Contaba Godard que la mayoría de films que versan sobre el cine o sobre el proceso de creación de una peli son bastante falsos, y dirigía sus críticas hacia La noche americana de Truffaut (“…Escondía bien, haciendo creer, al mismo tiempo que revelaba, lo que puede ser el cine: un truco mágico del que no se entiende nada, y que, simultáneamente atrae, a la vez a una gente muy agradable y desagradable… lo que hace que la gente se alegre, más bien, de no formar parte de él, pero esté encantada de pagar regularmente cinco dólares por ir a ver películas”), su Le Mépris (“Si se le preguntase a un espectador, “¿Cómo se hace el cine?” después de ver Le Mépris podría decir: “Bueno, no sé muy bien, veo gente que trabaja en el cine y luego veo que eso deteriora un poco sus relaciones, así que no debe ser un ambiente…”) y la peli de Minnelli Cautivos del mal (“Por lo que veo, el cine es, en cualquier caso, cuestión de dinero… hay alguien que tiene dinero, que se lo da a otro, y ese otro finge ser un artista, pero en realidad…”). Añadía Godard que estos films franceses y norteamericanos eran bastante “desesperanzados, tristes” e incluso “inútiles y repulsivos”.
jueves, 3 de marzo de 2016
Estrenos de ocasión: «¡Ave, César!» («Hail Caesar!», Joel&Ethan Coen, 2016)
Por el Señor Snoid
Pelo de romano
Waldo Sanchez. Sanchez sin tilde. Es el hombre responsable del pelo-de-romano-idiota que luce George
Clooney en ¡Ave César! Y el mérito de
Waldo es enorme, pues Clooney lleva el mismo peinado en todos y cada uno de los
planos. Nos barruntamos que Waldo cuida también la cabellera de la estrella
internacional Antonio Banderas, pues el malagueño luce también ese pelo de romano imbécil no solo en sus
pelis sino en su vida diaria e incluso cuando va de cofrade a la semana santa
de Málaga. Por una vez, nos quedamos viendo los créditos hasta el final
(habitualmente, no nos interesa saber quién maneja la pértiga del micro, a no
ser que sea un archienemigo de la infancia) y sentíamos la necesidad de hacer
un homenaje a ese titán de peluquero. Desgraciadamente, lo que sabemos de Waldo
es bien poco. Ni en la IMDB se nos dice gran cosa sobre él, ni en la FTHG
(Film&TV Hairdressers Guild) nos quisieron dar información sobre el genio,
amparándose en ciertas cláusulas de confidencialidad. Y es que, en realidad,
más que escribir una reseña sobre ¡Ave
César! lo que pretendíamos era
hacerle una entrevista a Waldo. Porque entrevistas con los Coen, Clooney o
Johansson hay a tutiplén. No así con los Waldos que pueblan el mundo del cine.
Y ya nos frotábamos las manos e incluso habíamos preparado un escueto
cuestionario: “En primer lugar, Waldo, háblenos de sus comienzos como peluquero
en el cine”, “¿Cómo es el pelo de George Clooney?, “¿Padece caspa o soriasis?”,
“¿Con qué director trabaja más a gusto?”, ”¿Qué clase de tinte emplea para
estrellas maduras como Clooney?”, “¿Qué instrucciones le dieron los Coen?”. Con
lo que les gusta hablar a los peluqueros, no nos cabe duda de que las respuestas
iban a ser jugosísimas. No ha podido ser, pero no desesperamos.
Por otro lado hay que admitir que este tipo
de pelo lo llevaban los grandes magnates romanos alopécicos, tipo Julio César o
Trajano; al igual que hoy gentes importantes como Iñaki Anasagasti y José Oneto
marcan tendencia. El vulgo romano no sabemos muy bien cómo llevaba el pelo,
aunque tras un detenido examen de las pinturas murales de Pompeya, es muy
posible –dado que las cosas no han cambiado tanto– que los jóvenes (esclavos,
libertos y hombres libres) llevaran los peinados de sus gladiadores favoritos,
al igual que los muchachos de hoy llevan los cardados de Cristiano Ronaldo o
Gerard Piqué. Y también es posible que no llevaran pelo en absoluto, siguiendo
alguna exótica moda egipcia, al igual que tanto calvo de hoy en día. Ellas, que
sin duda estaban al tanto de la vida social, pretenderían que se lo arreglaran
como a una celebrity del momento, una
Mesalina por ejemplo, de la misma forma que las jóvenes de hoy se fijan en una
Shakira o una Tamara Falcó como modelos.
