jueves, 3 de marzo de 2016

Estrenos de ocasión: «¡Ave, César!» («Hail Caesar!», Joel&Ethan Coen, 2016)

Por el Señor Snoid
  
 


Pelo de romano
 
Waldo Sanchez. Sanchez sin tilde. Es el hombre responsable del pelo-de-romano-idiota que luce George Clooney en ¡Ave César! Y el mérito de Waldo es enorme, pues Clooney lleva el mismo peinado en todos y cada uno de los planos. Nos barruntamos que Waldo cuida también la cabellera de la estrella internacional Antonio Banderas, pues el malagueño luce también ese pelo de romano imbécil no solo en sus pelis sino en su vida diaria e incluso cuando va de cofrade a la semana santa de Málaga. Por una vez, nos quedamos viendo los créditos hasta el final (habitualmente, no nos interesa saber quién maneja la pértiga del micro, a no ser que sea un archienemigo de la infancia) y sentíamos la necesidad de hacer un homenaje a ese titán de peluquero. Desgraciadamente, lo que sabemos de Waldo es bien poco. Ni en la IMDB se nos dice gran cosa sobre él, ni en la FTHG (Film&TV Hairdressers Guild) nos quisieron dar información sobre el genio, amparándose en ciertas cláusulas de confidencialidad. Y es que, en realidad, más que escribir una reseña sobre ¡Ave César! lo que pretendíamos era hacerle una entrevista a Waldo. Porque entrevistas con los Coen, Clooney o Johansson hay a tutiplén. No así con los Waldos que pueblan el mundo del cine. Y ya nos frotábamos las manos e incluso habíamos preparado un escueto cuestionario: “En primer lugar, Waldo, háblenos de sus comienzos como peluquero en el cine”, “¿Cómo es el pelo de George Clooney?, “¿Padece caspa o soriasis?”, “¿Con qué director trabaja más a gusto?”, ”¿Qué clase de tinte emplea para estrellas maduras como Clooney?”, “¿Qué instrucciones le dieron los Coen?”. Con lo que les gusta hablar a los peluqueros, no nos cabe duda de que las respuestas iban a ser jugosísimas. No ha podido ser, pero no desesperamos.

Por otro lado hay que admitir que este tipo de pelo lo llevaban los grandes magnates romanos alopécicos, tipo Julio César o Trajano; al igual que hoy gentes importantes como Iñaki Anasagasti y José Oneto marcan tendencia. El vulgo romano no sabemos muy bien cómo llevaba el pelo, aunque tras un detenido examen de las pinturas murales de Pompeya, es muy posible –dado que las cosas no han cambiado tanto– que los jóvenes (esclavos, libertos y hombres libres) llevaran los peinados de sus gladiadores favoritos, al igual que los muchachos de hoy llevan los cardados de Cristiano Ronaldo o Gerard Piqué. Y también es posible que no llevaran pelo en absoluto, siguiendo alguna exótica moda egipcia, al igual que tanto calvo de hoy en día. Ellas, que sin duda estaban al tanto de la vida social, pretenderían que se lo arreglaran como a una celebrity del momento, una Mesalina por ejemplo, de la misma forma que las jóvenes de hoy se fijan en una Shakira o una Tamara Falcó como modelos.

 
Clooney, su dentadura y su pelo de romano


Cine dentro del cine

 Contaba Godard que la mayoría de films que versan sobre el cine o sobre el proceso de creación de una peli son bastante falsos, y dirigía sus críticas hacia La noche americana de Truffaut (“…Escondía bien, haciendo creer, al mismo tiempo que revelaba, lo que puede ser el cine: un truco mágico del que no se entiende nada, y que, simultáneamente atrae, a la vez a una gente muy agradable y desagradable… lo que hace que la gente se alegre, más bien, de no formar parte de él, pero esté encantada de pagar regularmente cinco dólares por ir a ver películas”), su Le Mépris (“Si se le preguntase a un espectador, “¿Cómo se hace el cine?” después de ver Le Mépris podría decir: “Bueno, no sé muy bien, veo gente que trabaja en el cine y luego veo que eso deteriora un poco sus relaciones, así que no debe ser un ambiente…”) y la peli de Minnelli Cautivos del mal (“Por lo que veo, el cine es, en cualquier caso, cuestión de dinero… hay alguien que tiene dinero, que se lo da a otro, y ese otro finge ser un artista, pero en realidad…”). Añadía Godard que estos films franceses y norteamericanos eran bastante “desesperanzados, tristes” e incluso “inútiles y repulsivos”.

