por el señor Snoid e hija
Sinners es una muy simpática amalgama de blues, folk (variante irlandesa), película de vampiros, film de negros oprimidos, film de negros orgullosos de ser negros (un neoexploitation, podríamos decir, aunque de gran presupuesto), racismo, blancos explotadores, guitarras maldecidas por el diablo, ley seca, el Deep South, un remake de Abierto hasta el amanecer (pero sin Clooney ni Tarantino, Bondye sea loado, y mucho mejor realizada) y una pléyade de cosas más. En efecto: tal combinación podría dar lugar a un disparate mayúsculo, pero lo cierto es que el film se deja ver con agrado, interés y es un auténtico festín para los amantes de la música. Y, además, lejos de las apariencias, cuenta con un guión brillante.
Veamos: dos hermanos, Smoke y Stack (Smokestack Lightning, de Howlin' Wolf) regresan a su hogar, un villorrio de Mississippi. Es 1932 y la comunidad negra está tan jodida como antes de la guerra de secesión, durante, después y en 2025. Allí descubren que su joven primo Sammie, hijo de un predicador, se ha convertido en un maravilloso intérprete de blues —en su día le regalaron una espléndida guitarra que le ganaron a Charley Patton jugando a las cartas. O eso dicen ellos. Como los hermanos se han pasado siete años trabajando en Chicago para la mafia, tienen pasta para dar y tomar y se proponen abrir un local donde se puedan apurar unos tragos y escuchar música decente. Además, los dos hermanos, que son unos tipos duros, poseen un arsenal similar al de Tommy Shelby y familia de Peaky Blinders (¿se conocerían en las trincheras de Francia? No lo descartamos). Así que le compran un aserradero medio en ruinas a un blanco cabrón del lugar —del que luego sabremos que es el líder de la sucursal local del Ku-Klux-Klan. Y en la noche de apertura comienzan los problemas.
El único y evidente
problema de Sinners es el exceso. Se cuentan demasiadas cosas
y hay una gran cantidad de personajes que quedan un tanto
desdibujados (principalmente esto afecta a los personajes de Mary y
Pearline; a otros, como el bluesman Delta Slim y a la experta
en vudú de Luisiana y esposa de Stack, Annie, les bastan dos o tres
pinceladas para surgir como personajes con cierta entidad). Pero este
exceso ha hecho que el director y guionista Ryan Coogler haya escrito
un libreto muy inteligente que carece de enojosos momentos
explicativos: así, no se nos dice en ningún momento que estamos en
la época de la Ley Seca, que a los trabajadores de las plantaciones,
ya bien avanzado el siglo XX, se les pagaba con Company Scrip
(“Vales de la compañía”), dinero que sólo valía para los
economatos de la empresa de turno (minera, por ejemplo) y que fue muy
utilizado a lo largo del siglo XIX, cuando el dinero acuñado o
impreso era escaso —y ya sabemos quiénes se aprovechaban: para que
se den cuenta, su uso fue oficialmente prohibido por el Congreso en
1967; que los hermanos Smoke y Stack han timado tanto a la mafia
irlandesa como a la italiana en Chicago (tienen un cargamento
fenomenal de vino italiano y cerveza), aunque un personaje mencione
que “Creía que estabáis trabajando para Al Capone”; que había
una buena cantidad de población china en el Delta (comenzaron a
establecerse allí después de la guerra civil: por ello hablan
perfectamente inglés, no como el castellano que se habla en el
“chino” de su barrio: pero esperen un par de generaciones); que
aún quedaban indios Choctaw en aquellos andurriales y se llevaban
bien con los irlandeses y los negros... Y una gran cantidad de
detalles más. La postura de Coogler parece ser: “Si lo entendéis,
fenomenal, blanquitos; y si no, documentaos”. Algo que nos parece de perlas:¡ojalá todos los guionistas hicieran así!
Vampirismo versus Racismo
Y además hay abundante humor en Sinners. No sólo gamberro (por ejemplo cuando se le enseña al joven Sammie cómo hay que realizar un buen cunnilingus (que el muchacho pondrá en práctica un rato después: el film está repleto de experiencias iniciáticas), sino también ingenioso. Los blanquitos, que son unos rednecks pobres y embrutecidos y entusiastas miembros del Klan, cambian por completo cuando son vampirizados. Una vez que te conviertes en vampiro, desaparece el racismo y entras a formar parte de “la familia” (el momento en que blancos, negros, chinos e indios bailan una jiga irlandesa es brillante e hilarante a partes iguales). Dentro de la narración, el ser vampiro ofrece todo tipo de ventajas (alguno extraña la luz del sol, todo hay que admitirlo), pero ello no impide que los protagonistas del relato se resistan a semejante bicoca. E incluso hay algún que otro chiste sobre la música: uno de los protagonistas, sin duda purista en cuanto a sus gustos, declara que “Detesto esa basura eléctrica”...
Y es que hay buena musica a raudales en Sinners; no sólo blues o rythm&blues, sino también música tradicional irlandesa, danzas que se remontan al Renacimiento y una contundente banda sonora extra-diegética...
En fin: una película que no nos esperábamos del director de Creed, Wakanda Forever y Black Panther. Sin duda influidos por la experiencia, por la reciente Semana Santa y el fallecimiento del Sumo Pontífice, salimos del cine exclamando: “Nunca hay que decir 'De este agua no beberé'”.