Clooney,
su dentadura y su pelo de romano
Cine dentro del cine
El caso de ¡Ave César! es un poco paradigmático en cuanto a todo esto. Más que
ser una parodia –aunque se cuelgue aparentemente esos ropajes– la película es
un homenaje al Hollywood en Technicolor de principios de los años 50. Un par de
planos dan la clave del asunto: uno es el de una ballena de plástico barato que
devora a Scarlett Johansson al principio de uno de esos números musicales
inverosímiles a lo Busby Berkeley, y el otro es el de un submarino soviético
que emerge frente a la costa californiana. El submarino es tan obviamente “de
pega” como la ballena, y ambos planos están rodados de una forma idéntica. Es
de suponer que lo que los Coen pretenden es indicar que todo es falso, trucado,
irreal: tanto los fragmentos de películas que hay dentro de la película como la
película misma que estamos viendo, y que apenas hay diferencia entre unos y
otra. Otra cosa es que esto se exponga de forma brillante o de manera
chapucera. Veamos.
Eddie
Mannix en el confesionario
Multidisciplinar, multirreferencial e intertextual
En efecto, como una asignatura de un Grado
universitario en “Coros y Danzas”, ¡Ave
César! es todo esto y más. La peli narra los agobios y penalidades de un
jefe de producción de un gran estudio, Eddie Mannix (Josh Brolin), durante un
par de días de frenética agitación laboral: la estrella principal del estudio
(George Clooney) es secuestrada cuando está a punto de finalizar una costosa
peli de romanos, tiene que lidiar con el embarazo de su Esther Williams
(Scarlett Johansson) y buscarle marido, ha de meter a presión a una estrella de
westerns de serie B (Alden Ehrenreich) en un drama dirigido por un director
“artístico”, Laurence Laurentz (Ralph Fiennes), con el problema añadido de que
la estrella no sabe hablar, apechar con el remordimiento que le produce
trabajar 24 horas al día y apenas estar con su familia y decidir si acepta o
rechaza la oferta de un suculento empleo que le hace la empresa aeronáutica
Lockheed, entre otros inconvenientes.
El problema es que estas tramas no están
demasiado bien hilvanadas: es mucho más interesante el secuestro de Clooney por
parte de la célula comunista y las angustias de Mannix que todo el resto, que a
veces es divertido, pero que se queda por desgracia en meros fuegos
artificiales. Vistosos, sin duda, pero que no llegan a interesar en absoluto.
Y es que el guión de los Coen es aquí muy
irregular. Hay chistes excelentes que se dan la mano con algunos que parecen
dignos de un estudiante cinéfilo de 1º de Comunicación Audiovisual. Por
ejemplo, el momento cuando la joven estrella del western está cenando con la
estrella “latina” del estudio. Él, tipo campechano y juguetón, hace un lazo con
un spaghetti. ¿Lo pillan? Spaghetti
Western. No me digan que esto no es para incendiar el cine y coger el
primer avión para dar de bofetadas a los Coen, de la misma forma que Mannix le
da unos soberbios bofetones a Clooney al final de la peli. Pero no para ahí la
cosa. La estrella femenina acude al nombre de Carlota Valdés. En efecto, la
antepasada que “poseía” a Kim Novak en Vertigo.
¿No es para troncharse?
Por fortuna, hay momentos mucho más
divertidos. Casi todos relacionados con la trama del secuestro de Clooney. Así,
la reunión que prepara Mannix para saber si su obra épica romano-cristiana
tiene algún defecto “inapropiado”, sobre todo la representación de Jesucristo,
y que cuenta con la presencia de un rabino, un sacerdote católico, un
protestante y un ortodoxo, es descacharrante, gracias a la intervención del
hebreo. O las sesiones de adoctrinamiento que sufre Clooney por parte de la
célula comunista que le ha secuestrado (formada por guionistas, naturalmente),
sesiones que tienen su culmen en su encuentro con un Herbert Marcuse a punto de
agonizar. Marcuse le explica pacientemente la teoría del “homus economicus” y
Clooney replica: “¡Lo mismo me pasó a mí cuando Danny Kaye pretendía que le
afeitara la espalda!”. O el momento en que Clooney, en la peli que están
rodando, se encuentra con Él, en una
escena extraída de Ben-Hur: aquella
en la que Cristo le da de beber a un sediento Charlton Heston y mediante sus
superpoderes hace que el centurión que está a punto de impedirlo se quede
conmocionado. La cara de imbécil que pone Clooney ante la divina presencia es
muy superior, mal que nos pese, a la que ponía Heston.