El caso de ¡Ave César! es un poco paradigmático en cuanto a todo esto. Más que ser una parodia –aunque se cuelgue aparentemente esos ropajes– la película es un homenaje al Hollywood en Technicolor de principios de los años 50. Un par de planos dan la clave del asunto: uno es el de una ballena de plástico barato que devora a Scarlett Johansson al principio de uno de esos números musicales inverosímiles a lo Busby Berkeley, y el otro es el de un submarino soviético que emerge frente a la costa californiana. El submarino es tan obviamente “de pega” como la ballena, y ambos planos están rodados de una forma idéntica. Es de suponer que lo que los Coen pretenden es indicar que todo es falso, trucado, irreal: tanto los fragmentos de películas que hay dentro de la película como la película misma que estamos viendo, y que apenas hay diferencia entre unos y otra. Otra cosa es que esto se exponga de forma brillante o de manera chapucera. Veamos.

 
Eddie Mannix en el confesionario



Multidisciplinar, multirreferencial e intertextual

En efecto, como una asignatura de un Grado universitario en “Coros y Danzas”, ¡Ave César! es todo esto y más. La peli narra los agobios y penalidades de un jefe de producción de un gran estudio, Eddie Mannix (Josh Brolin), durante un par de días de frenética agitación laboral: la estrella principal del estudio (George Clooney) es secuestrada cuando está a punto de finalizar una costosa peli de romanos, tiene que lidiar con el embarazo de su Esther Williams (Scarlett Johansson) y buscarle marido, ha de meter a presión a una estrella de westerns de serie B (Alden Ehrenreich) en un drama dirigido por un director “artístico”, Laurence Laurentz (Ralph Fiennes), con el problema añadido de que la estrella no sabe hablar, apechar con el remordimiento que le produce trabajar 24 horas al día y apenas estar con su familia y decidir si acepta o rechaza la oferta de un suculento empleo que le hace la empresa aeronáutica Lockheed, entre otros inconvenientes.

El problema es que estas tramas no están demasiado bien hilvanadas: es mucho más interesante el secuestro de Clooney por parte de la célula comunista y las angustias de Mannix que todo el resto, que a veces es divertido, pero que se queda por desgracia en meros fuegos artificiales. Vistosos, sin duda, pero que no llegan a interesar en absoluto.

Y es que el guión de los Coen es aquí muy irregular. Hay chistes excelentes que se dan la mano con algunos que parecen dignos de un estudiante cinéfilo de 1º de Comunicación Audiovisual. Por ejemplo, el momento cuando la joven estrella del western está cenando con la estrella “latina” del estudio. Él, tipo campechano y juguetón, hace un lazo con un spaghetti. ¿Lo pillan? Spaghetti Western. No me digan que esto no es para incendiar el cine y coger el primer avión para dar de bofetadas a los Coen, de la misma forma que Mannix le da unos soberbios bofetones a Clooney al final de la peli. Pero no para ahí la cosa. La estrella femenina acude al nombre de Carlota Valdés. En efecto, la antepasada que “poseía” a Kim Novak en Vertigo. ¿No es para troncharse?
 
Por fortuna, hay momentos mucho más divertidos. Casi todos relacionados con la trama del secuestro de Clooney. Así, la reunión que prepara Mannix para saber si su obra épica romano-cristiana tiene algún defecto “inapropiado”, sobre todo la representación de Jesucristo, y que cuenta con la presencia de un rabino, un sacerdote católico, un protestante y un ortodoxo, es descacharrante, gracias a la intervención del hebreo. O las sesiones de adoctrinamiento que sufre Clooney por parte de la célula comunista que le ha secuestrado (formada por guionistas, naturalmente), sesiones que tienen su culmen en su encuentro con un Herbert Marcuse a punto de agonizar. Marcuse le explica pacientemente la teoría del “homus economicus” y Clooney replica: “¡Lo mismo me pasó a mí cuando Danny Kaye pretendía que le afeitara la espalda!”. O el momento en que Clooney, en la peli que están rodando, se encuentra con Él, en una escena extraída de Ben-Hur: aquella en la que Cristo le da de beber a un sediento Charlton Heston y mediante sus superpoderes hace que el centurión que está a punto de impedirlo se quede conmocionado. La cara de imbécil que pone Clooney ante la divina presencia es muy superior, mal que nos pese, a la que ponía Heston.

