL DOBLAJE (y III)


por el señor Snoid


Posiblemente, la mayoría de ustedes cree que esto del doblaje en España se debe a la égida del Generalísimo Franco (también conocido como El carnicero de Ferrol). Quiá. Corre la especie de la existencia de una ordenanza de 1941 en la que se decretaba que toda película extranjera debía doblarse a la castellana lengua. Tal ley nunca existió: lo de la prohibición de escuchar lenguas foráneas se daba por descontado. En Italia sí que hubo una ley mussoliniana que obligaba a doblar todo film extranjero. Dada la variedad dialectal de Italia, y las burlas que lombardos hacían de napolitanos, toscanos de sicilianos, turineses de piamonteses y así hasta el infinito, el que las pelis se doblaran en una variante toscana neutra provocó de inmediato el cachondeo del respetable, que opinaba así de las curiosas voces que les ponían a Clark Gable y a Joan Crawford: “Non è calabrese, non è piamontese... È Doppiagese!”

Y es que la llegada del sonoro provocó una enorme confusión en todos los países (excepto en los Estados Unidos, claro está). En los años 30 distribuidores y exhibidores dudaban entre el doblaje, el subtitulado o las “versiones dobles”. Para que se hagan una idea, los únicos países que adoptaron de inmediato los subtítulos fueron Holanda y Suecia. En España, para no perder la costumbre, reinaba cierto caos. Si bien los críticos cinematográficos rechazaron de plano el doblaje, el subtitulado planteaba ciertos problemas: además de la escasa afición a la lectura del pueblo español, hay que hacer notar que buena parte de la población era analfabeta (y el cine, como ustedes bien saben, siempre ha sido un entretenimiento para la plebe) y el subtitulado era un tanto rudimentario por aquel entonces; por otro lado, las dobles versiones (películas norteamericanas que se rodaban de nuevo con actores que hablaran el idioma del mercado extranjero; por ejemplo, siempre se dice con patriótico orgullo lingüístico que la versión hispana de Drácula es muy superior al original de Tod Browning; elogio que nos parece un tanto ridículo, pues rara vez Browning rodó un film tan malo) que se hacían en Hollywood y en los estudios franceses de la Paramount en Joinville resultaron al cabo de pocos años un negocio ruinoso.


Así que las opciones se limitaron al doblaje o los subtítulos. Nosotros hemos llegado a leer que en un cine de El Cairo se proyectaban las películas con subtítulos en árabe en la parte inferior de la pantalla, y en unas pantallitas laterales figuraban subtítulos en copto y en domari. Sin duda El Cairo debía de ser de lo más cosmopolita en aquellos tiempos. Pero nosotros creemos que esta es una leyenda apócrifa.


En esta España suya, esta España nuestra, los primeros estudios de doblaje se instalaron en 1933 (el de la M-G-M y el de Adolfo de la Riva en Barcelona y Fono España en Madrid), y al año siguiente el ministerio de industria obligó a que todos los estudios de doblaje fueran empresas nacionales (naturalmente, los norteamericanos pronto hallaron formas de burlar este abyecto proteccionismo). La norma fue ratificada por el franquismo en 1941 y de ahí viene la legendaria ley de que la exhibición cinematográfica debía convertirse en una herramienta similar a la RAE: limpia, fija y da esplendor.
 
Y respecto a las leyendas, no hay duda de que el doblaje ha generado unas cuantas. Así, se rumorea que Clint Eastwood, al escucharse doblado por Constantino Romero, exigió a la Warner española que ese debía ser el hombre que le doblara siempre, con ese vozarrón tan autoritario y viril (pues Clint posee una voz suave y ligeramente aflautada). Nos consta que no informaron a Clint de que Don Constantino era gay, pues seguro que este hecho habría provocado ciertas dudas en el ex-alcalde de Carmel. Veamos a Clint (doblado) en una escena de Ejecución Inminente (True Crime, 1999) donde da la réplica a ese gran actor subestimado que acude al nombre de James Woods:


 
Otro problema que plantea el doblaje es que se pierde la diversidad de acentos: todas las voces suenan en un castellano neutro que elimina los matices dialectales del original. En Tempestad sobre Washington (Advise and Consent, Otto Preminger, 1962), Charles Laughton interpreta a un senador sureño; el bueno de Charles se esforzó lo suyo por hallar el acento adecuado. Durante una pausa en el rodaje, visitó a su amigo Robert Mitchum y le confesó el esfuerzo que aquello suponía: “Es como si tú, Bob, tuvieras que interpretar a un cockney”. Acto seguido, Mitchum se puso a hablar con un impecable acento barriobajero londinense. “Asombroso”, admitió Laughton.