Como es evidente, la peli abunda en
referencias a leyendas y hechos reales del Hollywood de la época. Quizá en
exceso. Clooney, que es una especie de híbrido entre Burt Reynolds y Cary Grant
(aunque tiene más de Burt), interpreta a un actor del estilo de Robert Taylor o
Clark Gable. Y una de las subtramas hace hincapié en un engorroso episodio de
su pasado con el director Laurence Laurentz. La vieja historia de cuando Gable
empezaba y tuvo que hacerle una felación a George Cukor. No mencionaremos más
alusiones porque la lista se haría interminable.
Curiosamente el auténtico Eddie Mannix era,
según las fuentes, muy distinto del humano y comprensivo Mannix que encarna
Brolin. Eddie tenía más contactos con mafiosos que la mayoría de ejecutivos del
cine y se sospecha que mandó asesinar al actor George Reeves cuando este,
amante de su mujer, la abandonó. Vamos, que no sólo era vengativo, sino también
un degenerado. Al Mannix real le colgaron un par de asesinatos más pero nunca
se pudo probar nada. El productor de ¡Ave
César! no sólo cuida de sus estrellas y demás empleados del estudio, sino
que es amable, siente complejo de culpa y sólo pierde los estribos cuando
Clooney pretende ilustrarle sobre teoría marxista (“Tienen un libro que lo
explica todo. Se llama Capital. Con
K”). Es como una versión benévola y tranquila del Monroe Stahr de El último magnate (novela y peli), y
además no se pasa la vida, como el personaje de Fitzgerald, diciéndole a todo
el mundo cómo tiene que trabajar. De hecho, Mannix rechaza la suculenta oferta
de Lockheed (“Menos trabajo, más paga, opciones de acciones: podrá retirarse en
diez años”) y decide quedarse al frente del “circo”, que es como llama el
ejecutivo de la aeronáutica al mundo del cine. A pesar de todo, ese circo le
gusta a Mannix. Y al resto de personajes también. ¡Ave César! es todo menos una crítica al cine y a cómo se
realizaban las pelis en el Hollywood del ayer: más bien una exaltación
socarrona.
El
vaquero y la dama. A la estrella del western le cuesta declamar una frase de
cuatro palabras
¿Postmodernos?
Una característica del cine de los Coen es el
escaso interés que poseen sus personajes. Uno ve sus pelis con mayor o menor
agrado, pero que se preocupe por lo que les ocurra a Barton Fink o a El hombre que nunca estuvo allí es harina
de otro costal: interesan bien poco. Este efecto de distanciamiento burlón
funciona bien en ocasiones (Muerte entre
las flores, Oh, Brother! o El gran Lebowski), en otras resulta muy
penoso (Fargo, El quinteto de la muerte,
Crueldad intolerable) y en unas pocas, la fuerza del guión se conjura con
una dirección y unos intérpretes estupendos. Pensamos en Un tipo serio o en A
propósito de Llewyn Davis, donde el método distanciador de los Coen no
logra que evitemos sentir cierta angustia e interés por ese Job de los años
sesenta de la primera y por el cantante folk de la segunda. El método se hace
evidente, con toda crudeza, si se compara su versión de Valor de ley con la de Henry Hathaway. No es que Hathaway fuera un
director maravilloso (poco después de Valor
de ley, intentó repetir la jugada con otro western de “anciano pistolero y
niña”, esta vez interpretado por Gregory Peck, Círculo de fuego, y el resultado fue nefasto), pero daba a sus
personajes cierta calidez humana: es decir, a uno le interesaban los personajes
de John Wayne y Kim Darby (e incluso el villano interpretado por Robert Duvall)
porque el director se esforzaba en que resultaran atractivos. Al ver el Valor de ley de los Coen (que posee
planos idénticos a los de la primera versión, y el relato, salvo el final y un
par de detalles, es el mismo) a uno le preocupa muy poco lo que hagan Jeff
Bridges, Matt Damon y la joven que interpreta a Mattie.