Como es evidente, la peli abunda en referencias a leyendas y hechos reales del Hollywood de la época. Quizá en exceso. Clooney, que es una especie de híbrido entre Burt Reynolds y Cary Grant (aunque tiene más de Burt), interpreta a un actor del estilo de Robert Taylor o Clark Gable. Y una de las subtramas hace hincapié en un engorroso episodio de su pasado con el director Laurence Laurentz. La vieja historia de cuando Gable empezaba y tuvo que hacerle una felación a George Cukor. No mencionaremos más alusiones porque la lista se haría interminable.

Curiosamente el auténtico Eddie Mannix era, según las fuentes, muy distinto del humano y comprensivo Mannix que encarna Brolin. Eddie tenía más contactos con mafiosos que la mayoría de ejecutivos del cine y se sospecha que mandó asesinar al actor George Reeves cuando este, amante de su mujer, la abandonó. Vamos, que no sólo era vengativo, sino también un degenerado. Al Mannix real le colgaron un par de asesinatos más pero nunca se pudo probar nada. El productor de ¡Ave César! no sólo cuida de sus estrellas y demás empleados del estudio, sino que es amable, siente complejo de culpa y sólo pierde los estribos cuando Clooney pretende ilustrarle sobre teoría marxista (“Tienen un libro que lo explica todo. Se llama Capital. Con K”). Es como una versión benévola y tranquila del Monroe Stahr de El último magnate (novela y peli), y además no se pasa la vida, como el personaje de Fitzgerald, diciéndole a todo el mundo cómo tiene que trabajar. De hecho, Mannix rechaza la suculenta oferta de Lockheed (“Menos trabajo, más paga, opciones de acciones: podrá retirarse en diez años”) y decide quedarse al frente del “circo”, que es como llama el ejecutivo de la aeronáutica al mundo del cine. A pesar de todo, ese circo le gusta a Mannix. Y al resto de personajes también. ¡Ave César! es todo menos una crítica al cine y a cómo se realizaban las pelis en el Hollywood del ayer: más bien una exaltación socarrona.

El vaquero y la dama. A la estrella del western le cuesta declamar una frase de cuatro palabras


¿Postmodernos?

Una característica del cine de los Coen es el escaso interés que poseen sus personajes. Uno ve sus pelis con mayor o menor agrado, pero que se preocupe por lo que les ocurra a Barton Fink o a El hombre que nunca estuvo allí es harina de otro costal: interesan bien poco. Este efecto de distanciamiento burlón funciona bien en ocasiones (Muerte entre las flores, Oh, Brother! o El gran Lebowski), en otras resulta muy penoso (Fargo, El quinteto de la muerte, Crueldad intolerable) y en unas pocas, la fuerza del guión se conjura con una dirección y unos intérpretes estupendos. Pensamos en Un tipo serio o en A propósito de Llewyn Davis, donde el método distanciador de los Coen no logra que evitemos sentir cierta angustia e interés por ese Job de los años sesenta de la primera y por el cantante folk de la segunda. El método se hace evidente, con toda crudeza, si se compara su versión de Valor de ley con la de Henry Hathaway. No es que Hathaway fuera un director maravilloso (poco después de Valor de ley, intentó repetir la jugada con otro western de “anciano pistolero y niña”, esta vez interpretado por Gregory Peck, Círculo de fuego, y el resultado fue nefasto), pero daba a sus personajes cierta calidez humana: es decir, a uno le interesaban los personajes de John Wayne y Kim Darby (e incluso el villano interpretado por Robert Duvall) porque el director se esforzaba en que resultaran atractivos. Al ver el Valor de ley de los Coen (que posee planos idénticos a los de la primera versión, y el relato, salvo el final y un par de detalles, es el mismo) a uno le preocupa muy poco lo que hagan Jeff Bridges, Matt Damon y la joven que interpreta a Mattie.

