sábado, 26 de abril de 2025

ESTRENOS DE OCASIÓN: "SINNERS" (Ryan Coogler, 2025)

 


 por el señor Snoid e hija

Sinners es una muy simpática amalgama de blues, folk (variante irlandesa), película de vampiros, film de negros oprimidos, film de negros orgullosos de ser negros (un neoexploitation, podríamos decir, aunque de gran presupuesto), racismo, blancos explotadores, guitarras maldecidas por el diablo, ley seca, el Deep South, un remake de Abierto hasta el amanecer (pero sin Clooney ni Tarantino, Bondye sea loado, y mucho mejor realizada) y una pléyade de cosas más. En efecto: tal combinación podría dar lugar a un disparate mayúsculo, pero lo cierto es que el film se deja ver con agrado, interés y es un auténtico festín para los amantes de la música. Y, además, lejos de las apariencias, cuenta con un guión brillante.

Veamos: dos hermanos, Smoke y Stack (Smokestack Lightning, de Howlin' Wolf) regresan a su hogar, un villorrio de Mississippi. Es 1932 y la comunidad negra está tan jodida como antes de la guerra de secesión, durante, después y en 2025. Allí descubren que su joven primo Sammie, hijo de un predicador, se ha convertido en un maravilloso intérprete de blues —en su día le regalaron una espléndida guitarra que le ganaron a Charley Patton jugando a las cartas. O eso dicen ellos. Como los hermanos se han pasado siete años trabajando en Chicago para la mafia, tienen pasta para dar y tomar y se proponen abrir un local donde se puedan apurar unos tragos y escuchar música decente. Además, los dos hermanos, que son unos tipos duros, poseen un arsenal similar al de Tommy Shelby y familia de Peaky Blinders (¿se conocerían en las trincheras de Francia? No lo descartamos). Así que le compran un aserradero medio en ruinas a un blanco cabrón del lugar —del que luego sabremos que es el líder de la sucursal local del Ku-Klux-Klan. Y en la noche de apertura comienzan los problemas.

El único y evidente problema de Sinners es el exceso. Se cuentan demasiadas cosas y hay una gran cantidad de personajes que quedan un tanto desdibujados (principalmente esto afecta a los personajes de Mary y Pearline; a otros, como el bluesman Delta Slim y a la experta en vudú de Luisiana y esposa de Stack, Annie, les bastan dos o tres pinceladas para surgir como personajes con cierta entidad). Pero este exceso ha hecho que el director y guionista Ryan Coogler haya escrito un libreto muy inteligente que carece de enojosos momentos explicativos: así, no se nos dice en ningún momento que estamos en la época de la Ley Seca, que a los trabajadores de las plantaciones, ya bien avanzado el siglo XX, se les pagaba con Company Scrip (“Vales de la compañía”), dinero que sólo valía para los economatos de la empresa de turno (minera, por ejemplo) y que fue muy utilizado a lo largo del siglo XIX, cuando el dinero acuñado o impreso era escaso —y ya sabemos quiénes se aprovechaban: para que se den cuenta, su uso fue oficialmente prohibido por el Congreso en 1967; que los hermanos Smoke y Stack han timado tanto a la mafia irlandesa como a la italiana en Chicago (tienen un cargamento fenomenal de vino italiano y cerveza), aunque un personaje mencione que “Creía que estabáis trabajando para Al Capone”; que había una buena cantidad de población china en el Delta (comenzaron a establecerse allí después de la guerra civil: por ello hablan perfectamente inglés, no como el castellano que se habla en el “chino” de su barrio: pero esperen un par de generaciones); que aún quedaban indios Choctaw en aquellos andurriales y se llevaban bien con los irlandeses y los negros... Y una gran cantidad de detalles más. La postura de Coogler parece ser: “Si lo entendéis, fenomenal, blanquitos; y si no, documentaos”. Algo que nos parece de perlas:¡ojalá todos los guionistas hicieran así!

Vampirismo versus Racismo

Y además hay abundante humor en Sinners. No sólo gamberro (por ejemplo cuando se le enseña al joven Sammie cómo hay que realizar un buen cunnilingus (que el muchacho pondrá en práctica un rato después: el film está repleto de experiencias iniciáticas), sino también ingenioso. Los blanquitos, que son unos rednecks pobres y embrutecidos y entusiastas miembros del Klan, cambian por completo cuando son vampirizados. Una vez que te conviertes en vampiro, desaparece el racismo y entras a formar parte de “la familia” (el momento en que blancos, negros, chinos e indios bailan una jiga irlandesa es brillante e hilarante a partes iguales). Dentro de la narración, el ser vampiro ofrece todo tipo de ventajas (alguno extraña la luz del sol, todo hay que admitirlo), pero ello no impide que los protagonistas del relato se resistan a semejante bicoca. E incluso hay algún que otro chiste sobre la música: uno de los protagonistas, sin duda purista en cuanto a sus gustos, declara que “Detesto esa basura eléctrica”...