Eddie
Mannix a punto de abofetear a su estrella
Esto no es ni positivo ni negativo.
Valle-Inclán poblaba sus esperpentos de personajes que eran como muñecos de
trapo (aunque no olvidaba incluir algún que otro personaje “auténtico”, ya que
bien sabía él que en el contraste está el drama) y los Coen hacen algo
parecido: se sitúan muy por encima de sus criaturas. Una forma de narrar
historias tan legítima como cualquier otra. Lo que ocurre es que es muy
frecuente que los Coen te den una de cal y otra de arena.
Clooney
en la guarida de los comunistas
Por lo demás, ¡Ave César! no es ni buena ni mala sino todo lo contrario. Es un
divertimento a ratos brillante y a ratos penoso. La foto de Roger Deakins
reproduce bastante bien el Technicolor de la época –aunque no se hayan atrevido
a hacerlo realmente chillón–, Josh Brolin se merienda al resto del reparto y
Clooney hace de imbécil con tanta fuerza y convicción como hace de seductor
maduro en los anuncios de Nespresso.
Lástima que, esta vez, el guión no haya estado a la altura.
Cartel
alternativo de ¡Ave
César!
lunes, 8 de febrero de 2016
Los títeres dan mal rollo...
Los títeres dan mal rollo…
por el Señor Snoid
…pero otra cosa es que se prohíban y que los feriantes sean
encerrados en la cárcel todo un fin de semana porque alguien no pilló el
chiste.
Mal que nos pese, los títeres han acompañado la historia del
cine:
Las aventuras del príncipe Achmed (Lotte Reisner, Carl Koch, 1926)
O las fantasías de Méliès, precedentes de todo el CGI que
nos tragamos hoy…
El sueño del astrónomo (1898)
Quizá prefiramos que el muñeco nos domine a nosotros:
En cualquier caso, que se imponga el sentido común: ¡Libertad
para los titiriteros detenidos!
domingo, 7 de febrero de 2016
La página del señor Snoid - Los directores siempre mienten
La página del señor Snoid
Los directores
siempre mienten
Fritz,
un caballero austriaco un tanto trolero
Vamos a contar
mentiras
Como dice
nuestro médico de cabecera, el eminente Gregory House M. D., “Todo el mundo
miente”. Y en esto del cine más aún. Actores, productores, guionistas,
diseñadores, distribuidores, proyeccionistas e incluso extras (un conocido me
aseguró que tenía un papel secundario en Alatriste:
salía dos segundos en una escena de masas) mienten como bellacos. De momento,
nos centraremos en la figura del director, ya que, como ustedes saben, por un
lado somos adeptos a eso de la “política de los autores”, y, por otro, creemos
muy lógico que aquellos que se dedican a la puesta en escena de ficciones se
entrenen a conciencia metiendo bolas sin parar en su vida privada.
“No
soporto tanta mentira”
La autobiografía
del director: papel mojado
Por lo habitual,
cuando un director escribe sus memorias estas suelen ser harto decepcionantes.
El culmen de la autobiografía-tostón e insustancial es la de Charles Chaplin.
En realidad, más que un volumen de memorias es una especie de Gotha o de Who is Who protagonizado por Charlot con secundarios de lujo como
Einstein, Eisenstein, Churchill, Gandhi, Hearst o el Dalái Lama de entonces.
Eso sí, Chaplin se muestra enormemente generoso y no dedica ni una sola línea a
Stan Laurel (con quien llegó a América y compartió habitación de hotel durante
un año), Buster Keaton o su fotógrafo habitual Roland Tetheroh.
Otro volumen un
tanto truño es el escrito por King Vidor, publicado originalmente en España con
el escandaloso título Hollywood al
desnudo y más tarde editado por Paidós con el más correcto Un árbol es un árbol. La génesis de sus
mejores obras mudas, como The Crowd o
El gran desfile no carece de interés,
pero King se olvida, por ejemplo, de las épicas peleas que tuvo con David O.
Selznick durante el rodaje de Duelo al
sol, o de su despido y sustitución por varias decenas de directores. Un
libro que sí podría haber tenido su encanto es el de Von Sternberg, Fun in a Chinese Laundry. Lástima que
treinta años después, Josef von siguiera obsesionado por Marlene Dietrich: el
libro podría haberse titulado Memorias de
un amante despechado.