Eddie Mannix a punto de abofetear a su estrella

Esto no es ni positivo ni negativo. Valle-Inclán poblaba sus esperpentos de personajes que eran como muñecos de trapo (aunque no olvidaba incluir algún que otro personaje “auténtico”, ya que bien sabía él que en el contraste está el drama) y los Coen hacen algo parecido: se sitúan muy por encima de sus criaturas. Una forma de narrar historias tan legítima como cualquier otra. Lo que ocurre es que es muy frecuente que los Coen te den una de cal y otra de arena.

 
Clooney en la guarida de los comunistas

Por lo demás, ¡Ave César! no es ni buena ni mala sino todo lo contrario. Es un divertimento a ratos brillante y a ratos penoso. La foto de Roger Deakins reproduce bastante bien el Technicolor de la época –aunque no se hayan atrevido a hacerlo realmente chillón–, Josh Brolin se merienda al resto del reparto y Clooney hace de imbécil con tanta fuerza y convicción como hace de seductor maduro en los anuncios de Nespresso. Lástima que, esta vez, el guión no haya estado a la altura.

Cartel alternativo de ¡Ave César!









lunes, 8 de febrero de 2016

Los títeres dan mal rollo...



 
Los títeres dan mal rollo…
por el Señor Snoid







 …pero otra cosa es que se prohíban y que los feriantes sean encerrados en la cárcel todo un fin de semana porque alguien no pilló el chiste.



Mal que nos pese, los títeres han acompañado la historia del cine:




Las aventuras del príncipe Achmed (Lotte Reisner, Carl Koch, 1926)


O las fantasías de Méliès, precedentes de todo el CGI que nos tragamos hoy…


El sueño del astrónomo (1898)

 Quizá prefiramos que el muñeco nos domine a nosotros:




En cualquier caso, que se imponga el sentido común: ¡Libertad para los titiriteros detenidos!



 

domingo, 7 de febrero de 2016

La página del señor Snoid - Los directores siempre mienten



La página del señor Snoid

Los directores siempre mienten



Fritz, un caballero austriaco un tanto trolero


Vamos a contar mentiras
 
Como dice nuestro médico de cabecera, el eminente Gregory House M. D., “Todo el mundo miente”. Y en esto del cine más aún. Actores, productores, guionistas, diseñadores, distribuidores, proyeccionistas e incluso extras (un conocido me aseguró que tenía un papel secundario en Alatriste: salía dos segundos en una escena de masas) mienten como bellacos. De momento, nos centraremos en la figura del director, ya que, como ustedes saben, por un lado somos adeptos a eso de la “política de los autores”, y, por otro, creemos muy lógico que aquellos que se dedican a la puesta en escena de ficciones se entrenen a conciencia metiendo bolas sin parar en su vida privada.

“No soporto tanta mentira”

La autobiografía del director: papel mojado

Por lo habitual, cuando un director escribe sus memorias estas suelen ser harto decepcionantes. El culmen de la autobiografía-tostón e insustancial es la de Charles Chaplin. En realidad, más que un volumen de memorias es una especie de Gotha o de Who is Who protagonizado por Charlot con secundarios de lujo como Einstein, Eisenstein, Churchill, Gandhi, Hearst o el Dalái Lama de entonces. Eso sí, Chaplin se muestra enormemente generoso y no dedica ni una sola línea a Stan Laurel (con quien llegó a América y compartió habitación de hotel durante un año), Buster Keaton o su fotógrafo habitual Roland Tetheroh.

Otro volumen un tanto truño es el escrito por King Vidor, publicado originalmente en España con el escandaloso título Hollywood al desnudo y más tarde editado por Paidós con el más correcto Un árbol es un árbol. La génesis de sus mejores obras mudas, como The Crowd o El gran desfile no carece de interés, pero King se olvida, por ejemplo, de las épicas peleas que tuvo con David O. Selznick durante el rodaje de Duelo al sol, o de su despido y sustitución por varias decenas de directores. Un libro que sí podría haber tenido su encanto es el de Von Sternberg, Fun in a Chinese Laundry. Lástima que treinta años después, Josef von siguiera obsesionado por Marlene Dietrich: el libro podría haberse titulado Memorias de un amante despechado.