 

Y es que hay buena musica a raudales en Sinners; no sólo blues o rythm&blues, sino también música tradicional irlandesa, danzas que se remontan al Renacimiento y una contundente banda sonora extra-diegética...

 

En fin: una película que no nos esperábamos del director de Creed, Wakanda Forever y Black Panther. Sin duda influidos por la experiencia, por la reciente Semana Santa y el fallecimiento del Sumo Pontífice, salimos del cine exclamando: “Nunca hay que decir 'De este agua no beberé'”.





 




miércoles, 16 de abril de 2025

ESTRENOS DE OCASIÓN: "TARDES DE SOLEDAD" (Albert Serra, 2024)

 

por el señor Snoid

Respecto a los toros, me entusiasman; sólo que me parece que el público no entiende una jota de toros, los críticos menos que el público y los toreros menos que el público y los críticos; yo creo que el único que entiende de toros es el toro; porque a lo menos embiste hoy lo mismo que hace cuatro mil años (…). Una fiesta de toros es lo más hermoso que se pudo imaginar. La emoción, el arte, la valentía, la luz... Yo, en Belmonte, por ejemplo, admiro el tránsito. Aquel hombre que lejos del toro es feo, pequeño, ridículo, encogido, sin belleza, al reunirse con el toro se transfigura y nos parece maravilloso, y nos arrastra y nos emociona. Ese es el arte de las corridas de toros. ¿Hay nada más hermoso que ese tránsito, esa transfiguración, esa armonía de contrarios?

Valle-Inclán, declaraciones a La Esfera, 6 de marzo de 1915

Así de entusiasmado se mostraba nuestro eximio escritor y extravagante ciudadano predilecto en la época en que le soltaba al mencionado Juan Belmonte “Sólo te falta morirte en la plaza” (y Belmonte respondía:”Ze hará lo que ze pueda, maeztro”: dos ceceantes frente a frente). Sin embargo, quince años después, y ante los deseos de su hijo mayor de convertirse en matador de toros, Don Ramón hizo lo posible e imposible para quitarle semejante idea de su loca cabecita. Naturaca: una cosa es disfrutar viendo cómo a un Belmonte cualquiera le empitone un morlaco y otra que tu hijito querido se vista de luces.

Comentamos Tardes de soledad con cierto retraso por una cuestión de lo más absurda: no sabíamos muy bien cómo hincarle el diente a esta película. Es decir, habíamos caído en la trampa de determinar si la película era pro o antitaurina y el dilema nos dejó un tanto confusos. Hasta que nos dimos cuenta que quizá ese aspecto no sea, en esencia, demasiado interesante. O quizá sí, pero ello no resta méritos a la calidad del film ni tampoco disimula sus posibles fallos.

La primera imagen de la película es la única que no es estrictamente documental (y olvidaremos lo que puede ser o no documental según las diversas y dispares definiciones con las que se ha pretendido acotar el género): es decir, que hay una puesta en escena bien visible. Un plano en semipenumbra de un toro que se encara al espectador. Un plano de larga duración —quizá fueran dos— que nos ilustra sobre la peligrosidad y fiereza del bicho (en cierto momento, nos pareció que era casi un macho cabrío gigantesco: una encarnación demoniaca).

Lo que viene a continuación son diversas faenas del torero: muy astutamente, Serra ha omitido todo plano del tendido —no se ve espectador alguno; la única mujer que aparece en el film es una mujer (con cierto aspecto de votante del PP o de Vox) que se hace una foto con el ídolo tras una faena. Y las corridas, hay que reconocerlo, están rodadas de forma impresionante y espectacular: nuestro hombre se arrima lo suyo —no como un Rafael de Paula que salía corriendo despavorido—, sufre algún que otro revolcón y el animal le empotra contra el tendido. Si Serra pretendía convencernos de que un torero se juega la vida en la plaza, es obvio que ha conseguido brillantemente su propósito. Aunque tal demostración sea un tanto redundante y baladí: o ya lo sabíamos o nos lo imaginábamos. Así, hay un plano muy hermoso, a la par que terrorífico, que nos muestra al matador de espaldas, a punto de entrar a matar, con el resultado de que el encuadre hace que el animal parezca un monstruo gigantesco y el hombre un ser frágil enfrentado a una heroica labor.