“Pero,
¿por qué coño no actúas como Gary Cooper?”
La tradición oral
John Ford se
había apuntado a eso de “imprimimos la leyenda” mucho antes de El hombre que mató a Liberty Valance. No
es que Ford contara muchas bolas, sino que más bien tendía a distorsionar
ligeramente la realidad. Por ejemplo, el legendario relato de cómo su hermano
Francis cambió su apellido (O’Feeney) por el de Ford, o cómo, según juraba, no
había visto a Fonda sin maquillaje y nariz postiza hasta que a la mitad del
rodaje de Young Mr. Lincoln se
encontró con él en el comedor del hotel y no reconoció al actor. O su épica
narración de cómo consiguió que Herbert J. Yates, el jefe de la Republic, le
financiara El hombre tranquilo. “Le
llevé a la zona más pintoresca de Connemara, donde están esas cabañas con
techado de paja. Señalé al azar una de ellas y dije: Y esa… Esa es la casita
donde yo nací”. “¿Y era verdad?”, preguntó uno de sus interlocutores. “Claro
que no. Yo nací en Portland, Maine. Pero las lágrimas corrían por mis mejillas.
Y el viejo Yates se puso a llorar también. Se sonó los mocos y dijo: “Está
bien, te dejo hacer El hombre tranquilo…
Por un millón trescientos mil dólares”.
A
ver qué boutade se me ocurre ahora…
Si Jean-Luc
Godard miente lo hace únicamente por la sana intención de escandalizar. Estaba
Jean-Luc impartiendo un curso en Canadá –del que resultó el volumen Introducción a una verdadera historia del
cine, espléndidamente editado por Miguel Marías– y entre las muchas perlas
que les soltó a sus arrobados alumnos destaca la feliz comparación entre Boinas verdes y Apocalypse Now. Jean-Luc afirmaba que sin duda la peli de Wayne era
mucho más honesta que la de Coppola, al ser más “ideológicamente comprometida”
(aunque ligeramente facha) que la de Francis. El problema es que cuando Godard
pronunció estas sabias palabras no había podido ver aún Apocalypse Now, que se hallaba todavía en fase de montaje…
El Director’s
Cut o We're Only in It for the Money
Hablando de
Francis, no hay que olvidar que hace unos años se apuntó a la moda de la
“Extended Version” o el Director’s Cut,
una moda que empezó –no casualmente– con el lanzamiento del sistema DVD.
Coppola y sus montadores se tiraron dos años y medio puliendo el montaje de Apocalypse Now para su estreno en 1979 y
el metraje resultante era de 158 minutos. Años después, no sabemos si porque en
esa época volvía a tener problemas de liquidez o la pertinaz sequía
californiana había arruinado la cosecha de sus viñedos, Francis y Walter Murch
sacaron una versión mucho más larga (y peor) del film: Apocalypse Now Redux Se incluían en el nuevo montaje escenas que
Coppola, con buen criterio, había eliminado por considerarlas flojas: la que
transcurre en la plantación francesa, el encuentro con las conejitas del Playboy (Francis consideró que no había
que dar tregua ni descanso a los tripulantes de la lancha) y algunas
incoherencias: Willard roba la tabla de surf de Kilgore: en ningún otro momento
de la peli se aprecia que el personaje tenga un carácter tan zumbón. Las
escenas y planos añadidos de Brando también se los podían haber ahorrado, en
nuestra humilde opinión. Y es que Francis, dado que abusa del litio, a veces
habla demasiado. En el excelente documental Hearts
of Darkness, el “making of” no oficial de la peli, después de ver todos los
avatares de la producción (despido del protagonista, Harvey Keitel, ataque al
corazón de su sustituto Martin Sheen, tifones, tratos con el dictador Marcos,
empleo de mano de obra filipina por cuatro céntimos, según confesaba el
diseñador Tavoularis, y demás catástrofes), que el rodaje duró más de un año y
el montaje más de dos, y que la peli acabó costando unos 40 millones de dólares
(tirando por lo bajo), Francis, al término del documental, sentenciaba: “Ahora
me ilusiona que el futuro del cine está en esos jóvenes que con sus cámaras de
video pueden hacer sus películas con presupuestos bajísimos”. Talento no le
faltaba a Francis. Morro tampoco.