“Pero, ¿por qué coño no actúas como Gary Cooper?”


La tradición oral

John Ford se había apuntado a eso de “imprimimos la leyenda” mucho antes de El hombre que mató a Liberty Valance. No es que Ford contara muchas bolas, sino que más bien tendía a distorsionar ligeramente la realidad. Por ejemplo, el legendario relato de cómo su hermano Francis cambió su apellido (O’Feeney) por el de Ford, o cómo, según juraba, no había visto a Fonda sin maquillaje y nariz postiza hasta que a la mitad del rodaje de Young Mr. Lincoln se encontró con él en el comedor del hotel y no reconoció al actor. O su épica narración de cómo consiguió que Herbert J. Yates, el jefe de la Republic, le financiara El hombre tranquilo. “Le llevé a la zona más pintoresca de Connemara, donde están esas cabañas con techado de paja. Señalé al azar una de ellas y dije: Y esa… Esa es la casita donde yo nací”. “¿Y era verdad?”, preguntó uno de sus interlocutores. “Claro que no. Yo nací en Portland, Maine. Pero las lágrimas corrían por mis mejillas. Y el viejo Yates se puso a llorar también. Se sonó los mocos y dijo: “Está bien, te dejo hacer El hombre tranquilo… Por un millón trescientos mil dólares”.

A ver qué boutade se me ocurre ahora…

Si Jean-Luc Godard miente lo hace únicamente por la sana intención de escandalizar. Estaba Jean-Luc impartiendo un curso en Canadá –del que resultó el volumen Introducción a una verdadera historia del cine, espléndidamente editado por Miguel Marías– y entre las muchas perlas que les soltó a sus arrobados alumnos destaca la feliz comparación entre Boinas verdes y Apocalypse Now. Jean-Luc afirmaba que sin duda la peli de Wayne era mucho más honesta que la de Coppola, al ser más “ideológicamente comprometida” (aunque ligeramente facha) que la de Francis. El problema es que cuando Godard pronunció estas sabias palabras no había podido ver aún Apocalypse Now, que se hallaba todavía en fase de montaje…

El Director’s Cut o We're Only in It for the Money

Hablando de Francis, no hay que olvidar que hace unos años se apuntó a la moda de la “Extended Version” o el Director’s Cut, una moda que empezó –no casualmente– con el lanzamiento del sistema DVD. Coppola y sus montadores se tiraron dos años y medio puliendo el montaje de Apocalypse Now para su estreno en 1979 y el metraje resultante era de 158 minutos. Años después, no sabemos si porque en esa época volvía a tener problemas de liquidez o la pertinaz sequía californiana había arruinado la cosecha de sus viñedos, Francis y Walter Murch sacaron una versión mucho más larga (y peor) del film: Apocalypse Now Redux Se incluían en el nuevo montaje escenas que Coppola, con buen criterio, había eliminado por considerarlas flojas: la que transcurre en la plantación francesa, el encuentro con las conejitas del Playboy (Francis consideró que no había que dar tregua ni descanso a los tripulantes de la lancha) y algunas incoherencias: Willard roba la tabla de surf de Kilgore: en ningún otro momento de la peli se aprecia que el personaje tenga un carácter tan zumbón. Las escenas y planos añadidos de Brando también se los podían haber ahorrado, en nuestra humilde opinión. Y es que Francis, dado que abusa del litio, a veces habla demasiado. En el excelente documental Hearts of Darkness, el “making of” no oficial de la peli, después de ver todos los avatares de la producción (despido del protagonista, Harvey Keitel, ataque al corazón de su sustituto Martin Sheen, tifones, tratos con el dictador Marcos, empleo de mano de obra filipina por cuatro céntimos, según confesaba el diseñador Tavoularis, y demás catástrofes), que el rodaje duró más de un año y el montaje más de dos, y que la peli acabó costando unos 40 millones de dólares (tirando por lo bajo), Francis, al término del documental, sentenciaba: “Ahora me ilusiona que el futuro del cine está en esos jóvenes que con sus cámaras de video pueden hacer sus películas con presupuestos bajísimos”. Talento no le faltaba a Francis. Morro tampoco.