 
Lo mismo ocurre en las películas británicas, por cierto. El doblaje hace que nos perdamos el inefable acento irlandés, el incomprensible galés y el que más agrada a los ingleses: el escocés (ellos aseguran que “eso” no es inglés). En una de las películas inglesas más bellas, Sé a dónde voy (I Know Where I’m Going!, Powell&Pressburger, 1945), la chica inglesa protagonista llega a la costa del norte de Escocia y enseguida se apercibe de la peculiar jerga de los nativos:


 
La versión original es también útil para fines más lúdicos que el simple purismo. Así, si uno ve y escucha con atención puede comprobar si el actor de turno esta drogado, borracho o tiene una resaca monumental. Es el caso de esta escena de La noche del cazador (The Night of the Hunter, Charles Laughton, 1955): en los planos de exteriores “reales”, la voz de Mitchum suena normal; en cambio, en los planos que obviamente se rodaron en estudio, su voz suena ligeramente tomada. Igual es que el hombre estaba resfriado...

 
Esto nos recuerda la célebre escena de La hija de Ryan (Ryan’s Daughter, David Lean, 1969) en la que Mitchum deambula en camisón por la playa tras enterarse de que su esposa Sarah Miles le ha sido infiel con ¡un militar inglés tullido! La crítica alabó mucho la interpretación de Robert; lo cierto es que sus vacilantes andares se debían a que llevaba una tajada monumental...
 
En algunos casos, la versión original nos ayuda también a entender las causas del éxito o fracaso de una película. Es el caso de Viento en las velas (A High Wind in Jamaica, 1965). Alexander Mackendrick se quejaba de que el productor había cortado 20 minutos de la película, de que la canción que suena en los títulos de crédito era espantosa, de que los guionistas, a instancias del productor, habían aumentado considerablemente los papeles de James Coburn y Lila Kedrova... Pero esto no explica el fracaso de taquilla de esta gran película. El caso es que un 40% del film está hablado en español —y a Coburn hay que explicarle continuamente qué han dicho los tripulantes del barco pirata. Estamos convencidos de que esto influyó en la negativa recepción del film:






Concluyamos con otro efecto secundario. Es posible que un doblaje aceptable disimule la interpretación de un actor mediocre (se nos ocurren decenas de casos), pero a un actor competente se le hace la puñeta. Es el caso del gran George C. Scott en El buscavidas (The Hustler, Robert Rossen, 1961). Ese “You owe me MONEY!” que le espeta a Paul Newman resulta de lo más mediocre en la versión doblada. Vean y oigan:










3 comentarios:

  1. ¡Lo que se disfruta, Sr. Snoid, con tu página siempre tan bien escrita, documentada y amena! Y el colmo ha sido esta serie que nis estás regalando sobre el doblaje en el cine (aunque aclares que «y III», yo confío en que haya futuras entregas).

    Hace muchos años, un amigo me describió el insólito y monumental enfado de otro amigo común así: «Daba miedo, ¡aquello era una tía!». Arte. Venía a decir, claro, que tanto se había enfadado nuestro amigo que hasta parecía enfadá. Y es que, ya se sabe, a ellas nunca les ganaremos en amor y en odio los varoncitos.

    De aquello aprendí que, durante un enfado, atiplar la voz es un recurso fulminante si lo único que importa es salirnos con la nuestra aunque sea quedando por pelín gaylords. Allá cada cual con su estrategia vital.

    Precisamente hoy, mientras almorzaba con mi hija la mayor en la Feria hemos llegado a la conclusión de que su madre, mi señora, es de enfados tántricos: ¡grita hacia dentro! Es prodigioso, en esos contados y cíclicos momentos, aunque su voz pierde volumen el tono se le agudiza hasta hacer inviable cualquier organismo vivo y cristal de Bohemia que quede en su radio de acción (20-30 m).

    Pues algo así pasa con la voz de George C. Scott frente al doblaje de Jesús Nieto. Sé que no es posible pero a mí, por más que he visto las secuencias que en original y doblada nos ofreces, me da la impresión de que cuando habla Jesús Nieto, Paul Newman piensa: «Pues nada, a pegarse de hostias toca». Pero cuando suena la voz de George C. Scott, Paul Newman ¡aprieta el culo! Aprieta el culo, ¡y con respingo!, como diciendo «Uf, la que me va a caer…».

    Insisto, a mí me parecen secuencias distintas.