Otro con mucho
menos talento, pero con ínfulas similares a las de Francis, es Ridley Scott,
quien no duda en sus últimas entrevistas en calificarse de “visionario”.
Posiblemente Blade Runner sea la peli
reciente más remontada y reestrenada de los últimos tiempos. Como sabrán, la
peli fue un fracaso enorme en su estreno allá por 1983. A las cinco o seis
personas que nos gustó sólo nos irritó el final, ese anuncio de abrigo de pieles
en el que Deckard y Rachel huyen por una carretera bordeada por un bello
paisaje. En uno de los últimos borradores del guión la cosa terminaba con
Deckard matando a Rachel –quien no podía soportar la angustia de vivir una
existencia “aplazada”, que diría Barthes–. A Ridley le pareció esto muy
deprimente y lo sustituyó por el mencionado anuncio. También el director se
empeñó en poner una narración en off,
tan mal escrita que a Harrison Ford casi le dio un ataque (hay que oír al actor
en la versión inglesa de la peli para apreciar con cuánta desgana recita el
texto). Años después, se creó un culto creciente por la peli, admiración sólo
empañada por los detalles citados. Por tanto, para hacer caja, la Warner
decidió suprimir –en los remontajes de 1992 y 2007– la narración, el final,
colocar un plano de un unicornio (extraído de la muy necia Legend, también dirigida por Scott) y difundir a los cuatro vientos
que Deckard era también un replicante. Hay que aclarar que Ridley apenas tuvo
que ver con estos posteriores apaños.
Y es que esto del director’s cut es, digámoslo claramente,
un timo en el 99% de los casos. Como el reestreno de Avatar con la adición de cinco segundos de metraje. Que sepamos,
aún no ha salido el director’s cut
de, pongamos, Avaricia, algo que sí
tendría sentido.
“Lo
reconozco: soy un mentiroso compulsivo”
El rey de los
mentirosos
Llegamos al
hombre que era capaz de soltar más trolas que un político español: Howard
Hawks. Y esto no va en demérito de su apasionante y espléndida carrera –difícil
es hallar una peli mala de Howard; ha poco, cuando vimos la última que nos
faltaba, Peligro… Línea 9000 llegamos
a conclusión de que en realidad la había dirigido Roger Corman o alguien de ese
pelaje.
En la entrevista
que le hizo el tontaina de Joseph McBride, Hawks
on Hawks, Howard se despacha a gusto, intercalando verdades (su
descubrimiento de Montgomery Clift o Lauren Bacall; su gusto por la comedia y
el western y la admisión de que en realidad casi siempre rodaba la misma
película) en medio de unas mentiras espeluznantes. Así, ante la pregunta de si
los directores jóvenes de principios de los 70 le pedían consejo, Howard se
explaya relatando cómo convenció a William Friedkin para que The French Connection fuera un gran
éxito: “Parece que a la gente le gustan las persecuciones. Mete una en la
película y hazla lo mejor y más violenta que puedas”. Lo cierto es que el
productor de la peli, Philip D’Antoni, que años atrás había producido Bullitt (hoy sólo recordada por la
escena de la persecución automovilística) fue el que exigió la inserción de esa
escena. O que James Caan no se enteró de que su papel en El Dorado era cómico. Otra historia muy bella es la génesis de El sargento York. Cuenta Howard que un
día entró en el despacho de Jesse Lasky jr., uno de los fundadores de la
Paramount, y que pasaba entonces por uno de los momentos más bajos de su
carrera (“Tenía temblores y necesitaba un afeitado”). Ni corto ni perezoso,
Howard le aseguró que reescribiría el guión y que conseguiría a Gary Cooper
para el papel protagonista. Final feliz: la película fue la más taquillera de
1941. Pero lo cierto es que fue el mismísimo Alvin York, quien llevaba casi 20
años negándose a que sus hazañas se llevaran al cine, quien exigió que o “le”
interpretaba Cooper o no había peli. No se sabe qué hace más gracia: cómo
McBride se traga sin pestañear todas estas leyendas o cómo Howard las relata
sin rubor alguno. Aunque lo que a nosotros más nos divierte es su comentario
sobre los actores más viriles de principios de los 70: “Lo cierto es que si
comparas a gente como Wayne y Mitchum con McQueen o Eastwood, estos parecen
unos afeminados”. Palabra de Howard.
Howard
con las piernas de Angie Dickinson
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