miércoles, 28 de octubre de 2015

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID-EL FAMOSO ENCUENTRO ENTRE IRVING THALBERG Y ARNOLD SCHÖNBERG





Hollywood, 1936. El director de producción de la MGM, Irving Thalberg, escucha un domingo por la noche la retransmisión radiofónica semanal de la Orquesta Sinfónica de Nueva York. Por lo habitual, el programa ofrecía piezas de Beethoven, Brahms o Berlioz, pero en esa ocasión se interpretó la Noche Transfigurada de Schönberg, obra compuesta en 1899 y estrenada en 1902. Thalberg decide que es la música “ideal” para la que será su última película, La buena tierra, un éxito de ventas de Pearl S. Buck que mostrará en la pantalla a Paul Muni y a Luise Rainer haciendo de chinos en una China no muy alejada del centro de Los Ángeles.



Schönberg se encontraba también cerca de Hollywood. Había escapado de Alemania en octubre de 1933 y tras penosos avatares llegó a Estados Unidos un mes más tarde. En la tierra de las oportunidades, le costó dios y ayuda encontrar empleo. Sin embargo, en 1934, consiguió un trabajo como profesor de composición en la UCLA. Dado que la USC (Universidad del Sur de California) le había invitado a dar una conferencia, la UCLA contraatacó ofreciéndole un puesto docente. Por una cuestión de rivalidad entre universidades, Schönberg obtuvo un magro empleo que le proporcionaba unos 5000 dólares anuales, la misma cantidad que se embolsaba Thalberg semanalmente. Ni la universidad ni sus alumnos ni el sueldo entusiasmaron al compositor: “Mi trabajo aquí es tan inútil como si Einstein estuviera dando clases de matemáticas en un instituto de secundaria”, le escribió a un amigo.

Thalberg, que tenía la reputación de ser un “genio”, un “niño prodigio” y, además, un intelectual (escuchaba música clásica y leía best-sellers: comparado con Mayer, Goldwyn, Zukor y compañía era ciertamente una lumbrera), encargó a sus ayudantes que localizaran a Schönberg. Asombrado quedó cuando le comunicaron que el músico residía en la ciudad. El productor hizo que Salka Viertel mediara para entrevistarse con el misterioso Arnold. Este preguntó: “¿Cuánto van a pagar?”. “Unos 25.000 dólares”, se le respondió. Se concertó una cita en el monumental despacho del productor en las oficinas de la Metro: “A las tres en punto”. Las tres y media y Schönberg no aparece. Thalberg se irrita y manda a un batallón de secretarias y ayudantes en busca del escurridizo Schönberg. El compositor se había unido a la visita turística de las instalaciones de la Metro en la creencia de que Thalberg había organizado la visita exclusivamente para él, pues le pareció de lo más normal que se le mostrara el lugar para que juzgara si le apetecería trabajar en un estudio como la Metro. Se le llevó en volandas al despacho del mandamás y Thalberg comenzó muy halagador:

—La otra noche escuché la deliciosa música que compuso usted…

—Perdone, pero yo no compongo “música deliciosa”—le cortó Schönberg.

Thalberg quedó perplejo: ¿un profesor ya anciano, mal pagado, con un traje lamentable, se atrevía a contradecirle? Si alguien era infalible, era Thalberg, reflexionó Thalberg. Pensó que el compositor debía ser una especie de genio estrafalario, así que se puso a explicarle lo que quería de él. Quería una música “intensa” para una película ambientada en China. Sufrimiento, romance, un desprendimiento de tierras (las cosas habituales que ocurren en China). Schönberg escuchó unos momentos e interrumpió de nuevo a Thalberg:

—Verá, señor Thalberg. La cuestión es que la música de cine es básicamente una basura: monótona, dulzona, cursi… mediocre en el mejor de los casos. Y esa forma ridícula de puntear la acción como si se tratara de una opereta barata…

Thalberg enmudeció. Schönberg, pese a su traje raído y a su sueldo de miseria, parecía tener una seguridad en sí mismo similar a la del productor. Se explayó un buen rato sobre lo que opinaba sobre la música cinematográfica y añadió:

—Naturalmente, tendré que trabajar con los actores…

—¿Con los actores? —El desconcierto de Thalberg iba en aumento—. Pero, mi querido señor Schönberg, ¡es el director quien dirige a los actores!

—Nada le impedirá hacerlo, naturalmente, después de que yo haya acabado con ellos. La declamación de los actores de cine es algo espantoso. Tendrán que hablar en la misma tonalidad y en una clave similar a la de la música que yo componga.