Otro con mucho menos talento, pero con ínfulas similares a las de Francis, es Ridley Scott, quien no duda en sus últimas entrevistas en calificarse de “visionario”. Posiblemente Blade Runner sea la peli reciente más remontada y reestrenada de los últimos tiempos. Como sabrán, la peli fue un fracaso enorme en su estreno allá por 1983. A las cinco o seis personas que nos gustó sólo nos irritó el final, ese anuncio de abrigo de pieles en el que Deckard y Rachel huyen por una carretera bordeada por un bello paisaje. En uno de los últimos borradores del guión la cosa terminaba con Deckard matando a Rachel –quien no podía soportar la angustia de vivir una existencia “aplazada”, que diría Barthes–. A Ridley le pareció esto muy deprimente y lo sustituyó por el mencionado anuncio. También el director se empeñó en poner una narración en off, tan mal escrita que a Harrison Ford casi le dio un ataque (hay que oír al actor en la versión inglesa de la peli para apreciar con cuánta desgana recita el texto). Años después, se creó un culto creciente por la peli, admiración sólo empañada por los detalles citados. Por tanto, para hacer caja, la Warner decidió suprimir –en los remontajes de 1992 y 2007– la narración, el final, colocar un plano de un unicornio (extraído de la muy necia Legend, también dirigida por Scott) y difundir a los cuatro vientos que Deckard era también un replicante. Hay que aclarar que Ridley apenas tuvo que ver con estos posteriores apaños.

Y es que esto del director’s cut es, digámoslo claramente, un timo en el 99% de los casos. Como el reestreno de Avatar con la adición de cinco segundos de metraje. Que sepamos, aún no ha salido el director’s cut de, pongamos, Avaricia, algo que sí tendría sentido.

“Lo reconozco: soy un mentiroso compulsivo”


El rey de los mentirosos

Llegamos al hombre que era capaz de soltar más trolas que un político español: Howard Hawks. Y esto no va en demérito de su apasionante y espléndida carrera –difícil es hallar una peli mala de Howard; ha poco, cuando vimos la última que nos faltaba, Peligro… Línea 9000 llegamos a conclusión de que en realidad la había dirigido Roger Corman o alguien de ese pelaje.

En la entrevista que le hizo el tontaina de Joseph McBride, Hawks on Hawks, Howard se despacha a gusto, intercalando verdades (su descubrimiento de Montgomery Clift o Lauren Bacall; su gusto por la comedia y el western y la admisión de que en realidad casi siempre rodaba la misma película) en medio de unas mentiras espeluznantes. Así, ante la pregunta de si los directores jóvenes de principios de los 70 le pedían consejo, Howard se explaya relatando cómo convenció a William Friedkin para que The French Connection fuera un gran éxito: “Parece que a la gente le gustan las persecuciones. Mete una en la película y hazla lo mejor y más violenta que puedas”. Lo cierto es que el productor de la peli, Philip D’Antoni, que años atrás había producido Bullitt (hoy sólo recordada por la escena de la persecución automovilística) fue el que exigió la inserción de esa escena. O que James Caan no se enteró de que su papel en El Dorado era cómico. Otra historia muy bella es la génesis de El sargento York. Cuenta Howard que un día entró en el despacho de Jesse Lasky jr., uno de los fundadores de la Paramount, y que pasaba entonces por uno de los momentos más bajos de su carrera (“Tenía temblores y necesitaba un afeitado”). Ni corto ni perezoso, Howard le aseguró que reescribiría el guión y que conseguiría a Gary Cooper para el papel protagonista. Final feliz: la película fue la más taquillera de 1941. Pero lo cierto es que fue el mismísimo Alvin York, quien llevaba casi 20 años negándose a que sus hazañas se llevaran al cine, quien exigió que o “le” interpretaba Cooper o no había peli. No se sabe qué hace más gracia: cómo McBride se traga sin pestañear todas estas leyendas o cómo Howard las relata sin rubor alguno. Aunque lo que a nosotros más nos divierte es su comentario sobre los actores más viriles de principios de los 70: “Lo cierto es que si comparas a gente como Wayne y Mitchum con McQueen o Eastwood, estos parecen unos afeminados”. Palabra de Howard.


Howard con las piernas de Angie Dickinson