    Y también hay otra cosa. “You owe me MONEY!” es una frase pentasílaba según dicen los seis contadores de sílabas en inglés que he consultado (aunque yo cuento cuatro, no sé); en cambio, «¡Me debes DINERO!» es hexasílaba. Muchas sílabas son ésas últimas para estar enfadao. Si uno está muy enfadado, muy pero que muy, no es el momento de recitar A la recherche du temps perdu con voz grave sino de economizar y con voz pituda gritar “You owe me MONEY!”. O, como mucho (si hubiera que traducir): ¡Cagonlá, Pol…! (cinco sílabas). Pero nunca, nunca, el perdedor «Me debes dinero» (seis sílabas, puaf; es que, de ser Paul, entran ganas de contestar «Pos sigue esperando sentaíto, George C. Scott »).

    Bueno, y otra consideración es que no suena igual de amenazante el romo dinero [di'nero] que el afilado money [ˈmʌnɪ]. ¡No hay color (el color del dinero, digamos)!

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  2. Gracias por tus (exageradas) alabanzas, Lux querido. De momento no habrá volumen IV, aunque no lo descartamos para el futuro. El caso es que habíamos pensado en hacer algo muy bizarro: cuando a los actores les doblan otros actores. Por ejemplo, a Marcello Mastroianni en sus inicios le ponía la voz Alberto Sordi; a Sophia Loren, con su fuerte deje napolitano, otra actriz; a un muchacho que hizo una vez de 007 (George Lazenby), debido a su acento australiano, un actor inglés. Y no pensábamos quedar ahí, no: íbamos a incluir a grandes estrellas patrias como Simón Andreu, quien casi nunca ponía su voz, o a la bella Amparo Muñoz... Pero tranquilo, que la próxima entrada va a ser espectacular: habrá revolución rusa, nazis, servicios secretos, Murnau, Hitler, René Clair, Goebbels, Hitchcock, Stalin, Beria, Ophuls, la guerra fría y un montón de cosas más...

    Gracias por las menciones a los hexámetros dactílicos. El cómputo de You owe me money es pentasilábico, sí; no hay aglutinación en youowe, porque si no hubiera cesura no se enteraría nadie de lo que uno dice...

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    1. Te decía, Sr. Snoid, que cuento cuatro sílabas, pero no al leerlo sino al oírselo a George C. Scott; no sé, a mí me suena así: juoʊ / mi / ˈmʌ / ni.

      Y es que los versos escritos dicen, pero los recitados (y es el caso) dicen y, si quieren, hacen, pues pueden modificar la métrica acortándola o alargándola. El colmo de esto último lo comprobamos en el flamenco. Hay versos que sobre el papel son, qué digo yo, octosílabos pero que en boca de un cantaor (si es su gusto darse a los melismas, alargamiento del compás, jipíos y floreo) pueden acaban siendo myriasílabos.

      El caso más señalado que, al respecto, yo viví fue en una boda gitana, hace mucho tiempo, en Cádiz, en una hacienda de José María Pemán. Allí, entonces, el flamenco Cigala Tronco de la Isla (abuelo de Camarón de la Isla —el mismo Camarón que mucho después, las cosas de la vida, llegaría a primer ministro del Reino Unido: Cameron de la Isla—) se arrancó al mediodía con el conocido «No te quiero por la ropa». Pues bien, aquel en principio tasado verso octosílabo, no acabó de soltarlo hasta bien entrá la madrugá, vamos que acabó siendo una alboreá en toda regla.

      Naturalmente, con el resto de la letrilla también se tomó su tiempo, ¡con que arte se rebuscaba, qué ayeo sin fin! Bueno, fin sí tuvo: a los tres días. Tres días se tomó en completar la coplilla. ¡Tres días! Vamos, lo que viene a durar una boda gitana estándar u homologada.

      En cambio, si uno lee «No te quiero por la ropa, / te quiero por ese lunar /
      que tienes junto a la boca» podría pensar «Bah, tres octosílabos… Cante corto: eso se toma cuatro o como mucho cinco segundos». Pues no, ya digo.

      Por otra parte, me ha resultado muy curioso, por inexplicable, lo que cuentas de que Simón Andreu en ocasiones ha sido doblado. Y me llama la atención porque él tiene una voz excelente, qué cosas. Leo que fue Simón Ramírez (también voz de Sean Connery, Gregory Peck, Danny Kayne, Gary Cooper, Henry Fonda… Ah, y de Epi, el iseparable compañero de Blas) quien dobló a su tocayo en Los placeres ocultos y en Rocío de la Mancha (películas que no sabía de su existencia).

      En suma, Sr. Snoid, que muchas gracias por enseñarnos de cine de forma tan cabal y simpática.

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