Thalberg no salía de su asombro. No sabía qué replicar. Le entregó al compositor una copia del guión de La buena tierra, le deseó buena suerte en lo que “sin duda será una fructífera colaboración” y le dijo a Salka Viertel: “Es un hombre notable”.


Thalberg escucha a Schönberg

Schönberg escucha a Thalberg

Como es lógico, Thalberg pensó que nadie en sus cabales rechazaría una oferta de la MGM: “Ya verás cómo compone la música según mis instrucciones”, le confío a uno de sus ayudantes. Schönberg tenía otras ideas. Al día siguiente, carta mediante, le hizo saber al productor que no sólo insistía en tener control absoluto en cuanto a la música y los diálogos, sino que sus honorarios tendrían que duplicarse.

Un par de semanas más tarde, cuando a Thalberg se le preguntó qué había decidido sobre el trato con Schönberg, dijo que el “consejero técnico chino” había encontrado un disco con canciones populares chinas, se las había hecho llegar al jefe del departamento de sonido, y éste al compositor Herbert Stothart, quien estaba componiendo una “música encantadora”.

El otro final de la historia se halla en una carta que Schönberg escribió a Alma Mahler: “Estuve a punto de escribir la música de una película, pero por suerte pedí cincuenta mil dólares y ello, también por fortuna, fue excesivo. De lo contrario, habría sido mi fin”.

La buena tierra: realismo chino

Thalberg murió el 14 de septiembre de ese mismo año, a los 37 años de edad. La buena tierra fue la última película que produjo y la única en la que su nombre aparece en los créditos. Su mala salud y su absoluta dedicación al trabajo fueron, según se dice, las principales causas de su prematuro óbito. Nosotros no descartamos que su encuentro con Arnold Schönberg tuviera algo que ver. El compositor murió el 13 de julio de 1951 en Los Ángeles a los 76 años. En el intervalo que transcurrió entre su encuentro con Thalberg y su fallecimiento, finalizó algunas de sus obras más conocidas –como su Concierto para piano– y escribió cuatro libros de teoría musical –entre ellos sus Fundamentos de composición musical, publicado en 1967.

Como ustedes bien saben, el lema de la Metro es Ars Gratia Artis

4 comentarios:

  1. Maurice Ravel venía a decir, refiriéndose a la escuela de Schoenberg y la música serial, que era romántica y severa a la vez. Romántica, porque quiere romper las viejas normas armónicas y severa, por las leyes que se impone y porque no se fían de la odiosa sinceridad, madre de las obras imperfectas.

    La música de Schoenberg, hoy en día, se me antoja bastante aburrida, sin espíritu, sin alma. Pelléas y Melisanda apenas aguanta un pase.

    En la supuesta “batalla” con Strawinsky, ganó el ruso. Como diría Debussy a propósito de La Consagración de la Primavera: es algo extraordinariamente feroz. Y lo sigue siendo.

    La teoría musical está muy bien, pero, por suerte, la música no es una ciencia.

    R. Chipeska

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  2. Precisamente en eso de que "la música no es una ciencia" las huestes dodecafonistas se le echarían encima, querido Chipeska. Me da que Schönberg no consideraba a Stravinsky un rival de mérito (el hombre era un tanto soberbio). Por cierto que también Igor tuvo una relación divertida con el cine: cuando vio "Fantasía" se cagó en Disney, en los dinosaurios y en la madre de Stokovski...

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  3. Posiblemente el enfado de Igor, viniese más por temas pecuniarios, que por el corta-pega que Disney hizo de La Consagración en la película Fantasía. Parece ser, que el compositor ruso estaba satisfecho del resultado tras el estreno, y que el cabreo fue posterior.

    Por otro lado, creo que de los dodecafonistas, el más interesante sigue siendo Alban Berg. Wozzeck y, sobre todo, Lulú (dedicada a Schoenberg), me parecen excepcionales. Será porque, como también decía Strawinsky, son obras que, además de su compleja estructura matemática, nacen libremente de la expresión del sentimiento puro.

    Suyo afectuoso, R. Chipeska

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  4. Coincido en su aprecio por Berg. Es el único de esa banda que me emociona. Me dice la señora Snoid que, para ella, lo mejor de Peleas y Melissande es el silencio... Qué muchacha.

    El cabreo de Igor no sólo se debió a motivos pecuniarios, al parecer. La versión de "Mister Stokovski, Mister Stokovski" le pareció una basura...

    Suyo siempre,

    Snoid

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