No es ningún descubrimiento que Serra rueda maravillosamente; la cuestión aquí es que, sea por la elección de los planos, sea porque quizá el director no pretendía ahondar en una descripción demasiado gore, se nos escamotean ciertos elementos: apenas vemos los terribles puyazos del picador (“La acorazada de picar”, como decía el gran escritor taurino Joaquín Vidal), ni en la llamada suerte suprema (o, más apropiadamente, tercio de muerte) se aprecian los infames descabellos cuando la estocada se ha quedado corta. Y a pesar de que el director introduzca numerosos primeros planos del animal tendido y agonizante, quizá cuenten más los momentos dedicados a Roca Rey. Por otro lado, el tratamiento del sonido es excepcional: el arrastre de las pezuñas del toro, de las manoletinas del torero, los bufidos y jadeos de la bestia... Un gran logro del film es que nos hace sumergirnos en una corrida con todo el realismo posible. Que ese realismo sea espantoso o no, ya es otra cuestión (en nuestra opinión, no sólo es espantoso, sino detestable e innecesario, pero ¿acaso no resulta fascinante, pese a que racionalmente sepamos que nos enfrentamos a un espectáculo sangriento y bárbaro?)

Asimismo, nos llamó la atención del uso del “Embryonic Journey” de Jefferson Airplane (en verdad, de Jorma Kaukonen) en un plano dilatado del torero con uno de sus ayudantes. ¿Viaje embrionario? Quizá para aquellos que desconozcan el mundo del toreo, o tal vez una más de las brillantes extravagancias de Serra, quien suele poner muy poca música en sus films (algo que le agradecemos de corazón), pero siempre acertada, como aquel maravilloso momento en Honor de cavalleria cuando se escuchaba brevemente una vihuela.

Los miembros de la cuadrilla de Roca Rey son unos seres ligeramente primitivos que dedican a su patrón una retahíla de epítetos épicos no muy trabajados: “Olé tus huevos”, “Arrebatao”, “¡La verdad!”. Bien podían haberse esforzado un poco más y, dado el contexto salvajemente español en el que se mueven, exclamar loas más elaboradas tipo “El que en buena hora ciñó estoque”, “El peruano de diestro brazo” o “Nunca fuera un torero, de damas tan bien servido, como fuera Roca Rey, cuando del Perú vino”. Pero es obvio que los subalternos no se han adentrado en la épica medieval. Al toro de turno le dedican adjetivos menos bellos (“Hijoputa”, “¡Qué cabrón!”), algo que nos parece lamentable, pues en la épica se solía ensalzar también la valentía y bravura del enemigo.

Como es habitual en Serra, y pese a lo atroz de casi todo lo que se muestra, no faltan los elementos humorísticos. El más destacado tiene lugar en una habitación de hotel: el torero se pone unas medias de seda blancas, se ajusta bien el paquete, llega un subalterno y le coloca unas medias rosas, le coge en volandas para ajustarle bien la taleguilla y proceden con la camisa blanca, el corbatín y la chaquetilla. A primera vista, nada extraordinario. Pero es que durante este dilatado y megagay proceso, Roca Rey no deja de mirarse al espejo: el de la habitación, el del pasillo del hotel, su imagen en las puertas metálicas del ascensor, el espejo del ascensor... Comprendemos que haya que estar bello antes de embarrarte y salpicarte con sangre propia y ajena, pero tal narcisismo nos pareció excesivo. Eso sí, el muchacho se enfrenta al morlaco hecho un pincel.


¿Taurino o antitaurino? Da la impresión de que Serra ha sucumbido a las emociones que pueda provocar la así llamada fiesta nacional. Creemos que su intención, con toda sinceridad, era ofrecer una visión objetiva del toreo, pero quizá tal propósito resulte imposible. El tema exige tal vez que afloren los sentimientos, sean repulsa, fascinación o indiferencia. O la transfiguración de la que hablaba Valle-Inclán. Al fin y al cabo, esta es una película que no gustará a los taurinos (demasiada brutalidad, demasiada sangre y demasiada atrocidad con las que mirarse al espejo) ni a los que rechazan vehementemente el sacrificio de un animal convertido en espectáculo.

Tardes de soledad es un excelente film que muestra “la verdad”, tal y como gritaba el subalterno. Aunque esa verdad se nos antoje criminal, repulsiva y detestable.